31 de mayo de 2008
La insignificancia del estudiante
Los estudiantes son unos sodomizados. Unos gallinas siguiendo el esquema predeterminado, que abren los libros, los cierran y los incineran cuando otros se lo piden. Pero ellos, por sí mismos, carecen de toda iniciativa, voluntad o deseo. Empollan y memorizan, con el ánimo de superar aprobados o lograr notas altas. Piensan en títulos, créditos, licenciaturas y otras mierdas.
Pelotean al profesor, sonríen cuando los resultados cumplen las expectativas. Lloran si no lo hacen. Permiten que una prueba o calificación oriente sus intereses, sus curiosidades y sus vidas. Delegan todo mérito a un papel. Sueñan, a veces con pesadillas, acerca de los controles, despertándose en sudor frío si el inconsciente les juega una mala pasada.
No saben lo que es aprender. Jamás han tenido el hábito de leer por el sólo hecho, grandioso, majestuoso, de la lectura, de lo que implica abrir una novela, un ensayo o un manual. Nunca han entrado a la biblioteca, o a un museo, si no es con el fin de cumplir la obligación académica. Desechan el saber y el aprender, y el estudio, por el contrario, se convierte en su aliado, su amigo, a quien abrazan y besan.
Pero vosotros no sóis así. No, vosotros no. Nunca dejéis o permitáis que os llamen "estudiantes"; cuando algún imbécil os pregunte "¿estudias o trabajas?", debéis decir, sencillamente, que "vivís". El trabajo, si no nace de ti mismo, es una cárcel. El estudio, por sí, ya es una prisión, que anula el gusto por aprender y orienta y manipula al futuro adulto.
Sólo debe existir el aprendiz, el ser abierto cada día al mundo. A cada instante, un libro, una página aleatoria, un descubrimiento. No a la enseñanza programada. No al sistema de educación sodomizante y alienante. A los cinco años nuestra curiosidad alcanza el Universo entero; a los quince se limita a una nota pegada a un papel. Y a los treinta... televisión, aburrimiento y apatía ante el mundo.
Liberémosnos de esa prisión. Sus grilletes son débiles. Todo depende de nosotros.
4 de febrero de 2008
El examen
Pero no, no puedo. Mientras un mar de testas se devana los sesos a mi alrededor, suspirando por una nota que colme sus aspiraciones, o en su defecto un "superado", me dedico a escupir estas palabras inconexas. El principal motivo de ello es, por supuesto, una extraña (por inhabitual, aunque esperada) carencia del conocimiento que, en teoría, debía poseer; pese a dedicar algunos días -no muchos, ciertamente- a la materia, no he logrado aprender nada, no he experimentado ningún estímulo o sensación especial. Es como si el tiempo transcurrido detrás de los libros jamás hubiese existido, o fuera un tiempo estéril, sin fruto y recordado hoy amargamente con el agravio de su pérdida.
La razón es bien sencilla. Soy incapaz de estudiar. Siempre he sido un fracaso escolar, y siempre lo seré. Lo primordial, en todo tiempo y lugar, es para mí aprender, arrancar a pedazos el saber, paso a paso, y abrirlo en todas direcciones. Un estudio que no sea provechoso en este sentido es completamente inútil; hasta ahora, sin embargo, unos resultados aceptables habían solapado esta carencia, y la poca voluntad por ese discurrir programado de contenidos a memorizar quedaba compensado por el éxito del cómputo global. Pero esto se debió a la novedad, al hecho de empezar ciclo; una vez se instala la rutina, las ganas menguan, el tiempo vuela, y mis recursos académicos se desvanecen. Sí, no tengo recursos para aprobar. Sólo, y a mi manera, para aprender.
En este tiempo vertido para la comprensión epistemológica debería haber alcanzado, se le suponía, una cierta cota de sapiencia, el grado suficiente de conocimiento para defenderme de los ataques de los amargados profesores y sus obtusas preguntas. Y, sin embargo, repito, nada, un cero a la izquierda, el vacío mental más absoluto. Y todo porque mi seso vagaba mientras estudiaba la aplicación cosmológica de la teoría platónica de las ideas, porque buceaba en pajas mentales sin prestar atención a las antinomias de Kant. Y ahora, pasmaos, si esta noche cojo el mismo libro y lo abro por las mismas páginas, sin imposición, sin obligación alguna, todo fluye desde el papel hasta mi cerebro como las aguas de un rápido. Lo absorbo, lo disfruto, y queda para siempre en el desván del saber.
'Menudo gilipollas', dirá alguien, porque esta actitud quizá sea vista por algunos como irresponsabilidad, cobardía, o una muestra de lo tarugo que uno puede llegar a ser, si se lo propone. Me importa una mierda, sólo sé lo que experimento, lo que siento, y así son las cosas. Admiro, por lo menos algo, a aquellos que siguen diligentemente un estudio marcado por otros, y encima, lo hacen con gusto. Por otra parte, tal vez haya quien si no es así, obligándole, no cogería un libro en su vida, de ahí el sistema, impuesto para evitar la proliferación -inevitable, en cualquier caso- de asnos estúpidos.
Parece que termina el tiempo para este 'exámen', momento por lo tanto de concluir este deslavazado exabrupto. Veo gentes cabizbajas que abandonan la sala con rostros de preocupación; otros lucen sonrisas arrogantes, satisfechos, oh sí, en sus ridículas aportaciones... .
Creo que es mi turno, también. Me levantaré, entregaré la hoja en blanco y volveré en tren hasta mi posada temporal. Veo el cielo a través de las ventanas del claustro; es bello, sereno y silencioso. Habrá un crepúsculo digno de contemplación, estoy seguro".
2 de junio de 2007
La fatalidad del desubicado
Cuando sigo el método me hastío, el aburrimiento es excesivo, y aunque los resultados son buenos, generalmente, obtenerlos así carece de todo valor; es como escribir un libro dictado por otro, o como pintar en un lienzo vacío, siguiendo una mano que no es la tuya. Si, por el contrario, dejo que sea mi voluntad la que mande, la que me guíe según sus deseos, complaciendo una sed de saber que no está marcada por nada ni nadie, que se satisface a cada paso, desconociendo qué vendrá después, entonces los resultados son malos, malísimos, o bien no superan el corte necesario.
Hablo de exámenes, claro. En todo caso, haga lo que haga, hay desilusión, porque o bien no me gusto por lo que hago, o bien no me gusto porque no cumplo ciertas expectativas. Lo veo como una fatalidad, porque no importa lo que elijas, siempre acabas perdiendo. La disyuntiva es clara, y no permite errores: o te marcas la dirección a seguir, por tí mismo, o bien dejas que otros la elijan por tí.
Quizá he hecho mal empezando un camino de cinco años de aprendizaje perfectamente estructurado, perfectamente modulado año a año, perfectamente marcado. Porque nunca he sido un buen estudiante, ni creo que lo sea jamás. Yo sólo sé que me gusta aprender, pero no según lo que toque cada semana, sino lo que nazca de mí a cada instante. Así que puede que lo mejor sea desistir, buscar una alternativa que no suponga el hastío de un '¿qué toca hoy?', y sí el '¿qué deseo saber hoy?'.
No superaré el corte, no cumpliré expectativas, no superaré cursos y no satisfaceré a quienes me rodean, porque habré vuelto a fracasar. Y sin embargo, será un fracaso dulce, como el que vivimos cuando dejamos un trabajo que no nos hacía humanos, o cuando decimos adiós a alguien con cuya compañía nos sentíamos solos. Es el fracaso que, a la larga y cuando menos te lo esperas, lleva al éxito.
1 de octubre de 2006
Muerte al estudio pueril
Y digo "aprender" y no "estudiar" porque de eso se trata precisamente: es más, hay que 'aprehender', hacer nuestro aquello que leemos, aquello que nos sugieren los libros y los textos, no con el ánimo de creerlo o de absorberlo sin criba alguna, sino con la intención de adquirirlo, de incorporarlo a nuestro corpus de saberes y conocimientos como otro elemento más, dispuesto a ser criticado o debatido cuando la ocasión lo tercie. Si sólo estudias, ello es imposible, porque la finalidad del estudio es adquirir conocimientos con prontitud, con la rapidez necesaria para tenerlos presentes de cara al exámen, y nada más. Tras las pruebas, los conocimientos adquiridos se evaporan lentamente, gota a gota, y todo lo que queda después son sólo un par de frases hechas y unos pocos datos vacíos, sin sentido. Lo digo porque he tenido esa experiencia, y conmigo coinciden muchos otros.
Mucha gente tiende a seguir una licenciatura con el ánimo puesto en aprobar los exámenes y obtener el título, para poder conseguir un puesto de trabajo que te dé dinero y comodidad. Sé que ser idealista en este mundo no está bien visto, porque el idealismo presupone ilusión (o ingenuidad) y ese entusiasmo es nocivo para nuestra sociedad (cada vez queda menos de todo ello a nuestro alrededor), pero hay que ir un poco más allá, aprender con el ánimo de ser mejores personas, de crecer, y no solamente por el hecho de vanagloriarse de doctorados o excelentes. Esa etapa debe dejar de existir; hay que asesinar al estudio pueril y dotar de vida aquel que nace con el anhelo de hacernos más humanos.
Yo, al menos ahora, no concibo iniciar un periodo de enseñanzas tan extenso como una licenciatura pensando en exámenes, notas y demás estupideces por el estilo; sé que hay que superar esos exámenes (aunque Filosofía sea, quizá, la materia que menos se presta a ellos...), sé que hay una serie de requisitos que cumplir si tienes la idea de ser "licenciado" (en verdad, odio esa expresión...), pero eso es algo que no debe eximir de sacar el verdadero jugo a unos años de aprendizaje tan sensacional como es una carrera universitaria. Hay que sentir el gusto por aprender, por saber aquello desconocido, por abarcar perspectiva y por notar que así mejoras día a día como ser humano.
Así que vale la pena cambiar el enfoque y hacer de tu estudio algo que perviva en tí mismo durante largo tiempo, algo realmente estimulante y que forme parte de tu ser para edificar tu propia humanidad.
Si no, vale, siempre puedes 'estudiar' una carrera.
13 de septiembre de 2005
Saber menos y mejor
Y la cosa es que me sentí celoso de esos niños; porque quizá tendrán acceso a menos saberes, pero serán capaces de disfrutarlos más y absorberlos mejor. Una frase de Machado que mencionaban al final del reportaje me llegó al corazón: "El erudito aprendió tanto que no le quedó tiempo para pensar en ello". Eso es exactamente lo que les sucede a nuestros niños (y lo que me sucedió a mí): se atiborran de datos, inútiles y fútiles, y para cuando han "aprendido" (mejor dicho, memorizado, o cuando menos leído) uno ya están persiguiendo el siguiente. No razonan, reflexionan o discuten sobre lo aprendido porque no hay tiempo material para ello.
Los padres de estos niños no escolarizados se dedican, entre un amplio espectro de materias, a enseñarlas cada día una cosa distinta; quizá sean ellos mismos los que elijan aquello que quieren aprender (aquí está la clave para el saber auténtico), y si no tienen ideas, sus padres les dan diversas posibilidades. ¿De qué narices sirve dar una lección sobre ecuaciones de primer grado si el chico o la chica lo que desea es leer un cuento, aprender porqué las flores tienen esos colores tan chillones o cómo se hizo aquella estrella que brilla tanto por la noche?
La curiosidad y la mente abierta son el sello distintivo de los niños; a medida que el tiempo avanza, tanto una cosa como la otra se pierde, y en la gran mayoría de casos el resultado es un adulto aburrido, cansado y torpe, ignorante de todo lo que hay alrededor e incapaz de aprender nada porque ha tragado ya toda la mierda que le embutieron unos profesorzuelos del tres al cuarto.
Los nuevos métodos de enseñanza creados para que los adultos del mañana lleguen a tales con la mente sedienta de saber y sus recursos mentales intactos van a constituir, lo creo firmemente, el pilar fundamental de la nueva sociedad, la que aparecerá después de que la actual fracase y colapse sobre sí misma. Será una sociedad que valore el saber, la cultura, el humanismo y la introspección, la ciencia y el arte, la tecnología y la poesía, que abrace cualquier estímulo intelectual que el ser humano desarrolle para su felicidad y bienestar. Algo así sólo es posible con un aprendizaje voluntario y libre, aislado de estructuraciones y cursos, al márgen de mecanismos pedagógicos y notas académicas. El saber del futuro, y el futuro mismo, vendrán de la mano de estos chicos y chicas que aprenden junto a sus padres y unos pocos amigos, que evolucionan día a día, que a cada amanecer saborean el gusto de descubrir otra más de las maravillas que este mundo y sus moradores reservan para nosotros.
Aprender es un camino personal, y como tal, se rige por nuestro deseo, o no, de avanzar en una dirección determinada. Que otros sean quienes determinen por dónde caminaremos hoy es otra muestra más de la estúpida, arcaica e inhumana sociedad en la que nos ha tocado vivir.
10 de agosto de 2005
Titulitis
Conozco a gente cercana que tiene doctorados y nada más terminarlos (o incluso antes de hacerlo) sólo piensan en montar una tienda de ropa. Otros que se han pasado la vida para conseguir un título al final no le han sacado ningún provecho. Si les gustaba lo que estudiaban ¿por qué motivo no fueron al fin del mundo para encontrar un trabajo relacionado con ello? ¿Acaso fueron perezosos y si no lo encontraban cerquita de su casa desistieron?
A mi me encanta estudiar, sobre todo cuando lo hago por placer, sin obligaciones académicas de por medio. Cuando abro el libro de matemáticas de cou y hago algunos ejercicios, por curiosidad y simple interés, o cuando releo una obra de literatura o me enseño unas frases de inglés es cuando siento que estoy en verdad aprendiendo. El autodidactismo es una forma genial de aprender lo que no pudiste en tus tiempos de estudiantillo y, además, es un conocimiento que hecha raíces. No se olvida con facilidad. En cambio, mucho de lo que estudié en su día en los institutos ha volado de mi memoria.
Los títulos académicos sólo expresan el saber temporal y fugaz conseguido en cierta época de nuestra vida. No representan el conocimiento verdadero ni el entusiasmo auténtico por aprender, al menos eso pienso yo. Valoro muchísimo más la curiosidad espontánea de un niño ante la visión de una nube que cuantos doctorados pueda mostrarme un treinteañero. Y no se trata de envidia por algo que yo no tengo; carezco de títulos de gran nivel, es cierto, pero el mundo y las personas que conozco me sugieren que hay mucha más inteligencia y saber en nuestros interiores que en las placas y cuadros conmemorativos de unos conocimientos que, en muchos casos, se han alcanzado por el simple deseo de tener el título de los cojones.
Menos títulos y más curiosidad natural, venga.
8 de agosto de 2005
Sobre la educación
Educar es comunicar conocimientos y promover actitudes que lleven a la madurez personal (Enrique Rojas; psiquiatra español [1949- ])
Creo que la escuela anula más que potencia la capacidad de aprendizaje. No deja a los niños desarrollarse como son porque les llena la cabeza de conocimientos inútiles (Debra Winger; actriz estadounidense [1956- ])
Mi abuelo quiso que yo tuviera una educación, por eso no me envió a la escuela (Margaret Mead; antropóloga estadounidense [1901-1978])
¿Cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? Debe ser el fruto de la educación (Alejandro Dumas; escritor francés [1824-1895])
Realmente, sólo los padres dominan el arte de educar mal a sus hijos (Enrique Jardiel Poncela; escritor español [1901-1952])
Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía (John Ruskin; sociólogo británico [1819-1900])
Y ahora estas otras, algunas muy graciosas:
Si cree usted que la educación es cara, pruebe con la ignorancia (Derek Bok)
La educación es una fábrica de ecos controlada por el Estado (Norman Douglas)
La más importante parte de la educación de un hombre es la que se da a sí mismo (Edward Gibbon)
Gracias a la instrucción, hay menos analfabetos y más imbéciles (Albert Guinon)
Lo que cuenta hoy en día es la educación. O va uno a la Universidad o pone uno su negocio de manera que pueda contratar a los que han ido. (Isidro Loi)
Si domas un caballo con gritos, no esperes que te obedezca cuando le hables (Dagobert D. Runes)
La educación, ¿es un arte? Creo que es evidente que sí, pero hoy en día se plantea, por parte de los profesores, como un recurso económico fácil, y por parte de los padres como una obligación engorrosa. Así que las dos partes dejan el trabajo a medio hacer, y para cuando entran en escena los amigotes o lo que es peor aún, la sociedad con sus tentáculos infinitos, el niño o la niña son marionetas totales, dóciles aprendices y futuros acumuladores de datos y saberes superfluos y baladíes.
La educación es lo que nos lleva a ser de una u otra forma, la que nos permite orientar nuestra existencia hacia un destino concreto o, al menos, hacia una anhelante meta. Sin la educación, o con una mala educación, el mundo resbala a nuestro alrededor, pasa de largo y ni nos enteramos. Si la sociedad no se interesa por la educación integral, plural, estimulante y gozosa de las personas que la forman, entonces no queda más remedio que, o abandonar la sociedad, o educarse uno a sí mismo. Gibbon, unas líneas más arriba, tenía mucha razón... y eso que dijo aquellas palabras hará casi 300 años.
31 de mayo de 2005
Los que saben y los que no
Unos acaban en el paro, otros haciendo un curso en una academia, otros se dedican a tirar piedras a los pájaros, y quien puede intenta abrise una tienda, para ser llamado "jóven empresario". ¿Dónde está el motivo de todo esto? Se supone que si alcanzar cierta titulación se te abren las puertas a muchas cosas. Pero hay muchas dificultades. Una de ellas es encontrar plaza allá donde quieras entrar. Otra es, tal vez, si estás dispuesto o no a abandonar el lugar donde vives para conseguir trabajo o si eres de los que espera hallar algo bueno buenísimo a la vuelta de la esquina.
Tanto título, tantas notas buenas, tanto estudio y tantas horas de insomnio y nervios por exámenes y demás y, al final, no se saca nada en claro. Triste. Mucha gente que conocí hace años, verdaderos lumbreras, han optado por las salidas más convencionales y con más futuro empresarial. En ello no hay nada de malo, sólo que me decepciona un poco. Si alguien que sólo con abrir un libro de texto y hojearlo ya lo sabía se limita a hacer ADE, me pregunto cuánto talento y cerebro desaprovechado hay en este mundo (no porque ADE sea algo malo, sino porque podrían haber accedido a otras esferas del conocimiento, esto es todo. Para hacer ADE no hace falta demasiada mollera).
Alumnos en clase. ¿Saber para saber, o saber para aprovar?
Yo, en cambio, era un desastre estudiando. Pésimo, de verdad. Era uno que casi nunca hacía nada, que llegaba a casa por la tarde y se entretenía con la música o con el ordenador, o con algún libraco de c-f, pero apenas nunca con los libros de texto. Estudiaba por obligación, no por gusto. Ahora, en los últimos años, me sucede lo contrario; no paro de estudiar, aunque nadie me pide que lo haga. Es, simplemente, un deseo de aprender. Y me vuelvo a preguntar cuántos de aquellos conocidos lo harán, cuántos cogerán un libro de Latín, o de Filosofía, o de Matemáticas y lo abrirán esperando descubrir algo que desconocían.
Ellos tienen títulos enmarcados, notas tan altas que casi superan el límite, notas que yo nunca podré soñar, pero me pregunto cuánto saben realmente. Yo no sé mucho más que ellos, si es que llego a su nivel, pero no se trata de eso, en verdad. Se trata de una cuestión mucho más sencilla. ¿Cuánto está dispuesto a aprender una persona? ¿Hasta que te lo marquen tus profesores, hasta que veas el '10' en el boletín o hasta que recibas por correo tu ansiado diploma? ¿Ése es el límite? ¿O el límite viene impuesto por la curiosidad de uno mismo, el ansia por conocer, sin intermediarios burocráticos por enmedio?
Me encantaría saber que todos esos compañeros de aula, tanto los brillantes como los mediocres, sienten interés en continuar su aprendizaje, su constante evolución intelectual. Tal vez pido demasiado, tal vez lo hagan a un nivel mucho mayor que el mío (que tampoco es para tirar cohetes, dicho sea de paso), pero siento cierta tristeza al pensar que, quizá, se han detenido en el umbral de la enseñanza estructurada, que ese especial hormigueo que uno siente cuando aprende algo nuevo muera al terminar el bachillerato o la carrera. No quiero pensar que será así. Es demasiado... eso, demasiado triste.