Al contrario que las demás especies, en mi caso hibierno en verano. Es ahora, y no en los rigores invernales, cuando estoy bajo mínimos y la actividad se limita a la simple supervivencia. Quedo, pues, a la espera de lo que el transcurrir de los días otorgue, mientras llega mi momento de regreso, al término del verano.
Y, como sucede tras cada hibernación, la vuelta a la vida es mejor, mayor y más profunda. Aunque el letargo sea prolongado, tras él vendrá la catarsis.
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