19 de julio de 2009

Elogio de la vida sencilla



Contesta (por favor te lo pido), a esta cuestión: ¿qué necesitas? Piénsalo bien. Medita sin prisa. Pero ¡cuidado!, porque de tu respuesta puede depender (rectifico, depende, ha dependido y dependerá) lo que harás, querrás y serás a partir de hoy. La pregunta es muy sencilla; la respuesta, claro, lo es aún más.

¿O puede que no lo sea tanto? Tal vez no, en efecto. Tal vez se trate de una pregunta cuyo planteamiento nunca nos hemos hecho, o que nunca nos ha importado, o que, quizá, nos haya atormentado responder, porque puede que el veredicto derrumbe lo que estamos haciendo, adquiriendo y siendo, todo por lo que estamos luchando.

Las largas jornadas de trabajo, el impulso por tener, el ansia por abrazar y hacer nuestro; el cansancio al volver a casa, el vacío mental, el indispensable ocio, si bien improductivo y trivial. Depresiones, enfermedades, rostros amargados, vidas en común puestas en peligro por lo que creemos necesitar, lo que suponemos imprescindible y sin lo que, no sólo no seríamos lo que somos, sino que (creemos) ni siquiera seríamos algo.

Nunca se me ocurriría decir a los demás cómo vivir; jamás toleraría o vería con buenos ojos a alguien que lo hiciera. Únicamente interrogo: a aquellos que sufren, que les cuesta horrores y sienten como languidece su vida por tratar de mantener en la vía un tren material que remolca demasiados vagones, a estas gentes, les pregunto: ¿por qué? A los que se quejan por el trabajo, los que piden reducción de horario y aumento de sueldo: ¿por qué? A quienes entran en los hogares, agotados, arrastrando los pies, ahogados por el sentimiento de tener mucho pero, en cambio, no tenerse a sí mismos, a ellos también les preguntaría, ¿por qué?

¿Dónde se inscribe la línea que separa la necesidad de la abundancia, la carencia de la opulencia, lo que precisamos para el buen vivir de lo que ya es pura pompa, fastuosidad asquerosa y derroche enloquecedor? ¿Cuántos de nosotros estamos yendo más allá de lo que podemos, cuántos ya hemos cruzado esa línea y ni siquiera somos conscientes de ello?

Los que, por simple azar, por herencias o juegos, los que, o por trabajo duro o pelotazos desorbitados, llevan desde siempre bañando sus pies en la riqueza, en las aguas del dinero, a éstos poco se les puede reprochar. Han llegado a lo prohibitivo, a las alturas y al margen que transforma la vida en circo, el comer en vicio, la bebida en agonía. Poseen tanto, que ni siquiera saben qué poseen; mejor dicho, lo más probable es que sean ellos, y no los objetos, los poseídos.

Pero éstos no destruyen sus vidas por alcanzar su patrimonio. Lo que apena es la gente corriente que desea y no puede, que (se) mata por tener, que malvive por adquirir, por ser como aquellos, los opulentos, cuando son (financieramente) del montón. De ahí volvemos a la pregunta inicial: "¿qué necesitas?" No la confundamos con ¿cuánto necesitas?, cuestión que nos abrasa ya sólo al formularla. No midamos la vida en términos de cantidades, sino de cualidades. Evitemos los números; hablemos de valores, de atributos humanos.

El hombre de la fotografía (que bien podría ser mi abuelo, con su sombrero de paja, pantalones de fontanero, manos diestras, paciencia infinita y sabiduría de la que en verdad cuenta), tiene bien poco. No es necesario verlo; lo sabemos. Pero fijémonos en los colores que florecen a su alrededor, la luz brillante que tosta sus vetustos brazos; el silencio que se adivina flotando sobre su cabeza, el gusto de recoger y adecentar esas delicadas obras de arte; la satisfacción de no tener jefes, superiores o empresarios a los que rendir cuentas o pelotear. Sin tener apenas nada, forma parte de todo. Él es el Todo. Vive, revive y supervive. Un Dios, un Demiurgo que crea y recrea. Sabe lo que necesita. Y lo que no.

Y tú, ¿lo sabes?

10 de julio de 2009

Ley de vida y norma social

Si posees, pues vives.

Si consumes, pues vives.

Si sigues modas, pues vives.

Si generas ruido, pues vives.

Si llamas la atención, pues vives.

Si no reflexionas, pues vives.

Si acatas las normas difíciles, pues vives.

Si violas las fáciles, pues vives.

Si te dejas llevar, pues vives.

Si todo te es indiferente, pues vives.

Si lees y haces lo que todos, pues vives.

Si piensas como los demás, pues vives.

Y si vives sin saber que estás vivo, o lo que ella, la vida, o tú, podríais ser, ... en efecto, entonces también vives.

...

Yo, desde luego, prefiero la "muerte".