"El
problema del contexto negativo de la diferencia permite considerar, junto al
tema del aburrimiento, una figura importante que centra su mismo valor en el
concepto de diferencia: la figura del marginal, del “extraterritorial” o el outsider.
Es una figura basada en el ejercicio de la diferencia frente a lo común, y lo
aceptado. El outsider encarna la diferencia y se convierte, él mismo, en una
excepción viviente que juzga –aun sin pretenderlo– todo ámbito constituido por
la uniformidad convencional.
Es una
figura que ha existido en todas las épocas y culturas, aun con diferente grado
del mantenimiento de la diferencia. El marginal representa, en cierto modo,
cuantos rasgos positivos caracterizan la diferencia y el rechazo del contexto
negativo de la diferencia. Su postura permite captar el sentido de la
diferencia. Y, lo que es más importante, el verdadero marginal se encuentra
moldeado por el dolor de la diferencia, siendo una encarnación de esa
diferencia.
Del
mismo modo que la diferencia presenta múltiples facetas y puede estar presente en
diferentes ámbitos, el outsider puede tener configuraciones muy diferentes. Y
puede encontrarse en ámbitos muy diferentes, que van desde la vida cotidiana a
las expresiones más ricas del conocimiento, del arte, de la vida política y de
distintas actividades prácticas.
El
outsider pasa, en ocasiones, a formar parte de los libros de historia. Pero, la
mayoría de las veces, su existencia y su obra quedan confinadas a la letra
pequeña de esos mismos manuales, si es que perdura su recuerdo. Porque muchas
veces no queda ni eso. Su existencia termina en la pérdida absoluta. Como si
con ello mostraran que el sentido de la diferencia es el de perder siempre en
un mundo donde sólo parecen ganar las positividades más radicales. Pues el
outsider es, la mayoría de las veces, un perdedor. Lo que ocurre es que su
existencia ilumina el posible sentido positivo que la imagen del “perdedor”
puede poseer.
En
ocasiones, el marginal renuncia a lo común con una gran teatralidad, como si
necesitara señalar sus diferencias respecto a lo convencional y establecido de
un modo explícito. Sin embargo, no es necesario que el outsider muestre los
rasgos de la diferencia que le caracterizan, si esta diferencia es lo
suficientemente fuerte y se encuentra debidamente fundamentada.
No es
necesario que la diferencia se revista de teatralidad y se muestre de modo
ostensible. Si la diferencia está basada en fundamentos sólidos, puede erigirse
orgullosamente con la modestia del silencio y el orgullo del propio
convencimiento, que no necesita nada externo a ellos. Es importante tenerlo en
cuenta, porque muchos de los más radicales outsiders conviven en el silencio de
la cotidianeidad más uniforme y en el aparente aburrimiento de la existencia
propia de nuestra sociedad contemporánea.
Ignacio Izuzquiza, La filosofía como forma de vida, Síntesis, Madrid, 2005.
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