Algo más de dos meses después, un servidor concluye su periplo laboral en este año, al menos de momento. Es bueno detener la máquina hacedora de dinero y cambiar de registro. No obstante, hay algo que aquellos que trabajan todo el año están consiguiendo y yo no: arrancan mucho billete y pueden costearse todos sus gastos y, además, pensar en el futuro, conseguir la independencia y, en el caso de unos pocos, hacer realidad sus sueños. Y todo por el maldito dinero. Mi caso, por el contrario, no me facilita en absoluto mi independencia y sólo el hecho de llevar una vida tan austera como la mía me permite sufragar los gastos que, aun siendo pocos, existen.
Por eso, hasta cierto punto, les envidio. Ojalá pudiera encontrar un trabajo estable y estimulante en el que me pagaran por hacer aquello que me gusta. En mis escasos meses de actividad laboral he aprendido mucho y he conseguido muchas cosas. Los billetes son lo menos importante, me puedo limpiar el trasero con ellos, porque a fin de cuentas son ellos los responsables de que el mundo no se escuche a sí mismo y tengamos todos los problemas en nuestras vidas. Si bien lo miráis, por un motivo o por otro todo se deriva de la falta (o abundancia, en menos casos) de papel timbrado.
No, aquello que más valoro de mi paso (de puntillas...) por el sistema ha sido la gente que he conocido: gente amable, humana, simpática, agradable, entrañable y maravillosa en momentos, y gente hostil, malhumorada, criticona, estúpida y cerril en otros. Los dos polos de la sociedad actual, en definitiva. Gente que de tan atenta casi te hacía llorar y gente que pasaba por tu lado sin decir ni mú y con la mirada altanera y arrogante.
Empiezo a echar de menos el trabajo diario, y no porque carezca de actividad ahora que no estoy allí, sino porque me había amoldado a esas ocho horas siete días a la semana, porque había conseguido estar a gusto, superar las mierdas inherentes al propio trabajo, ignorar a quienes tenían el cerebro lleno espaguetis y abrazar a los que con su sonrisa y bondad te hacían todo más fácil.
Pero ahora tocan los libros, la exploración, la escritura y la introspección. ¿Hay alguien en este mundo loco que trabaje duramente cuatro meses al año y el resto lo pase viviendo la vida padre, sin lujos ni opulencias, sólo vida sencilla? Un trabajo temporal durante 130 o 140 días sin descanso y, después, tiempo para vivir. ¿Ha habido alguien capaz de conseguirlo? ¿Hay trabajos así en alguna parte?
Tal vez eso sería lo que necesitaríamos muchos de nosotros.
3 comentarios:
No sé, Hermitaño, la vida no se puede plantear en esos términos, creo yo... En cuanto a lo de encontrar un trabajo estimulante, no es posible. Después de un año todo es repetitivo. Y en lo de la gentuza insufrible, tienes toda la razón. Pero, como bien dices, el dinero paga las facturas. Así que, a callar.
No sé, Hermitaño, la vida no se puede plantear en esos términos, creo yo... En cuanto a lo de encontrar un trabajo estimulante, no es posible. Después de un año todo es repetitivo. Y en lo de la gentuza insufrible, tienes toda la razón. Pero, como bien dices, el dinero paga las facturas. Así que, a callar.
Entiendo tu postura, amiga arbiera. Sé que trabajar cuatro meses al año en algo medianamente bueno es una visión de la vida claramente heterodoxa y un poco alejada de lo que realidad social ofrece.
Sé de oficios, como trabajar en un crucero seis meses al año, en los que esto es posible, y si eres de vida austera con lo que te pagan tienes suficiente para el resto del año descansar y hacer de tu existencia algo instructivo y estimulante.
Para mí existen trabajos en los que estoy seguro me sintiría como en casa: de vigilante en lo alto de un pico montañoso, o en un faro, por no hablar de guarda forestal, astrónomo, filósofo, escritor... ;).
La vida está montada de forma que necesitas suerte, agallas, montante económico y una fuerte personalidad para elegir lo que quieras y disfrutar con ello. Los demás, aquellos que no puedan alcanzar ese sueño, o sea el 98% de la población, se conformará con lo que pueda haber por ahí. La diferencia entre unos y otros estriba quizá en la suerte, en los billetes, en la capacidad, o simplemente en un giro del destino.
Por mí el dinero puede irse a la mierda, arbiera. No es mi amigo, nunca lo ha sido, y no le debo nada. Nunca hace favores sin recibir nada a cambio, de modo que para mí los billetes no existen, no son nada y jamás me darán algo más que problemas.
Saludos y abrazos, amiga.
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