5 de agosto de 2011

Cerrar el círculo



Hay un estado vital, envuelto en neblinas para muchos de nosotros, a gran distancia y como una tierra prometida a la que apenas podemos llegar, si no es en sueños, en donde no se necesita nada más; se ve uno lleno, colmado, cubiertas sus exigencias fundamentales para sentirse vivo y dichoso. No es ese difuso y popular término que algunos llaman “felicidad”, sino la situación de conciencia que señala que posees, al fin, aquello que en verdad importa. Lo demás es accesorio; cuenta, sí, pero puedes perderlo sin sentirte vacío, o sabes que no es difícil recuperarlo en cierto momento con algo de esfuerzo.

Los componentes que configuran dicho estado varían, como los gustos y colores, en función de cada esencia particular. Por lo pronto, los míos son tres: el oficio, la soledad y la compañía.

El primero se entiende, supongo. Consiste en saciar la vocación, en darle cuerda al reloj de la voluntad que no busca recompensa, beneficio, paga ni cheque. Es eso que surge sin pedir nada a cambio, que ansía asomarse a la realidad pero cuya naturaleza la trasciende, porque no es de este mundo, el de ahí afuera, sino del que pulsa aquí dentro, muy al fondo. No consiste en un intervalo diario, repetitivo y remunerado, de ocho a tres; eso no cuenta. Hablo de una llamada que no puede ser desatendida, aunque el tiempo absurdo de la cotidianidad impele a hacerlo, reemplazándola con las horas del hastío televisivo, el moco alcohólico, la zafia diversión del tropel ruidoso... Desoír la señal, postergar la necesidad, echar tierra sobre el brote verde (savia nueva y alimento para el espíritu), es ir muriendo poquito a poco, sin percibir que una pequeña parte de nosotros se marchita y pudre; desencajados, fuera del tiesto, es como si nos hubiesen alterado el equilibrio, y nos movemos dando bandazos, erráticos. Hay quienes se pasan así toda su vida, por desgracia; debe ser una de las mayores y más tristes miserias.

Los dos elementos restantes parecen contradictorios, o antagónicos. No es así, en absoluto. Lo diré sin más: compañía en soledad; soledad acompañada. ¿Está claro? No, creo que no... Pero no se puede explicar mejor. Lo siento.

Ahora bien, entendamos al menos esto: un hombre solo no es gran cosa; pero un hombre sin su soledad no es ni hombre. El círculo se cierra, completándose, cuando la simetría es perfecta, cuando uno, a partes iguales, se ve impelido hacia la compañía tanto como al retiro. Ora disfrutamos con los demás, ora nos deleitamos con nosotros mismos, sólo con nosotros. El retraimiento radical hunde y pudre la humanidad que nos configura, pero la incurable y permanente sociabilidad, tener siempre alguien (otro) al lado y huir del tiempo propio es un pequeño suicidio, la raíz que acabará por destruir nuestra independencia, el mando sobre nosotros mismos. Y eso es la muerte verdadera, amigos; la que vuelve cadáver aquello que llamamos vivir.

No puedo elegir con quién estoy solo (sólo puedo estarlo conmigo mismo, claro), pero sí a aquellos que forman parte de nuestra peregrinación. Los amigos son la familia elegida, ya se sabe. Hay puñados de personas a quienes no dedicaría demasiado tiempo; las cosas como son; tampoco ellos me lo ofrecerían a mí, y así debe ser. Cada cual tiene su círculo, su pandilla, los de su bando; aunque aceptemos a otros y algunos dejen de estar en él, sabemos bien qué tipo de personas encaja en nuestro modo de entender el mundo y la vida, y quiénes no.

A grandes rasgos, creo que con dos me basta. No soy amigo de multitudes, ni de grupos numerosos. Uno de cada sexo. Con tres personas se consigue un cierto equilibrio, sobretodo si cada uno comprende la situación y necesidades de los otros dos. Las posibles carencias de una son suplidas y enriquecidas con las bondades de otra; así no falta nada de lo que importa. Una de esas personas ya está a mi lado; queda por hallar la otra. Una especie de trío existencialista (en términos algo pedantes) es lo que busco. Es la forma idónea de cerrar el círculo, junto con ese trabajo/oficio/vocación que es permanente diversión, curiosidad, ambición y afirmación.

Todo esto es pura fábula, una quimera, la fantasía de un loco ermitaño. Vale; pero es que no busco otra cosa, ni me importa un carajo lo demás. No al dinero, no a las joyas (hacedlas sonar, lechuguinos...), no al lujo, no a los coches, no a los pisos, no a las necesidades impuestas...

Que se vive con nada, y con eso se tiene todo; recordadlo, aunque ya lo sepáis. No os dejéis doblegar. Cerrad vuestro círculo; y sed dichosos.

Y, de verdad, a la mierda los de fuera...

(Imagen: El Hermitaño)

2 comentarios:

Morpheus dijo...

Interesante reflexión la de esa particular trinidad: uno mismo, y dos amigos (puede que uno de ellos pareja); me parece muy acertada.

Saludos, y suerte en tu viaje.

Nos seguimos leyendo.

elHermitaño dijo...

Gracias por la visita, compañero.

Espero que tu también disfrutes de esa trinidad, algún día, si así lo deseas...

Saludos.