26 de agosto de 2006
La vida en pleno giro
A veces, cuando uno se sienta junto a sí mismo, inicia un viaje al pasado para recordar cómo se fue gestando su ser, cómo ha llegado a ser lo que es. Avanza hacia atrás con la esperanza de descubrir por qué ha elegido ese sendero y no otro, por qué motivo no ha decidido ser como los demás. Hoy, viendo a los masificados turistas ir y venir frente a mi sucia ventana, he pensado en el mí de antaño, aquel yo del primer año en el instituto que no supo bien adónde ir hasta que fue rescatado por un hermano de armas.
No carecía de independencia, ni de realización, pero a los catorce años hay muchas opciones donde elegir y me hallaba en una encrucijada de caminos. Uno de ellos, el que más temprano probé, era el mismo que ahoga a la juventud de hoy en día: simple, superficial, estéril y sodomizado. Caté el vino, pero resultó amargo. A los pocos días obvié para siempre esa alternativa, tachándola de basura y puro desperdicio juvenil. Después me uní entonces a mí mismo, evitando a todo intruso, vagando sólo en los recreos y mirando aquí y allá, a ver lo que podía encontrar.
Entonces vi a un desgarbado y melenudo cuatro ojos que también parecía estar en idéntica situación. Fue una conexión total, un sentimiento de unión profunda de almas largo tiempo separadas pero que, en el fondo y pese a las distancias, estaba condenada a quedar enlazada durante eones. Empezamos a faltar a clase, huyendo de la masa acrítica y sentándonos a divagar sobre el mundo y la gente, el por qué de esa forma de vivir y el deseo de buscar otra mucho más vigorosa y estimulante. La gente nos miraba con cierto recelo, no parecíamos dos cualesquiera: nos oían hablar de extraterrestres y de estrellas, de dogones y caballos de troya, de conspiraciones y de constelaciones, de deseos de abandonar el mundo (destruyéndolo)... . Tras el primer contacto, asistíamos al instituto con regularidad, pero parecíamos no estar allí: farfullábamos entre nosotros, discutíamos por lo bajo, y nos separaron durante un tiempo. Otro buen amigo, ahora desaparecido de la escena, dijo de nosotros que parecíamos "un matrimonio mal casado". Dudo que muchos matrimonios hablaran tanto y sobre tanto en tan poco tiempo... .
Una vez tuve la seguridad de poder apoyarme en alguien, mi confianza creció y esa parte casi olvidada, propia y anhelante, volvió a emerger con fuerza. El resultado fue que me dediqué a vivir y sentir como nunca antes lo había conseguido. Primero fue la lectura, a costa de vacíar las arcas de los ahorros, luego la escritura, y unido a todo ello el estudio autodidacta, sin temor de exámenes o notas, el libre aprendizaje endulzado con el gusto por saber algo nuevo. En medio de todo, tiempo y tiempo de pura diversión (lo que yo considero como tal, por supuesto). Iba y venía en largas caminatas, recibía baños de sol constantes, abandonaba los estudios, los volvía a iniciar y trabajaba en fábricas sucias y atontantes... . Todo fue rápido, constante, sin prisa pero sin tiempo perdido. Tenía algo que hacer, algo que ofrecer, aunque no estaba claro el qué.
Y, entonces, otro hermano de armas se cruzó en mi camino, no hace muchos meses. Un ejemplar de iconoclasta intrépido e impulsivo que decidió echarse la casa a cuestas y montar la vida a su alrededor, viendo cada amanecer y cada ocaso desde un lugar distinto de la Tierra. Saber cómo moverse pero no hacia dónde. Me enseñó, si acaso no lo conocía ya, que uno debe superar todas las barerras, hacer estallar los grilletes y liberarse de todo y de todos. Y me hechizó. De modo que, ya apuntalada, mi vida volvió a girar, ahora más radical y radialmente, hasta salirse del esquema diseñado. Yo mismo me sorprendí, pero no había ya vuelta atrás. Y no la hay. Dejé de escribir, dejé de estudiar, dejé de absorber páginas y páginas y me desangré (me desangro) tras 90 días sin parar de trabajar. Todo por el sueño, todo por la libertad, todo por seguir vivo e ir más allá.
Ahora sigo perfilando el futuro, a través del presente. Vivo el hoy y el ahora con ansias del mañana, porque el hoy está esclavizado, aunque sea tan sólo por unos días. Dentro de poco todo volverá a la normalidad, terminará el sacrificio y se iniciará una nueva etapa, dando lugar a un nuevo giro, que tal vez arrolle todo lo supuesto y esperado. El giro puede ser beneficioso o perjudicial, sano o venenoso, alegre o triste, pero el hecho es cambiar, girar y moverse. La estática es una ciencia moribunda; de nosotros depende resucitarla o dejarla bien muerta.
Los que creen en los horóscopos y en la astrología son estáticos muertos, porque quieren saber lo que les sucederá mañana, cuando no hay mayor misterio y mayor maravilla que desconocer lo que acontecerá en la vida, el mundo y el Cosmos durante el próximo parpadeo de nuestros ojos.
A los que viven sin vivir, a los que respiran ahogándose y a los que miran sólo negrura y oyen sólo ruido, hay que pedirles que giren, que roten sobre sí mismos, como un baile indio, y nazcan de nuevo, asombrados y atónitos. Hay que despertar renovados, como si cada día fuera primavera. Aunque cueste, aunque nos lo pongan dificil, aunque quieran hundirnos. Hay que girar, porque quien gira nunca muere; el movimiento es fuerza, y la fuerza es vida.
Por supuesto, yo sigo girando.
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