26 de marzo de 2009
"Plantà i Cremà"
Con una demora de siete días respecto a la fecha consabida, y a plena luz diurna, hoy ha tomado forma -y perecido, ahogado por las llamas- mi personal y vegetal edificio fallero.
Su materia prima no era el cartón, o la madera prefabricada; consistía en troncos viejos, ramas, pedazos de palmera y hojarasca de diversa procedencia. El lugar del acto estaba lejos, desde luego, de calles céntricas o avenidas concurridas; se ceñía al modesto patio trasero del hogar entre naranjos donde suelo vivir mucho últimamente. Su coste es incalculable, naturalmente, pero es de suponer que su cremación bordea el millón de gramos de dióxido de carbono emitido a la atmósfera (no se asusten, este gas es llamado "el de la vida", pese a quien pese...). He necesitado, por lo demás, dos mistos para la correcta ignición, y unos secos y amarillentos periódicos, que han facilitado el prendido. La pintura que engalana la obra la ha ofrecido un artista anónimo y desconocido para todos: no tiene nombre (o mejor, los tiene todos), no suele vérsele y trabaja sin hacer ruido ni decir ni mu; no expone en ninguna galería, ni nadie jamás le ha dado un duro por su arte, pero con los ocres del agret, el verde de esas malas hierbas, el marrón de cáscaras de cacahuetes que iba yo lanzando a la pira, y los rojos de ciertas flores que ardían bien, el monumento ha adquirido un cromatismo y una variedad tonal que, quizá, ni hoy ni nunca ha sido o podrá ser igualada, por mucho que se esfuerzos los, así llamados (que lo son) artistes fallers.
Esa estructura piramidal, enriquecida con lo que brota a nuestros pies, no ha precisado de más manos, para su creación y su posterior destrucción, que las mías. Tampoco son indispensables otras, dada su sencillez y su pronta edificación. Todos, de hecho, podemos (y, acaso, debemos) hacer alguna de ellas de tanto en tanto. No es tarea compleja, y avivar el fuego, sentirlo existente a tu alrededor, fuerte y ligero al mismo tiempo, mientras quema y despedaza lo que tanto tiempo costó imaginar y engendrar (por quién, yo ya no lo sé), es un verdadero placer.
También, como cualquier falla que se precie, contenía, o eso creo, un mensaje. No era demasiado irónico o burlón, lo admito, pero tenía su pizca de mala baba, de punzante sentido del humor. No puedo revelar cuál era (estaba escrito en las llamas, y abandonó pronto este mundo), pero su sustancia, sea cual fuera, aún persiste en las chamuscadas y residuales virutas que son visibles todavía en el punto de combustión. Guardaba contacto con el mundo, con este mundo, con sus allegados, con los míos y los otros. Los de allá, y los de aquí. Con mi apego y mi fuga. No digo más.
Con el rastrillo terminé de reunir las cenizas, una vez la creación expiró entre mis manos. Percibía el calor latente, la sensación de que decía "aún-estoy-vivo", pero debía morir, y no quise marcharme sin cercionarme de su final, su consumación total. Rocié con agua bendita los bordes de las escorias (aún coleaban un par de pavesas, traviesas y duras de pelar), admiré la masa humeante, me aseguré de que no podía causar daño alguno a los árboles frutales próximos y orienté el caminar hacia la ciudad.
San José marca el tránsito entre dos vidas, una de rígidos fríos y desapacibles noches, y la otra de brillos, luces y vida respirando a nuestro alrededor. Hoy, san Braulio, puede, por qué no, serlo también: aunque este cambio, esta metamorfosis no posea un carácter estacional, sino intelectual (honrando, pues viene a cuento, al poeta y escritor aragonés). Quememos las viejas ideas, remocemos antiguas nociones, que no nos lastren ideologías, prejuicios, tendencias o modas.
El fallecimiento de la falla, de una, la nuestra, la de todos (la que llevamos dentro y que pide ser quemada, quizá día a día, quizá ahora mismo...), es nuestra salvación. Sus cenizas, nuestra vida, y su dispersión al viento, nuestra libertad.
(Composición fotográfica de Titan48)
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6 comentarios:
De alguna manera yo también he sentido arder ahí en tu post mis viejas queridas descartadas ideas. Lo que no limpia el agua y el aire, que lo purifique el fuego.
Precioso rito, precioso post.
Feliz primavera, Hermitaño.
En muchas culturas el fuego tiene algo de purificador. Supongo que es algo que llevamos muy dentro.
saludos
Aa: aire y agua son eficaces disolventes, pero no hay nada como un buen fuego. Puede con cualquier cosa, por arraigada que esté. Feliz todo, para ti también.
BMan: quizá guarde relación con nuestro descubrimiento del fuego. Supimos que, con él, es posible la renovación, el cambio, la purificación.
Abrazos para ambos, y gracias.
Creo que, el fuego y sus llamas, su llamada, tiene mucho que ver con el "purificar" de nuestras almas, de hacer desaparecer los miedos que nos clavan a la tierra y, el humo eleva el espíritu cual alo libre y brumoso. Brruma, pensamientos inconexos, terrores nocturnos... Todo desaparece envuelto en esas volutas que se elevan hacía lo desconocido, lo Magno. El Universo. (Los creyentes lo llaman Dios).
Besicos.
Cada vez me engancha más tu blog.
Wivith, ése Dios que mencionas es el mío (el del fuego). También suele "estar" allá arriba, vagando por el Cosmos, y puede "vérsele" asimismo en cada recoveco de las montañas, por ejemplo.
Pero es un Dios que aborrece los dogmas, las iglesias, los templos, los rezos y las liturgias. Quiere que cada uno lo sienta a su personal manera. Huye de los preceptos, de los textos, y de líderes espirituales.
Un beso, amiga, y gracias por venir.
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