7 de diciembre de 2014

Faena al raso y creatividad

"El trabajo duro, continuo y absorbente con las manos, especialmente a la intemperie, es precioso para el hombre literario y le sirve directamente. Aquí he estado midiendo en  los bosques durante seis días y, cuando llego a casa por la tarde, algo cansado al final, y comienzo a sentir que tengo nervios, me encuentro a mí mismo más susceptible que de costumbre a las influencias más sutiles -como la música y la poesía. Simplemente el aire me puede intoxicar o la más mínima visión o sonido, como si mis sentidos más sutiles hubieras adquirido más rápido un apetito por ellos".

Henry David Thoreau, Diario, entrada del 20 de noviembre de 1851.

(Traducción por Guillermo Ruiz)

25 de noviembre de 2014

Tu partida


Te fuiste.

No lo esperaba, Vega, amigo.

Sobretodo porque habíamos empezado, tras muchos meses, a congeniar de verdad. Ya venías a recibirme cuando escuchabas la llave entrando en el candado de la puerta. Gruñías, también, para hacerme ver que tenías hambre. Y, tras comer un poco el pienso, te acercabas y te frotabas, agradecido.

Y tampoco esperaba que fuera tan brusco. No diste muestra de querer marcharte. Nunca salías de la casita, excepto ratitos cortos, por curiosidad, y volvías presto. Te gustaba acurrucarte debajo de mi hamaca mientras me ponía a leer, ¿recuerdas? Alzabas tu mirada hacia mí y, al acariciarte, tu caída de ojos delataba que te gustaba...

Atrás, muy atrás, quedó ese tiempo en el que no nos aveníamos bien. Yo no sabía que hacer contigo, cuando bufabas y tratabas de apartar a tus hermanos mientras comías. Cuando imponías con tu pata que aquello era tu alimento, y sólo tuyo... Por suerte, aprendimos, ambos, cómo era el otro... y los dos cedimos. Tú toleraste a tus iguales, y yo te cedí todo el pienso que necesitabas. Sólo así pudimos establecer un vínculo.

También huías de mi presencia, si trataba de acercarme a ti. Pero el contacto continuo, aún a distancia, nos aproximó y poco a poco perdiste el miedo y la inseguridad. Y, como Morro y ahora como Pipo, lo que antes era temor y desconfianza se volvió tranquilidad y bienestar. En ambos sentidos. 

El último día fue muy bonito. Hacía fresco, ¿te acuerdas? el ambiente era brumoso y desagradable, a mediados de octubre. Notabas la humedad y, por primera vez, subiste a mi regazo. A mí me sorprendió, pero fue delicioso sentir tu calor encima y cómo te enroscabas para conservarlo mejor. Me miraste un momento, y te dispusiste a dormitar. Y hubo felicidad, en esos minutos mágicos, ¿verdad?

Ése fue tu postrer regalo, como si supieras que algo (o, quién sabe si alguien...) nos iba a separar. Tras aquella tarde no volví a saber de ti.

Quizá fue sólo tu naturaleza, el instinto que te marca y te dirige. Tuviste que marcharte porque así estaba escrito en tu corazón genético. Confío en que sea ése el motivo.

Llegues adonde llegues, y estés donde estés, buena suerte.

Y no olvides, Vega, que te echo mucho de menos.

Hasta siempre.

(Imagen: El Hermitaño)

16 de noviembre de 2014

Reformas


Este otoño he decidido cambiar la forma de trabajar la tierra. 

Anteriormente me ocupaba tres cuartas partes del tiempo el desherbado manual a causa de la proliferación desatada de la juncia, y la posterior labor de binado y rastrillado (no empleo herbicidas, ya no...). Resultaba un agotador esfuerzo, sobretodo mental, porque al cabo de unos pocos días la juncia volvía a aparecer... parecía inmortal. Y eso te desmoralizaba.

Sin embargo, gracias a un manual de horticultura ecológica he recurrido a un viejo truco: cubrir la tierra con acolchados vegetales. Sirven todo tipo de restos: hojas caducas de frutales, hojas secas de (por ejemplo) las alcachofas, cultivos improductivos arrancados y, por supuesto, las propias juncias, una vez dejadas al sol (en la foto se ven juncias secas y, a la derecha, una capa de hojas secas de higuera). Una capa superficial de cuatro o cinco centímetro de espesor... y adiós juncias.

Y todo son ventajas: no sólo reduce asombrosamente la aparición de hierbas competidoras; también evita la pérdida de la humedad del suelo, así como protege la capa superficial de tierra, la más rica, que contiene las bacterias necesarias para el correcto funcionamiento y reciclado del terreno, pues la luz ultravioleta solar se encarga de destruir dicha capa, si la tierra está desnuda. Por si fuera poco, el acolchado orgánico impide que la tierra se apelmace, endureciéndose, por lo que es mucho más fácil de labrar cuando lo ocasión lo requiera.

Aunque es estéticamente feo (es más agradable a la vista ver el huerto desnudo, la tierra expuesta al sol), lo mejor para la tierra es cubrirla, protegerla y mimarla, pues es de ahí de donde tienen que brotar nuestros alimentos. Y, si nos dedicamos a envenenarla, tarde o temprano ese veneno pasará a lo que llevemos a nuestra boca. 

Me aconsejan, todos mis vecinos horticultores, recurrir (como hacen ellos) al fumigado con herbicidas, y mi padre e incluso mi abuelo me instan también a hacerlo. Alguno de aquéllos ya empieza a no hablarme demasiado... dado que no comulgo con sus consejos.

Ahora, poco a poco, cabe ir limpiando el resto del huerto, siguiendo el mismo método. Y, si me miran mal, si no charlan conmigo, si me gano la reputación de "listillo" por seguir mi propia técnica (la misma que se seguía antes de que aparecieran los productos químicos comerciales) pues... ¿qué le voy a hacer? Ellos no me lo agradecerán nunca, pero la tierra probablemente sí y eso es lo que más me importa.

Y, ¿qué hago ahora esas tres cuartas partes del tiempo que ya no empleo en arrancar juncias? Pues mirar, pensar, controlar, ensoñar... volver a mirar, y meditar qué me prepararé al mediodía para comer.

Y, mirar cómo vuelan las garzas. Y cómo maduran las mandarinas...

Y lo bonito, pese a todo, que es el mundo.

(Imagen: El Hermitaño)

7 de noviembre de 2014

Kepler, entre la mística y la geometría


Si a alguien no le asusta adentrarse en la vida de alguien que lleva muerto casi cuatrocientos años y si, además, tampoco le tiene miedo a mi incapacidad manifiesta de síntesis (en otras palabras: exceso de letra) y mi prosa farragosa, puede intentar echarle un vistazo a las dos partes de un artículo que salió publicado en la revista "Huygens", de la Agrupación Astronómica de la Safor.

Johannes Kepler (1571-1630) fue un singular astrónomo y teórico alemán, que trató de conseguir una comprensión del universo basada en la armonía matemática, la geometría y sus convicciones místicas. Una personalidad extravagante y, por ello mismo, fascinante... 

Nueve páginas tiene la primera parte del artículo; doce, la segunda. Ánimo, valientes... :)

Primera y Segunda Parte.

3 de noviembre de 2014

De garbeo...


La "Xiqueta" por las tierras de Soria, camino de Medinaceli


Ermita de San Baudelio (Soria), enclave mágico y de imborrables recuerdos


Junto al río Tera, en Puebla de Sanabria (Zamora)


Mi madre no está muy puesta en hacer fotos...


A la entrada de Las Médulas (León)


Frente al lago de Sanabria (Zamora)


Mi madre, zampándose castañas en el bosque cercano a Orellán (León)


Arco romano de Medinaceli (Soria)


Mi madre, avanzando tan pancha por el Cañón del Río Lobos, cerca de Hontoria del Pinar (Burgos)


Mirador a la entrada del Cañón del Río Lobos, justo sobre Ucebo (Soria)


Vimos otros muchos lugares, pueblos y entornos pero, o no hay fotos o me da pereza subirlas todas... También faltó tiempo para paladear con paciencia cada rincón y cada sensación que nos ofrecían y no pudimos, tampoco, visitar a ciertas personas que nos hubiera gustado mucho tener entre nosotros.

Ello llegará, si los hados quieren, en la próxima ocasión...

(Imágenes: El Hermitaño)

1 de noviembre de 2014

Germán


El jueves me dirigía a la biblioteca para leer la revista que lleva por título ese día de la semana, una de mis favoritas, cuando en mitad de la calle un hombre de unos cuarenta y cinco años me detuvo.

Hablaba bajito, tanto que tenía que acercar a él mi oreja derecha, ya de por sí algo sorda, para poder apreciar sus poco audibles palabras.

Me dijo que necesitaba comprar un medicamento. Y que costaba 1,5 euros. Yo parpadeé; iba muy bien vestido, con camisa limpia, unos vaqueros (luego descubriría que eran unos Levi's 501) y unos zapatos negros de aspecto muy nuevo.

Iba a seguir mi camino, tan tranquilamente, y a dejar a aquel hipócrita con su cuento para otro... pero miré sus ojos. Y algo hubo, en ellos, que me hizo sospechar que aquel hombre no mentía.

Le pregunté si, en lugar de darle el miserable euro con cincuenta, podía acompañarle a la farmacia (había una a la vuelta de la esquina) y comprarle allí las pastillas. Me dijo que sí, que no había problema. Fuimos. 

Mientras caminábamos, advertí una cajetilla roja en su bolsillo izquierdo. Le pregunté, aún un poco reticente: "¿Eso es tabaco?". Respondió que sí. Eso me mosqueó, y le solté: "Entonces, tiene dinero para comprarse tabaco pero no un medicamento que cuesta 1,5 euros?". Me miró, y me dijo que le duraba casi una semana. Se encogió de hombros, y esos ojos... fue como si se disculparan. Seguimos andando.

Al llegar a la farmacia, le pregunté qué tipo de medicamento necesitaba. Contestó que un antidepresivo. Asentí. Y aguardamos. En un momento dado, el hombre se giró y me pidió más dinero para comprar comida. Le dije que no llevaba mucho más encima (era cierto, apenas un par de euros, que siempre llevo por si las moscas...).

Al llegar nuestro turno, la dependienta le hizo saber que sólo podía obtener su antidepresivo a partir del día 1; no había leído bien la fecha en la receta médica. Así que salimos. En la entrada de la farmacia, me rogó que le diera algo para comprar comida. Le tendí lo destinado a su medicamento.

Salimos, le pregunté su nombre. No entendí; me lo repitió: Germán. 

Estrechamos las manos y vi cómo se alejaba. Le seguí con la mirada. ¿Entraría en el Mercadona de enfrente? Sí, lo hizo. ¿Qué compraría? Nunca lo sabré.

Pese a sus Levi's, sus zapatos negros, su cajetilla de Malboro, aquel hombre es pobre. Lo es. Aunque tenga recursos, es pobre. Se rebaja a pedir, a rogar unas monedas. ¿Me la pegó? Tampoco lo sé, y tampoco me importa. Yo confié, sin más.

Si, como dijo Ch. Friedrich Hebbel, "los ojos son el punto donde se mezclan alma y cuerpo", aquellos que tenía Germán no expresaban físicamente más que un tormento de su espíritu. Un dolor, un abatimiento... el signo de una depresión.

La idea es intentar ayudar, evitar que otras personas padezcan. Y confiar. Confiar en su honestidad, aunque los indicios y las señales puedan hacerte dudar.

¿Quién carajo soy yo para juzgar? Si le veo una próxima vez, tal vez le compre un ejemplar de "El jueves", para que se eche unas risas y deje un poquito de lado su nube negra, esa nube negra, opaca y triste que aprecié en sus ojos.

27 de octubre de 2014

Compañeros en ruta


Nada mejor que la compañía de un bigotudo cariñoso para alegrarte un poco más la tarde. A este hermoso me lo encontré en el aparcamiento de Las Médulas (León), y no se marchó ni siquiera por la noche, cuando salí a estirar las piernas y a intentar pillar cobertura antes de marcharme a dormir. Allí estaba, encima de la cerca de madera, esperando a que saliera, para jugar conmigo...


Se colaba entre tus piernas, frotándose... jugando con mis dedos, dando saltitos. Y, a la noche, me senté en el suelo y se subió a mi regazo... enroscándose, ronroneando... Imposible no encariñarte con una criatura así.

A mi vez, le protegí de un perro que se acercó, con más ánimos de jugar que otra cosa, con la bola peluda en que se convirtió el felino al ver al cánido. Cuando desapareció éste, volvimos a nuestra juerga...

Cómo alegra encontrar a compañeros así a 800 kilómetros de casa, que ofrecen su cariño a cambio de nada.

(Imágenes: El Hermitaño)

Una vida (segada)


Quien entrara en el salón de nuestra casa hace unos días podría haber pensado que habíamos pintado un fantasma en la pared, justo encima del sofá. 

Y, de algún modo, no iría demasiado descaminado, porque lo que ahí había era, en efecto, el espectro de algo que antaño estuvo vivo. Mejor dicho, alguien que estuvo vivo y que perdió esa vida a causa de otro alguien, que decidió apretar el gatillo, dejar salir el cartucho y asesinar.

Ese "alguien" que escogió matar fue mi padre; y el "alguien" que colgó en la pared, anclado a una losa de madera, disecado, con los ojos postizos, ese alguien fue (en su día) un hermoso ciervo de dieciséis puntas.

Recuerdo haberlo visto cuando llegó a nuestra casa, en enero de 1986. Sólo una parte de él, sólo el maldito "trofeo", la noble efigie de un animal portentoso que tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino de alguien que quería divertirse a costa de la vida de los demás.

Me asusté un poco cuando observé todas esas puntas, el morro alargado, las puntiagudas orejas. Era un animal grande, noble, admirable. Yo tenía cinco años, y no entendía qué gracia tenía traer algo así al salón, pero miré a mi padre, que estaba jubiloso, y simplemente lo acepté. No había conciencia de la muerte del ciervo; de haberlo visto, ensangrentado, en el campo abierto de Riofrío, la sensación hubiera sido muy distinta. Pero, en casa, limpio y acicalado, con el pelaje alisado, parecía aún vivo. Parecía brotar de la pared... Y, simplemente, acabé por tomarlo como un 'adorno', un complemento de la casa, como quien coloca un cuadro o unas petunias encima de la mesa.

Con el tiempo, llegó a integrarse tanto en el mobiliario que ya no le hacía ningún caso. Pero hubo un momento, hace ya bastantes años, en que "vi" de nuevo a ese ser que estuvo vivo. Miraba los ojos de cristal y le imaginaba aún respirando, aún latiendo su corazón, comiendo hierbajos, buscando a su hembra, desarrollando su vida, esa otra que pudo haber sido y que jamás le llegará.

Demasiado fácil es segar una existencia. Demasiado simple. Un sólo disparo, y matamos todo un porvenir, ya sea una vida humana o animal. Y, si en el primer caso, se le llama asesinato, ¿por qué no en el segundo? Y, si execramos aquel acto; ¿por qué no éste?

Es hermoso abrirse paso por el monte, seguir senderos, subir picos, admirar la belleza del mundo natural que nos rodea. No es necesario llevar armas, perros cazadores, no cabe perseguir nada, tan sólo el disfrute del hecho de estar vivos y de la existencia de los demás. ¿Tan complicado resulta? ¿Por qué llenar el ocio de matanzas, sangre, vísceras, violencias y sufrimientos? ¿Por qué no, sencillamente, limitar los disparos a los de las cámaras fotográficas?

La subordinación de unas especies bajo otras en la cadena alimentaria presente en la naturaleza puede, gracias a nuestra conciencia y sentido ético, convertirse en una convivencia respetuosa. Todo es cuestión de educación, de empatía, de pensar y sentir por el otro. Sea humano o animal.

Aquel ciervo que vivió muerto en mi salón durante 28 años jamás debería haber abandonado la dehesa. Debería haber continuado con su berrea, lanzado sus anhelos al cielo de Guadalajara. Ése era su sitio, y no mi casa. Ése debería haber sido su lugar de vida, vagando, descubriendo, experimentando... Y, cuando fuera su hora, cerrar los ojos y sentir la oscuridad inmensa. 

El "trofeo" ya no cuelga en el salón. Lo hemos retirado porque ha empezado a podrirse por dentro y apesta, y su pelo cae en el sofá. Ya estorba. Y, como siempre se la ha considerado un mueble, debe ser desechado.

Pero su recuerdo perdura. Mi madre lamenta haberlo tenido en casa, siempre lo hizo; sólo mi padre sigue orgulloso, porque aún no ha interiorizado (¿lo hará?) que su presencia colgante no es símbolo de hombría, ni de valor, ni de nada. 

Matar es sólo eso, un acto de violencia. Y, cuando se considera deporte o entretenimiento, es aún más vil y odioso. Es dañar por gusto, es asesinar por el placer de decidir cuándo debe algo morir. Es un juego para creerse Dios. Y es una muestra de simpleza, de bajeza moral y de falta de personalidad.

En la vida imaginada, la que nunca te dejaron tener, amigo, tú aún corres por las colinas. Aún te encabritas, aún vives y aún amas.

Nunca te olvidaré.

Jamás.

(Imagen: El Hermitaño)

25 de septiembre de 2014

El outsider

"El problema del contexto negativo de la diferencia permite considerar, junto al tema del aburrimiento, una figura importante que centra su mismo valor en el concepto de diferencia: la figura del marginal, del “extraterritorial” o el outsider. Es una figura basada en el ejercicio de la diferencia frente a lo común, y lo aceptado. El outsider encarna la diferencia y se convierte, él mismo, en una excepción viviente que juzga –aun sin pretenderlo– todo ámbito constituido por la uniformidad convencional.

Es una figura que ha existido en todas las épocas y culturas, aun con diferente grado del mantenimiento de la diferencia. El marginal representa, en cierto modo, cuantos rasgos positivos caracterizan la diferencia y el rechazo del contexto negativo de la diferencia. Su postura permite captar el sentido de la diferencia. Y, lo que es más importante, el verdadero marginal se encuentra moldeado por el dolor de la diferencia, siendo una encarnación de esa diferencia.

Del mismo modo que la diferencia presenta múltiples facetas y puede estar presente en diferentes ámbitos, el outsider puede tener configuraciones muy diferentes. Y puede encontrarse en ámbitos muy diferentes, que van desde la vida cotidiana a las expresiones más ricas del conocimiento, del arte, de la vida política y de distintas actividades prácticas.

El outsider pasa, en ocasiones, a formar parte de los libros de historia. Pero, la mayoría de las veces, su existencia y su obra quedan confinadas a la letra pequeña de esos mismos manuales, si es que perdura su recuerdo. Porque muchas veces no queda ni eso. Su existencia termina en la pérdida absoluta. Como si con ello mostraran que el sentido de la diferencia es el de perder siempre en un mundo donde sólo parecen ganar las positividades más radicales. Pues el outsider es, la mayoría de las veces, un perdedor. Lo que ocurre es que su existencia ilumina el posible sentido positivo que la imagen del “perdedor” puede poseer.

En ocasiones, el marginal renuncia a lo común con una gran teatralidad, como si necesitara señalar sus diferencias respecto a lo convencional y establecido de un modo explícito. Sin embargo, no es necesario que el outsider muestre los rasgos de la diferencia que le caracterizan, si esta diferencia es lo suficientemente fuerte y se encuentra debidamente fundamentada.

No es necesario que la diferencia se revista de teatralidad y se muestre de modo ostensible. Si la diferencia está basada en fundamentos sólidos, puede erigirse orgullosamente con la modestia del silencio y el orgullo del propio convencimiento, que no necesita nada externo a ellos. Es importante tenerlo en cuenta, porque muchos de los más radicales outsiders conviven en el silencio de la cotidianeidad más uniforme y en el aparente aburrimiento de la existencia propia de nuestra sociedad contemporánea.

Algunas de las más importantes contribuciones de la filosofía se encuentran elaboradas por outsiders que, aun sin parecerlo, son más radicales en su rechazo de la uniformidad que aquellos que pregonan su marginalidad, O que han tomado como profesión –triste profesión– la de ser modelos de algo que nunca puede ser imitado. Porque la diferencia no admite aduladores y nunca podrá ser realmente imitada."

Ignacio Izuzquiza, La filosofía como forma de vida, Síntesis, Madrid, 2005. 

Nunca escribas fuera del margen


Cuánta espontaneidad y creatividad destruimos simplemente porque no cuadran con nuestros prejuicios y expectativas...

(Y qué grande es Quino... :). Fuente: Quino, Potentes, prepotentes e impotentes)

19 de septiembre de 2014

Inicios


1981. Octubre (creo). Tenía año y medio. En la azotea de la casa de mis abuelos.

Me dieron un cartón de tabaco (mi padre fumaba mucho, por entonces) para jugar, y un par de pinzas. Destrocé el primero en pocos minutos (siempre se me ha dado bien romper cosas...), y con las segundas hacía ruiditos golpeando una con otra y trataba de abrirlas (esto, naturalmente, me lo han contado; yo no recuerdo nada...).

Todavía no caminaba, y sólo acertaba a decir "ma", "pa" y "ti". De hecho, no mejoraría apenas hasta los tres años. Nunca he sido dicharachero; me agrada el silencio. Parece que ya entonces me gustaba...

Y, hoy, me gusta, asimismo, el peto de pana que me pusieron; y también ese jersey de lana. Era un día de cielo azul profundo, pero fresco, digno de un equinoccio riguroso. Como, quizá, ya no los hay.

"Vaya pequeñajo", me digo. Un niño siempre es un absoluto misterio: qué hará, cómo vivirá, cuáles serán sus principios. Hay tantas posibilidades para él. Tiene todo el universo abierto. Sólo tiene que escoger... y esperar que los obstáculos no le impidan ser él mismo.

Es bonito verse así: infantil, inocente, ingenuo, desconocedor de todo... También ahora desconozco mucho, todavía. Hay tiempo, sin embargo, para mejorar. En eso debería consistir todo ese tinglado extraño y ligeramente absurdo (pero precioso...) que llamados 'vida'. Intentar conocerte mejor, crecer, evitar el dolor, conseguir (en la medida de lo posible) que el sufrimiento (propio y ajeno) se achique al mínimo. Como reza una frase que encontré por ahí: "Todo lo que tenga vida que sea liberado de sufrimiento". Es un deseo hermoso y admirable. 

Pero, también, es bueno reírse. Es estupendo, de hecho. No tomarnos demasiado gravemente y dejar que aflore el cachondeo y lo liviano le pegue un buen mordisco a la trascendencia. 

¿Quién es ese niño que mira la cámara, medio embobado? Soy yo, pero... ¿qué queda de él en mí? ¿Cuánto persiste aquí dentro, y cuánto he dejado en la cuneta?

Me contaron que rompí el cartón de tabaco y me fui a comerme mi papilla de lentejas (tomaba dos platazos enormes muy a menudo...). Parece que ya entonces sentía cierto apego por las deliciosas legumbres.

Ya tengo, pues, algo más que me une, y en modo alguno se trata de algo baladí, con ese pequeño y cándido ser que una vez fui...

14 de septiembre de 2014

Criaturas


La vi ayer, sábado, por la noche. Era sencilla, hermosa, y muy joven; quizá aún ni siquiera mayor de edad. Su figura, delicada y delgada, brillaba a la luz amarillenta de las farolas. Pero, también, parecía emitir luz propia, una luz que destellaba en sus brazos desnudos. Esos brazos estaban extendidos, embutidos entre las rejas del parque Sant Pere, y se movían lentamente.

Enseguida supe qué hacía: acariciaba a la gatita, blanca, preciosa y cariñosa, que vive en el parque, y en donde algún (o, más probablemente, alguna) entusiasta de los bigotudos le ha construido una especie de refugio con cartones y cinta de carrocero. Supe lo que hacía, aquella muchacha, porque es lo mismo que hago todas las noches, cuando voy de camino hacia la casa de mis abuelos: dejar caer mis manos en el lomo suave y peludo de aquella mansa criatura, que se acerca a ti, confiada. Tiene un efecto inmediato, ese palmoteo: me calma, relaja cuerpo y mente. Las manos acarician, la gatita ronronea y lanza quejidos leves, como pidiendo que no pares, que sigas y sigas... Y, entonces, te devuelve (caso de haberlo perdido) el bienestar. Es el mejor lenitivo que conozco, un sedante para calmar las amarguras de la jornada, para olvidar el bochorno nocturno de septiembre o para tomar fuerzas, en mi caso, de cara a la noche que me suele esperar en casa de los yayos...

Me sorprendió que aquella muchacha no estuviera, como es norma y casi obligación social un sábado por la noche, arreglándose, calzándose sus taconazos, llenando de pintura su rostro, aguardando el momento de irse adonde (casi) todos van... No, ella no. Ella vestía modestamente, como de ir por casa, con sencillas sandalias y una larga y ancha camiseta blanca. Parecía ajena, de hecho, a lo que le rodeaba. Miraba, enternecida, a la criatura, como absorta en aquel animal, dedicándole toda su atención y su amor. La gatita (estoy seguro) ronroneaba igual como lo hacía conmigo; y puede incluso que aún más, dada la delicadeza de aquellos dedos. Yo pasé a su lado, al lado de aquellas dos criaturas simbióticas, que se ofrecían dicha a coste cero... Quise detenerme allí, para participar de aquel universo de emoción y ternura, para brindar mi mano también, pero me sentía extraño, como si no fuera el momento, así que les dejé en su ensimismamiento, a las dos.

¿Puede un segundo, un instante fugaz, una visión momentánea, revelar cómo es una persona? Un hecho no es bastante para enjuiciar a nadie, y un acto no descubre a un ser humano. Y, sin embargo, aquellos ojos, la bondad que trasmitían, los brazos rozando la piel del blanco animal... Como decía Petrarca, "a veces se lee el corazón en la frente". Sí, ella trasmitía la sensación de que no era como los otros, como las otras. Reconozco que aquella imagen, la de la niña y la gatita, caldeó mi corazón e hizo que brillaran los ojos, de satisfacción. Quién sabe si, tras el instante de contacto gatuno, la niña volvería a su casa y transformaría su exterior (tal vez, incluso, su interior...) para seguir la dirección establecida. Puede, sí. Y, pese a ello, una convicción muy intensa me señala lo contrario.

Por la calle circulaban coches a mucha velocidad, con músicas retumbantes, se oían gritos alrededor y el alcohol parecía impregnar el ambiente... Y, no obstante, nada de todo aquello, nada de lo que existía en torno suyo, parecía importar para aquella chiquilla y su minina. Sí, como si hubieran creado su propio mundo.

Es de suponer que jamás la volveré a ver. Llevo un año y medio yendo a casa de mis abuelos y es la primera vez que advierto su presencia. Es, seguramente, uno de esos seres que aparecen en tu vida, instantáneamente, y que desaparecen, acto seguido, para no regresar jamás.

Pero, al menos, la que seguirá allí es la preciosa gatita, cuya existencia me recordará, cuando vuelva a acariciar su lomo de nieve, la de esa otra criatura que, por un momento, se cruzó en mi camino. Dos esencias, dos organismos preciosos ligados, en un momento único, por la belleza y la ternura.

(Imagen: Usneando)

13 de septiembre de 2014

Ristra bibliográfica


Hace unos días la bibliotecaria de Beniopa (Gandía) me reprendió por devolver los libros tarde. Era justa, sin duda, la sanción, pues los tuve en mi poder casi una semana más de lo establecido. Así que me quedo sin poder pillar nuevas obras hasta el equinoccio, por lo menos...

Eso me hizo pensar, sin conexión aparente, en los libros que había ido leyendo en estos últimos años, tanto los propios como de propiedad pública. Recordé que, hace ya un lustro, le pedí a esa misma bibliotecaria que estaría bien tener un registro de los libros que habíamos tomado prestados, para así, en el futuro (es decir, ahora) poder echar la vista atrás y comprobar cuáles fueron nuestros autores, nuestros temas, nuestros géneros... Si en parte somos lo que comemos o lo que escuchamos (música, me refiero), no menos somos lo que leemos, le dije.

La bibliotecaria me miró, sonrió, y me dijo que aquello no era posible en el sistema electrónico de préstamos, y bla, bla, bla... O sea, que me quedé con las ganas de poder extraer un listado de los libros leídos (devorados y regurgitados...) que las arcas del ayuntamiento me cedieron tan amablemente. Pero la idea se me quedó en la mente, y decidí hacerme yo mi propia lista, algo tan sencillo y rápido que capto por qué diantres no la he confeccionado desde hace décadas. 

Sé que un listado así no importará un carajo a nadie... Y no se trata de un ejercicio de arrogancia lectora (un: "mira qué interesante soy, nena..."), pero sí, quizá, de un modo de no perder las anotaciones (suelen desaparecerme las cuartillas a diario...), cosa que lamentaría mucho... Además, puede que dentro de diez años eche un vistazo a esta lista y, con nostalgia, rememore lo que fui, y cómo me moldearon esos libros que leí, que hice míos, desde que abrí sus páginas y me introducí en sus entrañas.

Y ahí va, sin más, mi lista de libros leídos en los dos últimos años. Menciono el título, el autor y el género (N: novela; C: cuentos; DC: divulgación científica; E: ensayo; P: poesía; T: teatro; B: biografía; M: Miscelánea). Abarca desde septiembre de 2012 hasta agosto de 2014.

1- "3001", de A. C. Clarke (N)
2- "Un matemático lee el periódico", de J. A. Paulos (E)
3- "Meditaciones", de F. Kafka (M)
4- "Un ermitaño en París", de I. Calvino (B)
5- "La nube negra", de F. Hoyle (N)
6- "Poemas esenciales del simbolismo", selección de Pedro Plasencia (P)
7- "Antropología filosófica", de J. San Martín (E)
8- "Filosofía contemporánea", de M. Cruz (E)
9- "Pensamiento filosófico español", M. Maceiras (ed.) (E)
10- "Breve historia y antología de la estética", de J. M. Valverde (E)
11- "El lugar maldito", de D. Koontz (N)
12- "Historia Fontana de la Astronomía y la Cosmología", de J. North (DC)
13- "Crónicas del sistema solar", de F. Anguita y G. Castilla (DC)
14- "Factótum", de C. Bukowski (N)
15- "Fundamentos de Filosofía de la Ciencia", de J. A. Díez y C. U. Moulines (E)
16- "Corrientes actuales de filosofía", de Mª C. López Sáenz (E)
17- "El Horla y otros cuentos fantásticos", de G. de Maupassant (C)
18- "Problemas de la filosofía", de B. Russell (E)
19- "La República de los fines", de J. Claramonte (E)
20- "Darwin y el diseño inteligente", de F. Ayala (DC)
21- "España invertebrada", de J. Ortega y Gasset (E)
22- "La conjura de los necios", de J. K. Toole (N)
23- "Relatos" VV. AA. (C)
24- "Todo es eventual", de S. King (C)
25- "Nunca fue tan hermosa la basura", de J. L. Pardo (E)
26- "La vida en la Tierra", de J. Erickson (DC)
27- "Filosofía zombi", de J. Fernández (E)
28- "Ulyses II", de Ignasi Mora (N)
29- "Los invitados al jardín", de A. Gala (C)
30- "El viaje al poder de la mente", de E. Punset (DC)
31- "Ahora hablaré de mí", de A. Gala (B)
32- "Atando cabos", de E. A. Proulx (N)
33- "El sonido y la furia", de W. Faulkner (N)
34- "Galileo", de S. Drake (E)
35- "Historia de la Filosofía Española Contemporánea", de M. Suances (E)
36- "Un maestro de Alemania (Heidegger)", de R. Safranski (E)
37- "La escritura necesaria", de J. L. Sanpedro (B)
38- "La naturaleza humana", de J. Mosterín (DC-E)
39- "Heidegger y la crisis de la época moderna", de R. Rodríguez (E)
40- "Las preguntas de los grandes filósofos", de L. Kolakowski (E)
41- "Diez teorías sobre la naturaleza humana", de L. Stevenson y D. Habermann (E)
42- "Las aventuras de Tom Sawyer", de M. Twain (N)
43- "Aspectos inusuales de lo sagrado", de F. García (E)
44- "El universo ambidiestro", de M. Gardner (DC)
45- "El silencio de las sirenas", de A. García (N)
46- "Jim Botón y Lucas el Maquinista", de M. Ende (N)
47- "Antropología y Fenomenología", de J. San Martín (E)
48- "La realidad oculta", de B. Greene (DC)
49- "Para una superación del relativismo cultural", de J. San Martín (E)
50- "Maleficio", de S. King (N)
51- "Contra las patrias", de F. Savater (E)
52- "Viaje a Oriente", de H. Hesse (N)
53- "Últimas tendencias del arte", de Y. Aznar y J. Martínez (E)
54- "Cuentos", de A. Chéjov (C)
55- "Platero y yo", de J. R. Jiménez (P)
56- "Capitanes intrépidos", de R. Kipling (N)
57- "10 biografíes, d´astrònom a astrònom", VV. AA. (DC)
58- "Las palabras perdidas", de J. Díaz (N)
59- "El principito", de A. de Saint Exupéry (N)
60- "El príncipe destronado", de M. Delibes (N)
61- "Diez negritos", de A. Christie (N)
62- "Veinte poemas de amor y una canción desesperada", de P. Neruda (P)
63- "Los desposeídos", de U. K. Le Guin (N)
64- "La carnaza", de E. Zola (N)
65- "Guillermo Tell", de F. Schiller (T)
66- "Cándido", de Voltaire (N)
67- "Introducción a la teoría literaria", de J. Domínguez (E)
68- "¿Qué diría Sócrates hoy?", de A. George (E)
69- "El cor del minotaure", de C. Enguix (P)
70- "Réquiem por un campesino español", de R. J. Sender (N)
71- "El mal", de R. Safranski (E)
72- "Hamlet", de W. Shekaspeare (T)
73- "El universo para curiosos", de N. Hathaway (DC)
74- "León Bocanegra", de A. Vázquez-Figueroa (N)
75- "Eufemia", de Lope de Rueda (T)
76- "Cuentos escogidos", de M. Gorki (C)
77- "Lolita", de V. Nabokov (N)
78- "Religión y Ciencia", de B. Russell (E)
79- "El libro de los hechos insólitos", de G. Doval (M)
80- "La busca", de Pío Baroja (N)
81- "Filosofía de la Naturaleza", de G. San Miguel (E)
82- "La niebla", de S. King (C)
83- "Las bicicletas son para el verano", de F. Fernán-Gómez (T)
84- "Cumbres borrascosas", de E. Bronté (N)
85- "La solitud poblada", de R. Casanova (P)
86- "Los 100 mejores cuentos del Mulá Nasruddín", de B. Ruiz (compilador) (C)
87- "Viaje a los centros de la Tierra", de V. Horia (E)
88- "La flecha negra", de R. L. Stevenson (N)
89- "Los santos inocentes", de M. Delibes (N)
90- "Las fronteras de la persona", de A. Cortina (E)
91- "La vida de los planetas", de R. Corfield (DC)
92- "Romeo y Julieta", de W. Shekaspeare (T)
93- "La filosofía como forma de vida", de I. Izuzquiza (E) 
94- "El origen del diálogo y la ética", de E. Lledó (E)
95- "Tao te ching", de Lao-Tsé
96- "De la Tierra a la Luna", de J. Verne (N)
97- "La revolución cultural", de L. A. de Villena (E)
98- "En las orillas del Sar", de R. de Castro (P)
99- "Tres sombreros de copa", de M. Mihura (T)

30 de agosto de 2014

Otra suya (François Rabelais)

"Empleaban su vida, no según leyes, estatutos o reglas, sino según su voluntad y franco arbitrio. En su regla sólo figuraba esta cláusula: HAZ LO QUE QUIERAS, porque gentes libres, bien nacidas, bien instruidas, que conversan en honesta compañía, tienen por naturaleza un instinto y aguijón que, siempre, los empuja a obrar correctamente y los aparta del vicio"

Citado en La revolución cultural, de Luis Antonio de Villena, Planeta, 1975.

Acopio


En las postrimerías de este suave y extraño verano, hay que ir ya pensando en el cambio de estación que se aproxima. Aunque por estas tierras el otoño es corto y suele camuflarse entre los solsticios, y es posible que no llegue hasta bien entrado noviembre (este año pasado recuerdo haber nadado en la playa el 5 de ese mes…), tarde o temprano, el frío vendrá. Y, con él, las ganas de reconfortarse al calor de un buen fuego.

Con ese fin he estado recolectando leña. Mi padre, más indiferente, me dice que por diez euros tienes toda la quieres (y, en efecto: cerca de nuestra casita, precisamente, hay una  explanada en donde un joven sierra, apila y empaqueta grandes cantidades y las vende a buen precio). Sí, ya lo sé; y, sin embargo…

En los últimos días dos esforzados operarios han estado podando los naranjos de los campos que nos rodean. La sierra eléctrica rugía entre las verdes copas, y el aire se impregnaba de serrín. Al último día me acerqué a los hombres y les pregunté si me podía hacer con los tronquitos recién cortados, que ellos amontaban en la base de los árboles. Me contestaron que no había problema, de modo que, contento, empecé la recolecta…

No es un trabajo cómodo: el espacio entre hileras de árboles está ocupado por los restos de ramos con hojas (destinados a ser quemados) que impiden el paso, por lo que debes meterte por debajo de los naranjos, pinchándote y tropezando la espalda con las ramas bajas. Además, al atravesar los árboles cuando recoges los leñitos (pese al diminutivo, a veces pesan quince kilos y miden más de un metro de gruesa madera…), alguno puede escaparse de tus manos, de modo que atrapas menos y haces más viajes hasta el camino principal… o te arriesgas a que algún madero te caiga en los pies. Yo opté por esta segunda opción, más rápida, aunque admito que me magullé las patas en un par de ocasiones…

Luego, una vez dispones de toda la leña sobre la senda, toca trasportar. El calor de agosto, aunque más soportable que otros veranos previos, se ve que facilita la segregación de mis feromonas, pues en el trayecto de ida y vuelta, cargado con los tronquitos, las alegres moscas posaban sus adorables cuerpecitos alados en mi sudada piel y aprovechaban mi indefensa situación para darse una buena ración de plasma fresco. Malditas…

En un par de mañanas pude completar la tasca. Cuando lo hice, asentí satisfecho; no era mala provisión. Y, además, gratis (“te has ahorrado diez euros”, le dije a mi padre, que miraba el montón de compacta materia vegetal, asintiendo). Sólo había empleado unas pocas horas, y no había perdido nada (bueno, excepto algo de sangre…). Eso sí: acabas sudado, agotado, con las ropas sucias de resina, el pelo pegajoso, los pies con algún corte superficial, las manos con callos… Es decir, acabas en la gloria.

Bien, pues ahora sólo resta darle vida a la sierra eléctrica, limpiar los troncos, partirlos y almacenarlos, cubriéndolos con una malla para evitar que la lluvia (pero, ¿lloverá?... llevamos casi un año en blanco… me temo que, cuando lo haga, será un verdadero horror) pudra la leña.

Y, cuando el verano se bata en retirada y hagan entrada el frío nocturno y la humedad que penetra en las paredes, cerrar las ventanas y las luces, encender un buen fuego y, en silencio, dejar que pase el tiempo. Leer, soñar, escribir, abrazar, imaginar, recordar y sentir.


Y que todo vaya siguiendo su curso, una vez más.

(Imagen: El Hermitaño)

19 de agosto de 2014

Dicha


"Los alegres curan"

François Rabelais

10 de agosto de 2014

'Lacrimosa', por San Lorenzo


Sucedió hace mucho tiempo, pero al parecer los cielos siguen llorando aún hoy por aquel horrible suceso. Tal vez deberían hacerlo igualmente en recuerdo de muchos otros, pero la tradición cristiana, como cualquier tradición, sólo contempla sus propios sufrimientos y sólo a ellos los ennoblece.

Pues bien. El 6 de agosto del año 258 un prefecto de Roma acababa de ejecutar al Papa Sixto II. En medio de este ambiente de violencia y terror, cuatro días después el mismo prefecto urgió a un diácono cristiano, llamado Lorenzo, que le entregara cualesquiera objetos valiosos que poseyera la iglesia. Lorenzo, al cabo de poco tiempo, regresó hasta el puesto del funcionario romano acompañado por un grupo de gentes pobres, desvalidas y enfermas y proclamó, según reza la tradición, desde luego, que aquellos eran los más nobles tesoros de que disponía la iglesia. El prefecto, irritado, ordenó que mataran a aquel insolente. Siempre desde la historia cristiana, la ejecución fue llevada a cabo con una crueldad insoportable: ataron a Lorenzo a un asador de metal, encendieron un bravo fuego justo debajo y vieron cómo Lorenzo ardía, carbonizándose su cuerpo hasta quedar reducido a cenizas.

Aquella noche el cielo se comportó de un modo extraño. Aparecieron por doquier estrellas fugaces, que resplandecían y llenaban el firmamento surgiendo desde la constelación de Perseo, iluminando la noche, a modo de lacrimosa despedida por el penoso y triste fin de Lorenzo. Naturalmente, aquellas estrellas fugaces pasarían a la posteridad como las “Lágrimas de San Lorenzo”, y aunque este año la Luna Llena nos va a impedir contemplar el espectáculo con toda su magnificencia, nunca está de más una ojeada para vislumbrar algún rastro de luz entre la noche veraniega. Sin embargo, habrá que recordar que hay que mirar al este, pues no hay que confundir las lágrimas del santo, que brotan desde la constelación de Perseo (por eso se denominan, también, Perseidas), con otras lágrimas esporádicas que aparecen por todo el firmamento. Es bueno (siempre es bueno…) buscar un sitio alejado de las luces, de los ruidos y las multitudes para apreciarlas mejor, tumbándose en la arena de la playa o con el saco en medio del bosque y aguardar, con paciencia, a los visitantes cometarios. Quizá se vislumbren uno de ellos por minuto, o quizá algo más…

Las lágrimas, en términos (digamos) laicos, en realidad no son más que pedacitos insignificantes de cometa, que éste va dejando a su paso por el sistema solar interior a medida que se acerca al Sol en su alargada órbita. Y, en este caso concreto, se deben a las partículas que el cometa Swift-Tuttle pierde y expele al espacio interplanetario. Cuando la Tierra atraviesa ese rastro de desperdicios cometarios (cuyos tamaños varían entre el de granos de arena a ciruelas), impactan con la atmósfera de nuestro mundo (mundo que, recordemos también, viaja a la nada despreciable velocidad de 30 kilómetros por segundo,  o unos 100.000 por hora); la fricción del choque eleva la temperatura de las partículas hasta hacerlas brillar, ardiendo (como ardió el cuerpo de Lorenzo…) y emitiendo un surco de luz que atraviesa el cielo.

Es bien sabido que, en nuestra cultura, se pide un deseo al ver una estrella fugaz (en Chile hay que coger una piedra si queremos que se cumpla), y se asociaba su visión a la muerte de alguien. En otros lugares, como es lógico, les dan otro significado al de la tradición cristiana. Los rusos, por ejemplo, sostienen que se trata de los diablos que el cielo ha expulsado; en Estados Unidos, tribus californianas veían en ellas las “heces de las estrellas”, y a cierto tipo de estrellas fugaces muy brillantes y que dejan a veces una estela de luz (llamados bólidos) les consideraban espíritus caníbales que perseguían almas perdidas con el fin de devorarlas. Curiosa es la interpretación que se les hace en Filipinas: al parecer, allí las lágrimas son las almas de los alcohólicos que, al transitar por el firmamento negro, recitan una canción, una admonición a quienes están en la Tierra y que reza: “No bebáis, no bebáis”. Estas almas tratan de alcanzar el cielo, pero por la noche las vemos cómo, invariablemente, vuelven a caer a la tierra…

Las Lágrimas de San Lorenzo serán visibles este año, Superluna mediante (coinciden las Perseidas, en efecto, con el perigeo lunar, el punto en que más cerca se halla de la Tierra), desde hace unos días hasta el 22, aproximadamente, pero sobretodo en la noche del 12 al 13, que es cuando acontece el máximo de actividad. Como la Luna estará llena justamente por estas fechas, lo mejor es observar justo después del anochecer y hasta medianoche, porque entonces nuestro satélite aún no habrá aparecido por el horizonte y no entorpecerá la visión de los meteoros más débiles.

Por muchas "Lágrimas" que caigan del cielo... no os olvidéis nunca de sonreír, y de disfrutar.

(Imagen: Darryl Van Gaal, en APOD

7 de agosto de 2014

Pasión-Amor-Amistad

"El dominio mutuo, la conquista definitiva sucede al proceso del cortejo. Es la decisión de aceptar al objeto o persona amados. Esta decisión se encuentra teñida de sombras y nunca comporta seguridades y certezas absolutas. Pero lleva a instaurar una particular situación de diálogo y de transposición de valores. Se trata de la instauración de un sujeto compartido: de un yo que es tú y viceversa. Es el dominio absoluto de uno por el otro. La más absoluta enajenación. Por eso se vive como una especie de locura. Y, por eso, quien ha llegado a este momento parece, a ojos de los demás, alguien enloquecido. Alguien poseído por la sagrada manía del amor [...].

Sin embargo, el culmen del proceso del amor se encuentra en la vida diaria, en el diario compartir común de tareas, sentimientos y dudas. Es el amor vivido en la normalidad, sin estridencias. El amor duradero. El amor que crea sentimientos de ternura infinita. En este estadio, el amor debe resolver pruebas contundentes y muchas veces se verá amenazado de muerte.

Pero el amor desemboca en una verdadera paradoja: en la amistad más sincera, que lleva a compartir de un modo natural lo que se ha debido conquistar o lo que ha estado matizado por la fuerza de la pasión. La amistad es el triunfo del amor más profundo. Ya no necesita manifestación estridente alguna. El amor como amistad ha superado toda violencia y se establece sobre la igualdad, sin necesidad alguna de estar dominado por el poder. Es el destino para el que prepara los sinsabores de un verdadero proceso amoroso."

Ignacio Izuzquiza, en 'La filosofía como forma de vida', Síntesis, Madrid, 2005.

6 de agosto de 2014

Los memos


Paseaba tranquilamente, unos días atrás, por las montañas cercanas a Gandía cuando llegué a aquel parque, donde suele el gentío organizar y preparar sus paellas y barbacoas. Y, al mirar su interior, me detuve en seco. 

Aquel espectáculo me puso, sí, de muy mala leche. 

Y no me suele suceder, pero ver aquella acumulación de desperdicios, de mierda, dejadas allí por unos imbéciles (ésos y aquellos otros que arrojan al suelo, entre los pinos y fuera de los contenedores su inmundicia [suya, sí, porque forma parte de ellos, no es algo externo de lo que prescindan... es su yo], unos imbéciles incapaces de depositar sus residuos en la papelera situada (obsérvese bien la fotografía...) a escasos centímetros de la mesa... ver aquello fue como una patada en las partes nobles, una risa de desprecio esbozada por aquellos anónimos (ellos mismos despreciables...) seres.

Y, entonces, me pregunté si valía la pena, si merecía el esfuerzo ofrecer tanto bienestar a quienes no son capaces de entender un carajo: ni de dónde vienen, ni adónde irán (cuando no sean más que polvo y huesos dentro un ataúd, quizá dentro de no mucho tiempo...), ni cuál es su relación con el entorno, entorno que ellos ven como otra diversión más, a la que no deben respeto ni cuidado; únicamente se aprovechan de él, de ese entorno, lo fuerzan, exprimen su jugo y luego desaparecen, sin considerar nada, sin atender a rogativas, a carteles que intentan educar su lamentable comportamiento habitual... No sirve de nada, porque la naturaleza es, no ya su amiga, sino una mera ramera, a la que violar cuando se les antoja, y escupir a la cara en cuanto les ha satisfecho su deseo.

Y me respondí a mí mismo que no, que no merecen ese privilegio. Que cuando la educación inculcada es tan insuficiente, tan mezquina y fútil, tan carente de valores cívicos, lo mejor es prohibir. Y prohibir para siempre, además. Recordé, entonces, la película "Minority Report" (basada en la novela homónima del gran Philip K. Dick), y su pre-detección de los homicidios y los atracos... Y lamenté que algo así no exista ya, pero aplicado a quienes dañan el mundo natural. A todos aquellos que echan una colilla en el bosque, a quienes maltratan a un perro callejero o a quienes vierten sustancias tóxicas en los ríos... Poder predecir que lo harán, y acudir para evitarlo. Y juzgarles. E impedir que pisen otra vez el santuario natural, que dejen caer unas gotas de lejía en el agua que fluye o que se acerquen a menos de cincuenta metros de cualquier animal...

Y que todos sepan cuáles son sus rostros, cómo se llaman; dónde viven, incluso. Que se sepa quiénes son los que nos hacen daño, a nosotros y a todos los demás. Quienes no aman nada, ni siquiera a sí mismos. Sólo conociendo se puede respetar; y ¿cómo van a conocer, aquellos mendrugos que se sentaron en el merendero, algo de la grandeza que les rodea si no saben nada ni de ellos mismos? Si precisan de jolgorio, del ruido, de la actividad constante, para no centrarse en sí mismos... so pena de huir aterrados ante lo que puedan descubrir en su mismo interior, ¿qué podemos esperar que respeten, que cuiden, que mimen?

Nada, ni a nadie.

Tras el instante de rabia, de impotencia, todo se trocó en ascoY, sobretodo, en lástima. Me apena que haya seres así. Es triste.

Demasiado triste...

(Imagen: El Hermitaño)

25 de julio de 2014

(En sólo) 48 horas

Dos días pueden dar para mucho; o para apenas nada. Con la "Xiqueta" suelen acontecer lo primero. Anclada desde hacía dos meses en la misma tierra, me pedía a gritos un meneo por la carretera. Accedí a su ruego. Y me regaló momentos y ambientes... sencillos y asombrosos.

Primero, a la montaña. No tuve que cavilar mucho: fui cerquita de casa, a un pico que, cuando era más joven, habituaba a subir y en cuya cumbre dormía con el saco cuando aún dejaban hacerlo, cuando aún había sitio allá arriba. El Montdúver. Me quedé a sus faldas, eso sí, sin ascender hasta lo más alto. No es julio mes propicio para garbeos senderistas.



El Montdúver, visto desde la Font de la Drova


Descansé en el párking de la Font de la Drova, sin nadie al lado. Era delicioso el tiempo (l´oratge, más propiamente dicho, aunque sea en otra lengua...). Comí y me dediqué a la siesta. Y estaba a punto de ponerme a caminar cuando vino la colla... Grupitos de chavales, scooters, coches... griterío, diversión. Iban a competir, toda la tarde, en un torneo de fútbol en el campo anexo. Vale. Para ellos, pues.



Párking de la Font de la Drova, aún en completa soledad


Arranqué y bajé unos kilómetros, hasta otro parque, este más íntimo y escondido. De momento, al menos. Un vecino, que ya nos conocía porque somos asiduos a ese parque (somos, sí, plural: la "Xiqueta y yo; ¿o acaso la vamos a valorar como un mero amasijo de hierros, maderas y tornillos? No en este caso: en ella hay ''algo'', algo que vive, que palpita... Quien no ha vivido junto a ella no puede entenderlo...), un vecino, decía, nos saludó y charlé con él de mundanidades, hasta que se acercó un perrazo vagabundo y advertí, con satisfacción, que el buen hombre le alimentaba y le proporcionaba agua, a lo que el animal correspondía con compañía y presencia.


Un agradable parque... y no digo dónde

Di un paseo tras la charla, escuché los 'gorjeos' de las palomas y me tomé un aperitivo de zarzamoras (aún les quedan un par de semanas para estar bien maduras), justo antes de meterme en casa, cenar y hablar con mi progenitora (que rió al saber que estaba a escasos cuatro kilómetros de ella... y eso que me había ido "de viaje"). La noche pasó plácida, de no ser por la visita de los mosquitos, que se cebaron una vez más conmigo, pululando por la capuchina bien relajados. Supongo que mis feromonas les deben poner; siempre lamenté que no sucediera lo mismo con las lindas muchachas, cachis...


Sueño... puñeteros mosquitos.

Me desperté temprano, para sacar más partido a las horas. Ya hacía calorcillo; el mistral había empezado a desaparecer y nos devolvía el levante húmedo y repelente... Pero, no sé si por el hecho de volver a dormir en mi casa (hogar, retiro, santuario, caracol... llámese como se desee), porque me esperaba una playita agradable, o porque la vida es una maravilla para todo aquél que sabe para qué diantres está aquí (y para el que no lo sabe, también), el caso es que me sentí alegre. No sé ni por qué, pero me dio por sacar mis víveres de la nevera y los armarios, ponerlos todos juntos e inmortalizar el momento. Vaya gilipollez, sí... pero échenle la culpa a los mosquitos, que me robaron el descanso...


Mis viandas para el viaje: faltan algunos plátanos, casi toda la sandía y los frutos secos, devorado todo ello el día previo. Sí, es cierto: hay carne en exceso... :P



Vaya cara... Y con barba de un mes (que no me vea mi abuelo...)

Me puse en marcha y la "Xiqueta" me acercó a la Playa de Tavernes. Le saludaron otras casas móviles a la llegada a la explanada. Ella se sentía a gusto, lo sé, rodeada por sus colegas... Es más sociable que yo...



La "Xiqueta" y sus 'socias'

Nada más llegar no perdí un minuto y me dirigí a la playa. Dejando atrás los edificios y un chiringito ruidoso apareció un largo kilómetro de arena solitaria y no edificada, un pequeño paraíso de tranquilidad, con dunas a tu espalda, un sol amable tostando el cuerpo y el mar abierto y que llamaba... Media hora recibiendo los rayos y no aguanté más. El agua estaba templada, deliciosa. Me quedé una hora larga allí dentro, nadando, buceando a ciegas, haciendo el muerto, dejándome llevar por las olas... Una gozada.


Tranquilidad, soledad, sosiego, sol, dunas y agua calmada. Un regalo.

Pero, de nuevo, al volver para comer se fueron acumulando alrededor coches y más coches, y presentí que, de cara a la noche, habría jaleo, de modo que arranqué y decidí ir a la Alquería del Duc, cerca de Gandía, para ver cómo estaba el humedal en este año, el más seco en los últimos ciento cincuenta. Me alegra ver que las aves (patos, foges y otras...) aún permanecen allí, pese a que la extensión haya disminuido tanto. Pero las advierto, agazapadas, a resguardo del sol entre las cañas y los matorrales. No obstante, parecen cansadas, tristes; no sé si es por la falta de lluvia o por el incordio del "bum bum bum" que truena a escasos doscientos metros, cortesía del señor alcalde y que constituye un fenomenal "efecto llamada" para la turba de jóvenes (algo descerebrados...) que no tienen más anhelos que la playa, el alcohol y... más alcohol.


L´Ullal Gran, en la Alquería del Duc

Quizá deberíamos hacer saber, a los responsables de turno, que el silencio y el ruido no pueden convivir. Que sólo cabe uno u otro; y que el silencio es frágil, endeble, fácilmente absorbible por el ruido, que lo mata y erradica sin esfuerzo. El silencio, sin embargo, es un estado natural; el ruido, por el contrario, es creación humana. Y juntar ambos, tan dispares, en una misma parcela es una salvajada. Porque el ruido no muere ante el silencio. Por tanto, éste último es el único que debe protegerse. Quizá por eso la apariencia cansada, abatida, de las aves... Han perdido su paz, su mundo callado; y están trastornadas... 

Con ese ambiente, dormitar allí era impensable. De modo que, desgraciadamente (y ya van...) tuve que buscar una alternativa, y la encontré, al fin, en otro lugar común, la playa de Piles. Allí descansé, escuché mis músicas, me tragué un par de novelitas cortas, di un paseo al atardecer y acabé con mis existencias alimenticias por completo...

Poco quedaba ya por hacer, a la noche. Me quedé mirando a un gato vagabundo (no es él; en otra ocasión ya hablaré de ese "otro gato"...), a las parejas que hacían deporte nocturno, al señor de la silla de ruedas que paseaba a su perrazo, y a las estrellas, que les dio por salir tenues, entre una bruma levantina que enturbiaba el cielo.

Gastos: 20 euros de gasoil; 0 euros en comida (la traje toda de casa...)

Beneficios: 48 horas de dicha, pilas cargadas y anhelos de volver pronto a la carretera. 

Creo que, obviamente, me ha compensado...

Eso sí: añoro un viaje de un mes o dos, y añoro a alguien con quien compartir todo ese tesoro de vivencias.

Duerme, hasta que te requiera de nuevo y tengas a bien acompañarme, y yo a ti...

Duerme, Amiga mía.



Crepúsculo en la playa de Piles

(Imágenes: El Hermitaño)