4 de diciembre de 2007

Espíritu en cueros

Imagina todo lo que posees o es tuyo. Todo lo que te has comprado, te han regalado u ofrecido. Todo aquello que está fuera de ti y que sientes como parte de ti mismo. En suma, todo lo que es una creación humana. ¿Te hace feliz?

Ahora imagina que lo pierdes todo, que nada de ello sigue a tu lado cuando abres los ojos. Ni casa, ni coche, ni aparatos eléctricos o libros, dinero o ropa. Estás completamente desnudo, expuesto, te lo han robado todo. Sólo posees lo que nace de ti mismo, aquello que no puede comprarse, venderse o exhibirse a los demás. ¿Serías feliz? ¿Creerías acaso que has muerto? ¿Podrías imaginar una vida así?

El más rico es aquel que no posee nada.

18 de noviembre de 2007

De regreso al hogar



Había pasado demasiado tiempo, años incluso, sin saborear las mieles de una aventura. Ansiábamos tanto volver a la carretera, al monte o la foresta virgen que nos importó más bien poco el destino, con tal de abandonar el legañoso encierro de la ciudad. Marcamos un rumbo, especificamos hacia dónde ir pero no hasta dónde llegar, y los kilómetros sirvieron de soporte para nuestras ilusiones.

Sin embargo, el hado estaba juguetón. Empezó cortando una calzada, cuando ya casi rozábamos con los dedos un lugar de prados frescos y colinas suaves, perdido entre lo que, a distancia, no era más que una miríada de pinos y matorrales punzantes. Frenamos y se impuso la marcha atrás. Volvimos a recorrer nuestros pasos sobre ruedas y encontramos, no muy lejos de allí, el buen augurio de unas marcas blancas y amarillas, señales inequívocas de un sendero hacia lo desconocido. Pero estábamos dubitativos, pues discurría a la vera de mansiones y casas de recreo, seguramente de gente bien y peces gordos, que agostados por su trabajo en la urbe, huían al campo buscando el consuelo de un silencio que ya les era indiferente. Aun así, nos envalentonó lo que pudiera haber más allá, una vez superado el plano residencial.

Pero la Providencia no cejó, y volvió a afrentar nuestros afanes. Esta vez no suprimió el camino, sino que literalmente lo pulverizó, en mitad de la nada, como si aquello se tratase de una cuchufleta de algún niño mal criado. Quería ver si nos enojábamos, si echábamos la mochila al suelo y abandonábamos, regresando al lugar de donde habíamos partido casi al amanecer. Sin embargo, la luz aún estaba alta y radiaba con fuerza. Nos sirvió de acicate. Resolvimos acercanos a un paraje que, si bien conocido, siempre sobrecogía nuestras almas, por su altura, por su riqueza y grandeza. Como los rayos de la rueda de una bicicleta, del Montcabrer partían multitud de atajos e itinerarios, la meta de los cuales nos resultaba por completo ignorada.

Mas, ay, por las razones que fueran, el duende de lo errático y lo inconcreto quiso aún hacer otra de las suyas, y no hallamos el acceso; el coche podía abreviar el ascenso, pero parecía que hubiesen trasladado la pista por la que se alcanzaba la cima. Así que hubimos de arriesgarnos a pie, pero el cuerpo, no acostumbrado a subidas demasiado pronunciadas debido a la inactividad, se rebeló pronto: ruidos estomacales, pinchazos en las piernas, jadeos rápidos y entrecortados, sígnos de que anhelo de la cumbre se esfumaba. Vimos el refugio a lo lejos y en lo alto, iluminado por la estrella, como un objetivo inabordable.

No obstante, apenas importó. La ladera de la montaña, cobijada por pinos esbeltos y tapizada con musgos y rocas salientes, nos proporcionó el descanso necesario, y de paso, nos devolvió, si es que la habíamos perdido, la conciencia de que era aquello precisamente, el hecho de estar allí y experimentarlo, lo que cuenta de todo viaje, no las cimas, metas o destinos que nos autoimponemos. Una delicia mediterránea, nuestro querido "pan de lembas", nos hizo recobrar las fuerzas, e iniciamos el camino de vuelta mientras el cielo iba perdiendo luminosidad. Pero no quisimos concluir la jornada sin antes echar un último vistazo a lo que nos rodeaba, y a sólo unos pasos de las casas donde vivimos decidimos esperar hasta el definitivo adiós de la estrella. Justo entonces alcé la cabeza y vi una comunión de copas de árboles y troncos luchando por los favores del sol. Hice 'click' enfocando hacia arriba y en ese momento la estrella desapareció junto al perfil del monasterio.

No muy lejos, unos adolescentes hacían cabriolas con sus motos, ajenos a toda belleza, ejectuando piruetas y danzas, infestando de ruido y gases el edén en que los hallábamos. Una piedra bailaba en mi mano; 'no, no es justo, no se lo merecen', pensaba, pero sentí un impulso bárbaro y por poco la lanzo. Se marcharon un minuto después, y cuando el azul dio paso al violeta, volvimos también nosotros a buscar el abrigo de un hogar caliente y confortable.

Y, sin embargo, es un hogar falso, de alguna manera. El real, verdadero y el que siento como mío sigue ahí fuera; desciende desde las montañas y abraza los valles, respira a través de los naranjales y trepa, como una enredadera, hasta el cielo. Eso es, tierra, cielo y carretera. Y todo lo demás no vale nada.

21 de octubre de 2007

El camino del hombre



Nuestro sendero vital se engarza con el de las estrellas. Tanto nosotros como ellas partimos de un único punto de energía, en el primer instante de la eternidad. Tomamos forma a partir de la creación sideral, y la conciencia prendió por fin en el etéreo espacio casi sin sustancia. A muchos eones vista, el destino es el mismo origen; fusionarnos con la materia y la imaginación del Cosmos. Somos los descendientes de las estrellas, pero ¿cuántos de los hombres se atreven a brillar con luz propia? Muchos de los que nos rodean prefieren brillar con luz opaca, existiendo como simples reflejos inútiles de portentosos fuegos ajenos. Si procedemos, en efecto, de lo alto, de lo más alto y glorioso que jamás haya existido, hay que honrar a nuestros ancestros, y nada mejor para hacerlo que resplandecer por nosotros mismos.

9 de octubre de 2007

Felicidad



Media vida pasa la gente hablando de la felicidad, y la otra media se escurre mientras tratamos de alcanzarla. ¿En qué consiste? Para Emerson era el arte, no tan simple como parece, de llenar las horas, pero nadie lo sabe, nadie puede dar una definición, tal vez ni siquiera importe hacerlo. En todo caso no es un estado mental decidido por la psique, una cima escalable según la voluntad; más bien, parece ser un sentimiento, un estremecimiento involuntario al que los hados nos llevan sin que sepamos cómo; en ocasiones nos sentimos felices en momentos y lugares insospechados: en la ducha, en el supermercado, al ver un rostro feo, o cuando echamos la basura. Sin embargo, cuando no hay motivo alguno para estar feliz, porque no lo hemos deseado, porque no pedíamos ser felices, es a la sazón cuando más sentimos la felicidad, cuando más pura parece ser. Como decía Voltaire, "la felicidad nos espera en algún sitio, a condición de que no vayamos a buscarla".

2 de octubre de 2007

'Morir a lo grande' (relato corto)

Nada más amaneció salió Tomás de su vieja y austera cabaña, saludando al nuevo día. Llevaba, como siempre, unos amplios pantalones, sandalias de cuero y un sombrero de paja. En su rostro, vetusto y surcado de arrugas, sobresalían sus ojos saltones y su más que respetable nariz. Tomás era un hombre pobre, más pobre que cualquier otro habitante de su pueblo. Ahora bien, su pobreza era voluntaria; reservaba toda la fortuna acumulada, que no era poca, para cuando muriese. Desde hacía veinte años, más de un tercio de toda su vida, su obsesión había sido vivir trabajar al límite, vivir pobre y morir a lo grande, edificando para cuando llegase el momento un mausoleo de colosales dimensiones que atestiguaría el paso glorioso de Tomás hacia la otra vida. Anhelaba Tomás algo mucho más importante que un simple, vulgar y anodino bloque de hormigón con una superficial inscripción en la que rezara: ‘vivió aquí, desde tal año, y murió allá, tantos años más tarde”.

Tomás trabajó duro a lo largo de dos décadas. Limpiaba cuadras, arreglaba desperfectos en casas y talleres, vivía en las fábricas, ayudaba a cualquiera que lo necesitase y, a veces, incluso a aquellos que no pedían ser ayudados. A cambio, pequeñas sumas iban amontonándose en la mesita de noche del viejo. Comía muy poco, descansaba sólo lo imprescindible, y había ocasiones en que pasaba días enteros trabajando sin cesar. A su regreso, de noche, el sueño que con tanto ahínco perseguía estaba un poco más cerca de hacerse realidad.


Las gentes del pueblo siempre preguntaban a Tomás por qué quería malgastar su dinero en algo que él no llegaría a ver; le instigaban a que disfrutara de la vida, que hiciera realidad otro tipo de sueños, más gozosos y útiles: comprarse una casa grande, un coche caro, vestir trajes de firma, degustar las delicias de los restaurantes de calidad, etc. Sin embargo, Tomás se mantuvo terco, obstinado como una mula, decidido a no gastar un céntimo en algo que no fuera destinado a su futuro mausoleo. La gente acabó por no entender nada de lo que hacía el viejo, y poco a poco Tomás se quedó solo.

Había quien se burlaba de Tomás, por sus excentricidades y extrañas ideas. Otros evitaban hablar con él, dirigirle la mirada siquiera. Al ermitaño de barba blanca llegó a importarle muy poco; hubo veces en que intentaba explicar el por qué de su conducta, que si bien era insólita, tenía una razón de ser; probaba a narrarles sus ideales, sus motivaciones, y por qué tendía a alejarse de la vida ordinaria, más ellos no comprendían nada, nada en absoluto. Para las gentes del pueblo, la vida de Tomás era una tontería sin sentido. “¿Para qué tanta miseria, Tomás, para qué vivir pobre pudiendo tener todo lo que deseas?”, le preguntaban, ya sólo muy ocasionalmente. “Para seguir viviendo después de muerto en las mentes de muchos”, respondía él. “¡Pero si a ti no te conoce nadie, Tomás!”, replicaban ellos. “Me conocerán”, aseguraba orgulloso el viejo.

Llegó el día en que Tomás reunió el dinero suficiente para su mausoleo, y mucha gente supuso que no tardaría en morir; había estando esperando ese momento toda su vida, de modo que muchos dieron por seguro que el viejo Tomás no duraría mucho más. Para él, en cierto sentido, seguir viviendo una vez su sueño ya era una realidad era, en efecto, un sinsentido. Sin embargo, esperó pacientemente su turno, y sólo cuando consideró que su fin podía estar cerca empezó los trámites administrativos y legales necesarios. Los responsables del cementerio no pusieron objeción alguna; siempre era bueno recibir una bonita suma por la idiota excentricidad de un viejo solitario. El mausoleo tomó forma en un par de semanas, y para cuando Tomás cumplió sesenta y cuatro años, a finales de septiembre, ya estaba todo listo para el gran momento en la vida del poco querido y aún menos apreciado anciano de la colina.

Mientras, las otras gentes del pueblo, gente mayor en su mayoría, morían a su vez, y eran sepultadas en un montón de tierra convencional y amorfa: lápidas grises y casi anónimas atestiguaban su fin. Por el tipo de mausoleo en el que yacían, la enorme mayoría de la población era indistinguible a ojos de un visitante externo. Únicamente eran relevantes unos pocos, que representaban a los cuerpos de difuntos políticos o benefactores, sabios o misioneros, sacerdotes o alcaldes. Pero, junto a ellos, se erigía el enorme y noble edificio fúnebre, ya ocupado, que contenía los restos mortales de Tomás. A su entierro acudieron pocos vecinos; un sacerdote, inevitablemente, y un par de viejas mujeres con largos vestidos negros.


Pero, tal y como él había supuesto, aquellos que nunca habían acudido al cementerio, por los motivos que fueran, acabaron sintiendo cierta curiosidad acerca de ese ignorado personaje, desconocido para ellos, que había recibido tamaña sepultura. Preguntaban a los empleados del cementerio, a los responsables del ayuntamiento, pero estos nunca les informaban adecuadamente: las respuestas más habituales hacían referencia a un viejo ermitaño de barba blanca, modales extraños y pantalones holgados, viviendo en una choza a las afueras del pueblo, pero se trataba de una respuesta a todas luces absurda; un ermitaño no tendría recursos para aquello, y si los hubiese tenido, ¿quién querría morir rodeado de lujos pudiendo vivir con ellos? La respuesta, a veces cansada, era invariable: “Tomás Cervera de Tormes”.

De esa manera, Tomás fue conocido por mucha más gente una vez muerto que durante su gris y triste vida. Circulaba por los pueblos vecinos la historia de un viejo loco cuya fortuna se empleó por completo en la construcción de su propio templo funerario, y que en nada se parecía a los mausoleos convencionales. “Vale la pena verlo, es un edificio increíble”, decían algunos. Hubo quienes vinieron de muy lejos para saber de la vida de ese extraño personaje.

Con el tiempo, el pueblo donde nació, creció y murió Tomás fue llamado “el pueblo del ermitaño rico”, y gracias a la existencia de su mausoleo, la memoria de Tomás, a quien nadie había comprendido, permaneció mucho más viva que la de prósperos hacendados, militares, políticos y grandes propietarios, a quienes el paso de los años sumió, para siempre, en el más absoluto de los olvidos.

23 de septiembre de 2007

Thoreau, el genio

"Este mundo es un lugar de ajetreo. ¡Qué incesante bullicio! Casi todas las noches me despierta el resoplido de la locomotora. Interrumpe mis sueños. No hay domingos. Sería maravilloso ver a la humanidad descansando por una vez. No hay más que trabajo, trabajo, trabajo. No es fácil conseguir un simple cuaderno para escribir ideas; todos están rayados para los dólares y los céntimos. Un irlandés, al verme tomar notas en el campo, dio por sentado que estaba calculando mis ganancias. ¡Si un hombre se cae por la ventana de niño y se queda inválido o si se vuelve loco por temor a los indios, todos lo lamentan principalmente porque eso le incapacita para... trabajar! Yo creo que no hay nada, ni tan siquiera el crimen, más opuesto a la poesía, a la filosofía, a la vida misma, que este incesante trabajar".

Henry Thoreau (1817-1862), La desobediencia civil.

16 de septiembre de 2007

El silencio y la soledad

Visión en sombras.
Llora una anciana sola,
la luna como amiga.

(omokage ya
oba hitori naku
tsuki no tomo)


Matsuo Bashō, poeta y místico japonés (1644-1694)

9 de septiembre de 2007

Los monopolos

En Física, los monopolos (magnéticos) son aquellas partículas que tienen tan sólo un polo magnético (esto es, norte o sur). Dichas partículas aún no han podido ser creadas, ni siquiera en las condiciones extraordinarias de los aceleradores de partículas. Lo habitual es hallar partículas con dos polos; incluso rompiendo un imán hasta su constitución atómica, siempre obtendríamos dos polos. Los monopolos se nos resisten.

En la vida diaria sucede justo al contrario. Los monopolos nos invaden, son el azote de la modernidad: monopolos mentales, por supuesto. Las gentes, todos nosotros, encerrados en un esquema mental fijo del mundo, somos inusitadamente reacios a abandonarlo. Pero unos más que otros.

Me refiero especialmente a individuos que pululaban a mi alrededor, en la playa mediterránea, en los días pasados de agosto. Iban con sus sombrillas, con sus chanclas, los bronceadores y las toallas pegadas a su cuerpo. Apenas salían del apartamento, al contemplar el tiempo, feo, gris, lluvioso (como ha sido este agosto, para mi regocijo), maldecían al divino y ofendían a sus muertos, y se quedaban allí, en recepción, con cara de atontados, superados, inútiles, sin saber qué hacer, amputadas sus ilusiones.

Otros son los machacantes del sábado noche, los jóvenes putrefactos que danzan al ritmo de las babosas de música escandalizada y alcohol mohoso, penetrando en el reino de lo inconsciente, que también son superados por el ruido y su propia idiotez. Deslizándose en masa hacia la sodomización social, penetrados hasta la médula por las doctrinas y visiones de otros, tienen a su vez una perspectiva única, de recreo, de patio de colegio -ir dónde van los demás-. No les des alternativas, no les ofrezcas una posibilidad innovadora, no les hagas ver que hay algo más; escupen, te escupen, hasta se escupen ante esa ocasión: para ellos, todo y todos son reducibles a su panorama mental, a sus gustos relamidos y consumidos. Aunque llueva, aunque haga frío, aunque haya habido un atentado a diez metros, un asesinato en la esquina, pese a que el mundo se desmorone y acabe convertido en pedazos de roca, ellos seguirán marchando en grupo, arropados, confiados y seguros de que el sábado noche es su peculiar epifanía de la vida, incluidos botellones, polvos mágicos, y la demolición de su frágil identidad.

También nosotros, quienes no llegamos a esos extremos remotos de desmayo mental, también tenemos momentos de confusión, en los que no sabemos hacia dónde dirigir los pasos. Pero, tal vez por una gracia divina, o porque la vida no ha sido del todo ingrata, pensamos raudamente, y se nos acuden a la quijotera alternativas a las que abrazarnos de inmediato; no nos aturden, o por lo menos no completamente, las tejemanejes del destino, de la sociedad, del puñetero tiempo. Siempre hay algo que hacer, algo en lo que meternos de lleno. ¿Mal tiempo, puertas cerradas, ilusiones perdigonadas? Tras un instante de desconsuelo, de rabia o de impotencia, llega el pensamiento, la acción o un deseo nuevo, y hacia él nos encaminamos, con bríos renovados y ansias de extraer jugos sabrosos a lo que hace sólo un segundo no existía para nosotros. Una nube, un libro, una mirada, un lugar, y todo cambia.

Mientras, y no me gusta ser condescendiente, los playeros se quedan allá, aún pensando cómo han podido tener tan mala suerte, y los escupitajos del histerismo nocturno permanecen anclados, encadenados, a su monopolo, a su único, especial y singular espacio, ignorando lo que se agita más allá, en ese otro polo opuesto. Hay que superar los monopolos, destrozarlos, pulverizarlos. ¿O acaso queremos convertirnos en uno de ellos?

14 de agosto de 2007

Sabidurías

El conocimiento habita
en mentes repletas de los pensamientos de otros;
la sabiduría, en mentes atentas a los suyos.

John Keats, poeta inglés (1795-1821)

18 de julio de 2007

Extravíos de humanidad

Jamás había leído unas palabras tan acertadas, por su concisión y precisión, acerca de la situación humana en nuestro actual mundo civilizado. Corresponden a la obra "La filosofía, desde el punto de vista de la existencia", del filósofo y psiquiatra alemán Karl Jaspers (obra de la que he comentado algunos pasajes aquí y aquí).

No parecen originales, novedosas, no aportan una revelación y, sin embargo, son contundentes por su impecable (e implacable) definición de esta sociedad nuestra. Así es, en efecto, cómo vivimos, hay demasiados ejemplos a todo alrededor nuestro para duda de su realidad; a poco que nos iluminen, estas palabras deben servir para empezar a cambiar el estado de las cosas. Si no, se convertirán en otro fragmento de sabiduría perdido, como tantos otros, en medio del océano de la estupidez y el oprobio humanos.

"Este mundo reglamentado por el reloj, dividido en trabajos absorbentes o que corren vacíos y que cada vez llenan menos al hombre en cuanto hombre, llega al extremo de que el hombre se siente parte de una máquina, que es llevada o traída alternativamente de aquí para allá, y que cuando queda en libertad no es nada ni sabe qué hacer de sí misma. Y cuando empieza justamente a volver en sí, el coloso de este mundo le hundirá de nuevo en la omnidevoradora maquinaria del trabajo vacío y de un vacuo goce del tiempo libre". (Karl Jaspers, "La Filosofía", FCE, 1993).

26 de junio de 2007

En la calle lluviosa, un día cualquiera



En el pavimento recién asfaltado la lluvia caía con fuerza. Las gotas, que repicaban en los techos y tejados metálicos, se oían como piedras lanzadas desde el cielo. En ese momento la calle, otrora dominada por una comunión de rostros y cuerpos a la búsqueda de una estrella hoy olvidada, parece muerta; nadie la usa, nadie se atreve a transitar por ella. Mas, por las obligaciones, al fin aparece alguien.
Es una chica, veinteañera, con un buen físico e impecablemente vestida. Maquillada y cuidando hasta el más mínimo detalle de su atuendo, se apresura a refugiarse del diluvio, y lo hace justo delante mío. Se detiene y extrae de su bolso un móvil, con el que juguetea e intenta matar el tiempo hasta que la lluvia conceda una tregua. Entretanto, un viejo con aspecto desaliñado se acerca con paso lento hacia ella. Es, para ella, todo un espectáculo: cubierto por un chubasquero que parece de papel, acarrea a su espalda un par de bolsas de plástico, además de otros bártulos no identificados, que se funden casi en su figura diminuta y arrugada. Con una gorra gastada, se arrastra calzado con unas chanclas de euro, pero si hay algo que destaca en él son sus calcetines, grandes y estirados al máximo, que a esas alturas ya deben estar algo mohosos.
La chica mira al viejo, primero con sorpresa, luego frunciendo el ceño, y por último divertida. Le divierte tanto la visión del viejo que coge su móvil último modelo, y le brinda una instantánea, para inmortalizar el paso bajo la lluvia de un personaje tan pintoresco; en su mirada puedo percibir que parece observar al hombre como si fuera un pobre desgraciado, como si estuviera perdido en el mundo y su propio mundo se limitara a ir a pescar todas las mañanas, provisto de chanclas baratas y calcetines. Noto cierta condescendencia en la mirada, cierta lástima e incluso pena. La chica debe pensar "qué futuro tan gris tiene ese pobre hombre, si es que viviendo de esa manera tiene algún futuro". Al poco viene un coche deportivo recién estrenado; ella le hace una señal con la mano, el vehículo se detiene y la chica se introduce en él.
Justo en ese momento, extraigo yo de la mochila mi móvil (imaginario) y, mirándola, asqueándome y por último divirtiéndome, divirtiéndome tanto, le brindo a mi vez una instantánea (igualmente imaginaria). Y, entonces, pienso: "qué futuro tan negro tiene esa pobre muchacha, si es que viviendo de esa manera tiene algún futuro".
Mientras, el hombre de las chanclas con calcetines atraviesa la calle y se dirige al puerto, indiferente a lo que una mojigata pueda pensar de él, o para el caso, lo que piense de él el mismo universo. Una de las definiciones de felicidad, quizá la más certera, es que se trata de ese estado en el que uno ya no ansía nada más, que se siente satisfecho con lo alcanzado y no abriga deseos de llegar más lejos o más alto, no porque no sea posible, sino porque no va a reportar nada que no poseas ya. A nivel material, la felicidad debe llegar pronto; de lo contrario, uno corre el riesgo de ser esclavizado. Eso parecía ignorarlo la chica del deportivo, pero no el hombre encorvado que, unos instantes después, desaparece en un mar de cortinas de agua.

21 de junio de 2007

Hibernación



Al contrario que las demás especies, en mi caso hibierno en verano. Es ahora, y no en los rigores invernales, cuando estoy bajo mínimos y la actividad se limita a la simple supervivencia. Quedo, pues, a la espera de lo que el transcurrir de los días otorgue, mientras llega mi momento de regreso, al término del verano.

Y, como sucede tras cada hibernación, la vuelta a la vida es mejor, mayor y más profunda. Aunque el letargo sea prolongado, tras él vendrá la catarsis.

12 de junio de 2007

La cárcel



Siempre he creído que, pese al carácter abierto, solidario, amistoso y bienintencionado de una sociedad como la nuestra, que semeja dar cobijo, respeto y amor a todos sus integrantes, en realidad vivo (vivimos) en una gran penitenciaria, donde estamos cautivos.

Nuestras casas son celdas, nuestros trabajos son las actividades forzadas a las que nos someten a diario para lavar los actos denigrantes que otros han cometido.

Salimos a dar paseos desentumecedores (algunos lo llamarían ir de vacaciones), pero al poco regresamos al presidio, para proseguir, atados y cohibidos, nuestras vidas de ilusioria libertad.

Nos ofrecen algunos regalos, como un paquete de cigarrillos, libros para quien sepa leer, e incluso, si eres alguien importante, un retrete en condiciones higiénicas (algunos pensarían en coches, riquezas y un buen cúmulo de gente a la que llamar cuando te sientes sólo).

Allí (es decir, aquí) no existe el individuo, sólo el grupo de reclusos. La individualidad se diluye en el mar de la masa, y uno pierde su identidad. Se forman guetos, los diferentes se marginan, el yo se escinde y desaparece. Emerson hablaba de la cárcel (quiero decir, de la sociedad) como algo que es "en todos los sitios, una conspiración contra la personalidad de cada uno de sus miembros".

La mayoría permanece de por vida en esas mazmorras, las catacumbas de la humanidad; otros aguardan impacientes, a la espera de ser corregidos y devueltos a la sociedad. La única diferencia entre esa cárcel y ésta, en la que nacemos y morimos, es que aquí nadie nos dice que si nos portamos bien, si cumplimos las normas, seremos liberados.

Eso es, sin duda, lo peor de vivir en esta prisión, colmada de buenas intenciones, de promesas y de esperanzas, pero hueca de la humanidad que se le supone: si seguimos en ella, si no escapamos, el cautiverio no tendrá fin, seremos prisioneros de por vida.

2 de junio de 2007

La fatalidad del desubicado

Lo intento, pero no lo consigo. Se supone que es algo sencillo: coger unos libros, leerlos, sacar su jugo, luego plasmarlo en una hoja de papel, y esperar un resultado acorde con tu esfuerzo. Pero no soy capaz.

Cuando sigo el método me hastío, el aburrimiento es excesivo, y aunque los resultados son buenos, generalmente, obtenerlos así carece de todo valor; es como escribir un libro dictado por otro, o como pintar en un lienzo vacío, siguiendo una mano que no es la tuya. Si, por el contrario, dejo que sea mi voluntad la que mande, la que me guíe según sus deseos, complaciendo una sed de saber que no está marcada por nada ni nadie, que se satisface a cada paso, desconociendo qué vendrá después, entonces los resultados son malos, malísimos, o bien no superan el corte necesario.

Hablo de exámenes, claro. En todo caso, haga lo que haga, hay desilusión, porque o bien no me gusto por lo que hago, o bien no me gusto porque no cumplo ciertas expectativas. Lo veo como una fatalidad, porque no importa lo que elijas, siempre acabas perdiendo. La disyuntiva es clara, y no permite errores: o te marcas la dirección a seguir, por tí mismo, o bien dejas que otros la elijan por tí.

Quizá he hecho mal empezando un camino de cinco años de aprendizaje perfectamente estructurado, perfectamente modulado año a año, perfectamente marcado. Porque nunca he sido un buen estudiante, ni creo que lo sea jamás. Yo sólo sé que me gusta aprender, pero no según lo que toque cada semana, sino lo que nazca de mí a cada instante. Así que puede que lo mejor sea desistir, buscar una alternativa que no suponga el hastío de un '¿qué toca hoy?', y sí el '¿qué deseo saber hoy?'.

No superaré el corte, no cumpliré expectativas, no superaré cursos y no satisfaceré a quienes me rodean, porque habré vuelto a fracasar. Y sin embargo, será un fracaso dulce, como el que vivimos cuando dejamos un trabajo que no nos hacía humanos, o cuando decimos adiós a alguien con cuya compañía nos sentíamos solos. Es el fracaso que, a la larga y cuando menos te lo esperas, lleva al éxito.

31 de mayo de 2007

Ayer, hoy y para siempre; apología de la soledad

El hombre grande es aquel que en medio de las muchedumbres mantiene, con perfecta dulzura, la independencia de la soledad.

Ralph Waldo Emerson (1803-1882), poeta y escritor estadounidense.

A solas soy alguien. En la calle nadie.

Gabriel Celaya (1911-1991), poeta español.

El hombre más fuerte del mundo es el que está más solo.

Henrik Johan Ibsen (1828-1906), dramaturgo noruego.

Y, el colofón:

¿Por qué, en general, se rehuye la soledad? Porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos.

Carlo Dossi (1849-1910), escritor italiano.

28 de mayo de 2007

Cambio Radical



Lo necesitamos. Y tanto.
Lo queremos, lo deseamos. Por supuesto.
No somos nada si somos como somos. Hay que cambiar.
Pero no queremos un cambio radical. En absoluto.
Aspiramos a cambiar lo que se ve, lo palpable, nada más.

Cambiemos de traje, de sonrisa, de busto o de nariz.
Nos gustará vernos en el espejo.
Qué a gusto nos sentiremos con nuestros nuevos cuerpos.
Y cómo disfrutaremos saliendo a la calle.
Pero el problema persistirá, y será mayor.

Destinados estamos a sufrir en el porvenir.
Porque la cirugía debería dirigirse,
no a las partes externas, sino a la materia gris.
Cirugía que arranque de raíz las ideas estúpidas,
el disparate de desear un cuerpo que no tenemos.

Cuando nuestros cuerpos sean cenizas, o quizá polvo,
puede que el espíritu aún exista, en todo lugar, en todo momento.
Pero ¿de qué servirá vivir, si no nos conocemos,
si hemos despreciado e ignorado nuestra esencia,
si hemos creído que la vida era materia, cuerpo e imagen?

Entonces aparecerán los verdaderos acomplejados,
que aspirarán a tener otro espíritu,
por medio de un cambio, ahora sí, radical.
Solo que no hallarán cirujanos para tal fin,
y errarán, aturdidos, solos y desechos,
...
hasta la muerte del espacio y el tiempo.

26 de mayo de 2007

Tu vida del futuro



Ayer me vi a mi mismo dentro de quince años. Regresaba en tren desde Valencia y a la altura de Cullera entró en el vagón un tipo alto y desgarbado, que llevaba a cuestas una pesada caja de cartón. Se sentó a poca distancia mía y pude verle bien.
El sujeto vestía de forma bastante despreocupada; pantalones viejos y algo sucios, un suéter con enormes capas de polvo, una raída chaqueta y una mochila que parecía haber recorrido muchos kilómetros. Algo de esa guisa hay en mí ahora, y temo que lo seguirá habiendo en el futuro. La imagen nunca ha sido mi punto fuerte; y no puede serlo porque no representa la matriz, porque es una ilusión, es sólo un fantasma sentenciado a muerte por el tiempo... . El tipo (es decir, yo) llevaba el pelo largo, pero el pobre estaba bastante calvo; ése ha sido el aspecto más angustioso de verme dentro de más de una década. Uno desea con fuerza que esa maraña peluda que hay sobre nuestras cabezas conserve su identidad y su presencia durante muchos años, pero quizá el destino, los genes y las calenturas de la vida moderna echen abajo nuestros anhelos de forma irremediable.
Traía consigo (conmigo) una caja de cartón; no pude ver su contenido, porque la mantuvo cerrada todo el trayecto hasta Gandía. Sin embargo, imaginé lo que habría en su interior. No me fue difícil hacerlo: uno evoca en cada rostro u objeto aquello que aprecia, lo que le hace sentir más humano y más feliz, aunque ello no exista en absoluto, pese a que todo esté en su bulliciosa mente, ansiosa por encontrar lo ilusorio. La caja contenía un borrador, las galeradas de una obra impresa, quizá una novela, quizá un texto de divulgación, quizá un ensayo filosófico. Redactado gracias al buen hacer de una vieja máquina de escribir Olivetti, no constituía un escrito destinado a convertirse en clásico. Sin embargo, el escritor aún era joven y su mejor evolución está aún por llegar.
En su incómodo y solitario asiento, el tipo parecía intranquilo, o ansioso. Cambiaba su postura sin cesar, como si la rigidez de la butaca le hiciera cosquillas (nada agradables) a su maltrecha espalda, encorvada ya pese a su corta existencia. Parecía que necesitara exponer una verdad al mundo, declamar un discurso, y hacerlo cuanto antes. O quizá sólo deseara salir del tren, llevar su paquete a alguna editorial desconocida y perderse de nuevo entre el mundo, para no volver a salir en un tiempo. No porque lo rechazara (o lo recharazan a él), sino porque no tenía demasiado que ofrecerle. Un par de amigos, si acaso, una mujer que deseara su compañía ocasional, un cielo limpio sobre su nariz y un silencio persistente, roto tal vez por algunos gemidos y sonidos del viento, tan solitario como él. Hay mucha gente que no es sí misma hasta que no hay otros a su alrededor; éste era justo lo contrario: no podía ser él hasta que no dejaba atrás a la gente. Quizá demasiado radical, sí, quizá excesivamente desaptado y marginado (dirán algunos). En cualquier caso, ésa es su vida. Y la vive.
Llegamos a Gandía. El tipo recogió sus bártulos, salió a toda prisa y desapareció, en efecto, como llevado por el diablo. Pude ver aún su coronilla pelada por encima de otras cabezas, antes de perderse entre la multitud. Yo (es decir, mi yo actual) también abandoné el tren, me quedé pensativo un momento y empecé a subir las escaleras hasta llegar a la calle.
¿Era yo, ése tipo? Quién sabe. Empiezo a creerlo de verdad. La realidad y el tiempo no son senderos que se recorran en una única dirección; quizá nos encontremos con nuestros 'yos' más frecuentemente de lo que pensamos, sólo que no los reconocemos, o no queremos hacerlo. Quizá ahora algunos de nosotros seamos otros 'yos' de gente más mayor o más joven. Nuestras vidas pueden ser hebras finísimas de una madeja infinita, entralazadas sin cesar unas con otras, y conectando pasado con futuro, por medio de la inexistencia del presente.

30 de abril de 2007

A quién quiera encontrarme...




... le podría decir, por ejemplo, que no busque en las ciudades, que no pierda su tiempo en bares, salas de recreo, catedrales del histerismo o comercios. Ni siquiera en bibliotecas, salas de cine, exposiciones artísticas ni museos, así como tampoco en la casa donde nací hace ya muchos años.

Allí, en todos esos lugares, no me hallarán tal como soy. Por el contrario, si se me quiere encontrar será más útil registrar y escudriñar otros emplazamientos: quizá, como en aquella leyenda de Bécquer en la que una madre afanosa busca a su noble hijo, cabría buscarme "en una tumba, en cuyo borde puedo yo prestar oído a las conversaciones entre los muertos; o en el puente, mirando correr unas tras otras las olas del río por debajo de sus arcos; o acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo, en seguir una nube con la vista o contemplar los fuegos fatuos que cruzan como exhalaciones sobre el haz de las lagunas."

Y, ¿por qué allí? Porque, en efecto, yo estaré en cualquier parte, menos en donde esté todo el mundo.

26 de abril de 2007

El cambio climático y algunas rabias



Un paisaje árido como éste podría ser típico en el futuro en muchas zonas de España, si hacemos casos a los vientos dominantes del pensamiento actual. El cambio climático es, ya, una realidad incuestionable e incuestionada. No es el momento de discutir; es el momento de actuar. Hay que parar el cambio climático al precio que sea, es decir, a todo precio. Y cabe hacerlo porque los intereses en juego son grandes. Tanto por parte de quienes lo niegan todo como por quienes aceptan toda noticia catastrofista.


Este tema ha traspasado desde hace tiempo el ámbito científico (si es que alguna vez se ciñó a él) inundando discursos políticos y económicos. Queda bien utilizar el cambio climático en las conversaciones, queda ecologista, verde, queda como símbolo de lo que estamos haciendo las cosas mal y debemos (o, quizá, deben) cambiar sus hábitos. Nos hace sentir partícipes de que movemos el culo por una buena causa, nos tranquiliza la conciencia el reciclado, no coger el coche para ir al súper, apagar de vez en cuando la climatización, o cerrar el grifo al limpiarnos los dientes. Memeces.


El clima es un ente físico de una complejidad extraordinaria. Sabemos bastante acerca de él, pero no todo. Se ha avanzado enormemente en la predicción del clima futuro, y conocemos muchas de las variables en juego, pero no todas. Y esto sí es reconocido por todos los científicos. Las predicciones a 20, 30 o 40 años vista deben ser consideradas como posibilidades, que es lo que son, y no como certezas. A no ser que queramos meter miedo, que nos gusten los titulares sensacionalistas, y hacer creer a la gente que si encienden dos luces en lugar de cuatro van a contribuir a que el cambio climático se neutralice. Cierto es que las predicciones van casi siempre en una misma dirección, que no es la buena, pero ello no debiera impedir verlas sólo como hipotéticas situaciones futuras.


Es dificil hallar fuentes y bibliografía que esté en desacuerdo con las posturas oficiales (como odio esa expresión...). Pero las hay. Y cabe interesarse por ellas si lo que queremos es hacernos con una visión lo más coherente e imparcial que podamos. No existe, pese a lo cacareado del asunto, una opinión científica clara ante el cambio climático. Están los que dicen que sí, que existe, y que además es por la mano humana, y son la gran mayoría, evidentemente. Pero asimismo existen los que opinan que no, aunque estén casi silenciados entre el clamor y los berridos de sus contrarios.


Lo lamentable del tema es que ya casi no importa quien tenga razón, sino hacer ver que ninguno de los grupos merece más credibilidad que los otros. No hay científicos pagados y otros honestos; los de un bando no son los "buenos" y otros los "mercenarios"; los que dicen que sí no son los únicos que abrazan a la ciencia y los que lo niegan no son palurdos sin formación. Nada en esto, como en lo demás, es blanco o negro.

Qué asco me da quienes creen (e intentan hacer creer) que el caso está cerrado. Oigamos a las voces que dicen lo contrario (me refiero a las voces profesionales, no a charlatanes de turno o los magufos anti-ciencia), y hagásmoslo porque el tema del cambio climático está ya más allá de una cuestión de verdad o mentira, de sí o no, de saber quién está en lo cierto y quién se equivoca. Es una cuestión de información, de hacer creer a la gente lo que mejor conviene.

Y esto, por supuesto, tiene muy poco que ver con la ciencia.

21 de abril de 2007

Vidas de podredumbre



El concepto de felicidad es sencillo de definir. El DRAE lo hace así: "Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien". ¿Cuál puede ser ese bien? Admite posibilidades muy variadas, claro está. Podemos sentirnos felices amando, en cuyo caso el bien sería el amor (aunque no por poseerlo, sino por compartirlo u ofrecerlo); quizá mediante el saber, el conocimiento del mundo y de nuestros semejantes, así como de nosotros mismos; quizá simplemente con un plato de comida caliente, ofrenda divina para algunos estómagos vacíos; o quién sabe si mediante una sonrisa, la instantánea transformación de un rostro generalmente apesadumbrado en uno alegre.

Séneca, filósofo nacido en Córdoba, tenía su propia definición de lo que es ser feliz. Séneca fue un estoico, y como tal, para alcanzar la felicidad evita todo tipo de pasiones, aquellos bienes que la diosa fortuna es capaz de darte o arrebatarte. Sus bienes, los que él y otros estoicos consideraban tales, eran los que estaban en ellos mismos, no más allá. Por lo tanto, nada externo les afectaba; esto tuvo sus consecuencias, bastante nefastas, como cuando uno de ellos perdió a sus hijos y su mujer y se mantuvo impasible, afirmando que "nada he perdido". Fue consistente con sus ideales estoicos, qué duda cabe, pero también pareció carecer de cierta humanidad y afecto para con aquellos que, es un suponer, algo debieron de significar en su vida.

En todo caso, hay una frase de Séneca que podría aplicarse perfectamente en nuestros tiempos, una sentencia acerca de lo que, tal vez, podría representar también la felicidad, en una sociedad en la que prima la mirada hacia el otro, hacia sus propios bienes, hacia lo que posee. Ésta es la mayor podredumbre de nuestra época: la de vivir en pos de lo que los demás tienen, infravalorando lo nuestro. El clímax de la envidia se observa hoy en cada calle, corrompiendo y angustiando mentes, pudriendo las vidas de las gentes porque no es suyo lo de aquellos otros.

Lo que le dijo Séneca a Lucilio, en una de sus cartas, es lo siguiente: "Considérate feliz cuando todo nazca para tí de tu interior, cuando al contemplar las cosas que los hombres arrebatan, codician y guardan con ahínco, no encuentres nada que desees conseguir".
¿Podremos, algún día, conseguirlo?

16 de abril de 2007

La esencia de una vida

"Hoy como ayer, mañana como hoy
¡Y siempre igual!
Un cielo gris, un horizonte eterno
¡Y andar... andar!"


(Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas, LVI)

14 de abril de 2007

Añoranza



Cielo oculto desde hace semanas. Lluvias, pesadas nubes, frío, ventiscas... . Quien vive en el mediterráneo se alimenta de la luz de Ra, pero el Sol parece haber muerto.

El mundo descansa, inactivo, sin existir. Esto no es la primavera; debe ser la artimaña de algún burlón. En la oscuridad de los días añoro la energía que brota de nuestra estrella, que alumbra y preña de vida. A la espera quedamos, impacientes, el regreso de su luz.

31 de marzo de 2007

"El Himno de la Creación"

"Entonces el no ser no existía
ni tampoco existía el ser.
No existía el espacio etéreo
ni, más allá, la bóveda celeste.
¿Había algo que se agitase?
¿Dónde?
¿Bajo la protección de quién?
¿Existía el agua,
ese profundo, insondable abismo?

No existía la muerte,
ni existía lo inmortal,
ni signo distintivo de la noche y del día.
Sólo el Uno respiraba,
sin aire, por su propia fuerza.
Aparte de él
no existía cosa alguna [...].

¿Quién sabe la verdad?
¿Quién puede decirnos
de dónde nació, de dónde esta creación?
Los dioses nacieron después
y gracias a la creación del universo.
¿Quién puede, pues saber
de dónde surgió?

Aquel, que en el cielo supremo es su guardián,
sólo aquél sabe
de dónde surgió esta creación,
ya sea que él la hizo, ya sea que no
- o tal vez ni él lo sabe."

(Himno de la Creación, X, 129, Rig-Veda, India [entre 1700-1100 antes de Cristo, aprox.)

26 de marzo de 2007

El futuro de la sociedad



En efecto: 'Intrinsas' y 'Viagras' para los abuelos, mientras los jóvenes se pudren, muriendo sus vidas tras las drogas, el alcohol y la velocidad. Los viejos quieren recuperar el tiempo perdido y recurren a lo artificial para ello; los jóvenes parecen repudiar la existencia, inundados por un hedonismo depravado, superficial y asqueroso.

Dentro de poco, los viejos serán quienes conducirán coches deportivos, usarán ropa juvenil y hablarán una jerga propia. A su vez, los adolescentes permanecerán postrados en cama, aquejados por enfermedades, sus miembros agarrotados y sus mentes inútiles.

Quizá esa época ya esté aquí, y no nos hayamos dado cuenta.

(El Roto, 'El País')

23 de marzo de 2007

'Calor glaciar'



En Ciencia, toda discusión es necesaria. Al igual que en la vida diaria, debatir puntos de vista, refutar a tu interlocutor o mantener una sana y pacífica 'disputa' verbal casi siempre tiene consecuencias positivas: aprendemos, intercambiamos impresiones y, quizá, se llega a alguna conclusión, aunque no sea definitiva.

Parte de la buena salud en toda ciencia está representada por los acalorados debates, las enérgicas oposiciones entre colegas y los, a veces duros, rifirrafes que mantienen bandos opuestos. Una ciencia sin debate está muerta, porque su avance se limita a una aceptación general.

Es necesario y deseable, por tanto, que en Ciencia las discusiones, las confrontaciones de pareceres, estén a la hora del día. Habrá, en consecuencia, dos 'bandos' o grupos científicos en toda discusión: los que respaldan una idea, hipótesis o teoría, y aquellos que no la apoyan. La Ciencia no trata certezas, no se interesa por lo que ya está demostrado. Una vez que un conocimiento es aceptado por todos, pasa al cajón de verdades y, como quien dice, se olvida. En los debates científicos los científicos "disidentes" o "heterodoxos" son casi siempre los protagonistas, porque ofrecen un punto de vista distinto y a menudo polémico, que dota de salud y energía a la discusión. Su protagonismo está más que justificado: constituyen uno de los medios por los que la Ciencia evoluciona.

Bueno, el caso es que hoy quería hablar de un libro y estoy divagando horriblemente... . Luis Carlos Campos es un filólogo cántabro interesado por el tema del cambio climático. Como muchos otros, Campos no es especialista en la cuestión, y escribir un libro acerca de la misma sin tener todos los datos sobre la mesa y sin estar familiarizado con el proceder científico es bastante arriesgado. No voy ahora a a analizar el libro de Campos, dado que no tengo la formación necesaria para hacerlo (aunque ya he dado mi opinión sobre el cambio climático en un par de posts anteriores, por ejemplo aquí aquí o aquí; por cierto, mis opiniones sobre el tema han variado desde entonces, aunque esto es algo que trataré más adelante), pero sí que me atreveré a criticar un poco su planteamiento.

Se supone que su libro, "Calor glaciar", es una obra de divulgación científica, y al mismo tiempo un ensayo, en el que su autor nos expone su tesis (la de que el cambio climático existe, pero no en la dirección de un calentamiento, sino hacia una glaciación). A lo largo de sus páginas, Campos se dedica a desmontar, según su opinión, la postura oficial acerca del cambio climático, y ofrece una serie de apoyos bibliográficos que suscriben la suya. Sólo aquellos que dispongan o tengan acceso a esas referencias podrán juzgar si lo que propone Campos es viable o simplemente una hipótesis descabellada, o cuando menos, improbable.

Lo cierto es que un libro no es, precisamente, el mejor lugar para exponer una tesis como la de Campos. Y no lo es porque no hay posibilidad de discusión, que hemos visto constituye un rasgo básico de la Ciencia. Si Campos quería dar a conocer una postura científica, que a su vez critica otras, el mejor lugar para hacerlo es sin duda una revista especializada: uno recoge información, da forma a su hipótesis, la sustenta con evidencias de otros colegas, y la expone ante quienes pueden rebatirla: una publicación científica.

Sin embargo, hay algo que me parece lamentable y no se trata de dónde haya publicado Campos su hipótesis (por cierto, su editorial, ArcoPress, merece un cero en la edición: fotografías oscuras apenas distinguibles, tipografía desigual, revisión léxica y ortográfica deficiente... etc.), sino del escaso acierto que supone que ciertos personajes alejados por completo de la Ciencia estén equiparados en prestigio y rigor a los propios científicos. Me explico: para corroborar su tesis, Campos nos da una serie de referencias científicas muy pertinentes (si son suficientes, adecuadas o falsas, es otra cuestión), referencias que por sí mismas deberían ser suficiente respaldo argumentativo, pero Campos no abandona ahí su lista de "fuentes afines": evidencia gran torpeza intelectual, a mi entender, el hecho de dar una muestra variada y completa de videntes, médiums y sensitivos (entre los que se halla Uri Geller...) que, gracias a sus dotes psíquicas especiales nos revelan la inminencia de una glaciación de funestas consecuencias para la especie humana.

Obviamente, esto resta una enorme credibilidad al libro de Campos y, de paso, hace un flaco favor a los científicos e investigadores que permanecen, contra viento y marea, dentro del grupo de "escépticos" climáticos. Si estamos hablando del clima, de un fenómeno físico y natural, regido por mecanismos físicos, no hay ningún lugar para Geller y compañía, puesto que son de las personas más ineptas e incompetentes que uno pueda hallar si desea obtener información fidedigna del clima. No son expertos, no tienen formación científica, carecen, por lo tanto, de la necesaria preparación sobre el tema, pero lo grave es que un periodista, supuestamente científico, dé validez y relevancia a las conclusiones a las que dichos sujetos llegan, no por investigación, qué va, sino por medio de sus capacidades psíquicas.

Al mismo tiempo, uno puede criticar esa sospechosa aureola 'New-age' que recorre el libro de Campos y aparece en ciertas partes del mismo. No es que esta aureola sea mala en sí misma, es respetable si se da en obras de una cierta clase (en las que abunda el lirismo y escasean las argumentaciones), pero hallarla en un libro de marcado carácter científico da mala espina, porque alguien que desea aportar una opinión razonada y argumentada de un tema científico intenta evitar las divagaciones, digamos, esotéricas. Es como quienes creen que es posible fundamentar científicamente la astrología; se equivocan de parte a parte, dado que es imposible fundamentar científicamente algo que no es científico. No digo que sea falso, irracional o absurdo (que puede serlo, y ello merecería un análisis aparte...), sino que no podemos dotar de ropajes científicos lo que no es posible analizar por medios científicos.

El último párrafo del libro de Campos resume bastante bien ese 'deje' de nueva era de que hablo: "Hay serios motivos y una copiosa base científica para afirmar que nos encontramos en el umbral de una Nueva Era y que va a ser precisamente el cambio climático quien ya no está adentrando en UNA MUTACIÓN GLOBAL Y PLANETARIA (mayúsculas suyas). Entropía y Sintropía, caos y evolución, se servirán de nuevo del Frío Hielo -en forma de polvo cósmico, cometas, Nubes y nieve- para cumplir el Misterioso Plan por el que la Naturaleza asciende en Cósmica Espiral hacia la máxima expansión de la Conciencia".

Uno llega al final del libro sin saber muy bien si lo que se debatía eran el cambio climático y las glaciaciones o cómo el hielo afecta a la conciencia y permite su desarrollo hacia formas espirituales más sofistiadas... (sic)

20 de marzo de 2007

Excrementos

"El dinero es un estiércol estupendo como abono, lo malo es que muchos lo toman por la cosecha"

P. Jacobus Joubert, militar y político sudafricano (1831-1900)

19 de marzo de 2007

Cultura y ceguera



Que vivimos en un mundo lleno de contradicciones lo podemos comprobar a diario. No hace falta más que echar un vistazo a los noticiarios; la riqueza y el bienestar viven en contacto con la pobreza y la guerra; los países del primer mundo nadan en la serena abundancia mientras los del tercer mundo agonizan y languidecen de inanición, hostigados por conflictos armados.

La especie humana ha dotado a la Tierra de una exuberante cultura, diversa y casi antagónica en sus costumbres. Por doquier hallamos hoy en nuestras calles a gentes de distintas procedencias, muy diferentes a nosotros. Todos los españoles tenemos nuestros sentimientos hacia estas personas: algunos, indiferencia, otros, miedo, otros más, desprecio, y los hay quienes ven en ellos algo bueno y malo a la vez.

Bueno, entre otras cosas, porque suponen una ampliación de la perspectiva cultural, un estímulo para evitar el dogmatismo cultural (mi cultura y mis costumbres son las mejores) y una estupenda forma de obtener de primera mano relatos e historias de gentes que saben lo que es pasarlo verdaderamente mal, como nos sucedió a nosotros, los españoles, hace no tantas décadas, tras la Guerra Civil.

Y malo porque, dejando aparte chauvinismos y prejuicios estúpidos, estas gentes que llegan aquí, si no todas, al menos sí una buena parte lo hacen con el deseo inmediato y necesario de satisfacer necesidades puramente materiales. Quieren mejorar económica y socialmente, desean ingresos que les permitan adquirir el estatus que disfrutamos (la mayoría de) los españoles. Y ello es loable; lo deseable sería que se interesan también por la cultura española, que la aprehendiesen también, que fueran partícipes de nuestro fondo cultural e intelectual.

Digo esto porque me parece que quien no conoce algo, al menos superficialmente, no puede conservarlo ni tampoco respetarlo. Es dificil apreciar algo que nos resulta desconocido: lo que en una estancia rápida para mí es un páramo aburrido sin interés alguno para un lugareño puede ser un paraíso de colores y aromas. Si los inmigrantes no se sienten atraídos por nuestra cultura (y hablo de la cultura en mayúsculas, de todo aquello que España posee), si no potencian el hábito de adquirir, poco a poco y sin prisas, amor por lo que les rodea, a la larga puede ser un problema de desarraigo importante: vivirán en un lugar del que tan sólo les importará el beneficio que les pueda dar, mientras añorarán sus tierras, que sí conocen, aman y respetan.

Pero, siendo realistas, en el momento actual es prácticamente una utopía pedir algo así a los inmigrantes. Además, ¿por qué iba nadie a hacerlo? Habida cuenta de que mucha gente española (demasiada...) que vive aquí desde siempre no muestra ninguna atracción por el país donde ha nacido ni respeta lo que le ofrece, ¿es justo exigir esto a las personas que huyen de un infierno de escasez y miseria que hagan, que sean responsables, cuando nosotros mismos no lo somos? No, claro que no lo es.

Y ello me lleva a la idea de desear una España que no existe, una España de calidad, de gusto por conocer y cuidar. Una España de respeto y amor por sus paisajes, sus costumbres, sus culturas, sus lenguas, una España que huya de la mediocridad de sus ciudadanos, esclavizados por el trabajo, la sociedad y el consumir, que mire al porvenir estimulada. Quizá todo ello exista en una pequeñísima fracción de nuestros vecinos; sin embargo, la realidad es otra. Es un tópico ya muy manido, pero la masa sigue idiotizada, bizquea ante la vida y es incapaz de centrarla. Y lo que podemos decir de España es igualmente aplicable a otros muchos países.

El mundo se está perdiendo a sí mismo, se nos escapa de las manos. La ceguera es intensa, y como decía Saramago, "creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven".
La ceguera, pese a su intensidad y extensión, no es crónica. Se puede superar. Quién sigue ciego es, simplemente, porque le da la gana. No hay más culpables que nosotros mismos.

11 de marzo de 2007

Tras Natura



Marcho hoy en pos de Natura. La perseguiré como un niño que no comprende nada, que tan sólo siente. Iré allí para absorber, para atrapar algo de esa esencia mágica de silencio, soledad y vastedad. No deseo a nadie a mi alrededor, ninguna mente que pueda interferir.

Camino infinito que se abre a mis pies. Yo y el mundo. Y nada más.

9 de marzo de 2007

En nuestras manos

"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos".

Arthur Schopenhauer, filósofo alemán (Danzig, 1788- Francfort, 1860)

7 de marzo de 2007

Exploración y humanidad



Hay gente que opina que los costes de la exploración espacial son demasiado altos y sus recompensas insuficientemente valiosas. Porque aumentan nuestro saber, sí, pero no sirven para solucionar problemas sociales, curar enfermedades o erradicar la pobreza. Y, sin embargo, cualquiera que contemple una imagen como ésta, la de otro mundo girando alrededor del Sol con sus majestuosos anillos de polvo cortados finamente por las sombras, debería entender que la investigación del espacio es algo más que saber. Nos remite a un impulso ancestral de conocimiento, ciertamente, pero además nos permite un cambio absoluto de perspectiva en la forma en que observamos el Cosmos y a nosotros mismos.

El conocimiento que se desprende de toda exploración es importante, qué duda cabe, pero lo que se busca en realidad es un cambio, una transformación de nuestro pensamiento. En esa interrelación entre saber y revolución mental la exploración espacial juega un papel fundamental, porque sus hallazgos nos transportan hasta otra dimensión a la hora de concebir cuál es el lugar de nuestra civilización. Desde la conquista de la Luna, hace casi cuatro décadas, hasta esta foto de Saturno tomada por la sonda Cassini hace unas semanas, persiste un nexo común: el de ir más allá, para cambiar nuestra forma de entender el inmenso universo y, con ello, nuestra propia esencia humana.

Estamos viviendo en una época extraordinaria, de descubrimientos constantes y nuevas revelaciones acerca del universo, cada vez más fundamentales. Pero aunque no fuese así, aunque la exploración espacial no nos diera el camino a seguir en pos de un mayor saber intelectual, seguiría siendo vital para nuestra especie, y ello porque las sondas, las naves y estaciones espaciales y los ingenios humanos lanzados al espacio profundo nos permiten abrazar un enfoque radicalmente nuevo de quiénes somos, en relación al Cosmos.

Una única imagen del universo, como ésta de Saturno, nos sirve para entender por qué tenemos que explorar el espacio: una especie que no avanza hasta el más allá está sentenciada a muerte. E ir más allá significa, sin más, dejar atrás lo ya sabido, aquello que nos ha hecho humanos, y dar otro paso hacia lo imposible. Hace tan sólo unas décadas, una imagen como la de Saturno era una tarea más allá de nuestras posibilidades. Hoy es pura rutina.

El cambio de perspectiva es lo que debe movernos, más que el provecho práctico de nuestra exploración. A la larga, dicho cambio puede significar, gracias al estudio del Cosmos, nuestra propia supervivencia, por ofrecernos una visión del verdadero lugar y trascendencia de nuestra especie; esta nueva concepción tendrá como núcleo nuestras diferencias dentro de un marco humano común, unido ante la diversidad del Cosmos y su indeferencia ante nuestro propio destino. Esa unidad humana es, justamente, la que hoy más que nunca necesitamos. Y quizá sea la exploración espacial la que nos la proporcione.

3 de marzo de 2007

El regalo de Selene: Hoy, eclipse de Luna



Hoy día 3 de marzo tendremos ocasión de ver un eclipse total de luna. Este tipo de fenómenos se producen al alinearse, en este orden, el Sol la Tierra y la Luna. El cono de sombra generado por la Tierra incide directamente sobre el disco lunar, y el resultado es el oscurecimiento paulatino de nuestro satélite, que puede llegar a ser parcial afectando a una región del disco de la Luna, o total, si abarca la totalidad del mismo. Tenéis mucha información en otras páginas (como ésta, por ejemplo), donde podéis conocer a qué horas de desarrollarán las diversas fases del fenómeno.

Yo, como buen hermitaño, subiré a una colina para contemplar el fenómeno en soledad, acompañado por el croar de los sapos y las serenas estrellas , en lo que se presume será una noche cálida y tranquila.

Quien tenga la suerte de sentir un aliento cálido a su lado mientras observa cómo la Luna adquiere un tinte rojizo, mucho mejor. Este tipo de acontecimientos deberían ser disfrutados en compañía si es posible, pero también son saludables en la quietud de la soledad. Sólo tú y ese ser abstracto y complejo que llamamos Universo.

Hacia la medianoche de hoy, guardemos silencio, apaguemos las luces y dejemos que el Cosmos entre en acción.

Opus 200

Con la anterior entrada alcanzamos los 200 posts publicados en este blog. No es una cifra demasiado espectacular, pero uno echa la vista atrás y se siente a gusto con sus ridículas aportaciones, con lo dicho y discutido, y sobretodo, por lo que aún nos resta por decir y discutir, que es tanto que jamás podremos darle cabida aquí.

Por suerte, para ello están los amigos, la vida, y por supuesto, el Cosmos.

Con éste, pues, hacen 201.

26 de febrero de 2007

Sobre la pregunta de si existe un Dios

«Alguien preguntó al señor K. si existía un dios. El señor K. respondió: "Te aconsejo que reflexiones si tu comportamiento cambiaría según la respuesta a esa pregunta. De no cambiar, podemos abandonar la pregunta. Si cambia, yo podría al menos ofrecerte alguna ayuda diciéndote que ya te has decidido: tú necesitas un dios"».

Bertolt Brecht, Historias del señor Keuner.

24 de febrero de 2007

Vidas esclavizadas



Es sorprendente lo que llega a ser capaz la gente por mantener su nivel de vida. No les importa en absoluto la propia vida, cómo vivirla o qué hacer con ella, con tal de poder preservar su boyante economía.

Porque, hoy, lo que semeja vida no es más que una carrera desenfrenada e incoherente hacia un bienestar material mayor: compramos de todo, que no necesitamos, nos apuntamos a todo, que jamás aprovechamos, trabajamos sin parar, ansiosos por no ver desaparecer de nuestros bolsillos los billetes de nuestra devoción. Queremos mantener el nivel de vida, pero lo hacemos a costa de la propia vida.

Pienso en aquellas personas encerradas en fábricas, agobiadas por ruidos y hedores, aspirando serrín, trabajando ocho horas diarias en un ambiente de infierno (excepto por las ocasionales amistades que uno llega a trabar, en medio de un caos de desprecio y envidia). Pero también en ejecutivos, en funcionarios, en gentes corrientes de la calle, dispuestas a ahogar su existencia con su aspiración de una vida supérflua, económicamente productiva aunque humanamente deplorable, vaciadas de cualquier valor.

Yo preferiría vivir en la indigencia, yendo a la casa de la beneficiencia dos veces al día para tomar un plato de comida caliente, vestido con andrajos, ojeando los periódicos de la biblioteca y tomando el sol cada día mientras camino sin rumbo fijo, que esclavizarme por una vida que no quiero, por un trabajo que detesto, por unos conocidos a los que no deseo ver. Y ello no sería denigrante, no supondría agravio alguno; al contrario, entonces la vida estaría marcada por una dignidad total, la de vivir de acuerdo a una liberación diaria, en lugar de un constante devenir hacia la degradación que estamos viviendo.

Me sonrojo al ver a ciertos tipos con sus coches lujosos, con sus trajes bien planchados y tintados, y sus móviles de última generación, llenos de satisfacción por cómo viven. Pero su fachada no lleva a engaño: en realidad no viven, encadenados como están al yugo de una esclavitud invisible, sin nombre ni rostro, pero real.

La vida parece estar escapándosenos. La clave de todo el asunto radica en la conciencia por una existencia alejada de trivialidades materiales, al tiempo que estimulada gracias al trabajo, convertido en diversión. Si esto no es posible, cabría trabajar medio año completo, y el resto dedicarlo a nosotros mismos. Si esto tampoco es posible, podemos intentar vivir de otros, ayudando en lo que podamos. Y si todo esto falla, entonces el último recurso, no por ello menos humano, de la indigencia.

Por supuesto, muchos preferirán cualquier otra opción a esta última. En sus mentes es impensable verse como mendigos ante los ojos de los demás, claro, pero lo que parecen no advertir es que, de hecho, se están conviertiendo en mendigos de sus propias vidas. Dentro de poco los veremos pidiendo limosna, pero no para un bocadillo o una cerveza que les alivie el estómago o las penas, sino para el alma, para evitar perpetuar una vida desdichada y llena de fracaso.

Y ésa es una limosna mucho más dificil de conseguir que cuando arrojamos unas monedas a los pies de los mendigos. Los indigentes siempre hemos sido nosotros.

18 de febrero de 2007

Enamorado del Cosmos



Hay quienes aman a su pareja.
Hay quienes aman a su mascota.
Hay quienes aman a sus padres.
Hay quienes aman a sus amigos.
Hay quienes aman un equipo de fútbol.
Hay quienes aman a su país.
Hay quienes aman el futuro.
Hay quienes aman lo vivido.
Hay quienes aman un paisaje.
Hay quienes aman una sonrisa.

Yo no puedo decir que no ame también a todas esas cosas y muchas otras; pero el verdadero amor lo siento cuando miro hacia arriba, cuando contemplo de dónde provengo y la piel se eriza al saber que parte de mí mismo estuvo allí tiempo atrás, y que tras incontables eones allí volverá. Amo el Universo, lo amo en toda su extensión, material y espiritual. Lo curioso es que no recibiré jamás nada a cambio, porque el Universo es indiferente a nuestras pasiones. Sin embargo, quizá el amor no correspondido sea el único y verdadero amor que existe.

12 de febrero de 2007

Primavera de invierno



Resta aún más de un mes para la llegada de la siempre inspiradora primavera, pero parece hoy haberse anticipado, al brindarnos una jornada llena de calidez y cielos maravillosos.

Me resulta gracioso que mucha gente y muchos medios de comunicación relacionen directamente estos días singularmente calurosos en pleno invierno con el cambio climático. Es gracioso y bastante lamentable, porque la memoria siempre es corta: todos los años sucede algo similar, no hay más que echar la vista atrás y recordarlo. En mi caso, hojeando mi viejo diario he comprobado como casi siempre por estas fechas en el mediterráneo se dan días así, de altas temperaturas y viento seco. Sólo con echar mano de los archivos y las estadísticas uno puede comprobarlo por sí mismo, y aunque pueda ser verdad que un año sea especialmente caluroso, o especialmente lluvioso, a la larga esos extremos se compensan, y pasa siempre, más o menos, lo mismo.

En cualquier caso, hoy ha sido un día perfecto para pasear, quitándonos chaquetas y absorbiendo la especial energía del Sol, energía forjada en sus abrasadores interiores hace ya más de un millón de años, y que alcanza ahora la Tierra, poniendo en movimiento la maquinaria climática como lo ha ido haciendo desde el origen del mismo planeta. Y esa energía, combinada con los factores climáticos propios de la Tierra y las condiciones meteorológicas concretas sobre la Península Ibérica, nos han ofrecido una jornada radiante de luz y color, que semeja la llegada de la primavera, la estación que supone el vínculo eterno entre la muerte y la vida, el ocaso y el renacer.

Aún no estamos en primavera, es cierto, pero yo la siento ya en mi interior. Dejemos, para terminar, que unas palabras de Jack London sean las últimas hoy y antecedan el nacimiento de esa estación tan especial:

"Volvía el sol, y con él despertaba la Tierra del Norte que le llamaba. La vida empezaba a agitarse otra vez. La primavera se sentía en el aire. Llegaba hasta él la pulsación de las cosas vivientes que crecían bajo la nieve, de la savia que ascendía por los troncos de los árboles, de los capullos que hacían estallar la capa de hielo que aún los cubría..." (Jack London, "Colmillo blanco")

(Foto: Jordi Cantó i Garcia; Fotonatura)

9 de febrero de 2007

Locura por escapar

Siempre me he sentido a gusto en esta tierra. Forma parte ya de mí, y es algo más que simple apego; se trata de identificar como propios ciertos paisajes, ciertos aromas, y notar lo pisado como si fuera una extensión de tí mismo. Percibes que formas un todo con lo que te rodea, porque lo conoces, porque lo estimas y quieres conservarlo.

Pero en los últimos tiempos noto algo de desasosiego; necesito ir más allá de esta frontera tan cercana, abrir el espacio de nuevas tierras y desconocidos amaneceres. Suena cursi, pero es lo que siento: ansia de escapar, de huir de lo que te ha rodeado hasta ahora, no porque te canse o no tenga algo que ofrecer, sino por el hecho simple de avanzar hacia lo lejos. En un tiempo en el que amigos próximos hacen realidad sus sueños, en el que se inician grandes viajes, se descubren culturas y comienzan aventuras extraordinarias, yo siento que no podré estar por mucho más anclado en esta luminosa y cálida comarca.

La pena es que han arruinado la única manera plausible y asequible que tenía para huir. Y lo han hecho los de siempre, los que marcan las normas, los que, como decía en el post previo, no quieren sino su parte del pastel. Con todo, uno debe seguir en la lucha. A la vuelta del tiempo, quizá, lo que ahora es inalcanzable se torne factible.

Y, así, sólo queda soñar, eternizar esos instantes de gozo que se supone están por llegar, y estar dispuesto a hacerlos realidad aunque suponga, de nuevo, por enésima vez, el sacrificio. La expiación será necesaria tras el infortunio; la dolorosa privación, también. Así es la vida, cruel sí, que desagarra el espíritu, pero asimismo siempre dispuesta a ofrecer otra oportunidad.

Sólo queda, por lo tanto, soñar con el tiempo que permita huir, escapar de esta especie de cárcel disfrazada de paraíso en que mi tierra se ha convertido. La adoro y la quiero, pero aún deseo más la que me es desconocida, aquella que aguarda, impaciente ya, en el confín visible, como a años luz.

No es momento de volver a errar. No cabe la espera. Habrá que hacerlo ya.

2 de febrero de 2007

La furia (el sueño destruido)





















Uno, como ya he dicho muchas veces (y resulta obvio con sólo examinarnos a nosotros mismos) vive su existencia rodeado de sueños. Sabemos que unos no se cumplirán; de otros albergamos más esperanzas, aunque aceptemos su dificil resolución. Y hay otros que parecen hacerse realidad casi sin proponérnoslos.

En mi caso, el sueño que había estado merodeando en mi interior, cuya fuerza me había instado a romper con mi sosegada vida, cuyo ímpetu me había lanzado a trabajar (algo impensable hasta que vi factible hacerlo realidad), ha quedado reducido a cenizas, desintegrado por una estúpida y maldita ley que tan sólo aspira a saquear nuestras maltrechas economías personales.

Vivo con tanta austeridad y lo que anhelo (anhelaba...) cuesta tan poco que todo euro que pesco es casi como un tesoro. Nadie puede comprender esto si su vida se concreta en echar mano constante de la tarjeta de crédito o parar esa misma mano ante papá cada vez que desea salir de marcha o hacerse tal o cual capricho. No soy un currante (jamás llegaré a ese extremo, entendiendo la vida como un mancillar constante de trabajo desencajado), pero tras el esfuerzo realizado en dos veranos y viendo en sueño al sueño (redundancia obligatoria) materializarse ante mí, estaba razonablemente convencido de que el momento cumbre había llegado.

Tras unos días en que los exámenes, casi como espadas cruzadas, me impedían moverme del sitio, pensaba hacer un viaje a Alemania y adquirir, por fin, mi casa rodante. Era ése el plan, sencillo, directo, sin complicaciones, y a partir de entonces vivir como jamás había soñado. Ése era el plan, en efecto, pero unas noticias vertidas en mi correo (por un aliado en lo que ahora se ha convertido en una especie de guerra contra la avaricia y el afán de lucro de ciertas entidades gubernamentales) lo hicieron saltar en pedazos. Resultaba que no, que no era posible que un tipo como yo, ingenuo, inocente, incapaz de hacer daño más que a sí mismo y dotado de espíritu pacífico, pudiese dar forma real a su sueño. Debía no sólo cumplir con los trámites legales, papeleos interminables y otras lindezas tan habituales en estas gestiones burocráticas, sino que además, en un alarde de solidaridad y buen talante, para poder traer aquí, a España, a mi tan sentida y esperada autocaravana, era obligatorio desembolsar una cantidad casi igual al coste del propio vehículo. Esto es así porque: 1º, me prohíben comprar más allá de cierta antigüedad; 2º, me obligan a pagar un impuesto de homologación disparatado (cerca de 2.000 euros...) y, 3º, exigen el pago a Hacienda de una cantidad próxima al 15% del valor total. Es decir, que lo que en principio podía suponer un gasto de 1, ahora se multiplica por dos... .

Una ley tal, propuesta, aceptada y puesta en marcha en un tiempo récord, no puede deberse más que al instinto carroñero de las instituciones tributarias, que han visto el negocio existente en este tipo de compra-venta y quieren su trozo de pastel. Han visto que en ese sector se mueve dinero, hay beneficios, y se les hace la boca agua tan sólo con imaginarse el bote a fin de año. Y yo lo comprendería si se aplicara a ciertas carteras con varios ceros en la cuenta corriente; podría incluso hasta yo mismo aceptarlo si mi caso fuese el de un tipo al quien lo mismo da 20 que 22. Pero, claro, hecha la ley hecha la trampa; y, de paso, que paguen justos (y pobres) por pecadores (y ricos).

Es surrealista que hace unos días estuviese ya analizando los modelos finalistas, viendo los billetes de avión más baratos e imaginando cómo sería el viaje de vuelta, y que en un tris se eche a perder toda la ilusión y todo el placer que suponía hacer realidad el sueño. Pero si se debiera a mi inoperancia, a mi ignorancia o a cualquier otro aspecto cuya resolución de mí dependiera, entonces no habría problema alguno. La putada, el roto que ha supuesto la entrada en vigor de esa miserable ley, es que ya no depende de mí, que no es algo a superar por mí mismo (como sí lo era hasta ahora). Esto es algo que se me impone desde fuera, cuyo nacimiento viene a complicar la vida del austero dificultándole el cumplir sus sueños.

Estamos viviendo no en un mundo, sino en una jungla; la jungla del matar o ser devorado, la jungla de impedir que el contrario sea más feliz, más completo. Pero no es ya lo triste que seamos nosotros quienes nos lo hagamos dificil, sino que la propia sociedad, la que a priori vela por los intereses de los ciudadanos, la que nos debe ayudar a alcanzar aquella felicidad o a desarrollar la que ya poseemos, es triste que sea la sociedad, digo, la que acabe quemando y destruyendo los ideales, que no cumpla con su parte del trato y que ofenda y humille la libertad y la independencia que todos nosotros debemos tener.

En esta jungla sólo cuenta el billete, la cartera y la cuenta bancaria. Claro que eso ya se sabía, no es noticia de hoy. Pero para mí sí es noticia de hoy darme cuenta de que la lucha debe encarnizarse, porque nadie (de los arriba situados) para su puta mano en tu ayuda. Ellos van a hacer daño, van a querer más y más, ahogando, estrujando y asfixiando libertades, tan sólo en su propio beneficio. Uno no puede vivir en paz y armonía en un mundo dominado por pasiones bancarias, no puede hacer su vida sin ser obstaculizado de continuo. Sólo queda, me decía un amigo, ser más rápido que ellos, actuar con prontitud, dar vida al "carpe diem" y olvidarse de hacer planes de futuro, porque lo más seguro es que, ellos, te lo acaben matando.

Quizá tenga razón, pero de una cosa estoy seguro, y es que debo cumplir mi sueño. Tendré, seguramente, que pasar por encima de ellos, tal vez olvidándome del respeto a la ley, posiblemente haciéndoles tanto daño como ellos me lo están haciendo a mí, tal vez con la misma saña y fuerza por mi libertad que ellos emplean, no en dar una vida mejor a los ciudadanos, sino en oprimir un poco más la soga en torno a sus cuellos.

Estoy dispuesto a dar guerra, aunque sea el único del bando, porque a quienes matan los sueños, quienes lapidan las ilusiones de la gente con el fin de aumentar sus arcas, no deben tener otro destino que un lento agonizar, viendo cómo los carroñeros les arrancan los miembros y cómo hacen trizas sus deseos, esos deseos que, convertidos ya para siempre en polvo, alguna vez también tuvieron otros, a quienes en su momento ignoraron y despreciaron.

27 de enero de 2007

Culturas distintas; mundos diferentes

Uno de los mayores privilegios que uno siente cuando aprende (y sobretodo, si es algo que te gusta y motiva)es que, de una u otra forma, ese aprendizaje va cambiando poco a poco tu perspectiva; a medida que profundizas, te das cuenta de aquello que antes ignorabas, o lo que creías obvio o intrascendente pero que luego se revela capital. En fin, tu visión del mundo se transforma. Captas matices, descubres uniones ocultas, y confirmas (o desmientes) tus ideas preconcebidas.

En Antropología, el estudio de la cultura y diversidad humanas en el tiempo y el espacio, se menciona muchas veces un evento festivo que algunas tribus del Pacífico Oriental emplean como medida de intercambio de recursos. Es el potlach. Pues bien, un potlach consiste fundamentalmente en la distribución, por parte de los miembros de una comunidad, de alimentos, utensilios, mantas, etc. A cambio, esa tribu aumenta su prestigio, su reputación. Claro que es una costumbre india, por lo que quizá nos resultará extraño eso de regalar alimentos y otros objetos de valor a gente desconocida (o a miembros de otras familias). ¿Por qué harían algo así los tlingit, los salish y otras tribus similares?

Según la teoría económica clásica, el motivo del lucro es universal, pues está presente en toda sociedad y en todo tiempo. Sin embargo, el comportamiento de los indios norteamericanos revela una actitud completamente opuesta. A ojos de ciertos investigadores occidentales, esto se interpretaba como un comportamiento derrochador: las tribus ofrecen regalos para ser más prestigiosas, incluso si ello supone una disminución de su bienestar material. Pero esta forma de ver las cosas parte desde la perspectiva occidental; y cualquiera debería saber que analizar el mundo y la humanidad a partir de ella tiene como resultado una visión miope de la realidad.

Ahora bien, ¿cómo entonces debemos percibir el potlach? Según la perspectiva actual, el potlach y costumbres semejantes son adaptaciones culturales a los periodos alternativos de abundancia y escasez locales. Es decir, las tribus que han tenido un buen año y se convierten, durante un tiempo, en ricos ofrecen la parte sobrante de su subsistencia a quienes son pobres. Quizá al año siguiente cambien las tornas, y los ricos sean pobres y los pobres ricos: se trata de un mecanismo de compensación social, por decirlo así. Lo extraordinario de todo ello es que las tribus indias adquieren prestigio al compartir con los demás, pero no por afán de lucro o para ser bien vistas por otras, sino sobretodo para evitar la estratificación social (o sea, que haya ricos y pobres estables).

Aquí es donde entra en juego la comparación con occidente, con nuestra sociedad capitalista. ¿Qué hacemos nosotros cuando tenemos "excedente" de recursos económicos? No es que se deseable que los compartamos, los distribuyamos entre la gente pobre, etc., porque ello es inviable en un mundo como el nuestro, tan arraigado y necesitado a los valores materiales; más bien, lo horrible es que tendemos a hacer ostentación de nuestra riqueza, a restreguar a nuestro vecino el coche nuevo que acabamos de comprarnos, los trajes y halajas de nuestra mujer, el colegio caro al que acuden nuestros hijos y, en general, todo aquello que nos impulsa por encima de los demás.

En resumen, las tribus que emplean el potlach no lo hacen con ánimo de arrogancia o suficiencia ante los necesitados, sino que prefieren renunciar a sus excedentes antes de servirse de ellos para agrandar la distancia social que media entre ellos y sus vecinos.

Es esa mentalidad la que ofrece un buen ejemplo de lo que significa vivir en armonía con tu alrededor. La verdadera solidaridad, lo que mueve hacia la alianza entre personas. Más allá de la ingenuidad que supone creer que ello es viable y posible en occidente, porque nuestros esquemas mentales se hallan arraigados a la idea de que lo nuestro es nuestro y de nadie más, lo pasmoso es la sensación de distancia mental que media entre las costumbres de esas tribus (que algunos, graciosamente, interpretan como primitivas), y nuestra forma de vivir.

Nos consideramos progresistas y evolucionados cuando, más bien, aún estamos en la primera casilla del juego de la vida: pasmoso es también lo que aún nos resta por aprender de un puñado de gentes con tocados de colores y plumas en la cabeza, que sienten la existencia no como competición, no como una jungla llena de fieras dispuestas a destrozarte, sino como un paraje que, si bien no lo es, puede ser más idílico y grato por poco que hagamos nosotros. Gentes de tradiciones casi milenarias, que aportan sabiduría y humanidad en un mundo de sangre, locura y avaricia. El mundo en el que vivimos y donde, al parecer, queremos vivir.

15 de enero de 2007

De regreso, por fin

Bien, por fin. Casi cuatro semanas después he podido volver a entrar en Internet. Debido a unos problemas absurdos, irritantes y nada sencillos en apariencia, y por unas maneras bastante torpes por parte de los responsables, he pasado 25 días en blanco, sumido a veces en cierta desesperación ante lo que parecía una dificultad sin solución.

Ha habido novedades en este tiempo de silencio. Aquel compañero que anhelaba saltar a la vía del Gran Viaje ha tenido que desistir, de momento, tras un periodo de estira y afloja en el que el sueño simulaba ser real. No, no por ahora. El Viaje llegará, pero tiempo al tiempo.

Por otra parte, ahora, hoy ya, estoy sumido en horas de profundo aprendizaje, en vistas a realizar esas triviales y en absoluto representativas de tu saber pruebas escritas que dan por llamar exámenes. En una semana se me echan encima, y yo aún ando a medias, a oscuras, iluminado por una vela; en mí manda el gusto por hacer de mí mismo, en base al aprendizaje, alguien que antes no existía, pero la enseñanza obliga a pensar en pruebas que no sirven más que para una simple e incompleta orientación de tus conocimientos. Transcurre mi vida entre pensamientos de Sócrates, lecciones sobre la no-dualidad de las filosofías orientales, nociones sobre reglas de inferencia, meditaciones acerca de la vida virtuosa según Aristóteles, algunos conceptos de antropología del lenguaje... y todo ello endulzado con los textos de Paul Davies e Italo Calvino, unas páginas de Bécquer y la visión de la Luna mientras me duermo.

Vienen días de obligaciones, lejanos los tiempos del saber por el saber. Nos hacen vivir pensando en lo nimio, lo banal de una prueba escrita; nos jugamos medio curso en un par de horas, como si en lo que uno se convierte tras aprender pudiese plasmarse en un cuatro páginas blancas. No, es imposible. Cada vez que leemos un libro, o examinamos el pensamiento de un autor, cada vez que releemos un capítulo que nos gusta o buscamos una idea de aquél escritor nos debe mover el impulso de ser mejores, de elevar nuestra cima intelectual, de alcanzar cierto orgasmo mental. No podemos simplificar algo tan extraordinario y querer vomitarlo en un exámen; el intelecto sufre cuando se enfrenta a ellos, no por falta de saber, sino porque le instan a ceñirse en demasía, a rebuscar, a hurgar en su interior en busca de soluciones a cuestiones intrascendentes.
Es lo que siempre odiaré de la enseñanza estructurada y regida por pruebas escritas. No hay voluntad de mostrar en qué te has convertido, cómo te has transformado tras el aprendizaje; sólo se quiere la demostración de que has seguido lo establecido, que has continuado por el camino ya marcado, que has estudiado lo que te mandan, no lo que nace de tí. En suma, se valora que hayas seguido las normas, siendo un fiel y devoto individuo dispuesto a tragar y tragar sin parar, con la vista puesta en el aprobado, superar el curso y alcanzar la licenciatura.

Ése, en efecto, es el procedimiento completo y total para formar personas íntegras y maduras en una sociedad como la nuestra. Es lo que se espera de nosotros. Venga, pues.