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18 de julio de 2014

Azul caribeño y metáfora vital


Siempre me emociona este episodio de 'Doctor en Alaska', y fundamentalmente su final. Y no por visto, ya que calculo que habrán sido por lo menos unos 200 los visionados (no exagero nada, soy un friki "ciceliano").

Si alguien siente una pizca de curiosidad por saber de qué va tal episodio, puede echar un vistazo a mi comentario aquí.

Y la música de Enya siempre es un aliciente más... 

15 de noviembre de 2011

"Northern Exposure" (Doctor en Alaska): episodio 3x15, Democracia en América



Corren tiempos dificiles. Dentro de unos días se celebran elecciones generales, y no hay dejar pasar la oportunidad de hacer oir nuestra voz, por débil e insignificante que sea. No importa la papeleta que introduzcamos (si es que lo hacemos) en el sobre color sepia; tan sólo cuenta el acto, el hecho de votar. Lo demás es intrascedente, indiferente.

En Cicely también hubo elecciones, para elegir alcalde, un día de crudo invierno; el motivo fue nimio: una señal de stop. Quién ganó, también fue trivial. Había dos opciones claras de victoria (como aquí, ¿verdad?) y el pueblo decidió un cambio. Eso está bien; siempre habrá una próxima oportunidad para el perdedor... dentro de otros cuatro años.

Pero no es un hecho baladí, el acto de votar. Como nos sugiere Chris, un demócrata entusiasta: "estamos a punto de presenciar ese rito sagrado en el que todos y cada uno de nosotros somos acólitos ante el altar de la urna, tabernáculo seglar". Bien, no vayamos tan lejos, pero concedamos que se nos presenta la ocasión de darles una buena zurra a esos políticuchos de tres al cuarto. Hay que hacerles ver quién manda. No olvidemos nunca que somos nosotros, el demos, quien corta el bacalao... Está en nuestra mano hacer y deshacer. Sólo se requiere unión, y decisión.



Es normal tener dudas, inseguridades. Sólo quien tiene muy claras las cosas (y por tanto, generalmente se equivoca), sigue siempre la misma dirección, adora siempre al mismo dios, meciéndose al ritmo de la misma ideología. Quien se cuestiona, se pregunta, se dice a sí mismo "no sé qué hacer", tiene en su mano la llave de la victoria. Tal vez no la del triunfo electoral, pero sí la de su propio destino. Ed es un mar de confusión; por no saber ni conoce las opciones de que dispone. Mejor; él aún no está cegado, no ha sido atrapado por la propaganda. Votar será, en su caso, casi una experiencia religiosa, o un acto sexual, de contacto íntimo, con el pueblo donde vive. El caso de Chris es el opuesto: sólo otea la tierra prometida, la huele, la siente, pero no puede alcanzarla... es un ex-presidiario, cuyo nombre no aparece en las listas de votantes. Pero él nos confirma lo que ya hemos dicho: "Una elecciones son algo más bien abstracto y no competitivo para mí. La idea de unas elecciones es mucho más interesante que las elecciones en sí mismas; el mero acto de votar es en sí mismo el momento definitorio...". Pues sí...



Por otra parte, hay quienes ven en unas elecciones (sobretodo las locales), una pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo, por no suponer ninguna alternativa ni cambio viable para la ciudadanía (me pregunto si no será también el mismo caso para las generales que nos vienen encima...). Es el caso de Joel, que se divierte ante la burocracia y molestias causadas "por unas elecciones de perra chica, por un asunto de perra chica, en un pueblo de perra chica...". Maggie, por el contrario, siente unas elecciones como un acontecimiento social, una boda o un desfile de moda. Debe buscarse el decoro, la imagen, una estética acorde con el espíritu del pueblo... Maurice, por su parte, siente que la facultad de hacer y deshacer a su antojo, de ser libres y juzgar y actuar con independencia, como hasta entonces, se desvanece a causa de la señal de stop. ¿Por qué? Porque abre la posibilidad de que, por insignificancias, se altere el orden y la estabilidad de un pueblo, y el ansia de poder difumine la línea que separa la amistad de la avaricia, la de la lealtad de la de la traición, y dé acceso, además, a que quienes nada tienen que ver con el pueblo mismo, y su desarrollo, entren a formar parte del entramado del mismo, y puedan decidir por los demás. El inicio del fin. Extravagancias femeninas y visiones apocalípticas aparte, lo que vemos aquí es la distinta percepción entre las gentes de lo que el suceso electivo resulta para cada cual. Nadie entiende el mismo hecho de forma idéntica. Y, por tanto, a todos hay que escuchar y tener en cuenta.



Algunas notables citas se nos regalan, a modo de obsequios electorales: "Conciudadanos, no podemos eludir la historia. Su fiero juicio por el que pasamos nos alumbrará con honor, o sin él, hasta la última generación"; "No somos enemigos, sino amigos. Nunca seamos enemigos. Aunque se hayan desborbado las pasiones que ello no empañe nuestros afectos" (Abraham Lincoln); "Un hombre, debe participar de las acciones y emociones de su tiempo, so pena de que le acusen de no haber vivido"; "La constitución es un experimento; lo mismo que la vida" (juez Arthur Holmes); y, si dejamos al margen olorcillos patrióticos, también nos será útil: "El genio de los Estados Unidos (léase, todo pueblo...), no reside en la mayoría de los ejecutivos, o legisladores, ni en sus embajadores, autores, catedráticos o iglesias, o salones, ni siquiera en sus periódicos o inventores... sino ante todo en sus gentes sencillas" (Walt Whitman); "A veces se dice que un hombre es incapaz de gobernarse a sí mismo; luego, ¿por qué se les confía el gobierno de los demás? ¿O hay acaso ángeles disfrazados de reyes para gobernarlos? Que la historia responda a esta pregunta..." (Thomas Jefferson).

En el debate de los candidatos, de nuevo Chris lanza un mensaje de concordia para todos: "Antes que nada, quiero aplaudiros por vuestra inmersión en el gran río de la democracia, aunque nuestras elecciones no sean más que un pequeño afluente (y ¿cuáles no lo son?, podríamos añadir nosotros...), una hebra en el inmenso tapiz tejido por la tradición, amor y honra, a las raudas y claras aguas por donde navegan nuestras esperanzas. Y, digo yo, tomémonos algo de tiempo, para darnos unas palmaditas en la espalda, unos besitos en la mejilla y unos cálidos deseos de bienaventuranza, a todos nuestros nobles ciudadanos de Cicely...". Un mensaje que bien podrían escuchar nuestros políticos en alguna ocasión, bajando de su pedestal engreído para aceptar errores, reconocer engaños, brindar la mano al oponente, y sentirse algo más humanos para con la legión de hombres y mujeres que les han considerado aptos para la dificil tarea de su representación en los poderes públicos.



Repetimos: el resultado poco importa. La victoria de uno u otro, o de aquel de más allá, no viene a cuento. El vencedor aparece en la foto, mas el triunfo correrá a cargo de las personas. Ellas son las que decidirán, aunque el método, el sistema democrático sea muchas veces, por su misma idiosincrasia, intolerante y ciego ante la variedad. Por el momento, sin embargo, no disponemos de nada mejor. Blanco o negro, más algunos pequeños retazos de grises. No hay más. Es insuficiente, pero la perfección es inviable mientras no se modifique el procedimiento electoral. Repetimos, también: para hacerlo, se precisa unión, y decisión.

Sed dignos de vuestra herencia; salid al ruedo y demostrad quiénes sóis. Demostrádles cómo se gana, quiénes se merecen estar ahí (si alguien lo merece...), y quienes deben ser expulsados al infierno, a las tinieblas del averno, para no dejarle salir nunca más.

Dejad vuestra huella. Por pronto que sea borrada.

Participar es ganar.

31 de marzo de 2010

"Northern Exposure" (Doctor en Alaska): episodio 3x19, "Toque de diana"





“Primavera, primavera, primavera... naturalmente los pensamientos de este amigo vuestro se dirigen hacia la muerte; no como final, tal y como la ven los demás, sino la muerte en un sentido cíclico: las mareas, altas y bajas; el alba y el anochecer, ese tipo de cosas...”.

Tiempo de aventura, de estar solo y bien acompañado, de olvidar el joven un pasado cargante, o abrazarlo el espíritu viejo como novedad ansiada, de cambiar de color de ropa, y de amor (sea éste real o irreal, aunque siempre verdadero), de pensar en el brote de hierba que pugna por elevarse, y de rebrotar a la luz del fuego catártico, como una espurna que brilla justo antes de desaparecer en el cielo de la oscura noche. No hay nada que no muera y, tarde o temprano, reaparezca de nuevo. Todo se pudre, consumido en el mal del tiempo; pero, después, resucita con vigoroso ímpetu, y desprende el aroma de la pureza, la santidad de un recién nacido, y el mismo tiempo es aliado de la belleza y elegancia que invade el mundo. Entonces, incrédulos y fascinados, preguntamos, como lo hizo Leopardi: “¿Vives tú? ¿Vives, santa/ Natura? ¿Vives, y al dormido oído/ llega el acento de la voz materna?”.



Nadie sabe nunca dónde se halla la sabiduría. Es imposible predecir de dónde surgirá la siguiente idea sublime acerca Universo, el pensamiento que reoriente la vida de mortales, ese descubrimiento imprevisto, la marca de la genialidad. Joel empieza a entender esto cuando recibe la visita de Leonard. Tras la apariencia vulgar puede esconderse un alma noble, que es como decir que debajo del folclore rural hay un poso de epistemología radical, lúcida y juiciosa, pero tan falible como la ciencia médica más racional. Joel no concibe tal posibilidad, y recibe una reprimenda bien merecida. La virtud de curar empieza por uno mismo, y es una fuente rica y útil, pero se obstruye si creemos que sólo nosotros la poseemos. Leonard enseña la lección, con humildad: “nuestro cometido es hacer que nuestros pacientes se sientan bien, sin hacerles daño”. Quien se arroga la potestad del saber está destinado al fracaso.



A veces conviene dar rienda suelta al fervor amoroso soñado, mas nunca realizado. Suele ser más intenso, más grave y más hondo. La pasión por hallar ese otro ser que dote de goce y placer el vivir puede hacernos construir la más perfecta de las fantasías, que es absolutamente real (y, por tanto, auténtica) mientras dura, casi eterna, en el pensamiento, por mucho que resista la materialidad. Maggie persigue algo que nunca ha poseído. No lo tiene (no lo tendrá nunca, podemos aventurar), pero el obstáculo es salvable. Arthur existe en la realidad como un ser y en la mente de Maggie como otro. Son distintos, pero son uno. Maggie, para hacerlo tratable, para poder ser con él, le confiere un ropaje adecuado. Oso-Arthur son las dos caras de la misma moneda; pero Maggie sólo puede vivir con uno de ellos; el otro, el que habita en sus profundidades sinápticas y emocionales, desaparece cuando se alcanza la familiaridad, el contacto, la ordinaria presencia del día a día. El fin de la hibernación del amigo ursino conlleva su vuelta a la vida, y la muerte de su alter-ego maggiano.



Por ello Maggie se sorprende, y descansa pensativa en un tronco junto a la corriente del río: su amor ha ido más allá de la realidad, su estima ha traspasado el umbral de la ontología, de lo que es, para remontarse hasta donde moran las esencias de los seres, hasta aquel punto en donde todos son espíritus, y el camuflaje físico no existe. De ser Maggie y Arthur simples inmanencias podrían ir de la mano hasta el fin de la eternidad; son sus cuerpos los que los hacen incompatibles. Pero el amor persiste, y aguarda al fin mortal para la unión definitiva.



Los pollitos que, rompiendo su cascarón, se abren a la nueva vida, que empiezan a piar rodeados del aire y desprovistos de la protección ovalada, son como actores que suben a la tarima, como escritores que ponen una hoja en el rodillo de la máquina, como pintores que mezclan sus colores en la paleta, frente a un lienzo de blanco puro: todos ellos pergeñan su futuro de aventura, la hazaña de hoy y mañana, y la tiñen de riesgo, porque eso es el arte y la vida, la vida y el arte. La muda de piel de Shelly, el gusto por los huevos de Holling, la necesidad de hallar alguna sorpresa en lo cotidiano de Maurice, todo representa el ansia de cambio, el espíritu de la permuta, de lo antiguo en nuevo (y viceversa, en aquel último): colmar de experiencias, olores, visiones, sentimientos y vivencias lo que no ha sido aún, lo que proporciona la primavera, o bien partir de lo ya vivido por otros, de lo que fueron raíces y pasados lejanos, para refrescar el hoy y dotarlo de un aliento perdido por el transcurrir hastiado de días maduros.

Renovemos nuestro vestuario, como Ruth-Anne; plantemos semillas, como Marilyn; salgamos a los bosques en soledad, como Ed; saneemos nuestros cuerpos, como Holling y Shelly; escuchemos aquello que los demás tengan que decirnos, como Joel; acariciemos, como Chris, a esas criaturas recién nacidas que brotan de la nada e inundan de vida en un estallido de entusiasmo y curiosidad; hagamos de tripas corazón y sigamos adelante, como Maggie, pese a los límites que nuestra existencia impone; y trepemos, como Maurice, al tejado de nuestra casa para admirar el amplio horizonte de tiempo y espacio que nos espera por delante. Aunque sólo quede un minuto, aunque mañana nada exista ya, valdrá la pena echar un último vistazo. Mientras una melodía (interior) nos habla, y los ojos miran al infinito, mientras los animales crecen y las plantas florecen, la primavera enseña la luz y fortaleza de la Tierra. “Vive cada día como si fuera el último; sé, amigos, que eso es una vieja castaña, pero intentad asarla de esta manera: cada día debería ser primavera. Cada día deberíamos despertarnos renovados”.

Que así sea.

13 de octubre de 2009

"Northern Exposure" (Doctor en Alaska): episodio 3x09, "Despierta"





Hay una línea muy delgada entre lo racional y la magia. Muchos estudiosos medievales eran (lo que hoy denominaríamos) científicos y, al mismo tiempo, alquímicos, magos y astrólogos. No entendían, excepto en los casos de obvia charlatanería, que hubiese contradicción en entender de ambas formas al mismo tiempo el Cosmos. Y, de hecho, no la hay. Una, la científica, es meridianamente evidente, respira a través de la materia y los hechos y fenómenos y, por suerte, podemos utilizarla en nuestro propio beneficio y el de los demás. La otra requiere de más sutilezas, de una perspectiva del mundo y el ser humano que englobe más allá de lo palmario, lo transmitido por sentidos y revelado por métodos repetibles y accesibles. Pero está ahí, si así lo queremos. Está, igualmente, a nuestra disposición, y con ella se pueden alcanzar maravillas. Rechazar una u otra no hace más que limitarnos, vaciar el depósito de experiencias y cercenar lo que de humano aún poseemos.



Cuando Joel inicia sus estudios para obtener el título de médico internista y el de especialista en endocrinología, sus facultades, sus recursos, incluso su propia noción del mundo, descansa sobre lo racional. Cuando Chris y Steve (el físico-mago) hablan y meditan acerca de la realidad transmitida por la mecánica cuántica, se acercan más a la magia que a lo racional. Pero ellos dos navegan en aguas bífidas, científicas y fantásticas (aunque no por ello menos reales), mientras Joel no concibe lo que medra más allá de su parcela de existencia, desconoce, ignora o se muestra indiferente hacia aquella otra, igualmente presente pero inalcanzable para su sistema de entendimiento. La concibe como mera ficción, una alucinación, una ilusión sólo apta para mentes alejadas de lo innegable, lo concreto y auténtico.



Chris: "En fin, me parece que a medida que te introduces en la cebolla del átomo y te metes en partículas más pequeñas te das cuenta de que, realmente [y éste 'realmente' es clave...], ... no hay partículas en absoluto". Y, más tarde: "El edificio esencial de todo es la nada". A lo que Steve añade:"Todo es ilusión, es lo odioso de este asunto... ¿qué se supone que debes hacer con una información como ésa...?". Al mismo tiempo, Joel se pregunta acerca de sístoles, soplos, aortas, hipertrofias y demás. Lo cual no es malo, si no fuera porque acota ahí su realidad, su mundo, todo su ser.



Marca la diferencia entre ambos, desde luego, la consciencia, discernir que lo percibido, lo que hay y aquello con lo que soñamos, la realidad, toda ella, no está cerca ni lejos de nosotros, no duerme con la forma de un libro sobre corpúsculos en nuestra mesita de noche o con los fuegos fatuos o pócimas alquímicas. Nada es todo ello, y todo es esa misma nada. "Cuando pensamos en un mago, la imagen que nos viene a la mente es la de Merlín: una larga barba blanca, un sombrero de cucurucho, ¿no es así? Bueno, en una de las versiones de la leyenda del Rey Arturo, éste arquetípico mago se retira, se jubila del negocio de los conjuros. ¿Sus motivos? Lo racionalista domina, se acaba la era de la Magia. Bueno, el viejo Merlín debería haberse quedado porque esos mismos racionalistas intentando poner una cuerda alrededor de la realidad de repente se han encontrado en la psicodélica tierra de la Física, una tierra de quarks y neutrinos, un lugar que se niega a jugar bajo las reglas de Newton, un lugar que se niega a jugar bajo ninguna regla, un lugar más apropiado para los Merlines del mundo..."



Si hay posibilidad (y casi siempre la hay) deberíamos hacer vivir a esas dos imágenes de lo real en nuestro entendimiento y aprehensión del Cosmos y de nosotros mismos. Pero sin radicalizar nunca ambas; si acaso, dejar volar la imaginación algo más, pasar el tiempo en las tierras del hechizo y del velo ritual, o sea, el de la magia (¿liberación?, ¿catarsis?) mental. El mismo día a día emite y contagia demasiada racionalidad, lo cual es bueno, pero no suficiente. Si bien ella, la razón, también ofrece su dosis de fascinación y atractivo, porque nos permite penetrar en un mundo igualmente oculto, todo individuo se sostiene bien sobre dos piernas; no apoyemos siempre nuestro peso en sólo una de ellas.



Un mundo sin magia, y sin razón, es como un niño privado de infancia, o un animal que careciese de sus instintos. La vida precisa de tanta imaginación, de tanta fantasía y creación desinhibida como de una ligera correa, un cordel que anule, aunque muy (muy...) ligeramente, las voluptuosidades que nuestra mente es capaz de engendrar. Esto es algo que, finalmente, acaba descubriendo Joel, que abandona los libros, siquiera por un día, y se adentra en ese mundo desconocido para él hasta entonces, un universo de sensaciones, experiencias y actos tan (o más) humano que el suyo, y tan (¿o más?) real.



Aunque las revelaciones de lo racional nos indiquen un vacío, la realidad como un agujero sin sentido e ilusiorio, puede quedar un reducto de realidad, de verdadera realidad, que es el que importa, el que se halla más allá de nosotros, del tiempo y del espacio, de la ciencia y, sí, también más allá de la misma magia. "Si no hay nada de sustancia en el mundo, si el suelo que pisamos es un espejismo, si la realidad no lo es en sí misma, ¿qué nos queda, dónde colgamos el sombrero? [...] ¿Cuál es la cumbre de lo irracional, el código de barras de lo misterioso?... Exacto".



Es fácil de adivinar; son cuatro letras. Y son ellas, ésas cuatro letras, las que abren y cierran nuestras vidas. Nada más cuenta, nada más existe, nada más es real. O, mejor, todo responde a ellas cuatro. Ellas, sí, lo son todo.

30 de mayo de 2009

'Northern Exposure' (Doctor en Alaska): episodio 3x16, "Los tres amigos"



Escapada. Andanza. Correría. Salida. Despedida... Aventura.
Riesgo. Osadía. Imprudencia. Insensatez. Locura... Existencia.



El volante quema las manos. O, quizá, son éstas las quienes queman aquel. En todo caso, urge salir. Urge apretar el acelerador, inyectar gasolina en el carburador y arrancar. Moverse. Nacer. Ir allí.

El motivo nos es indiferente. Siempre (o nunca) lo hay. Está en potencia, como una posibilidad, mas no como certidumbre. Lo que cuenta es el deseo, la necesidad. La huida hacia allá. Eso siempre se respira, está en acto, como envolviéndonos, por tiempo infinito.



Durante el camino abundan los momentos de reflexión. Ante el fuego, sobre la nieve, mientras avanzas, cuando dispones la manta y la almohada... Suele asaltar entonces, sobretodo si son ya algunos los años que llevamos encima, la nostalgia, una melancolía (exenta de tristeza) por los tiempos previos vividos: de unión, amistad, separación, olvido, muerte y renacer. Preguntas acerca de por qué no se hizo tal, por qué hubo de suceder cual... por qué las cosas no se arreglaron a tiempo, cuando éste todavía existía. No hay reproches, sólo cuestiones que murieron sin poder resolverse. Y anhelas volver atrás, retrasar el devenir, para cambiar el curso de las cosas, para hacerlo bien, para evitar la derrota y el fracaso. Pero la rueda nunca para, desde luego, y no hay vuelta atrás.



"-Dormí como un bebé bajo un manto de estrellas...". "-Sí, nada como una noche al raso para sacudirte las pitañas de la civilización". Quien no ha probado a cerrar los ojos sin techo alguno por encima de su rostro desconoce su propia historia. Desconoce dónde partió. Y, en consecuencia, hacia dónde va. Cambiamos las copas de los árboles por toneladas de cemento; ramas que traslucían estrellas por ventanas que las oscurecen; vientos y ventiscas que hielan la sangre y endurecen rostros y espíritus por confortables sistemas de calefacción. Perdimos perspectiva; nos perdimos nosotros mismos. Sólo en el regreso al hogar nos reencontraremos con lo que somos.



La Aventura conlleva luces y sombras. Alegrías y desdichas. Sublimes momentos de locura, de enajenación mental radical, en donde conspira el Cosmos entero para mancillar tus ilusiones, y otros en donde la satisfacción y la dicha abruman por la perfecta ofrenda que se presenta ante ti. Sin solución de continuidad, el júbilo y la aflicción se dan la mano. Nos pueden apalizar, podemos perder el rastro del camino, llegar a un destino no previsto, abroncar sin descanso al compañero, incluso desear estar a miles de kilómetros de allí, perder de vista lo hecho y dicho. Y, sin embargo, son los instantes de tristeza, de amargura, de rabia e impotencia, los que dan valor al viaje. Conforman un universo de sensaciones y recuerdos inigualable. Mientras los ratos buenos se diluyen de la memoria como pintura en un estanque, los desagradables se convierten en la médula de la Aventura, la sustancia de la que aquella toma forma, y por la que será siempre recordada, y estimada.



Maurice y Holling sabían que debían hacerlo. La excusa fue la muerte de su amigo. Pero podría haber sido cualquier otra. Recordemos que el motivo no importa. Lo que cuenta es desear. El anhelo, un ansia que recorre el espinazo y nos lleva a recorrer kilómetros de "lodazales en pendiente, con riscos enormes, tajos y desmontes a uno y otro lado". Como animales, como salvajes domesticados por la urbe, la sociedad y la sociabilidad, los dos amigos emprenden la huida, para encontrarse cara a cara con sí mismos. El tercer amigo no descansa en una caja, porque el tercer amigo ya no es tal; perdió su condición al morir. "The three amigos" narra la aventura de Maurice y Holling, sí, pero no de Bill, que apenas importa ya (ni para su ex-esposa, ni para los que fueron sus amigos, ni para nadie, en realidad). La tercera figura, la que completa la tríada, no tiene más esencia o nombre que nuestra querida Madre. Ella es la amiga. No hay otra, ni jamás la hubo.



La Aventura llega, ya, a su fin con una lírica y armónica pieza del gran Willie Nelson, "Hands on the wheel", que invita a un "regreso al hogar", pero no tanto el que esperamos a nuestra vuelta a la "civilización", sino como el que, como siempre decimos, sigue aguardando allá, en la espesura, presto para el próximo encuentro. Porque nosotros, como Maurice y Holling, no dejamos atrás el mundo para penetrar en la naturaleza, sino que abandonamos la ciudad para entrar en el mundo, el único que existe, el único que cuenta.

Como lobos esteparios que surcan tierras yermas o heladas, tundras o bosques, buscando su sitio en el mundo, buscando el mismo mundo, y aullando mientras corren, como ellos, nosotros lanzamos el anzuelo al río del tiempo. Somos como Buck, perro domesticado que se vuelve salvaje, o Colmillo Blanco, lobo salvaje que acabó siendo domesticado. Caminamos, descubrimos y nos aventuramos hacia lo que desconocemos, para tomar parte de la vida, para estar vivos, y en el transcurrir de la misma nos transformamos, nos convertimos en lo que no éramos, y somos lo que nunca soñamos que seríamos. Pero, cuidado, porque la vida puede perecer, puede morir cuando dejamos de interesarnos por lo que (y por los que) nos rodean, cuando la indiferencia y la apatía se instalan en nuestro hogar, cuando miramos al mundo como si ya no nos pudiese brindar nada más, como si ya todo estuviese visto y revisto, vivido y disfrutado. Buck y Colmillo Blanco saturan su vida de sensaciones, mutan, y se elevan sobre sí mismos. No limitan su existencia a lo que son, sino que abarcan lo que a priori no les es dado. Lo buscan, lo persiguen. Y, finalmente, lo logran. El "qué", cómo llenamos la vida, y con quiénes, ya es decisión nuestra.



Maurice, Holling... y Ella. Un trío perfecto, compenetrado, complejo y vital. Los dos primeros ya desean verla otra vez, sentir que entran de nuevo en sus dominios. Ella, también, ya les aguarda, ansiosa, abierta... Se acerca, pues, la reunión entre los tres Amigos. Por cierto, nosotros, todos nosotros, también estamos invitados. Quién no acuda a la cita ya sabe lo que es...

21 de abril de 2009

'Northern Exposure' (Doctor en Alaska): episodio 3x20, "La última frontera"



La muerte y la vida están tan ligadas, tan necesitadas la una de la otra, como el día y la noche, o el amor y el odio. Entre aquellas pervive la aventura del vivir, sentida (y padecida) por cada uno de nosotros según el transcurrir de los tiempos y el talante que nos es propio. La muerte degüella esperanzas, aniquila lo que más apreciamos y erradica parte de nosotros mismos, cuando acontece a nuestro alrededor; la vida, que nace hoy e inunda el devenir de esas mismas esperanzas, abre puertas, brinda destinos insospechados y nos permite encarar un futuro apenas presentido.



Desde luego ambas, vida y muerte, son complementarias. Si vivimos una y padecemos otra (o quién sabe si, realmente, será a la inversa...) es porque cuando uno muere la vida adquiere parte de su alcance, quizá el más relevante de todos, tal vez su sentido propio, el momento definitivo y definitorio; y porque la vida, sin la idea y el tic-tac que anuncia, en fecha y lugar desconocidos, a la hermana vestida de negro (color bellísimo, sin duda), precisa de la misma partida final para sentirse como tal; con la muerte al acecho, fieles a ella, estamos vivos, con la vida ante la muerte podemos gozar de ésta.



Jesse es (fue, será) un Oso; Jesse es La Aventura; Jesse es el Riesgo; Jesse es la Vida; Jesse es la Muerte. Jesse, en definitiva, somos nosotros, todos los que vivimos, los que nos atrevemos, aquellos que no dan el paso atrás. Osados, algo temerarios también, no nos gustan calzadas asfaltadas, los senderos vitales bien señalizados, marcados y usualmente andados. Su muerte, la de Jesse, supone la rotura con la vida, que sólo puede suturarse viviendo, sintiéndose vivo. El cómo es cosa de cada uno. La reconstrucción del amigo usino, erigido en una mole huesuda completa a excepción de una garra (trincada por el otrora cazador) es el símbolo, huelga decirlo, que une la muerte con la vida. Pero, además, conlleva otro obvio mensaje: lo que ya no existe pertenece al pasado, y para vivir (es decir, para poder también morir) hay que pertenecer al presente. Holling, consciente, reteje la vieja costura abierta a su manera, como lo haríamos muchos: yendo en busca de Jesse (o sea el otro Jesse, el de verdad, el que aún existe, el que siempre ha existido). Recoge sus bártulos, llena el petate y, antes de despedirse, consuela a Shelley, como casi siempre desconcertada, con las siguientes palabras: “Esto es algo que tengo que hacer. Por sí mismo. Para mí mismo. Yo solo”.



Naturalmente, lo que halla Holling en su travesía por el desierto sólo él (y Jesse) lo saben. Suponemos que se reencuentra con la vida (repito, sí, con la muerte), que vuelve a sentirla dentro de sí, y que también percibe como ese mal paso, ese momentáneo error de posición de su pie derecho, puede hacerle perder aquella para siempre (ganando, pues, la muerte). Y lo menciona, a su vuelta, como un logro, una dicha enorme: “Shelley, había olvidado por completo lo que significa arriesgarse, cuando un paso en falso podía significar lastimarse, o morir. Había olvidado lo bien que te hace sentir eso”.



Y, después, como en un sueño, describe lo que significa vivir, lo que uno siente cuando vuelve, después de tanto tiempo, a encontrarse con Jesse. Mientras Shelley no entiende absolutamente nada (ella, pobrecita, aún pertenece al mundo de la vida, sólo a éste mundo), Holling explica (lleno de moratones, rasgaduras y con el brazo en cabestrillo) que Jesse, el Oso, está por todas partes. En la Cueva de la Viudas, adonde él había ido a buscarlo (cueva, sin duda, a la que uno entra pero de la que no se puede salir, a Dios gracias); en las montañas, bajo los océanos, y hasta en lo profundo del espacio. Ése es Jesse, sin duda. Está allí... y aquí, aquí ,dentro de nosotros (le sentimos, ¿verdad?)



No es difícil descubrirle. En absoluto. Mora a nuestro alrededor, casi a la vista, y nos llama continuamente. De nosotros, como siempre, depende que vayamos (o no) a su encuentro, ahora mismo, o bien tras aguardar una vida entera (que, ya sabemos, quizá no será tal si así lo decidimos). Holling, por supuesto, ya ha ido a por él, a por su Amigo, fiera peluda y gigantesca. Y, desmenuzado nuevamente en pedazos de hueso, como eternamente debió vivir (es decir [y ya no lo digo más], morir), lo entierra bajo tierra. Jesse permanecerá vivo (o ...) siempre que tengamos presente su misión, siempre que su imagen reaparezca en nuestra mente cuando haya que elegir entre la vida y su homóloga del otro mundo.

Jesse ha cumplido con su papel. Llegó, vio, y ganó. Holling, también. Ahora nos toca a nosotros.

20 de febrero de 2009

'Northern Exposure' (Doctor en Alaska): episodio 2x05, "Requiebro primaveral"



La primavera (de la que nos separa escasamente un mes) tiene el poder, casi prerrogativo, de alterar estados de ánimo humanos y animales y desatar en nosotros actitudes, comportamientos y actos fuera de lo que llamamos "normal". Esto, desde luego, se manifiesta en unos más que en otros, pero en Cicely, la ciudadela (¿imaginaria, idealizada, real?) de gentes extrañas y extravagantes, es una transformación especialmente intensa y metamorfoseante. Porque la primavera trae, en aquellas lejanas tierras del norte, el deshielo de la cobertura helada de la tundra, y es un fenómeno que amenaza la estabilidad emocional, física y sexual de sus habitantes.



A unos (Joel y Maggie) les lleva a obsesionarse con los placeres de la carne; a otros (Ed) les modifica su personalidad, otrora retraída e introvertida, conviriténdoles en detectives sagaces y preguntones; a alguno más le altera su masculinidad [o lo que ellos consideran tal] (Maurice) hasta el punto de hacerles planchar ropa o preparar cenas románticas; otros más (Holling) sienten ansias de golpear rostros, oir romperse los huesos ajenos y bajar a tierra algunos dientes. E incluso hay quienes (Shelley), sin haber leído un libro en su vida, sienten la llamada de las letras y son incapaces de abandonar la lectura de ese tomo que, hasta entonces, descansaba bajo la pata de la mesa para evitar su cojera. Y también encontramos a los que (como Chris) no pueden evitar volver a sus tiempos de antaño, recuperando instintos delictivos reprimidos largo tiempo.

El capítulo narra, entre todas estas historias, la sucesión de una serie de episodios de robos en Cicely, sustrayéndose sin cesar equipos de radio, reproductores de discos compactos y minicadenas de música. El ladrón, sea quien sea, no tiene reparo alguno en penetrar a hurtadillas en casas ajenas o escarbar en salpicaderos de coches para lograr su tecnológico trofeo. Cada primavera sucede lo mismo, aunque en ocasiones son transistores, cepillos eléctricos u otra artillería similar.



Será Ed, el nuevo investigador privado, quien resolverá finalmente el "caso". El culpable, Chris, por supuesto, reconoce su delito cuando ve al indio llegar a la emisora sosteniendo una caja repleta hasta los topes con sus hurtos.



Cuando Chris se confiesa, Ed le pregunta por qué lo ha hecho, por qué todo ese cúmulo de saqueos ilegales, con el consiguiente enfado, frustración y rabia de aquellos que han sufrido sus atracos. Sus palabras (aproximadas, porque la memoria puede fallar), aclaran todo: "¿Por qué lo hice, amigo? Por lo salvaje, Ed, por lo salvaje. Se nos está perdiendo. Incluso aquí, en Cicely (léase, cualquier lugar del mundo), a la gente hay que recordarle que el mundo es un lugar inseguro e impredecible, lleno de peligros, y que pueden perder todas sus pertenencias en un abrir y cerrar de ojos. No lo puedes predecir. Lo hago para recordarles que el caos y lo desconocido están siempre cerca de nosotros, y que acechan siempre más allá del horizonte".



Y luego añade, para concluir su monólogo: "Bueno, lo hice por eso y porque a veces Ed, a veces necesitas hacer algo prohibido para saber que estás vivo". Por fortuna, en ocasiones algunos de nosotros no precisamos actuar de esa forma, digamos ilegal, para cerciorarnos de nuestra existencia y sabernos no-muertos. Pero entendemos, desde luego, la intención en las palabras de Chris, y su más que razonable aplicación a gran parte de la sociedad que nos rodea...

Pero este episodio de la segunda temporada, del que desde aquí recomendamos encarecidamente su visionado, no se cierra sin antes ser testigos de una singular carrera por las calles de Cicely. Un recorrido no competitivo, en cualquier caso, porque no hay ganador ni perdedor alguno. Se trata de una carrera para dar un abrazo a la primavera, a la nueva vida. No hay interés en ser el más rápido, el mejor, sino en percibir que uno, efectivamente está vivo.



La singularidad de esta carrera es que sus participantes trotan todos ellos desnudos, como corresponde a una especie de catarsis física y espiritual ante la llegada del nuevo ciclo vital. Es otra forma de decir adiós al requiebro primaveral, antes de que las cosas vuelvan a su racional y rutinaria actividad; la despedida al rígido y recogido invierno y la bienvenida a la explosión (ontológica, física, mental) que la primavera nos trae.



Hay que volverse un poco loco cuando ella llega. Cambiar el registro, romper los moldes, quebrar los esquemas. Si no, como decía el locutor, será dificil saber si estamos vivos o no. Y, si no lo sabemos, si no somos conscientes, entonces, efectivamente, es que estamos muertos.

30 de octubre de 2008

'Northern Exposure' (Doctor en Alaska): episodio 1x08, "Aurora Borealis"



Prometí, hace unos meses, hacer algunos comentarios acerca de los episodios más relevantes de "Doctor en Alaska" (Northern Exposure, NX). Sé que estos textos, que espero no sean demasiado soporíferos, nacen de mi fanatismo, de un fervor casi religioso por esta producción televisiva, y que por tanto no tienen demasiado interés para quienes no sientan lo mismo por ella. El freakismo sólo se entiende, si acaso, entre iguales; no merece la pena explicarlo, justificarlo, o excusarlo. Uno lo experimenta, lo siente, y aunque abrigue deseos de que los demás lo compartan, en el fondo sabe que es algo personal y muy arraigado en la psique, algo enigmático y completamente indescriptible. Con todo, ahí va.

El capítulo al que hoy hacemos referencia es el octavo, y último, de la primera temporada, cuyo título es "Aurora Borealis", en original. Como siempre, comprende una historia principal a la que se le añaden otras dos o tres más que involucran, en este caso separadamente, a todos los personajes de la serie. Nosotros nos ceñiremos al relato de la obra artística de Chris, el locutor filósofo y con el encuentro con su hermano, hasta entonces desconocido, Bernard.

Desde hace unos días, Chris Stevens trabaja en una nueva obra de arte; como suele sucederle cada cierto tiempo, siente el anhelo de crear, de construir algo que antes no existía y que establece una relación entre la vida y el mismo acto de creación. O mejor, sabe que como la vida es en sí misma una creación constante, una obra de arte por definición, trata de recomponerla y recrearla, imitando a la, sin embargo, inimitable naturaleza. Siente esa llamada al mismo tiempo que un nuevo personaje, ataviado con ropas de cuero y montado sobre una enorme Harley, hace su aparición en Cicely.


Bernard llega a Cicely, centro de ninguna parte

El sujeto es Bernard, Bernard Stevens, como descubrirá Chris posteriormente. Su primer contacto acontece en el bar de Holling, el Brick, en donde Bernard apura unas cuantas raciones de comida grasienta. Chris comenta con Shelley el tema que ha estado radiando durante la mañana; Jung, los sueños y el inconsciente colectivo. Entonces Bernard explica los motivos de su llegada, a partir de unos sueños muy extraños. Éstas son sus palabras: "Es una locura. Una mañana estás viviendo en Portland, y trabajas para Hacienda, nada especial. Y luego tienes un sueño raro; crees que es un sueño, pero no estás seguro. Así que dejas tu empleo y te compras una Harley... aunque le tienes miedo a las motos. Y luego te diriges al norte sin destino fijo, pero sabes que tienes que seguir y seguir. Y justo cuando crees que has perdido contacto con la realidad llegas aquí, a Cicely, Alaska". Holling y Shelley parecen no entender una palabra, pero no así Chris, que posteriormente mostrará a Bernard su obra artística, titulada "Aurora Borealis". Bernard decide quedarse en el pueblo y ayudar a su nuevo amigo en su creación, que ya siente propia, de alguna manera inefable. Esta, de hecho, no es más que un conglomerado de tubos, llantas y esferas oxidadas, dispuestas en pertinente posición y que, vistas en conjunto, semejan algo, si bien no queda muy claro qué, sobretodo para Maurice, poco ducho en apreciaciones artísticas.


La Aurora Borealis

El trabajo conjunto permite a ambos conocerse mejor. Bernard menciona la sensación de irrealidad, de estar en un sueño, desde que salió de la ciudad; llegar a Cicely, hallar a Chris, el trabajo en la escultura, y la Luna, ese extraño satélite cuya luz, de tan brillante, impide dormir a la mayoría de habitantes del pueblo. Todo parece virtual, ficticio. Y por ello desea continuar su labor creadora, ya que su pesadilla es quedarse dormido y que, al despertar, todo se evapore. A lo que Chris responde, explayándose a gusto, que los sueños permiten revelar el inconsciente, como señalaba Jung, liberando nuestros deseos y deseos más íntimos que no pueden aparecer conscientemente. Bernard no está seguro de lo que implica todo ello, pero como Chris abandona el proyecto por ese día los dos se introducen en su caravana y se disponen a dormir.


Trabajo en equipo

Y, naturalmente, sueñan. Más aún, sus sueños se fusionan, participando cada uno en el sueño del otro. Lo cual, desde luego, sólo es posible en la ficción, es decir, en los sueños, es decir, en lo irreal de la realidad... o al revés.


Jung, al volante

Todo este enredo onírico está generado, suponen ambos personajes, por la acción de la aurora boreal, fenómeno que suele verse en latitudes altas cuando el Sol produce violentos chorros de materia formados por protones y neutrones, y que llegan a los polos gracias al desvío del campo magnético terrestre. En todo caso, lo que Chris y Bernard van a descubrir es que comparten algo más que los sueños; de hecho, nacieron el mismo día, y su padre (aunque no su madre, de ahí sus diferencias genotípicas) es, pásmaos, la misma persona. Lo que signfica, huelga decirlo, que son hermanos. Dos hermanos unidos por los sueños, por la aurora boreal, y por el destino, en combinación libre.


Hermanos, gracias a los sueños

Cumplido el cometido del sueño, y de la aurora, esto es, hallados y bienhallados ambos hermanos, una vez el encuentro ha pasado de lo visionario a lo carnal y palpable, entonces cada uno debe seguir su camino. Chris mantendrá su labor radiofónica, unida a la necesidad creadora y contemplativa, mientras que Bernard retornará a su polucionada urbe recuperando su empleo en el fisco, sabedor, ahora, de lo relevantes que a veces pueden ser esas imágenes que sólo viven cuando cerramos los ojos. Chris puso el arte; Benard el arrojo; el inconsciente, el resto.


Despedida

Y, mientras, ahí está el arte, el arrebato de quien no puede evitar hacer, como todo buen demiurgo, una copia de lo existente, recomponiendo y construyendo de nuevo la realidad sin beneficio ni productividad alguna, sólo por el mero acto de ingeniar algo que no está ahí fuera, ni aquí dentro. Esa aurora que bordea las montañas, a la que Chris quiso rendir homenaje, luz etérea y destinada a desaparecer tras unos minutos de ondulante serpenteo, sigue diciéndonos lo mismo a los seres humanos desde hace milenios: cualquier artista debe reformular todo lo dicho y hecho hasta entonces. Debe imaginar un nuevo universo de conexión entre personas, entre esferas de realidad, incluso. Debe destrozar lo establecido, los canales ordinarios de los que se sirven los demás para relacionarse y vivir.

Romper las suturas de la cicatriz, para permitir el paso de la sangre al exterior, alimentándonos. Quien no esté dispuesto a abrirse las venas, que no se dedique al arte.


Sólo hay una verdadera aurora, todos sabemos cuál es