6 de marzo de 2009

El árbol



Nuestros antepasados más primitivos (hace algunos millones de años) solían balancearse y columpiarse de rama en rama, persiguiéndose, jugando, en ocasiones por diversión, otras por necesidad. A veces tales volteretas concluían dramáticamente, con un accidente, un miembro roto, o incluso con la misma muerte, si la suerte no era propicia. Pese a estos peligros, algunos aseguran que esta actividad arborícola de los primitivos humanos fue clave para desarrollarnos como tales. Según Carl Sagan, "el intelecto humano lo debe esencialmente todo a los millones de años que nuestros antecesores pasaron colgados en solitario de los árboles".

Tal vez por ello, por la ayuda desinteresada que los árboles nos brindaron en tiempos remotísimos, con sus troncos, copas, ramas y tallos, les tenemos tanto aprecio. Sentimos algo especial cuando nos hallamos cerca de ellos, un sentimiento de gratitud, de bienestar; tal vez esos espontáneos y amorosos abrazos que algunos de nosotros prodigamos a los árboles tengan una explicación más prosaica, aunque no por ello menos impresionante, de lo que imaginamos: quizá no sea sólo porque nos parecen bonitos o elegantes, sino porque esos apretones afectuosos son, además, rememoraciones de antiguas siestas que realizamos abrazados al tronco de nuestros hermanos vegetales, mucho antes de Cristo, de Buda, de la ciencia y del lenguaje.

¿Quién no ha experimentado un gozo inenarrable cuando, recostado sobre el vertical cuerpo de un árbol, ha leído un libro, reído junto a una buena compañía, o contemplado, tan sólo, el paisaje que nos rodeaba? ¿Quién no ha percibido algo mágico en ese momento, casi un instante de comunión mística con esa floresta embriagante? ¿Quién ha podido evitar, entonces, el pensamiento de que había tomado contacto con 'Dios'?

Algunas de mis mejores vivencias las pasé bajo (o encima de) un árbol. Había, en el pedazo de tierra que mi abuelo trabajaba junto a la playa, una higuera baja a la que, de pequeño, me subía para sentirme mayor a los demás, mayor a los propios mayores. Me acuerdo de las paellas a la luz de un sol poderoso, del olor a madera quemada y de aquellas vistas desde mi atalaya vegetal, a modo de rey diminuto sentado en un trono de madera. También bajo la sombra de un árbol decidí, hace más de una década, abandonar el instituto tras (otro) fracaso académico y entrar a faenar en una fábrica. Aquel día persiste en mi memoria como si fuese hoy, y marcó a fuego todo lo que vendría después. De no haber existido, si no hubiese invocado al árbol, a un amigo espiritual y a mí mismo bajo la copa del primero, lo más probable es que estas palabras jamás hubieran tenido lugar. A los pies de los pinos he dormido al raso miles de veces, desde luego. Un cielo despejado, visto a través de sus ramas raquíticas movidas por el viento, es uno de los regalos más valioso que cabe hacerse. En más de una ocasión me he refugiado de un repentino chaparrón bajo la frondosa copa de los pinos, y también más de dos veces los árboles han actuado como auxiliares para otear algún horizonte a una altura desde la que poder orientar nuestros próximos pasos.

Claro que los árboles también ofrecen algún peligro; ciertas ramas y brazos no son tan resistentes como crees, y puedes acabar por los suelos tras trepar a sus frágiles extremidades. En un día de mucho calor recosté mi espalda sobre un tronco de pino antiguo, abierto y lleno de agujeros. Me adormecí un instante, cerré los ojos y enseguida noté un cosquilleo que me recorría los brazos y las piernas. Miré y eran hormigas, rojas y pequeñas, y con mandíbulas intimidantes... Me picaron varias veces, desde luego (dí saltos como un loco manoteando sin parar, tratando de quitarme de encimas aquellas 'bestias'; la escena tuvo que ser graciosa, vista desde lejos...), y acabé dolorido y con algo de fiebre. Pero esos contratiempos son minucias sin importancia.

Parece ser que los sueños en los que creemos caer desde una cierta distancia, y en los que nos despertamos tras un repentino y brusco movimiento de miembros, son reliquias de mecanismos de atención que poseía nuestro cerebro cuando solíamos dormir acurrucados en los árboles, y cuya función era evitar precisamente dichas caídas. Estamos, por tanto, aún unidos a los árboles, de manera muy profunda. Los recordamos como un hábitat, un marco físico en el que nos hicimos (o dimos los primeros pasos para llegar a ser) humanos. Además, hay estrechas alianzas entre ellos y nosotros: nosotros exalamos dióxido de carbono, que ellos recogen y que, junto a la luz solar, emplean para su crecimiento; y ellos exhalan oxígeno, que nosotros empleamos para respirar y sobrevivir. Utilizamos, pues, lo que ellos desechan, y viceversa.

Le damos vida al árbol, y él nos la brinda a nosotros. Quien quema, tala, desprecia o elimina un árbol, sin saberlo está, en realidad, matándose a sí mismo.

10 comentarios:

M. Domínguez Senra dijo...

No es ni más ni menos como lo dices. No quiero ensombrecer tu post, que me ha hecho llorar de agradecimiento, con la imagen de esos alcorques de los pobres árboles urbanos en los que se tiran las colillas y los botellines de agua medio llenos.
TE envío el enlace a un vídeo que te invito a ver:
http://video.google.es/videoplay?docid=6566154801807918526&hl=es

M. Domínguez Senra dijo...

Perdón, me he permitido con respecto y con respeto a tu post, poner un pedacito en mi modesto blog (en el scrapbook) convenientemente enlazado y con tu nombre de guerra.
Si mi arrojo te estorba o te parece inadecuado no tienes más que decírmelo y lo retiro al instante.
Gracias.

elHermitaño dijo...

Las gracias te las doy yo a ti, amiga Marta... :)

Por tu fidelidad para con este blog, con tus siempre provechosos comentarios (miraré ese vídeo muy en breve, lo estoy descargando y, si acaso, lo comentaré por aquí...parece francamente interesante), y porque siempre eres la primera (y casi la única, jeje...) en dejar tus impresiones. Te estoy, y te estaré, muy muy agradecido por todo ello.

Y sobre el texto, no veo yo que merezca lugar tan destacado en tu estupenda página, pero como tú no lo ves así (para gustos colores) sólo me queda darte (de nuevo) las gracias por tu amabilidad. Un placer, y un honor, formar parte de tu hogar virtual... ;)

Un beso, amiga mía.

elHermitaño dijo...

Por cierto, Marta, acabo de ver que omití un "más" entre "explicación" y "prosaica". Ya lo he modificado, pero te pido por favor que hagas lo mismo en tu blog porque, de lo contrario, tus lectores van a creer que no tengo demasiada idea de eso que se llama gramática (y, tal vez, no vayan muy descaminados...jeje)

Un abrazo y perdón por el gazapo.

Anónimo dijo...

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M. Domínguez Senra dijo...

Pondré ahora mismo el "más", sin falta. Qué bien que permitas que te añada al álbum. Todo lo que se ponga de árboles siempre es poco y para mí eres de lo mejorcito.

Mira por donde a otro incorporado, también le faltó tiempo para ver un gazapillo que -visto en su propio blog- se le había escapado.

Es como si se hubiera producido además una alquimia al verter dos "líquidos" tan preciosos de una fuente a mi alma de cántaro. A seguir bien.

Un beso.

M. Domínguez Senra dijo...

De los comentarios, dicho sea aquí y entre nosotros, no hay que parar cuentas. Lo que importa es escribir y además hay comentarios que se podía pasar muy bien sin ellos. Y es por eso por lo que mucha gente que sí te lee no te deja nada puesto.
Mientras pueda seguiré viniendo por aquí, donde se está muy a gusto.

elHermitaño dijo...

Marta, ésta, ya lo sabes, es y será tu casa.

Un beso, entre silencios.

Whivith dijo...

¿Sabes de lo que me acuerdo leyendo este post?. De la lluvia de pétalos de los almendros de mi pueblo.
Aquí, en la ciudad, los árboles parecen cosas muertas, desubicadas, fuera de contexto.
Solo en los parques se ven los árboles en su plenitud y, aún allí no son como los "vivimos" en nuestros pueblos.
¿Quien no se emocionó viendo la famosa lluvia de pétalos de la película "Scalibur"?.
Ver las alamedas, en las orillas de nuestros rios siempre reconforta y sustrae a nuestra infancia, cuando el mundo era "puro" y nuestros ojos eran capaces de ver más allá del mero hecho del árbol, cuando abrazarlo era toda una oda de amor a la naturaleza que nos daba libertad para correr entre sus sombras.
Los árboles tienen magia (mira, esto me recuerda de nuevo a nuestro Doctor en alaska).
Quizás lo que añoramos es ver la vida desde la prespectiva de su altura, pues se alza fuera de nuestro alcance y, las copas ven el mundo desde un punto de vista mas alejado, mas luminoso y menos prosaico.
Milagros de la Madre Naturaleza.

Besicos

elHermitaño dijo...

Suscribo esas palabras tuyas, wivith. Y sí, NX tiene algunos episodios muy arborícolas... recuerdo aquel de los "árboles parlantes", por ejemplo, o aquel otro en el que Joel y Ed tratan de alcanzar una "visión" en el bosque, a los pies de unas acacias. Y también el último de la cuarta temporada... etc. etc.

Esa lluvia de pétalos que mencionas, amiga, debe ser todo un espectáculo, digno de las mejores ofrendas que la madre puede ofrecer.

Un abrazo, y gracias, por todo.