En el budismo hay una desconfianza imperecedera hacia las palabras. Se las entiende como simples convenciones lingüísticas que carecen de toda realidad. Pero no sólo aquellas pronunciadas por nosotros; las que dijo el mismo Buda, si es que lo hizo (porque muchas son aún las incógnitas acerca de su legado y su forma de transmitirlo), deben comprenderse únicamente como revelación provisional, palabras vacías y falsas incluso, en último termino. Un tal Devadatta lo concisa así: "Si todos los dharmas [cosas, en este contexto] son mentira, sin localización ni dirección, todas las palabras son en verdad la última verdad". Verdad y falsedad, pues, son una sola cosa en realidad; las palabras no pueden distinguir entre ellas.
El problema es suponer que las palabras, los pensamientos por ellas expresados, y los conceptos que estructuran el pensamiento poseen una realidad propia, una independencia respecto a nosotros. Esto lleva al apego por las palabras y su resultado es la confusión, por creer que reflejan la realidad cuando en realidad, "cualquier cosa que se diga dice algo sólo porque no dice nada". Toda palabra es vacuidad, vacío. Son tanto verdad como falsedad. Somos sus esclavos, pero si las abandonamos seguiremos siéndolo.
No podemos huir de ellas, pero sí limitar su expansión inútil empleándolas eficazmente. Y, a la vez, abrazar ese amigo maltratado llamado silencio, del que escapamos, cobardes, a diario. Sólo llega a uno a saber lo que es vivir cuando las palabras justas y el silencio profundo cohabitan dentro de nosotros.
1 comentario:
Sabias palabras, me han hecho recordar esa frase tan manida pero no menos cierta, me gusta cuando la canta Manolo García "si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, no lo vayas a decir". Es francamente difícil pues el silencio como tu dices es de lo más elocuente.
saludos
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