"Empleaban su vida, no según leyes, estatutos o reglas, sino según su voluntad y franco arbitrio. En su regla sólo figuraba esta cláusula: HAZ LO QUE QUIERAS, porque gentes libres, bien nacidas, bien instruidas, que conversan en honesta compañía, tienen por naturaleza un instinto y aguijón que, siempre, los empuja a obrar correctamente y los aparta del vicio"
Citado en La revolución cultural, de Luis Antonio de Villena, Planeta, 1975.
30 de agosto de 2014
Acopio
En las postrimerías de este suave y extraño verano, hay que
ir ya pensando en el cambio de estación que se aproxima. Aunque por estas
tierras el otoño es corto y suele camuflarse entre los solsticios, y es posible
que no llegue hasta bien entrado noviembre (este año pasado recuerdo haber
nadado en la playa el 5 de ese mes…), tarde o temprano, el frío vendrá. Y, con
él, las ganas de reconfortarse al calor de un buen fuego.
Con ese fin he estado recolectando leña. Mi padre, más
indiferente, me dice que por diez euros tienes toda la quieres (y, en efecto: cerca de
nuestra casita, precisamente, hay una
explanada en donde un joven sierra, apila y empaqueta grandes cantidades
y las vende a buen precio). Sí, ya lo sé; y, sin embargo…
En los últimos días dos esforzados operarios han estado
podando los naranjos de los campos que nos rodean. La sierra eléctrica rugía
entre las verdes copas, y el aire se impregnaba de serrín. Al último día me
acerqué a los hombres y les pregunté si me podía hacer con los tronquitos
recién cortados, que ellos amontaban en la base de los árboles. Me contestaron
que no había problema, de modo que, contento, empecé la recolecta…
No es un trabajo cómodo: el espacio entre hileras de árboles
está ocupado por los restos de ramos con hojas (destinados a ser quemados) que
impiden el paso, por lo que debes meterte por debajo de los naranjos,
pinchándote y tropezando la espalda con las ramas bajas. Además, al atravesar
los árboles cuando recoges los leñitos (pese al diminutivo, a veces pesan
quince kilos y miden más de un metro de gruesa madera…), alguno puede
escaparse de tus manos, de modo que atrapas menos y haces más viajes hasta el
camino principal… o te arriesgas a que algún madero te caiga en los pies. Yo
opté por esta segunda opción, más rápida, aunque admito que me magullé las patas en un par
de ocasiones…
Luego, una vez dispones de toda la leña sobre la senda, toca
trasportar. El calor de agosto, aunque más soportable que otros veranos
previos, se ve que facilita la segregación de mis feromonas, pues en el
trayecto de ida y vuelta, cargado con los tronquitos, las alegres moscas
posaban sus adorables cuerpecitos alados en mi sudada piel y aprovechaban mi
indefensa situación para darse una buena ración de plasma fresco. Malditas…
En un par de mañanas pude completar la tasca. Cuando lo
hice, asentí satisfecho; no era mala provisión. Y, además, gratis (“te has
ahorrado diez euros”, le dije a mi padre, que miraba el montón de compacta
materia vegetal, asintiendo). Sólo había empleado unas pocas horas, y no había
perdido nada (bueno, excepto algo de sangre…). Eso sí: acabas sudado, agotado,
con las ropas sucias de resina, el pelo pegajoso, los pies con algún corte
superficial, las manos con callos… Es decir, acabas en la gloria.
Bien, pues ahora sólo resta darle vida a la sierra
eléctrica, limpiar los troncos, partirlos y almacenarlos, cubriéndolos con una
malla para evitar que la lluvia (pero, ¿lloverá?... llevamos casi un año en
blanco… me temo que, cuando lo haga, será un verdadero horror) pudra la leña.
Y, cuando el verano se bata en retirada y hagan entrada el
frío nocturno y la humedad que penetra en las paredes, cerrar las ventanas y
las luces, encender un buen fuego y, en silencio, dejar que pase el tiempo.
Leer, soñar, escribir, abrazar, imaginar, recordar y sentir.
Y que todo vaya siguiendo su curso, una vez más.
(Imagen: El Hermitaño)
19 de agosto de 2014
10 de agosto de 2014
'Lacrimosa', por San Lorenzo
Sucedió hace mucho tiempo,
pero al parecer los cielos siguen llorando aún hoy por aquel horrible suceso.
Tal vez deberían hacerlo igualmente en recuerdo de muchos otros, pero la
tradición cristiana, como cualquier tradición, sólo contempla sus propios
sufrimientos y sólo a ellos los ennoblece.
Pues bien. El 6 de agosto
del año 258 un prefecto de Roma acababa de ejecutar al Papa
Sixto II. En medio de este ambiente de violencia y terror, cuatro días después
el mismo prefecto urgió a un diácono cristiano, llamado Lorenzo, que le
entregara cualesquiera objetos valiosos que poseyera la iglesia. Lorenzo, al
cabo de poco tiempo, regresó hasta el puesto del funcionario romano acompañado
por un grupo de gentes pobres, desvalidas y enfermas y proclamó, según reza la
tradición, desde luego, que aquellos eran los más nobles tesoros de que
disponía la iglesia. El prefecto, irritado, ordenó que mataran a aquel
insolente. Siempre desde la historia cristiana, la ejecución fue llevada a cabo
con una crueldad insoportable: ataron a Lorenzo a un asador de metal,
encendieron un bravo fuego justo debajo y vieron cómo Lorenzo ardía,
carbonizándose su cuerpo hasta quedar reducido a cenizas.
Aquella noche el cielo se
comportó de un modo extraño. Aparecieron por doquier estrellas fugaces, que
resplandecían y llenaban el firmamento surgiendo desde la constelación de
Perseo, iluminando la noche, a modo de lacrimosa despedida por el penoso y
triste fin de Lorenzo. Naturalmente, aquellas estrellas fugaces pasarían a la
posteridad como las “Lágrimas de San Lorenzo”, y aunque este año la Luna Llena
nos va a impedir contemplar el espectáculo con toda su magnificencia, nunca
está de más una ojeada para vislumbrar algún rastro de luz entre la noche veraniega.
Sin embargo, habrá que recordar que hay que mirar al este, pues no hay que
confundir las lágrimas del santo, que brotan desde la constelación de Perseo
(por eso se denominan, también, Perseidas),
con otras lágrimas esporádicas que aparecen por todo el firmamento. Es bueno
(siempre es bueno…) buscar un sitio alejado de las luces, de los ruidos y las
multitudes para apreciarlas mejor, tumbándose en la arena de la playa o con el
saco en medio del bosque y aguardar, con paciencia, a los visitantes cometarios.
Quizá se vislumbren uno de ellos por minuto, o quizá algo más…
Las lágrimas, en términos (digamos) laicos, en realidad no son más que
pedacitos insignificantes de cometa, que éste va dejando a su paso por el
sistema solar interior a medida que se acerca al Sol en su alargada órbita. Y,
en este caso concreto, se deben a las partículas que el cometa Swift-Tuttle
pierde y expele al espacio interplanetario. Cuando la Tierra atraviesa ese
rastro de desperdicios cometarios (cuyos tamaños varían entre el de granos de
arena a ciruelas), impactan con la atmósfera de nuestro mundo (mundo que,
recordemos también, viaja a la nada despreciable velocidad de 30 kilómetros por
segundo, o unos 100.000 por hora); la
fricción del choque eleva la temperatura de las partículas hasta hacerlas
brillar, ardiendo (como ardió el cuerpo de Lorenzo…) y emitiendo un surco de
luz que atraviesa el cielo.
Es bien sabido que, en
nuestra cultura, se pide un deseo al ver una estrella fugaz (en Chile hay que
coger una piedra si queremos que se cumpla), y se asociaba su visión a la
muerte de alguien. En otros lugares, como es lógico, les dan otro significado
al de la tradición cristiana. Los rusos, por ejemplo, sostienen que se trata de
los diablos que el cielo ha expulsado; en Estados Unidos, tribus californianas
veían en ellas las “heces de las estrellas”, y a cierto tipo de estrellas
fugaces muy brillantes y que dejan a veces una estela de luz (llamados bólidos) les consideraban espíritus
caníbales que perseguían almas perdidas con el fin de devorarlas. Curiosa es la
interpretación que se les hace en Filipinas: al parecer, allí las lágrimas son las almas de los
alcohólicos que, al transitar por el firmamento negro, recitan una canción, una
admonición a quienes están en la Tierra y que reza: “No bebáis, no bebáis”.
Estas almas tratan de alcanzar el cielo, pero por la noche las vemos cómo,
invariablemente, vuelven a caer a la tierra…
Las Lágrimas de San
Lorenzo serán visibles este año, Superluna mediante (coinciden las Perseidas,
en efecto, con el perigeo lunar, el punto en que más cerca se halla de la Tierra),
desde hace unos días hasta el 22, aproximadamente, pero sobretodo en la noche
del 12 al 13, que es cuando acontece el máximo de actividad. Como la Luna
estará llena justamente por estas fechas, lo mejor es observar justo después
del anochecer y hasta medianoche, porque entonces nuestro satélite aún no habrá
aparecido por el horizonte y no entorpecerá la visión de los meteoros más
débiles.
(Imagen: Darryl Van Gaal, en APOD)
7 de agosto de 2014
Pasión-Amor-Amistad
"El dominio mutuo, la conquista definitiva sucede al proceso del cortejo. Es la decisión de aceptar al objeto o persona amados. Esta decisión se encuentra teñida de sombras y nunca comporta seguridades y certezas absolutas. Pero lleva a instaurar una particular situación de diálogo y de transposición de valores. Se trata de la instauración de un sujeto compartido: de un yo que es tú y viceversa. Es el dominio absoluto de uno por el otro. La más absoluta enajenación. Por eso se vive como una especie de locura. Y, por eso, quien ha llegado a este momento parece, a ojos de los demás, alguien enloquecido. Alguien poseído por la sagrada manía del amor [...].
Sin embargo, el culmen del proceso del amor se encuentra en la vida diaria, en el diario compartir común de tareas, sentimientos y dudas. Es el amor vivido en la normalidad, sin estridencias. El amor duradero. El amor que crea sentimientos de ternura infinita. En este estadio, el amor debe resolver pruebas contundentes y muchas veces se verá amenazado de muerte.
Pero el amor desemboca en una verdadera paradoja: en la amistad más sincera, que lleva a compartir de un modo natural lo que se ha debido conquistar o lo que ha estado matizado por la fuerza de la pasión. La amistad es el triunfo del amor más profundo. Ya no necesita manifestación estridente alguna. El amor como amistad ha superado toda violencia y se establece sobre la igualdad, sin necesidad alguna de estar dominado por el poder. Es el destino para el que prepara los sinsabores de un verdadero proceso amoroso."
Ignacio Izuzquiza, en 'La filosofía como forma de vida', Síntesis, Madrid, 2005.
Sin embargo, el culmen del proceso del amor se encuentra en la vida diaria, en el diario compartir común de tareas, sentimientos y dudas. Es el amor vivido en la normalidad, sin estridencias. El amor duradero. El amor que crea sentimientos de ternura infinita. En este estadio, el amor debe resolver pruebas contundentes y muchas veces se verá amenazado de muerte.
Pero el amor desemboca en una verdadera paradoja: en la amistad más sincera, que lleva a compartir de un modo natural lo que se ha debido conquistar o lo que ha estado matizado por la fuerza de la pasión. La amistad es el triunfo del amor más profundo. Ya no necesita manifestación estridente alguna. El amor como amistad ha superado toda violencia y se establece sobre la igualdad, sin necesidad alguna de estar dominado por el poder. Es el destino para el que prepara los sinsabores de un verdadero proceso amoroso."
Ignacio Izuzquiza, en 'La filosofía como forma de vida', Síntesis, Madrid, 2005.
6 de agosto de 2014
Los memos
Paseaba tranquilamente, unos días atrás, por las montañas cercanas a Gandía cuando llegué a aquel parque, donde suele el gentío organizar y preparar sus paellas y barbacoas. Y, al mirar su interior, me detuve en seco.
Aquel espectáculo me puso, sí, de muy mala leche.
Y no me suele suceder, pero ver aquella acumulación de desperdicios, de mierda, dejadas allí por unos imbéciles (ésos y aquellos otros que arrojan al suelo, entre los pinos y fuera de los contenedores su inmundicia [suya, sí, porque forma parte de ellos, no es algo externo de lo que prescindan... es su yo], unos imbéciles incapaces de depositar sus residuos en la papelera situada (obsérvese bien la fotografía...) a escasos centímetros de la mesa... ver aquello fue como una patada en las partes nobles, una risa de desprecio esbozada por aquellos anónimos (ellos mismos despreciables...) seres.
Y, entonces, me pregunté si valía la pena, si merecía el esfuerzo ofrecer tanto bienestar a quienes no son capaces de entender un carajo: ni de dónde vienen, ni adónde irán (cuando no sean más que polvo y huesos dentro un ataúd, quizá dentro de no mucho tiempo...), ni cuál es su relación con el entorno, entorno que ellos ven como otra diversión más, a la que no deben respeto ni cuidado; únicamente se aprovechan de él, de ese entorno, lo fuerzan, exprimen su jugo y luego desaparecen, sin considerar nada, sin atender a rogativas, a carteles que intentan educar su lamentable comportamiento habitual... No sirve de nada, porque la naturaleza es, no ya su amiga, sino una mera ramera, a la que violar cuando se les antoja, y escupir a la cara en cuanto les ha satisfecho su deseo.
Y me respondí a mí mismo que no, que no merecen ese privilegio. Que cuando la educación inculcada es tan insuficiente, tan mezquina y fútil, tan carente de valores cívicos, lo mejor es prohibir. Y prohibir para siempre, además. Recordé, entonces, la película "Minority Report" (basada en la novela homónima del gran Philip K. Dick), y su pre-detección de los homicidios y los atracos... Y lamenté que algo así no exista ya, pero aplicado a quienes dañan el mundo natural. A todos aquellos que echan una colilla en el bosque, a quienes maltratan a un perro callejero o a quienes vierten sustancias tóxicas en los ríos... Poder predecir que lo harán, y acudir para evitarlo. Y juzgarles. E impedir que pisen otra vez el santuario natural, que dejen caer unas gotas de lejía en el agua que fluye o que se acerquen a menos de cincuenta metros de cualquier animal...
Y que todos sepan cuáles son sus rostros, cómo se llaman; dónde viven, incluso. Que se sepa quiénes son los que nos hacen daño, a nosotros y a todos los demás. Quienes no aman nada, ni siquiera a sí mismos. Sólo conociendo se puede respetar; y ¿cómo van a conocer, aquellos mendrugos que se sentaron en el merendero, algo de la grandeza que les rodea si no saben nada ni de ellos mismos? Si precisan de jolgorio, del ruido, de la actividad constante, para no centrarse en sí mismos... so pena de huir aterrados ante lo que puedan descubrir en su mismo interior, ¿qué podemos esperar que respeten, que cuiden, que mimen?
Nada, ni a nadie.
Tras el instante de rabia, de impotencia, todo se trocó en asco. Y, sobretodo, en lástima. Me apena que haya seres así. Es triste.
Demasiado triste...
(Imagen: El Hermitaño)
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