30 de abril de 2005

¿Nos mira un gran ojo?


¿Nos mira un gran ojo? Posted by Hello


Eso parece, ¿no?. Es como si un ojo gigantesco, suspendido en el vacío del espacio, nos mirara sin cesar desde la lejanía. Pero, ¿qué es en realidad? Vaya, pues simplemente una nebulosa planetaria. ¿Y qué diablos es eso? Pues, simplemente, los gases que forman una estrella vieja que, hacia el final de su vida, vuelven al espacio porque ésta ya no tiene la suficiente gravedad para sujetarlos a sí misma. Cuando, dentro un tiempo, el Sol sea viejo, morirá de esa forma. Y con él, claro, la Tierra y todo lo vivo que exista entonces en nuestro mundo. Pero todavía queda mucho para que ello suceda.

Esta nebulosa está a una distancia increíble; más o menos unos 3.000 años luz. ¿Qué es eso de los 'años luz'? Una medida de distancia utilizada (muy utilizada, de hecho) en Astronomía, y que equivale a 9,5 billones (sí, billones) de kilómetros, algo así como 25 millones de veces la distancia Tierra-Luna. Así que, sin más, ese Ojo gaseoso y nebuloso nos mira desde una más que respetable lejanía; casi 30.000 billones de kilómetros, un buen paseíto.

Pero, como decía hace unos días, ¿qué más da lo lejos que esté? Mirando a esta nebulosa fantasmal uno se da cuenta de lo insignificante que es, de lo poco que sabemos de todo el Cosmos y de lo limitados que estamos para ir hasta allá. Tal vez sólo nos quede el consuelo de explorarla con la mente... y con el corazón.

(Para quien tenga curiosidad: http://www.astroseti.org/vernew.php?codigo=1190)

29 de abril de 2005

La 'merda' de Canal 9

Como a muchos de los que vivimos en Valencia, el canal televisivo por referencia es Canal 9, pero no lo es por su calidad e interés, sino porque emite (algunos, más bien pocos) programas en valenciano/catalán (me importa un carajo cuál de las dos denominaciones es la correcta).

Nunca me he considerado un nacionalista, un amante de la tierra donde he nacido, ya que, por el contrario, mi presencia en este país es puramente accidental; bien hubiese podido nacer en el Congo o en Groenlandia, sólo ha sido cuestión de azar. Pese a todo, con el tiempo uno empieza a apreciar lo que conoce, aquello que poco a poco va resultándole familiar, y, al final, le coge cariño. Eso me sucede con Valencia; tiene aspectos horribles, pero es una tierra fantástica, escasos son los lugares que se le pueden comparar en la geografía española, al menos según mi humilde opinión.

Pues bien, miro C-9 porque trata de cosas cercanas a mí, a "mi" comunidad, a mi tierra, en definitiva. Pero, al mismo tiempo, aborrezco a más no poder ese canal. ¿Por qué? Por un motivo extraordinariamente sencillo; no emiten nada más que basura, pero no telebasura convencional, no, la basura más apestosa y asquerosa que uno pueda imaginar. Prácticamente, toda la programación de esta cadena es la mayor bazofia que la Humanidad ha defecado alguna vez. Me es imposible no recordar un sólo programa, o magazine, o película, o telediario que responda al calificativo de programa arqueotipado y repleto de la más patética estupidez. Y ello que apenas miro la televisión.

Tenemos, a Dios gracias, el canal Punt-2, en relajante y estimulante antagonismo con C-9. Es exactamente lo opuesto, la otra cara de la primera cadena valenciana. Es en cierto modo lo que sucede con la Primera y La 2, pero a un nivel más superficial porque creo que en ese caso no hay una distinción tan clamorosa. Es como si todos los periodistas borregueros y cretinos, los adormilados de segunda clase, hubiesen sido arrojados a la jaula de C-9 y, en cambio, los de una (ligera) mayor preparación y nivel trabajaran en su canal hermano. De verdad, son como el cielo y la tierra.

Lo peorcito de C-9, para los que lo hayan sufrido, son sus noticiarios. Son, simplemente, inaguantables. Sensacionalistas y amarillistas a más no poder, buscadores incansables del morbo fácil y del muerto en el ataúd, nunca pierden la menor oportunidad a la hora de mostrar las imágenes y noticias más truqulentas, violentas y dramáticas. Parece que no les basta un programa diario dedicado, a lo largo de una terrible hora, a este tipo de sucesos, sino que en las noticias tanto de la sobremesa como nocturnas han de llenar el vacío informativo con este tipo de tragedias domésticas, nacionales o mundiales. Es dificil hacer peor un telediario, os lo aseguro; de entre cien noticias que dan, tal vez tres o cuatro sean útiles, o tengan algún interés. El resto es pura porquería.

Y, además, está la cuestión del presidente de la Generalitat, el buen y buenísimo Francesc Camps. Con su ridículo dominio del valenciano, lleno de errores y faltas claromosas de pronunciación, salta un día sí y otro también a la palestra informativa, siempre en primera línea, rodeado de secuaces con aplausos y risas perpetuas, signos inequívocos de la marcha maravillosamente productiva y perfecta de la Comunidad. Ay, Camps, eres grande, de verdad. Nada haces mal, nunca te equivocas, siempre estás en el momento y lugar adecuados, has hecho de Valencia un lugar fantástico y de ensueño y, además, eres valenciano de pro y hablas como Dios esta lengua divina que, por supuesto, no viene del catalán. Además, te preocupas por potenciar lo autóctono, por llevar agua a nuestros sedientos campos, por construir miles de campos de golf y macrourbanizaciones que van a modernizar la comunidad y darle prosperidad, traerán la Copa América de Vela que es lo más dentro del mundo del deporte, y, para colmo, no hay paro, no hay déficit, no hay inseguridad, no hay robos ni estafas ni siquiera dejas que un palomo cague en la estátua del Tirant lo Blanc. Camps, tío, eres mi ídolo.

Pero ¿de qué van estos? ¿A quién quieren engañar con sus bobadas y estúpidas mentiras, con la clara desinformación sobre los temas verdaderamente cruciales para nuestra tierra y esa parcialidad tan manifiesta y repugnante? ¿Creen de verdad que alguien mínimamente cuerdo e inteligente les va a hacer el menor caso? ¿Qué deben sentir esos pobres periodistas (pobres por infelices y timoratos, no por su escasa cuenta de ahorros) que, cada día, deben estar pronunciando mal lo que no sucede en el mundo, o contar peor lo que sí que sucede? ¿No les corroerá la vergüenza su sangre, no llorarán por las noches al ser conscientes del timo del que están formando parte?

Y, a todo esto y termino, ¿qué pasa con los espectadores, con la gente que ve C-9? ¿Se merecen esto? ¿No hay otras formas de hacer televisión, más digna y humana, con mayor calado y repercusión? Entiendo que a la gente se le debe divertir, pero ¿y no se debe formar, culturizar y humanizar, también? ¿Eso no sirve, no es posible armonizar ambos conceptos? En definitiva, ¿qué cuesta hacer una televisión de sentido común?

Los valencianos, de momento, tenemos como televisión de cabecera a una boñiga cada vez mayor y apestosa. La bola se hace más grande con el paso de los días. Y lo peor es que no se percibe ningún cambio a la vista. Espero que al final no acabe por engullirnos la masa de bosta. Poco falta para ello.

"Ai, València, ens porten a la amargor,
amb C-9 tenim un futur ennegrit.
Vull que açó canvie, que s´acabe la pudor,
pero fan falta vots,
i, sobretot, valor.
Que no s´apropa ja el canvi?
Que no vec el llindar de l´abocador?
Sí, sembla que, allà davant
está la fi de la merdor
"

27 de abril de 2005

En la quietud de la noche estrellada

Hace tiempo que no miro al cielo, mirarlo de verdad, quiero decir.

Este medio virtual atrapa como si fuese un imán gigantesco, y siempre me falta el tiempo para poder hacerlo.

Por mucho que me diga "Sí, mañana me voy a observar", al final nunca lo consigo. Pero lo que de verdad deseo, el anhelo más fuerte que siento dentro de mí no es ir a un lugar oscuro, sacar el telescopio, mapas, folios, lápices, mesas y sillas y disponerlo todo para otra sesión de astronomía.

No, ello me gusta y me entusiasma, por supuesto, porque los amantes de las estrellas nunca nos cansaremos de hacerlo, pero ahora hablo en sentido puramente espiritual, introspectivo. Lo que necesito es un día radiante, un día que el sol nos haya hecho sentir su fuerza y su poder sobre nuestro rostro, y que su luz, en cuanto abandone nuestro mundo por unas horas, sea relevada por la de los astros lejanos. Y, entonces, extender una manta en el suelo, elevar la mirada hacia esa gran representación cósmica y dejarme llevar, no por los nombres de las estrellas, las siglas de aquella galaxia que apenas vislumbro, o la cantidad de meteoros que rozan la atmósfera en las alturas, sino por el hecho mismo de estar vivo y poder ser consciente de todo ello. Y, a poder ser, volver a sentir ese cosquilleo, ese algo que nos susurra al oído de la mente que algo hay ahí fuera, que algo comunica ese mundo negro perlado del más allá con nuestro ser cotodiano, nuestro sino, con el sentido mismo de todo lo que nos rodea.

Tal vez todo se deba a que percibimos que venimos de ahí arriba, de las entrañas más profundas de toda la creación, y que aunque nos esforcemos en destruirnos y en hacernos daño, en aniquilar viejas culturas, nuevas gentes y olvidemos dramas y amores pasados que pueden cambiar al mundo y a nosotros mismos, aunque nos pase la vida en un suspiro y notemos la desazón ante el tiempo inexorable, sólo nos hace falta mirar al cielo, dirigir por un instante nuestra mirada a ese ignoto y oscuro terciopelo, y entonces volvemos a sentir el cosquilleo, el martillear del corazón, la inquietud del espíritu y la aceleración de nuestro pulso. Es ese nudo en la garganta, ese hormigueo que recorre la espina dorsal de cada uno de nosotros cuando dejamos a un lado lo doméstico y terrenal y soñamos con las estrellas viéndolas de reojo o con toda nuestra pasión, es ese sentimiento, digo, lo que necesito, lo que más que cualquier cosa añoro ahora.

Sé que hoy en día la gente no mira las estrellas. Les importan una mierda, no saben apreciarlas, imaginarse su profundo misterio y la estimulante idea de su mera presencia, allá en la distancia. Sólo las miran cuando tienen cerca a su amada novia, o van de excursión, o por casualidad las ven entre jirones de nubes nocturnas. Las ven, pero no las sienten, no les penetran hasta lo más recóndito de su ser. Ello me entristece, porque en las estrellas está nuestro futuro, y una Humanidad que no mira el futuro tiene los días contados.

Por suerte, me consta que los hay quienes sí las sienten, quienes, más allá de telescopios y cámaras, catálogos y monturas y oculares y barlow's, sienten esa llamada, esa señal silenciosa y casi inperceptible, el guiño final de los astros que realmente viven.

A todos vosotros, felicidades y gracias por hacernos más humanos.

26 de abril de 2005


El 'OVNI' galáctico Posted by Hello

25 de abril de 2005


La cercana Posted by Hello

24 de abril de 2005

El viejo amigo de las estrellas

Hoy hace 15 años de un momento muy especial en la exploración del Universo.

El 24 de abril de 1990 se upaba al Telescopio Espacial Hubble (HST) hasta más allá de la atmósfera de nuestro mundo para que, desde entonces y hasta hoy, nos desvelara algunos de los más grandiosos fenómenos que llenan el espacio profundo.
Los descubrimientos que ha realizado a lo largo de todo este tiempo son innumerables, y abarcan todo tipo de objetos, desde imágenes y seguimiento de las atmósferas y superficies de los planetas del sistema solar hasta mosaicos de las más lejanas estructuras galácticas, en los límites del Cosmos conocido. No es exagerado afirmar que este telescopio, con un espejo de 2 metros de diámetro (bastante pequeño en comparación con los grandes proyectos actuales, con telescopios de hasta 10 metros), ha sido el 'culpable' de una revolución sin precedentes de los conocimientos que teníamos hasta su puesta en órbita.

Pero no todo son buenas noticias y recuerdos. Este telescopio, en el momento de comenzar sus operaciones astronómicas, no pudo obtener buenas imágenes del cielo por un defecto en sus ópticas, con el resultado de que incluso la Luna se veía borrosa. Fueron necesarios tres años hasta que se envió a un grupo de astronautas hasta la posición del telescopio y repararon su preocupante miopía. Una vez solucionado el contratiempo, y tras otras misiones de mantenimiento, el HST ha sido capaz de un funcionamiento extraordinario durante más de una década, y prueba de ello han sido las innumerables fotografías de una calidad y belleza sin parangón desde la invención del telescopio, hace casi cuatro siglos.Aunque ahora han vuelto los problemas. Y, curiosamente, con un hombre llamado George Bush. Los presupuestos para la NASA se han reducido y, con ello, la siguiente misión de mantenimiento para 2006. Así, han dejado al Hubble a su suerte; su fin llegará cuando sus giroscopios y sus baterías se agoten, lo que puede suceder dentro de un mes o de dos años. Así que el símbolo más emblemático de la exploración cósmica tiene los días contados, y todo por no dedicar unos dólares más para que se jubile como se merece.

Hacia 2012 la NASA pondrá en órbita el sucesor del Hubble, pero claro, se podría dar la circunstancia de que el HST fallase pronto y estuviéramos sin Telescopio Espacial hasta entonces, lo cual sería terrible para la investigación del Universo.

Así pues, desde el humilde lar de este hermitaño cósmico, gracias Hubble por tantos buenos momentos que nos has dado. Y espero que los giroscopios y demás artefactos incrustrados en tus entrañas sean benévolos con la Humanidad, dado que Bush no lo ha sido, y tarden muchos años aún en corromperse.

Hasta siempre, viejo amigo.

(Para un vistazo a los hallazgos astronómicos y una buena parte de sus asombrosas fotografías, os recomiendo que visitéis este sitio: http://hubblesite.org/)

23 de abril de 2005

Las 'directrices' del clero

Lo han vuelto a hacer.
Y seguirá sucediendo en el futuro.
Hablo, de nuevo, de la Iglesia, por supuesto.

Es como si periódicamente tuvieran la necesidad de ordenar a sus feligreses de qué manera han de vivir, con quién y bajo qué condiciones. No se limitan a sugerirlo a, subrepticiamente, dejar caer la idea como un simple posibilidad, lo cual sería inaceptable pero, al menos, sería más comprensible.

En absoluto. Ellos penetran más y más, se inmiscuyen sin cesar en la intimidad de las personas, en su vida, de manera grotesca y absurda. Que ahora además proclamen que están en desacuerdo con las bodas del mismo sexo no debería extrañar, porque sigue la tónica habitual (es decir, la de intentar no romper los esquemas, las 'directrices' de la Iglesia), el problema viene al sugerir, a aquellos funcionarios católicos que, por ejemplo en juzgados, puedan formalizar el "nuevo" matrimonio, que no lo hagan aunque ello suponga que se queden sin trabajo.

Ja!, a veces me parto de risa. ¿O sea, que los pobres funcionarios cristianos deberán aceptar quedarse sin sueldo y en la calle antes que unir a dos personas del mismo sexo en el matrimonio? ¿Alguien se ha parado a pensar la tremenda estupidez que ello supone? ¿Acaso los clérigos van a proporcionar un nuevo trabajo a los funcionarios que se queden sin el suyo por seguir las 'directrices' de la Iglesia?

Obviamente, no. Es inútil pedir que vean a todas las personas como personas, sin distinción alguna (nunca lo han hecho, por mucho que empleen el "Y todos los hombres fueron creados iguales"), pero al menos sería deseable que no metieran sus grandotas narices en las cuestiones personales de cada una de ellas, y que no patinaran tan patéticamente al pedir ciertas actitudes de sus fieles ante hechos como el matrimonio gay. Piden algo que ellos, de estar en el lugar de sus devotos creyentes, nunca harían, estoy absolutamente seguro.

Pero esto es la historia de siempre, la misma bazofia repetida una y mil veces, sólo que en otros términos y con otros culpables por en medio. Tal vez estoy hablando demasiado de la Iglesia (2 de 4, sí, es demasiado), de modo que voy a aparcar el tema, a tratar otros más amables, más atractivos y sugerentes, y dejar estos que, por momentos, me frustran, me cansan y, además me llenan de malestar.

Y, resulta, que todo ello es debido a que cierta institución se mete donde no la llaman. Pero claro, si no lo hiciera, no sería la Iglesia.

21 de abril de 2005

La juventud envejecida

Hace un par de meses tuve un no demasiado afortunado incidente con un grupo de chavales, una pandilla de quinceañeros aburridos que no tenían nada más que hacer que arrojar piedras y pedruscos a la gente que tranquilamente paseaba por allí, un lugar agradable y bonito de mi comarca. Yo estaba entre esa pobre gente que sufrió sus gilipolleces. Así que cuando llegué a casa, me dispuse a desahogarme de la mejor manera que conozco; escribiendo. Claro que antes hubiese podido ir hasta el grupo de pelones y romperle las narices a cada uno de ellos. Me hubiera sentado muy bien, seguro, pero tengo una naturaleza pacífica y, además, les hubiese dado juego, lo cual era algo que no deseaba en absoluto.

De modo que lo que sigue es una diatriba furiosa (y nada objetiva, seguramente, pero escribía con las vísceras, como se puede suponer) contra la juventud patética y pringosa, estúpida y aburrida, vil e insignificante, que nos rodea. Suerte que no toda la juventud es como esos cuatro payasos de que hablo, pero tras un exámen concienzudo de la sociedad actual, he llegado a la conclusión de que la gran mayoría sí lo es. Sólo hay que echar un vistazo a cualquier calle de cualquier ciudad, un día cualquiera a una hora indiferente.

En otro momento volveré a hablar de este tema en términos diferentes (no en un cuasi-relato, como lo que sigue a estas líneas), ya que da mucho de sí. Tengo que agradecerles, a los "pelones", que sean como son y hagan lo que hagan. Me brindan en bandeja de plata la posibilidad de mirarme a mí mismo, luego a ellos, y sentirme satisfecho por cómo soy y lo que hago, por mi camino, en definitiva, que aunque no es mejor que el de ellos, sin duda sí es más estimulante y enriquecedor. Pruebas de ello hay muchas, también intentaré exponerlas aquí en otra ocasión.


La plaga de la nueva juventud

Están por todas partes. Mires donde mires y vayas donde vayas, no puedes huir de ellos. Aparecen cuando menos te lo esperas, lo infectan todo. Son como insectos, pequeñas alimañas dispuestas a molestar en cualquier momento. Y lo consiguen sin ningún esfuerzo. No hay grupo étnico o social que odie más; de hecho no odio a ninguno, sólo a ellos. Me gustaría verlos evaporarse todos juntos en un pira de colosales dimensiones. Verlos quemarse hasta que no quedara nada más que ceniza.

Y, ¿por qué?. Porque me hacen daño. Son personas, igual que yo, pero al mismo tiempo no lo son. O no lo parecen. Yo sigo mi camino, mi vida, intentando disfrutar cada momento sin incordiar a nadie. No va con mi estilo dar guerra a los demás, hacerlos sufrir. Pero a ellos les da igual. Casi parece como si les gustara fastidiar, como si saber que están molestando a otra gente les produjera un placer perverso que les animara a continuar, ahondando cada vez más en el sufrimiento. Ellos, los bastardos de los pelones, saben cómo hacer daño. Y doy fe de que lo consiguen.

Su perfil y su aspecto van unidos de la mano; denotan estupidez. No he visto nunca jamás una cara de pelón que me resultara agradable, simpática o soportable. Aunque intento evitarlos siempre tengo la suerte de toparme con un grupito de ellos. El aspecto externo, casi idéntico en todos los casos es precisamente uno de los motivos de mi desprecio hacia ellos; no son más que clones, repetidos sin cesar hasta el hastío más absoluto. He aquí la base de la figura exterior de un buen pelón: calzado deportivo de marca, ropajes a la moda juvenil, atuendo variado absolutamente prescindible y ridículo, y una serie de complementos típicos que favorecen aún más la imagen global de simpleza; relojes, pulseras, llaveros cursis, y por supuesto, como símbolo total de su nivel y calidad como seres humanos comunicativos, el móvil, ese dios de pantalla líquida imprescindible en todo pelón que se precie. Pegados a él como una lapa, los pelones se enorgullecen de poseer tan preciado obsequio de la tecnología para sus insignificantes e intrascendentes conversaciones. Jamás en toda la historia de la humanidad un producto de la evolución tecnológica había tenido unos consumidores tan patéticos y atolondrados. Pero así es la vida.

Y, a todo esto, aún nos resta describir lo que sin duda es la otra gran cima del deseo pelonero, una cima de poder y superioridad, anhelada desde la más tierna infancia como el requisito fundamental para alcanzar la gloria dentro del mundo de los seres rapados, calvos o pelados. Me estoy refiriendo, creo que huelga decirlo, a ese monstruo de metal, plástico y caucho llamado ciclomotor o scooter, y al que los pelones gusta denominar simplemente moto. Ir sentados en ella, zigzagueando entre los coches, dando tumbos y haciendo el caballito, acelerando al máximo, derrapando y, sobretodo, haciendo el mayor ruido posible, es la gran satisfacción de los amigos pelones. Es entonces cuando en efecto se sienten orgullosos, casi como hombres, henchidos por vivir al límite de lo legal, por rompes barreras y normas, por transgredir, en definitiva.

A mí me repugnan, sobretodo cuando mis vecinos pelonetes, que también los tengo, les da por poner música a todo volumen a las dos de la mañana, o cuando agujerean el tubo de escape de su cacharro metálico y dan vueltas por la ciudad destrozando tímpanos y cualquier atisbo de palabra articulada. A veces, en mis salidas a las afueras de la ciudad, o incluso en el monte, tengo la desgracia de tropezar con algunos de ellos, con sus berrinches continuos y absurdos comentarios, e intento seguir otro camino. No cansados de infestar la urbe día tras día, necesitan buscar nuevos horizontes, nuevas zonas que contaminar. Huyes de ellos nada más puedes y resulta que allá donde vayas te los encuentras. Es una consecuencia de la proliferación incontrolada de esta plaga. Cada vez son más y más y no parece que a nadie le importe. No se trata de juventud, en absoluto. Ellos no son juventud, son basura, mierda en esencia importada desde las grandes multinacionales de la imagen y la personalidad, vía televisiva. Y como a medida que pasa el tiempo hay más gente y más televisión, también hay más basura; también hay más pelones.

Lo que en resumen quiero transmitir es que viendo a un pelón no estamos captando en absoluto la propia juventud. Sólo alcanzamos a intuir que hay juventud en ellos, porque su apariencia y su físico así nos lo sugieren, pero no es cierto. De hecho, son mucho mayores que los graciosos abueletes de la tercera edad. Están cerca de la muerte, cerca del fin definitivo y total, y todo porque son puro vacío de vida. Es lastimoso llegar a comprenderlo, y habrá sin duda quien no querrá aceptarlo, pero es un hecho. ¿Qué cómo me atrevo a decir algo así, que quién me creo que soy para dictar lo que es juventud y lo que no?

La respuesta es sencilla: sé dónde está la verdadera juventud porque yo mismo fui un pelón en el pasado y conozco ese mundo. Al mismo tiempo, ahora estoy descubriendo el otro mundo de la juventud, el lado más oscuro y desconocido pero lamentablemente menos difundido y apreciado. Entrar en la onda pelona es hacerlo en un cosmos de total superficialidad e imbecilidad. Alcanza las mayores cotas cuando los pelones se reúnen en las viejas y tétricas catedrales del alcohol, el ruido y las luces de neón revoloteando como pájaros brillantes encima de carroña fácil. Allí, en lugares donde el alma juvenil es ablandada y domesticada para siempre, donde la esencia de juventud es tirada a la basura y reemplazada por facilona sumisión y acatamiento de normas impuestas desde el exterior, es allí, digo, cuando los pelones se hacen como tales, donde todo su mundo es concentrado y exaltado, cuando se creen los amos del Universo.

Es tan enorme el patetismo que rebosan que me parece increíble, ahora que lo veo desde fuera, que puedan soportarlo ellos mismos durante tanto tiempo. Y en esto no soy subjetivo, se trata de mi propia vida. Me miro antes, en mi época de desgraciado pelón, y no encuentro más que vacío, una simpleza indescriptible. ¿Era yo aquello? ¿Guardaba alguna relación con un ser humano hecho y derecho? No lo creo. Haber sido testigo de lo que implica ser un calvo payaso mequetrefe, o sentirse como tal, es humillante. Me gustaría poder borrar por completo ese recuerdo, mi etapa más hueca y merluza. Estoy ahora acordándome de mis noches en las catedrales del histerismo, dando saltos de un lugar para otro, hablando de dios sabe qué con dios sabe quién, meando en una esquina, como grandioso fantoche del sistema y de los designios de la sociedad, y me vuelven las náuseas.

Pero ¿cómo demonios llegué a ser tan cretino, tan berzotas, cómo alcancé esas alturas de la memez más absoluta? Pues creo que todo el mundo, y yo mismo como protagonista, tuvimos la responsabilidad. La culpa recae, al cincuenta por ciento, en mi persona, y la otra mitad corresponde a padres, televisión, sociedad y amigos. Cuando uno es joven, lo suficiente para aún no haber decidido por donde debe transcurrir su vida, es vulnerable. Es vulnerable a todos los influjos externos, por ejemplo debido a la dejadez de tus progenitores. No es que no te ayuden o aconsejen, por supuesto que lo hacen, a veces lo hacen hasta aburrir, sólo que pueden significar un estorbo mucho mayor de lo que ellos creen. Los padres no deben orientar al adolescente hacia el camino adecuado, sino que deben mostrarles los caminos que hay. Porque hay más de uno, eso es lo frustrante de toda esta historia. De nada sirve que nos digan que no bebamos o fumemos, o que controlemos con la moto. Eso es pura bazofia burguesa. Lo que deberíamos decirnos, lo que realmente haría abrir los ojos a la atontada y adormecida sociedad juvenil del momento, sería esto: “Estáis viviendo una puta mierda de vida, un completo y total desperdicio de tiempo y esfuerzo, no estáis más que llenando de basura vuestro mundo, que empieza a caerse a pedazos, estáis dando al traste con el futuro, con el progreso, y con la puta evolución que se supone tendréis; nada más salir del huevo, ya habéis fracasado, habéis muerto. Sois materia inerte”.

Claro que los padres tienen un gran amor por sus hijos, ¿cómo van a decir tal cosa? Pienso que si realmente les quisieran, si pensaran en su futuro y en su vida como seres humanos, se lo dirían. Ellos quieren dar libertad a sus hijos, y esto es fundamental, pero en ocasiones la libertad es viciada por la sociedad, siempre ávida de nuevos reclutas para engrosar sus filas del conformismo y la unidad juvenil. Hacerles ver que hay otros senderos, nuevos y desconocidos caminos que tal vez valga la pena recorrer, es el mejor regalo que los padres pueden hacer a sus hijos.

Después nos encontramos con la televisión y la sociedad. Joder, esto es un poco más complicado. ¿Miramos la televisión o ella nos ve a nosotros? Largos y farragosos tratados sociológicos se han escrito sobre el poder la televisión a la hora de modelar gustos, atraer consumidores y conseguir que se interesen por las vidas de los demás, siempre mucho más banales que las nuestras. Los jóvenes, y los pelones entre los que más, adoran la televisión, sobretodo esos pueriles y políticamente correctos seriales que pululan por todas las cadenas después del refrigerio nocturno. Y, como idiotas, los pelones y sus parientes quedan embobados ante el transcurrir de las imágenes, y absorben actos y actitudes, modos y formas, expresiones y estética, para su mejor desarrollo como seres humanos plenamente integrados y sodomizados. Ya han sido contaminados, imbuidos en el ideal de persona social y sociable, en la necesidad imperiosa de palabra, acción y succión. En eso consiste la televisión, a grandes rasgos.

Y, por último, tenemos a los amigotes, a los compañeros y camaradas siempre a nuestro lado. No lo hacen conscientemente, no es consecuencia de una acción suya deliberada, pero la verdad es que arrastran hacia sí, hacia la masa en que se han convertido todos juntos, a tantos amigos como pueden. Probablemente, si no eres como ellos, tarde o temprano caerás en la red. Está comprobado. He tenido amigos que no querían entrar en el rollo pelón, que odiaban las catedrales del alcohol y el griterío, y que rechazaban cualquier relación con ellas. Era cuando tenían catorce o quince años; a los dieciséis iban allí encantados, se corrían de gusto al hablar del fin de semana, y te instaban a seguirles, a continuar su camino. Obviamente, eran del todo inconscientes de que habían caído en la trampa, pero tampoco hubiera servido de nada habérselo dicho.
Me canso de contaros todo este rollo, lo admito. No me considero ningún dios omnipotente que haya visto y vivido cuáles son los caminos que las personas deben seguir y haya bajado a la tierra a proclamar la buena nueva y a pedir un cambio en los pelones en particular y a la juventud en general. Ya es tarde para eso. Ojalá fuera ese dios omnipotente y con un spray adormecedor pudiera atontar (un poco más aún) a los insulsos pelones y hacerles ver qué sendero es el que te hace sentir vivo.

Pero en el fondo tampoco es eso lo que quiero. Tampoco quiero ser yo quien decida por ellos y ellas. Tienen que captar dónde se encuentra su vida en este instante y actuar, por sí mismos, en consecuencia. Lo que sí que eliminaría sería la gran caja estúpida, las modas y las muchas convenciones, acuerdos, protocolos y demás mierda que se supone deben seguir los jóvenes como parte de su integración a la sociedad. Incluso hasta de paso podría querer hacer desaparecer la misma sociedad, total ¿para qué demonios sirve? Las cosas buenas y aceptables para el ser humano que posee son rápidamente lapidadas por otras miles, alienantes y miserables, que nos obliga a seguir a rajatabla.

¿Que qué quiero, qué pido, qué anhelo? Muy simple. Quiero un mundo donde los jóvenes, pelones o no, tengan opción de elegir, tengan voz y voto más allá del que pueden aportar en las elecciones democráticas y que puedan y tengan como principio más básico el poder de decidir qué quieren ser, cómo quieren vivir y de qué manera. Pero no me refiero a cuestiones materiales. Hablo de espíritu, de personalidad, de carácter. Los pelones, pobrecitos ángeles, me hacen daño, llevan años haciéndomelo, pero el mayor y más terrible daño se lo están haciendo a ellos mismos; quiero una sociedad que aliente una vida total. Lo del alcohol, la hierba o el sexo me importa un cojón, sienta bien de tanto en tanto, no lo eliminemos. Anhelo la posibilidad de encontrar alguna vez a una joven y que, indecisa, pregunte por dónde debe seguir su existencia; pero que no vaya a un párroco, a un psicopedagogo, o al amigo de turno. En la actualidad, las respuestas serían: ‘el camino está en Dios, hijo mío’; ‘el camino está en ser bueno y social, chico’; ‘el camino está en las motos, las discotecas y el fútbol, colega’. Y eso es lo que no quiero. Mi respuesta sería fácil: ‘no tengo la más puñetera idea. Habla con tu conciencia y a ver qué dice ella’.

Sé que esto queda lejos de la realidad. Los pelones no tienen la culpa de lo que les sucede; o la tienen en parte, como mucho. Lo que más detesto de ellos no es su forma de ser, de vestir o los sitios a los que van, o el daño y el incordio que, invariablemente, provocan allá donde vayan. Lo que de verdad es para mí terrible, aquello que me parece insoportable y que me destroza el corazón y la mente, es saber que otros han elegido por ellos y que no se han percatado de este hecho; no han decidido su vida, ya no es suya, están sujetos y encadenados al tipo de vida que quieren que vivan.

A quienes son los responsables de tamaña inhumanidad, a todos aquellos que les parece aceptable tal situación e incluso se enorgullecen de que su hijo esté entre ellos, a todos estos seres repugnantes los pondría yo en la pira de que hablaba al comienzo, en lugar de los pelones. Verlos consumirse lentamente, sufriendo y abrasándose el alma. Entonces, al menos, me sentiría satisfecho. Porque a fin de cuentas eso es lo que están haciendo ellos con nuestra preciosa juventud.

JSG, 26-28-2-2005

20 de abril de 2005

Ya hay otro...

Así es, en efecto, los católicos ya tienen su nuevo símbolo... al menos durante unos cuántos años más. Porque joven, lo que se llama joven, no es el nuevo Papa. Seguramente no será más que un parche temporal hasta la llegada del verdadero Papa del siglo XXI.

Pero, ¿y a mí qué me importa el Papa, la Iglesia o Satanás, qué gano o pierdo yo o de qué manera me afecta la elección del sujeto este? Realmente, para los que no somos católicos, ni cristianos, ni de ninguna religión en absoluto (aunque sí nos interesen cuestiones espirituales, no hay ninguna contradicción en ello), ver a uno o a otro desde su ventana repartiendo bendiciones, con los ademas de sus callosas manos, mientras recita el sermón de turno, es algo que nos la trae floja, pero floja a más no poder.

Y ello es así, entre otros motivos y al menos en mi caso, porque soy consciente del enorme poder e influencia de la Iglesia, de su gigantesca capacidad de acción y decisión, de las muchas maneras que puede intervenir en el devenir del mundo, ya sea política o socialmente, y de la escasa, o más bien nula, voluntad que desde los aledaños del Vaticano impulsa a Papas, obispos y demás fauna a emprender las supuestas acciones en favor de la Humanidad que, a priori, deberían constituir la razón de ser de la propia Iglesia. No hay ningún interés en solucionar conflictos, mediar entre tensiones, salvar vidas humanas, mover conciencias (no hacia sus credos, sino hacia la libertad y la paz) y, en general, estimular a las gentes del mundo hacia una existencia más digna, ofreciendo su ayuda.

Con todo el arsenal de recursos que la Iglesia posee, ello debería ser una de sus fuerzas fundamentales, pero al parecer es suficiente con unos cuántos misioneros aquí (a los cuales hay que agradecer infinitamente su labor incansable, por otra parte), unos pocos solidarios allá y las labores de tantos otros voluntarios. ¿Eso es todo, no se puede hacer nada más?

Claro que tampoco hay que ceder esas responsabilidades a la Iglesia únicamente. Los mismos estados están en mejor posesión que nadie para intentar solucionar todas las dificultades de sus pueblos. De ello hablaremos, seguramente, en otra ocasión. Pero ya que la Iglesia contempla un aparato logístico y, sobretodo, económico, tan gigantesco, siempre me ha fastidiado ver a los grandes obispos y Papas rodeados de lujos y comodidades terrenales, en el colmo de la hipocresía (¿no se insta generalmente a los fieles a alejarse de lo material y a entrar en armonía con Dios? ¿qué hacen pues, los grandes señores de la Iglesia con tanto oro a su alrededor?), mientras sus adeptos, en todo el mundo y en cualquier rincón, adolecen de sus más principales necesidades.

Supongo que será indiferente un Papa u otro. Y tal vez sea demasiado ingenuo, porque si la Iglesia lleva cientos de años (miles, de hecho) sin interesarse de verdad por la vida y el bienestar de los suyos, ¿por qué habría de ser diferente mañana?

Lo dicho, me importa un pepino quién lleve la cruz, quién salga en los telediarios con su costosa vestimenta, quién bendiga a sus fieles, quién lea los sermones el miercóles de cada semana (¿o era el martes...?), o quién aparezca en nombre de la Iglesia. Y no me importa porque los grandes problemas del mundo, los que realmente merecen tantas horas de televisión y tantos espacios especiales, seguirán siendo ignorados, sea quién sea el líder de la Iglesia.

Y eso es muy triste.

19 de abril de 2005

Inicio el camino

Bienvenidos todos los que, seguramente por error, vayáis a parar a este humilde blog.

Poco a poco iré publicando algunos comentarios que necesito compartir o, al menos, expresar. No sé si a lo largo de este recorrido por la red habrá alguien que sea tan generoso como para perder su tiempo aquí, pero quien lo haga tendrá, por lo menos, mi aprecio y amistad, ya sean sus opiniones favorables o destructivas.

Recordad que soy un hermitaño, y aunque por naturaleza tienda a alejarme de la gente, de vosotros no lo haré, estad seguros. El adjetivo cósmico se relaciona con mi forma de vida y con mis aficiones, que ya conoceréis (si es que a alguien aparte de mi mísmo ello puede llegar a interesarle, algo francamente dudoso). De cualquier manera, un hermitaño cósmico no es otra cosa que un ser meditabundo, errático, e introspectivo que se dedica a reflexionar sobre las grandes revelaciones de la vida y del mundo, con el aditivo de interesarse también por todo lo que ocurre (o ha ocurrido ya, depende del punto de vista) allá arriba, en el negro terciopelo del espacio estrellado.

Ése soy yo, para bien o para mal. Y, por suerte, ha sido el camino elegido. Otros no han sido tan afortunados.

Nos vemos pronto, compañeros. Sed buenos y vivid lo mejor que podáis.