4 de noviembre de 2005

Otoño efímero



Aquí, en el Mediterráneo más levantino, el otoño tiende a durar poco. Los calores estivales se prolongan hasta bien entrado octubre (o más tarde, incluso; hoy, 4 de noviembre, hay 24ºC y viento de poniente) y a finales de diciembre, o antes, llegan los fríos (relativos, claro, porque el clima es beningo en ese sentido). De modo que el otoño, esa estación intermedia, de transición hacia las duras jornadas invernales, pasa como corriendo, y sin hacer ruido.

Y lo siento, porque a mí el otoño me encanta. No sólo por el ocre de los árboles, la melancolía de las hojas en los suelos y ese aroma que desprende la naturaleza, que se encoje y repliega, sino porque emana algo especial; me llena de vida, de entusiasmo, me enloquece y abruma, porque implica el inicio de un nuevo ciclo, que terminará pronto. Y de esa ligera hibernación de la vida, de la consciencia, nace otro periodo de exultante vitalidad.

Otoño de posibilidades, de recuerdos y vaguedades. El otoño destila futuro, y maravilla por su presente. Con el permiso primaveral, el otoño es la reina de las estaciones. Lástima que por estos lares su fragancia sea tan fugaz. Pero quizá en su brevedad está precisamente su misterio.

Otoño... puro espectáculo.

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