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24 de abril de 2015

'Piedad postrera', de Pío Baroja (ha. 1902)


“Fue el tiempo de una terrible exaltación de la piedad. El mundo había encontrado nuevamente la luz, y la oscuridad ya no existía.

Porque la Humanidad había sentido en su alma la conciencia del infinito, y el horizonte de la vida era cada vez más grande y cada vez más azul.

El hombre ya no podía soportar el espectáculo del sufrimiento ajeno, y se desvivía por los demás. El rico había comenzado por desprenderse de lo superfluo y quería compartir con sus semejantes lo necesario, y el pobre se resistía a tomarlo, y ambos eran felices.

Pero al corazón generoso del hombre esto no le bastaba, y trató también de llevar la felicidad a los animales, y a las plantas, y a todo lo que vive, y a todo lo que siente.

Porque en todo está la idea y todo es la idea, y la idea es Dios.

Y el hombre recordó que Jehová había dicho : “No matarás”, y se abstuvo de derramar sangre de hombre.

Y recordó que en el “Ecclesiastés” estaba escrito: “ Porque el suceso de los hijos de los hombres y el suceso del animal, el mismo suceso es; como mueren los unos así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos.”

Y se abstuvo de derramar sangre de animal.

En una inmensa pradera bañada por el sol, celebraron en el mundo la fiesta de la emancipación de los vivos.

Y por delante del hombre desfilaron los animales, llenos de inmenso agradecimiento: los caballos y los asnos, las vacas, los perros, los elefantes, los leones y las serpientes, y todos miraban al hombre con amor, porque había dejado de ser su verdugo para ser su verdadero amigo.“


Relato breve incluido en la recopilación “ Cuentos”, de Pío Baroja, publicado por Alianza Editorial (1984).

Da gran satisfacción encontrar un texto así, tan empático, tan delicioso... Y aún es más estimulante y reconfortante saber que fue escrito hace ya más de un siglo, por un escritor de renombre, a quien el maltrato animal y su muerte innecesaria lo asqueaban (no hay más que ver el episodio de la visita a la plaza de toros en 'La Busca', una de sus más conocidas novelas).

Bravo por Pío, por ir contracorriente, y por pensar acerca del sufrimiento ajeno, tanto humano como animal.

Ojalá muchos hubieran sido (y fueran) como él.

25 de noviembre de 2014

Tu partida


Te fuiste.

No lo esperaba, Vega, amigo.

Sobretodo porque habíamos empezado, tras muchos meses, a congeniar de verdad. Ya venías a recibirme cuando escuchabas la llave entrando en el candado de la puerta. Gruñías, también, para hacerme ver que tenías hambre. Y, tras comer un poco el pienso, te acercabas y te frotabas, agradecido.

Y tampoco esperaba que fuera tan brusco. No diste muestra de querer marcharte. Nunca salías de la casita, excepto ratitos cortos, por curiosidad, y volvías presto. Te gustaba acurrucarte debajo de mi hamaca mientras me ponía a leer, ¿recuerdas? Alzabas tu mirada hacia mí y, al acariciarte, tu caída de ojos delataba que te gustaba...

Atrás, muy atrás, quedó ese tiempo en el que no nos aveníamos bien. Yo no sabía que hacer contigo, cuando bufabas y tratabas de apartar a tus hermanos mientras comías. Cuando imponías con tu pata que aquello era tu alimento, y sólo tuyo... Por suerte, aprendimos, ambos, cómo era el otro... y los dos cedimos. Tú toleraste a tus iguales, y yo te cedí todo el pienso que necesitabas. Sólo así pudimos establecer un vínculo.

También huías de mi presencia, si trataba de acercarme a ti. Pero el contacto continuo, aún a distancia, nos aproximó y poco a poco perdiste el miedo y la inseguridad. Y, como Morro y ahora como Pipo, lo que antes era temor y desconfianza se volvió tranquilidad y bienestar. En ambos sentidos. 

El último día fue muy bonito. Hacía fresco, ¿te acuerdas? el ambiente era brumoso y desagradable, a mediados de octubre. Notabas la humedad y, por primera vez, subiste a mi regazo. A mí me sorprendió, pero fue delicioso sentir tu calor encima y cómo te enroscabas para conservarlo mejor. Me miraste un momento, y te dispusiste a dormitar. Y hubo felicidad, en esos minutos mágicos, ¿verdad?

Ése fue tu postrer regalo, como si supieras que algo (o, quién sabe si alguien...) nos iba a separar. Tras aquella tarde no volví a saber de ti.

Quizá fue sólo tu naturaleza, el instinto que te marca y te dirige. Tuviste que marcharte porque así estaba escrito en tu corazón genético. Confío en que sea ése el motivo.

Llegues adonde llegues, y estés donde estés, buena suerte.

Y no olvides, Vega, que te echo mucho de menos.

Hasta siempre.

(Imagen: El Hermitaño)

27 de octubre de 2014

Compañeros en ruta


Nada mejor que la compañía de un bigotudo cariñoso para alegrarte un poco más la tarde. A este hermoso me lo encontré en el aparcamiento de Las Médulas (León), y no se marchó ni siquiera por la noche, cuando salí a estirar las piernas y a intentar pillar cobertura antes de marcharme a dormir. Allí estaba, encima de la cerca de madera, esperando a que saliera, para jugar conmigo...


Se colaba entre tus piernas, frotándose... jugando con mis dedos, dando saltitos. Y, a la noche, me senté en el suelo y se subió a mi regazo... enroscándose, ronroneando... Imposible no encariñarte con una criatura así.

A mi vez, le protegí de un perro que se acercó, con más ánimos de jugar que otra cosa, con la bola peluda en que se convirtió el felino al ver al cánido. Cuando desapareció éste, volvimos a nuestra juerga...

Cómo alegra encontrar a compañeros así a 800 kilómetros de casa, que ofrecen su cariño a cambio de nada.

(Imágenes: El Hermitaño)

Una vida (segada)


Quien entrara en el salón de nuestra casa hace unos días podría haber pensado que habíamos pintado un fantasma en la pared, justo encima del sofá. 

Y, de algún modo, no iría demasiado descaminado, porque lo que ahí había era, en efecto, el espectro de algo que antaño estuvo vivo. Mejor dicho, alguien que estuvo vivo y que perdió esa vida a causa de otro alguien, que decidió apretar el gatillo, dejar salir el cartucho y asesinar.

Ese "alguien" que escogió matar fue mi padre; y el "alguien" que colgó en la pared, anclado a una losa de madera, disecado, con los ojos postizos, ese alguien fue (en su día) un hermoso ciervo de dieciséis puntas.

Recuerdo haberlo visto cuando llegó a nuestra casa, en enero de 1986. Sólo una parte de él, sólo el maldito "trofeo", la noble efigie de un animal portentoso que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de alguien que quería divertirse a costa de la vida de los demás.

Me asusté un poco cuando observé todas esas puntas, el morro alargado, las puntiagudas orejas. Era un animal grande, noble, admirable. Yo tenía cinco años, y no entendía qué gracia tenía traer algo así al salón, pero miré a mi padre, que estaba jubiloso, y simplemente lo acepté. No había conciencia de la muerte del ciervo; de haberlo visto, ensangrentado, en el campo abierto de Riofrío, la sensación hubiera sido muy distinta. Pero, en casa, limpio y acicalado, con el pelaje alisado, parecía aún vivo. Parecía brotar de la pared... Y, simplemente, acabé por tomarlo como un 'adorno', un complemento de la casa, como quien coloca un cuadro o unas petunias encima de la mesa.

Con el tiempo, llegó a integrarse tanto en el mobiliario que ya no le hacía ningún caso. Pero hubo un momento, hace ya bastantes años, en que "vi" de nuevo a ese ser que estuvo vivo. Miraba los ojos de cristal y le imaginaba aún respirando, aún latiendo su corazón, comiendo hierbajos, buscando a su hembra, desarrollando su vida, esa otra que pudo haber sido y que jamás le llegará.

Demasiado fácil es segar una existencia. Demasiado simple. Un sólo disparo, y matamos todo un porvenir, ya sea una vida humana o animal. Y, si en el primer caso, se le llama asesinato, ¿por qué no en el segundo? Y, si execramos aquel acto; ¿por qué no éste?

Es hermoso abrirse paso por el monte, seguir senderos, subir picos, admirar la belleza del mundo natural que nos rodea. No es necesario llevar armas, perros cazadores, no cabe perseguir nada, tan sólo el disfrute del hecho de estar vivos y de la existencia de los demás. ¿Tan complicado resulta? ¿Por qué llenar el ocio de matanzas, sangre, vísceras, violencias y sufrimientos? ¿Por qué no, sencillamente, limitar los disparos a los de las cámaras fotográficas?

La subordinación de unas especies bajo otras en la cadena alimentaria presente en la naturaleza puede, gracias a nuestra conciencia y sentido ético, convertirse en una convivencia respetuosa. Todo es cuestión de educación, de empatía, de pensar y sentir por el otro. Sea humano o animal.

Aquel ciervo que vivió muerto en mi salón durante 28 años jamás debería haber abandonado la dehesa. Debería haber continuado con su berrea, lanzado sus anhelos al cielo de Guadalajara. Ése era su sitio, y no mi casa. Ése debería haber sido su lugar de vida, vagando, descubriendo, experimentando... Y, cuando fuera su hora, cerrar los ojos y sentir la oscuridad inmensa. 

El "trofeo" ya no cuelga en el salón. Lo hemos retirado porque ha empezado a podrirse por dentro y apesta, y su pelo cae en el sofá. Ya estorba. Y, como siempre se la ha considerado un mueble, debe ser desechado.

Pero su recuerdo perdura. Mi madre lamenta haberlo tenido en casa, siempre lo hizo; sólo mi padre sigue orgulloso, porque aún no ha interiorizado (¿lo hará?) que su presencia colgante no es símbolo de hombría, ni de valor, ni de nada. 

Matar es sólo eso, un acto de violencia. Y, cuando se considera deporte o entretenimiento, es aún más vil y odioso. Es dañar por gusto, es asesinar por el placer de decidir cuándo debe algo morir. Es un juego para creerse Dios. Y es una muestra de simpleza, de bajeza moral y de falta de personalidad.

En la vida imaginada, la que nunca te dejaron tener, amigo, tú aún corres por las colinas. Aún te encabritas, aún vives y aún amas.

Nunca te olvidaré.

Jamás.

(Imagen: El Hermitaño)