24 de diciembre de 2017

'Sol sistere'


Ahondando en el tema, y dadas las fechas, recordemos un poco qué significa la palabra que designa la posición de nuestra estrella madre en estos días de frío, mantas y gorros de lana (y de calores, playas y bikinis para nuestros hermanos sureños).

La palabra "solsticio" procede del latín solstitium, que está formado por sol (sol, estrella) y sistere (detenerse, pararse). Esto es, viene a decir que el "Sol está parado, detenido".

Pero, ¿detenido, en qué sentido? Pues porque cuando el Sol alcanza el punto más bajo (o más alto) la duración de los días previos y posteriores es casi idéntica, y a los antiguos les costaba mucho trabajo determinar en qué día estaba más bajo (alto) el astro, y a causa de esta confusión o dificultad les parecía que el Sol se estabilizaba en el cielo, que se paraba, deteniéndose, de ahí lo de sistere.

Por este motivo, también, a veces el solsticio se celebraba el 25 de diciembre. A partir de este momento, la estrella parecía ganarle terreno a la oscuridad, y los antiguos romanos y celtas lo atribuían a una victoria del Sol sobre las tinieblas. 

Y, con ello, la luz volvería a triunfar.

(Imagen: Crepúsculo en Zamora, Mayo de 2011; El Hermitaño)

20 de diciembre de 2017

Luz baja (solsticio)



A punto de penetrar en el solsticio invernal, un tiempo lleno de narices lloriqueantes y manos entumecidas, solemos mirar hacia atrás para ver cómo ha sido el año. Ya se sabe: un análisis del "¿qué tal el 2o17?". Facebook nos ametralla con resúmenes estupendos y llenos de vistosidad, pero su repetición en cada muro resulta, al fin, un poco cansino. Además, si se nos ocurre realizar un autoexamen propio, en pocas ocasiones seremos sinceros, en muchas condescendientes, en otras parciales y las habrá, también, en que no podremos evitar ser claramente interesados. Por tanto, sospechamos que no posee demasiado valor.

Nosotros no vamos a realizar ese ejercicio tan poco original, como tampoco su opuesto, es decir, imaginar por qué derroteros irá el 2018; si precisamente lo bueno es la ignorancia del "qué vendrá", esto es, no poder ni concebir qué sucederá en esos 365 días llenitos de vacío, 365 entradas de la agenda totalmente blancas e impolutas. Que el porvenir las llene, a su tiempo y según su gusto.

Aquí nos limitaremos a formular otra pregunta. Sencilla y directa: "¿Os gusta el solsticio?". Es decir, ese momento en el que el Sol, como un niño tímido y circunspecto, decide bajar casi hasta el horizonte, como queriendo desaparecer. Es un instante (de semanas, pero instante a fin y al cabo...) bello, ese intervalo en el que la estrella arroja las mayores sombras, apenas caldea la tibia atmósfera y su faz parece debilitarse.

Contemplemos los árboles desnudos (algunos, claro; los perennes son unos aguafiestas), los líquenes y musgos que aparecen en veredas húmedas, la (gloriosa) huida de los mosquitos, la llegada de las nieves a zonas altas, el retorno de las humildes hormigas a sus territorios bajo suelo... veamos, también, como emergen del cielo astros nuevos, grupitos de estrellas que titilan con fuerza, constelaciones que abrazan el frío y resplandecen como con luz congelada.

El frío no debe ser impedimento para recrearse en el espectáculo. Aunque a muchos no nos agrade, en realidad el Sol nos está haciendo un favor, con su corto recorrido por el cielo. Porque anuncia que está presto a empezar otro ciclo, que pronto sus rayos volverán a calentar, que su efigie de hidrógeno a 6.000ºC exhalará poderosos chorros de luz y energía (redundancia tonta; son lo mismo). 

Vayamos algo más allá de los resfriados, las bufandas y los tés con tomillo o las sopitas reconfortantes. Pensemos un segundo cómo el Sol, ese astro al que apenas prestamos atención, marca, dirige y guía nuestro estado de emoción, de vitalidad y (casi diría) de salud o enfermedad.

Y brindemos por el solsticio, por cómo las sombras se ensanchan, la luz se atenúa y el disco amarillo alcanza raudo el oeste, para decirnos adiós. Y esperemos que quiera volver a lo alto, lenta pero decididamente, como lleva haciendo los últimos cinco mil millones de años.

Antaño, casi todas las culturas de la Tierra festejaban el solsticio invernal, rogando y realizando ofrendas para que la estrella volviera por encima del horizonte. No eran homenajes frívolos ni faltos de sentido: vivimos gracias a ella. Estamos en deuda con ella. Es más, somos ella (en sentido totalmente literal).

Es una madre, en realidad. Brillante, poderosa y humilde, que ilumina a sus hijos, a todos por igual, sin distinción de raza, cartera, color de piel ni estatus social.

Qué hijos tan ingratos seríamos si, como nuestra madre que es, no le prestáramos la atención que merece, ¿verdad?


(Imagen: Ocaso en tierras de Salamanca, Octubre de 2005; El Hermitaño)

Un regreso


A veces las cosas parecen suceder por mero azar; en otras, en cambio, es como si fueran algo inevitable, algo que estaba destinado a ocurrir como si, por ejemplo, un terreno tuviera una propiedad mágica que hiciera germinar las semillas forzosamente, sin necesidad de regarlas ni cuidarlas. A veces todo depende de nosotros; otras, de los demás.

El abandono de este blog, por espacio de casi tres años, obedeció no a un cambio de intereses, sino a una hartura temporal. Ya no había nada que contar; no había motivo para seguir narrando ni explicando nada. Una existencia -la propia- cuya vivencia no encaja(ba) con el espíritu de esta página no merecía ser recogida. ¿Para qué? Sería excederme, forzar, tratar de mantener algo que ya había muerto.

Así que en el blog penetró el silencio, ése del que tanto hemos hablado en estas notas, e hizo enmudecer las palabras. Y lo hizo bien.

Hoy regresamos, empero. ¿Por qué? ¿Hemos vuelto a ser aquel que vivía medio aislado, sin contacto, sin compartir nada, gustosamente extraviado, cuya vida eran libros, gatos y la soledad? No, en absoluto. ¿Entonces?

Porque, en ocasiones, el azar, siempre inesperado (dichoso azar si no lo fuera), golpea y de improviso se abren conductos, puertas, sendas pequeñas cuya espesura no deja ver adónde llevan, pero que son tentadoras. Y encuentras a alguien que te anima a seguirlas, alguien que te dice: "ponte las botas y empieza a caminar". Tú no estás muy seguro (nunca lo estuviste), pero algo hay en su seguridad que te contagia; y ese ánimo se adentra en ti, te conmueve y habla ("hazlo", ordena) de un modo que no puedes ignorar.

Por ello estamos aquí. Por ello regresamos. Trataremos de recuperar, en lo medida de lo posible, lo mejor de los años previos (años que han pasado raudos y que nos han hecho cambiar, pero que creemos aún conservan pequeñas briznas de valor), y le iremos añadiendo todo lo nuevo que sintamos/pensemos/vivamos. Iremos creciendo, mejorando y veremos hacia dónde nos encaminamos...

A todos los que alguna vez por aquí vinieron, gracias. Y a los nuevos, que ojalá los haya, ¡bienvenidos!.


(Imagen: Cielo crepuscular, Gandía, Noviembre 2017; El Hermitaño)