15 de septiembre de 2009

Crepúsculo y amanecer



Se acabó. Terminó la agonía. Vivo de nuevo. Vuelvo a mirar el cielo, a perseguir a mi gata, a charlar con los amigos, cercanos o distantes, a pensar en el hoy y el más allá, y a sentir lo que me rodea y ser aquello por lo que nací. Yo no sé ser otro, no puedo entrar en el juego del deber, del honrado currante de ocho a tres. No es mi mundo, nunca lo ha sido ni lo será. Yo sirvo para poco; sólo me importan las estrellas, los confidentes y esos surcos en la tierra, que llevan a no sé dónde ni hacia quién. Si alguien me quiere acompañar, adelante. Brindo mi brazo, mi bota de vino y mi techo a quien así lo desee; si no, pues a seguir viviendo, tan lleno de vida como de soledad, tan a gusto con el mundo como un recién nacido dentro del seno materno.

La música silenciosa acompaña mi andar; ahora regreso al hogar, a la ansiada libertad, tras tres meses de encierro y mutismo que sólo ha logrado aumentar mis arcas de sucios y manoseados billetes y, por el contrario, me ha llevado a disminuir mi expresión, mi soltura literaria y mi alma aventurera hasta reducirla a un jirón de deseos inconexos y sueños aún vaporosos. Por suerte, aún vivimos, ella, y yo.

Ya lo sabéis, supongo: si queréis estar vivos, dejad de trabajar. Si queréis oler el aire, escuchar el humo subir, percibir los movimientos de criaturas ancestrales, saborear la tierran húmeda en otoño y abriros ante el mayor espectáculo cósmico posible, hay que abandonar todo trabajo inútil, todo aquel que no sintamos como humano (hay alguno que, hoy en día, aún lo sea..., me pregunto). Los pájaros nunca han conocido el trabajo, y sin embargo, siempre hallan algo que llevarse al pico, para ellos y sus retoños. ¿Plantas, siembran, y recolectan? En absoluto, pero viven, y gozan de ello. Salvemos las distancias, sí, pero tomemos su ejemplo; un pajar dentro de una farola, unos gusanos e insectos para la noche, y ojos y mentes recién nacidas, ávidas por ser enseñadas e iluminadas.

Dijo una vez Santo Tomás de Aquino que a él le interesaba únicamente Dios y el alma. "¿Nada más?", le preguntaron. "Nada más en absoluto", respondió. A mí me interesa únicamente la vida y cómo vivirla sin trabajo que no sea el de la propia vida, es decir, el que te hace vivir y sentirte como tal. Y nada más en absoluto. Lo demás, en verdad, no vale nada. Porque, sin ello, ¿qué soy? Un frágil harapo a merced del viento social, un escuálido esqueleto sin ropajes, sin piel y sin carne. Sin mí mismo, sin mi tiempo para "ser en mí", sin mi privilegiada condición de bohemio, andariego y vagante, ¿qué me quedaría? Tal vez mucho, pero vaciado de sentido.

Habrá que seguir como hasta ahora, bregando por sobrevivir tras cien días de martirio emocional; o meditar una retirada a un monasterio. La opción no parece desagradarme. Allí reina el silencio, vagabundean los gatos y se piensa y se siente la vida por sí misma, sin aditivos ni condimentos falsos o artificiales. Quizá valga la pena una cura de reposo espiritual, tras los desmayos seculares y agobios mundanos. Quizá haya, allí, pese a su atmósfera de sacralidad, dogmas y oraciones, más dignidad y pureza de la que jamás hollaremos en las frías calles.

Pero, antes de la purga y la catarsis, deben llegar los tiempos de los pecados. De la insensatez, la locura y los desmanes. De hacer algo malo, algo que muchos no comprenden ni conciben, para sentir que todavía no has muerto, como narraba aquel locutor melenudo y bienhallado. La idea nació al iniciarse la década; en años anteriores faltaba lo imprescindible para hacerla realidad. Ahora no. Y ha llegado el momento. En breve, hoy o mañana, el motor arrancará. Estad preparados.

(Foto: elHermitaño)

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