31 de mayo de 2006

Sociedades verdaderamente humanas

"Nápoles tiene setenta mil habitantes, de los cuales trabajan sólo diez o quince mil, y éstos se debilitan y agotan rápidamente a consecuencia del continuo y permanente esfuerzo. Los restantes se corrompen en la ociosidad, la avaricia, las enfermedades corporales, la lascivia, la usura, etc., y contaminan y pervienten a muchas gentes, manteniéndolas a su servicio en medio de la pobreza y la adulación, y comunicándoles sus propios vicios. Por eso resultan deficientes las funciones públicas y los servicios útiles.
En cambio, como en la Ciudad del Sol las funciones y servicios se distribuyen a todos por igual, ninguno tiene que trabajar más de cuatro horas al día, pudiendo dedicar el resto del tiempo al estudio grato, a la discusión, a la lectura, a la narración, a la escritura, al paseo y a alegres ejercicios mentales y físicos. La comunidad hace hace a todos los hombres ricos y pobres a un tiempo: ricos porque todo lo tienen; pobres porque nada poseen y al mismo tiempo no sirven a las cosas, sino que las cosas les obedecen a ellos."

Tomasso Campanella (1568-1639), La Ciudad del Sol, 1623.

29 de mayo de 2006

Punto (y aparte)



Tras el largo periodo de exámenes - los cuales han ido bien (o así lo presiento) y, por lo tanto, permiten que se haga realidad uno de mis sueños veinteañeros -, ahora toca cambio de tercio. Por supuesto, todo cambio implica aventura; en este caso es seguir el mismo camino pero un sendero distinto, lo cual tiene su parte interesante. Dejo los estudios convencionales para adentrarme, por segunda vez menos de un año, en el asqueroso y putrefacto mundo laboral: pero es una incursión superficial y temporal, de tal suerte que ese mundo podrido no conseguirá arrastrarme ni hacerme suyo. Son sólo unos meses, un pequeño espacio temporal, necesarios para hacer realidad un sueño (otro) que llevo en las venas casi desde que tengo uso de razón.

Odio trabajar. Supongo que a muchos les sucederá lo mismo, si están en el caso de trabajar en algo que no les motiva, estimula o agrada. El mayor regalo que una persona puede hacerse a sí misma es luchar por vivir de acuerdo a su modo, a su filosofía, alcanzando ese bienestar de saber que día a día te levantas para mejorar, y que aportas tu grano de arena al conjunto de la Humanidad; trabajando en aquello que te gusta, por lo que sientes pasión, una persona asciende de entre la mediocridad para ser el mejor en su labor. No hay mejor estímulo a la hora de ser creativo y eficiente en el trabajo que desarrollar una actividad allá donde te sientes a gusto, en lo que te hace sentirte vivo, y ello es imposible si tu faena consiste en algo que está lejos de tus aspiraciones o preferencias.

Naturalmente, mi futuro trabajo tampoco representa mis aspiraciones: éstas sólo encierran montañas de libros, un ordenador frente a mí y pasarme horas y horas tecleando, divagando o arrancando el alma a cada pulsación. Da igual que escriba artículos de divulgación, libros, relatos, poemas (peripatéticos, en todo caso...), diarios, críticas, etc. Sea lo que sea, siempre me estimula, siempre me llena de energía y felicidad desgranar palabras, hacer físico y palpable algo que horas o minutos antes sólo estaba presente en la masa gris. El problema, el mismo a lo largo y ancho de la eternidad, es que la recompensa por hacerlo es inexistente: recompensa económica, se entiende. Si uno anhela vivir así, sin trabajar excepto en aquello que te haga persona y ser integral, la sociedad te lo pone dificil. Más bien, casi te lo impide.

Pero hay que proponérselo. Con tiempo, paciencia y constancia, quizá el regalo venga, tal vez se materialice algún día. Es posible que hoy tengamos que sacrificarnos, un poquito al menos, trabajando en lo que no nos gusta para que mañana podamos disfrutar de lo que significa la vida plena, la existencia digna, el éxtasis total que implica hacer aquello para lo que has nacido y sientes amor. Cuando uno trabaja en lo que quiere no trabaja, se divierte. Todo acto de trabajo debería constituir un acto de diversión, de placer. Sino, el trabajo adquiere la forma de un demonio tiranizante y destructor que, con el tiempo, te encierra en su guarida y absorbe lo que de humanos libres tenemos. No es exagerar, es consecuencia de lo que veo a mi alrededor, de la transformación que sufren las gentes ante el martirio que para algunos supone el trabajo no deseado.

No dejemos que el monstruo nos alcance.

23 de mayo de 2006

Punto (y seguido)



La rotación de la Tierra ha dejado en tinieblas medio hemisferio de exámenes, agua pasada que se pierde en el olvido. Por el horizonte, a días vista, viene otra andanada, la última, la que cierra el ciclo.

Aparte de las lecturas, otra de las necesidades inmediatas en época de controles es el pateo, caminar entre naranjos, rodeado por montañas y el frescor de la primavera. Hoy era día para recorridos a pie, pues el poniente ha dejado paso a un fresco levante y el cielo se ha cubierto de gris, hundiendo las temperaturas y brindando paseos interminables.

La suerte de tener coche propio (aunque renquee y tenga más o menos tu edad...) es la posibilidad de estar en un santiamén allá donde quieres, sea la playa, el monte o ese refugio en donde te escondes para huir de todo, menos de tí mismo. En esta ocasión las cuatro ruedas me han llevado a una zona boscosa, tan sólo alejada de la ciudad unos pocos kilómetros. Pese a esa separación tan escasa, ir allí es entrar en otro mundo, un universo de paz, silencio, árboles y vida. Me siento afortunado de vivir en una tierra que dispone, en unos pasos, tantas alternativas, tantas opciones, paisajes y sensaciones.

Caían gotas de lluvia mientras iba yo despedazando el tiempo a cada paso; no oía una alma, apenas escuchaba el rumor lejano de una excavadora, que bien podía estar en el confín del mundo. De repente, un par de conejos aparece enmedio del camino, sin percatarse de mi presencia. Parece una madre y su cría. Me detengo, mientras mis pasos llegan hasta donde estaban ellos; entonces se ponen en marcha, esfumándose. Sigo adelante, y unos metros más adelante, vuelvo a parar. No están, han entrado en su madriguera o están en el otro lado del desfiladero. Pasan unos segundos, absorbiendo yo ese silencio único, arrollador, casi mareante. Cuando echo la vista al camino, los veo de nuevo: están comiendo algo, no sé qué. Se olisquean, se persiguen un momento y, oscilando sus graciosos traseros entre el gris y el blanco, desaparecen para siempre. Me quedo un instante allí, quieto por si se les ocurre regresar, pero por lo visto prefieren seguir entre la maraña arbustiva que lo llena todo.

Un familia de conejos; ni misterios cósmicos, ni problemas filosóficos, ni supuestas intelectualidades peripatéticas, ni leches en vinagre: una familia de conejos encierra toda la belleza, toda la verdad y toda la esencia de la vida, resumida en unos tallos de hierba para comer, un retoño a tu lado a quien enseñar y amar, y el inmenso tapiz del mundo exterior, ajeno e indiferente, sobre tu espíritu. Ellos no lo saben, pero han abierto un poquito más los ojos a alguien desgarbado que los observaba con curiosidad desde la distancia.

Ahora, claro, de vuelta a los libros.

17 de mayo de 2006

Entre Borges, Aleixandre y los agujeros de gusano

Para evitar que en estos días, de estudio ininterrumpido e intensivo, la locura total y absoluta haga más mella en mí de lo habitual, no hay nada mejor que la lectura; quizá sea lo único que te permite, de verdad, olvidarte de todo, al menos durante unos minutos, y dejar que el intelecto y el alma ondeen todo lo alto que se merecen, liberadas de las ataduras de la obligación.

Por lo tanto, entre los ratos de estudio, el hermitaño lee. ¿Qué?, ¿a quién?. Bien, primero un poco de Borges; alguno de sus relatos, como "La biblioteca de Babel" o bien "El hacedor", o el archiconocido "El Aleph". Da igual que lo lea una o mil veces; sea como sea, Borges siempre acaba sorprendiendo. De sus Narraciones hice un brevísimo comentario en mi diario, ayer: "el volumen de relatos de Borges ha sido, para mí, un descubrimiento maravilloso, una obra maestra literaria, por la originalidad, su enorme inteligencia y el anonadante contenido. Esto es literatura a un nivel superior, no apto para quienes buscan historias convencionales o un estilo sencillo y sin connotaciones". Me reafirmo en ello. Borges se inventa su propio Universo, de una pasmosa imaginación, en el que deja caer, como si no lo quisiera, un mar de preguntas, de dudas y de temas filosóficos, intelectuales. Literatura superlativa, en suma.

Luego, cuando me 'aburren' los análisis sintácticos o los la población humana histórica, entro en la poesía, en este caso de Vicente Aleixandre (Poemas paradisíacos). Aunque no suelo devorar poemas con tanta gracia como novelas, ensayos o textos divulgativos, siempre me produce un placer enorme entrar en ese nuevo Cosmos que supone el mundo visto a través del sentimiento poético. Son poemas breves, los de Aleixandre, y esos son precisamente los que más aprecio; en pocas palabras, todo una nueva forma de captar la realidad (o la irrealidad, o la fusión entre ambas...), el ser humano y sus encuentros con la vida.

Por último, antes de mecerme al ritmo de las estrellas, digiero un poco de divulgación; abro "Agujeros de gusano cósmicos", obra de Paul Halpern sensacionalmente escrita, fácil de entender y muy estimulante. En ella se hace referencia a los viajes en el tiempo, a su posibilidad física y teconológica. Menciona la hipotética viabilidad de viajar a través de distancias enormes (prácticamente de lado a lado del Universo, si es necesario), empleando para ello agujeros de gusano, una especie de túneles cósmicos que facilitarían el tránsito interestelar, en tiempo y en espacio. Con ello, en un futuro remoto (o quizá no tanto...), es factible la idea de ir hasta otros sistemas planetarios, con vida inteligente, tomar un té con nuestros vecinos de Aldebarán, y estar de vuelta en casa antes de la cena.

Ante estos universos literarios, es dificil resistirse, por muy importantes que sean ciertos estudios. La lectura, la verdadera, aquella que enciende el intelecto y el corazón, es el alimento del alma. Y el alimento del alma no conoce de obligaciones, sólo de disfrutes, de placeres y de sensaciones únicas, que producen las lecturas impuestas tan sólo por uno mismo.

12 de mayo de 2006

La plena libertad; el humanismo renacentista en Pico della Mirándola

Cuando Dios completó la creación del mundo, empezó a a considerar la posibilidad de la creación del hombre, cuya función sería meditar, admirar y amar la grandeza de la creación de Dios.

Pero Dios no encontraba un modelo para hacer al hombre. Por lo tanto se dirige al prospecto de criatura, y le dice:

No te he dado una forma, ni una función especifica, a ti, Adán.
Por tal motivo, tu tendrás la forma y función que desees.
La naturaleza de las demás criaturas, la he dado de acuerdo a mi deseo.
Pero tú no tendrás limites.
Tu definirás tu propias limitantes, de acuerdo a tu libre albedrío.
Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea mas fácil dominar tus alrededores.
No te he hecho ni mortal, ni inmortal. Ni de la tierra, ni del cielo.
De tal manera, que tu podrás transformarte a ti mismo, en lo que desees.
Podrás descender a la forma mas baja de existencia, como si fueras una bestia. O podrás en cambio, renacer mas allá del juicio de tu propia alma, entre los mas altos espíritus, aquellos que son divinos.


Pico della Mirándola (1463-1494) fue un librepensador y humanista italiano que publicó en 1486 una obra titulada 'Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae', más conocidas como 'Las 900 tesis'. En el prólogo a este libro, titulado "Discurso sobre la dignidad del hombre" (quizá su texto más conocido), Mirándola formula tres de los ideales o derechos clásicos del Renacimiento: el derecho a poder discrepar y disentir de las visiones dogmáticas y tradicionales, el respeto por la diversidad, tanto cultural como religiosa y, por último, el derecho al crecimiento y enriquecimiento de la propia vida a partir de la diferencia entre todos los hombres.

Sin duda que hombres como él eran necesarios en el siglo XV; aportaban disidencia, alternativa y rebeldía en una sociedad impregnada de dogmas y juicios de autoridad. Pero creo que también serían muy útiles hoy en día; de hecho, quizá sean ahora más necesarios, puesto que en el mundo occidental domina, dentro de esa evidente pero al tiempo nebulosa libertad, el sentimiento de acatación, de aceptación, de total sumisión, ya no ante las leyes impuestas por los órganos de poder, sino por la tendencia de la misma sociedad. Como un barco a la deriva, parece que no somos nosotros mismos quienes determinamos hacia dónde vamos, sino que seguimos la inercia propia de la masa, del grupo, de lo numeroso.

Recordemos, bien lo hubiese querido Pico, que somos libres, verdaderamente libres, y que cada decisión, desde levantarnos por la mañana a coseguir las hazañas más increíbles y utópicas, es sólo decisión nuestra. Que nadie decida por nosotros, que nadie nos diga por dónde marcharemos manaña, que nadie se atreva, siquiera a sugerir, la dirección que tomaremos en el día a día. Por mucho que muevan las tendencias, por muy atrayentes que resulten sus cantos, debemos hacer aquello que nos estimule, que nos haga humanos. Nunca seguir la corriente principal por simple pereza o indiferencia; todo debe ser decisión personal. Todo debe salir de nosotros, de nuestro querer, del instinto de la voluntad.

Claro que, también lo decía Pico, esa libertad puede corromperse; de nosotros depende si elegimos la libertad edificadora o la libertad pueril, vacía, y destinada al fracaso. De nosotros depende si damos un nuevo sentido a la libertad, liberándola y ampliándola, o degenerándola hasta el más absoluto de los hastíos. El ser libre, verdaderamente libre, tiene grandes responsabilidades, y eso a muchos no les gusta, de ahí su inmersión en la masa, en lo correcto, en lo habitual y corriente, porque entonces no hay que decidir, tan sólo proseguir lo decidido por otros.

Eso, en el fondo, es una forma de muerte en vida.

7 de mayo de 2006

Hace siete meses

Hace siete meses, el 7 de octubre de 2005, emprendía por vez primera un viaje al timón de una pequeña casa rodante. Recuerdo la emoción de arrancar, poner primera y dar sustancia a tus sueños de toda una vida. Ya hablé en un par de ocasiones de la maravilla que supuso para mí tener en tus manos tu propia vivienda y llevarla a donde tús quisieras, sintiendo la libertad total y acariciando el sentimiento de independencia absoluta. Ya he hablado, también, de mi otro sueño, que consiste no en alquilar una de estas casas rodantes, sino en hacerla tuya o, mejor, hacer que forme parte de tu vida. Es evidente que una experiencia me ha llevado, casi sin quererlo, a la otra.

Fue triste saber que, a la vuelta, me esperaban una serie de duros cambios en mi vida, debido al accidente de mi madre y todo lo que ello conllevaba. Ahora, tras siete largos meses, vuelve la tan esperada normalidad, el tiempo libre para mí mismo y, sobretodo, vuelven los deseos de escapar, de saludar a la madre naturaleza y hacer que viva en tí, al igual que todo el Cosmos y todos aquellos dispuestos a navegar por el mar de la bohemia y la vida productiva y creativa.

Recuerdo los momentos del gran viaje: kilómetros y más kilómetros aderezados con horas de buena música; paisajes interminables: llanuras infinitas, cromáticos ocasos, cielos de belleza inigualable; sentimientos encontrados: bienestar, alegría, dicha, furia, irritación; instantes de introspección, de cachondeo, de búsqueda, de encuentros. Mientras avanzábamos, a través de rectas carreteras, vino a mí el deseo, irrefrenable y a la vez utópico, de no hacer de aquello solamente una anécdota, un tiempo esporádico de diversión, sino un modo de vivir, de ser y de evolucionar.

Ofrezco, a continuación, una pequeña serie de imágenes de lo que fue ese sensacional periodo de ruta por pistas, caminos y autovías entendidas, no como el medio para ir a alguna parte, sino como el destino del viaje en sí mismo.


Esperando la salida, cerca del Mediterráneo


Salamanca, la ciudad del bohemio


Luces y sombras en Ledesma


A través de la ventana, el adiós del día


Un momento de lirismo, en O Cebreiro


Arquitectura medieval


¿Vaticinando el futuro de mi anterior vida?

5 de mayo de 2006

Días de encierro



Apenas salgo de mis cuatro paredes en los últimos días; a la pronta llegada de los exámenes se suma ahora el tiempo atmosférico, con el cielo gris plomizo y repleto de brumas, lluvia y, a veces, visiones fugaces de nuestra amarilla estrella.

De hecho, alabo al divino por traer estos malos ambientes; de mostrarse un cielo azul con bellos cirros seguramente me costaría mucho más pasarme tantas horas detrás de los libros y el resultado de las pruebas serían mucho peores.

Pese a los días que restan para los controles, lo cierto es que me juego mucho en ellos, y no puedo arriesgar. De ahí que en las próximas jornadas declinaré amablemente la invitación constante del blog con sus cantos de sirena e intentaré dedicarme por completo (bueno, no por completo, sería una forma de morir...) al estudio en pos del saber mediocre (porque me aportará mucho más de lo que ahora sé) y del aprobado, que me puede abrir las puertas, como dije otro día, a una serie de conocimientos y recursos que ahora desconozco por completo.

Tras esto, si todo marcha bien, nacerá otro periodo de trabajo, largo, duro e ininterrumpido, hasta el fin del verano. Más tarde, de nuevo a los estudios, entonces sí verdaderamente importantes. Y más allá, aún envuelto por el halo del misterio del futuro remoto, puede tener hacerse realidad uno de mis más ansiados sueños.

Pero esto ya vendrá. De momento, lo que he de hacer es seguir aquí, entre el escritorio, la cama y los montones de libros. Con el tiempo suficiente, regresarán las horas de Cosmos, exploración y libertad. Para que ello sea posible, ahora hay que sacrificar.

1 de mayo de 2006

Conversaciones en la peluquería

Desde hace bastante tiempo suelo ir a una singular peluquería atendida por un buen amigo mío, un rumano llegado a España hace alrededor de quince años, y con el cual he tenido largas conversaciones sobre temas que ni por asomo creía posible discutir mientras te tomaban el pelo.

De hecho, más que por el corte, iba a verle para charlar de infinidad de cuestiones que, en general, no podía compartir con casi nadie de mi alrededor. Recuerdo que todo empezó cuando me presenté allí un día y, mientras esperaba mi turno, leía tranquilamente una de mis revistas de astronomía. Él la vio y enseguida comenzó a hablarme de Asimov, de las civilizaciones extraterrestres, de la ecuación Drake, y un montón de cosas más. Me dejó perplejo, puesto que yo le suponía superficial, soso y convencional (como la mayoría de peluqueros, en realidad); nunca imaginé que pudiese discutir los secretos del Cosmos en compañía de un rumano que se dedicaba a dejar calva a su clientela.

Una vez supe que era una persona de mente abierta, culta y dispuesta a aprender (es decir, más o menos como yo mismo), inicié con él, como he dicho, algunas sorprendentes conversaciones, mucho más profundas y estimulantes de lo esperable; hablando de temas políticos, científicos, filosóficos, literarios, sociales, cinéfilos, sexuales, capilares... , o sea, tantos que realmente debería haber llevado conmigo una grabadora y así poder hacer uso más tarde de los conocimientos que compartimos allí, acompañadoos por tijeras, cortapelos, navajas y lociones para después del afeitado.

En los últimos meses, George me habló de un proyecto futuro relacionado con poder vivir sin trabajar; gracias al dinero ahorrado por él en estos años de trabajo y, además, al beneplácito del banco relativo a no sé qué aspectos financieros de su hipoteca, aspira a viajar por el mundo, gastando lo mínimo necesario, y viviendo en casas de varios amigos (tiene, según me ha comentado, un montón de ellos repartidos por muchos países diversos). No sé si será fiable un proyecto de esa magnitud, puesto que no supera los 45 años y la vida es muy larga, pero yo aplaudo esa valentía, ese riesgo de vivir bohemia y errantemente, con cuatro duros en el bolsillo y yendo de un lugar a otro. Es un tipo de existencia alejado por completo de las exigencias sociales, de las imposiciones del trabajo, y responde a una filosofía de vida libre, sin ataduras y con posibilidades de evolucionar hasta límites insospechados para los que están dentro del cuento del mundo occidental. Hace un par de meses conocí a dos chavales de mi edad que decidieron irse a vivir en una autocaravana; magnífico, excelente, extraordinario. Ahora George, mi peluquero de siempre, también se va, empujado por los aires de libertad y con millones de cosas por hacer. Sensacional, grandioso. Cómo los envidio a todos ellos.

Tal vez la próxima vez que vaya a la peluquería de George me encuentre con una tienda de caramelos, un kiosco o un comercio de telas. O, quizá, haya en el cristal un letrero que reze: "Se vende". Sea como sea, espero que le vaya bien, que la suerte le acompañe y que disfrute la vida como hasta ahora no ha podido hacerlo por culpa del trabajo, las obligaciones y las frustraciones de la sociedad moderna. Ojalá mucha gente estuviera dispuesta a hacer lo que George; tan sólo es necesario un poco de ambición, ganas y seguridad en uno mismo. La recompensa es grandiosa: toda la vida que te resta por delante para tí mismo, dedicada a tu propia evolución, a tus deseos, a tus anhelos.

Yo, de momento, ya he empezado a ahorrar.

Saltos al infinito



Aquí, en la Tierra, radicados como estamos en un minúsculo mundo rodeado de inmensidad, apenas somos conscientes de lo existente más allá de los límites del mismo. Pese a poder observar algunos fenómenos sorprendentes y fascinantes (desde las 'simples' estrellas hasta explosión de supernovas, lluvias de meteoros, etc.), nada nos indica la verdadera extensión, la increíble dimensión y la inquietante atemporalidad del Cosmos.

De mis lecturas de Astronomía, iniciadas hace bastante más de una década, aprendí que todo lo que sabemos es gracias a la luz. Si conocemos lo lejos que está una estrella es por su luz; si conocemos su composición, es por su luz; si descubrimos cuál es su movimiento, es por su luz; si somos capaces de detectra planetas a su alrededor, es por su luz. Incluso, si en el futuro tenemos los instrumentos adecuados, será posible distinguir la existencia de vida en otro mundo gracias al espectro producido por la luz que rebota en él procedente de su estrella madre. La Astronomía, de hecho, tiene sentido gracias a la luz.

La luz no es más que radiación electromagnética procedente de una fuente emisora (como las estrellas) y que capta nuestra vista. Ya he hablado en algunas ocasiones de que la luz viaja a una gran velocidad (algo así como 300.000 kilómetros por segundo; da más de siete vueltas a la Tierra en ese único segundo...), y que lo que vemos en el Cosmos es el pasado, no el presente. Aunque la luz viaje rápido, el Universo es muy grande y las distancias a recorrer son verdaderamenente enormes. Así pues, no creamos que la información transmitida por la luz es instantánea y directa; tarda tiempo en llegar hasta nosotros. Mirar el cielo es ir temporalmente hacia atrás, en busca del pasado, cada vez más remoto. Saltando de astro en astro, retrocedemos en el tiempo, hasta casi tocar el infinito, cuando el Universo era un recién nacido. Gracias precisamente a que la velocidad de la luz es finita podemos ir al encuentro de la infancia del Cosmos.

Imaginemos ahora lo siguiente: pongamos por caso que hoy explota el Sol (hecho harto improbable). Nosotros sabemos que va a suceder, y como disponemos de una nave espacial nos subimos a ella y, empleando un agujero de gusano (y dando por supuestas muchas cosas), alcanzamos el otro confín de la Vía Láctea. Aterrizamos en un planeta agradable acompañado de una estrella estable y, utilizando un telescopio, miramos hacia el Sistema Solar. Si el viaje por el agujero de gusano ha sido lo suficientemente rápido (más que la luz solar), al mirar a través del ocular del telescopio aún veríamos al Sol, brillante y amarillo, bañando con su luz a la Tierra. Aunque, naturalmente, sabríamos que ya no existe.

Sorprendente, ¿verdad?.