24 de noviembre de 2006
Otoños
Raudos como el viento que baja de las montañas, los otoños son casi más una transición que una estación en esencia propia. Breves, momentáneos y casi sin sustancia, apenas llegan se van, no han siquiera calado en nosotros abandonan toda compañía y marchar hacia el adiós. Ya hablé, hará cosa de un año, sobre lo efímero del otoño. Hoy quisiera destacar su fragilidad. Quizá la brevedad y la fragilidad vayan de la mano, o sean las dos caras de una misma moneda.
El caso es que esta tarde me he acercado a mi refugio próximo a las montañas, y allí he visto cómo un árbol que otrora estaba lleno de frutas y dotado de un plumaje verde intenso apenas conserva ya la presencia de unas cuántas hojas color sangre; una de ellas es la que ilustra este post. El viento hacía que el macizo árbol perdiese, al alimón, un buen puñado de su follaje, como alguien aquejado de alopecia ve cómo a cada paso de cepillo una parte de su cabello desaparece de su lugar natural.
Para algunos el otoño es un momento triste, como si representara el ocaso, término de todo lo vivo. A mi me pasa justo al contrario; veo en el otoño, en ese languidecer de los atardeceres, en la coloración de los bosques y en esa pérdida de materia biológica, la sustancia sobre lo que nacerá otro nuevo ciclo de existencia. El otoño es un momento ideal para percibir cómo la naturaleza necesita un pequeño instante de quietud, posterior a los bríos de la primavera y el verano y previo a la dureza del invierno (aquí, en el mediterráneo, dureza bastante relativa...). Y contemplar tal fenómeno no debe causar abatimiento, aflicción o desánimo alguno, porque de ahí brotarán nuevas semillas, savia nueva, una nueva piel para la naturaleza y los seres que en ella moran.
Para mí el otoño es un regalo mágico, el periodo más especial del año, junto con esa energía pura que es la naturaleza. En él puedes sentir, lejos de oscuras tinieblas, el guiño del mundo que dice adiós para reaparecer de nuevo en el futuro. Marcando el paso, seguro e inevitable, el otoño apunta hacia el porvenir, hacia la esperanza de que esa semilla nonata traiga a todos la paz y la concordia que tanto necesitamos en estos tiempos de sangre, ira y violencias; que parecen, al contrario que el árbol del que cayó esa bella hoja, no ser caducos.
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