26 de diciembre de 2005

Navidades solitarias



En estos días de felices Navidades y prósperos años nuevos, suelo recordar a las gentes solitarias, a los que no tienen a nadie a su lado, aquellos que, en días de reuniones familiares y reencuentros de bienaventuranza, ellos mismos son toda su familia.

Nosotros, los afortunados, vemos caras conocidas, a veces agradables, otras no tanto. Deseamos a todos lo mejor para el futuro (aunque en ocasiones, por lo bajo, queramos que desaparezcan para siempre...), y esperamos volver a reunirnos una vez más, al cabo de 365 días. Los corazones solitarios de que hablo (gente mayor, solteros y solteras maduros, gente joven desarraigada y huérfana) lo tienen más complicado. Siempre hay la posibilidad de encontrar apoyo y afecto mutuo entre personas de su misma situación, pero en general resulta harto difícil. Ya sea porque se han distanciado demasiado de sus raíces, porque se han enfrentado con ellas, por motivos personales, o simplemente por el paso del tiempo que les ha vuelto caducos y molestos para sus allegados, la cuestión es que pasan solos estos pocos días de contacto humano, y eso me entristece.

No es plan tampoco ser amable y benevolente con ellos (por ejemplo, algunos hijos con sus padres en la residencia de ancianos) sólo en Navidades y, en cambio, olvidarlos el resto del año. Esto es igual de aplicable a “ser bueno” para con los demás sólo del 25 de diciembre al 6 de enero. La Navidad, si no se toma con precaución, es igual de perjudicial como los medicamentos; hay que impregnarse de su aroma y absorber la esencia que desprende, pero también es necesario saber leer entre líneas, so pena de perder de vista el sentido común y entrar de lleno en el egoísmo y la hipocresía.

Yo, mientras tanto, prosigo con mi hermitañismo, más acompañado que nunca, por obligación y, lo he de reconocer, por gusto. Uno ha de vivir solo cierto tiempo, aislado, conocerse a sí mismo, pero también precisa de la presencia de otras gentes, otras mentes. La clave, seguramente, está en no dilatar demasiado el periodo de soledad o de gregarismo, sino equilibrar ambos, consumirlos en su justa medida y apreciar lo que de bueno poseen. Por eso siento pena por los que pasan sus navidades solos, o acompañados tan sólo por una enfermera, una jeringuilla o un perro manso, siempre que no lo hayan deseado por ellos mismos o no hayan querido evitarlo. Es como perder parte de la vida; hay que estimar al ser humano, y aunque cierta gente sea solitaria por naturaleza (yo mismo...), sienta muy bien unirse al gentío familiar y gozar la compañía en la medida de lo posible.

La Navidad es, sin duda, la mejor época para hacer esto realidad.

21 de diciembre de 2005

Cerca, lejos y más allá



Vagamos en medio de una gran oscuridad espacial; sólo la rompe, en las cercanías, la presencia del Sol. Si él no existiera, obviamente, no estaríamos aquí, pero tampoco habría aparecido la vida, ni siquiera los depositarios de esta, los planetas. Hace miles de años, en los remotos orígenes de nuestra civilización, cuando los palos y las piedras eran útiles prácticos y eficientes, ya sabíamos que de la brillante estrella amarilla procedía todo: vida, materia y consciencia. Fue el primer dios en ser adorado, la primera deidad en cuya veneración los humanos confiaron su destino. Muchos filósofos de la Grecia clásica, más de dos mil años atrás, empezaron a estudiar el Sol para conocer algunas de sus características; las primeras en descubrirse fueron la distancia y su tamaño. Resultó que el Sol, sólo una estrella entre muchas, era más grande que la Tierra y se hallaba más lejos de lo que jamás habíamos soñado. Esto fue el principio para cambiar mucho de lo que presuponíamos del Universo.

Hoy en día ignoramos al Sol; es lógico, porque hoy en día ignoramos casi todo. Nuestra vida diaria nos deja poco tiempo para reflexionar, para meditar acerca de los cambios que han supuesto ciertas transformaciones de nuestro saber. Al mismo tiempo, parece que la Tierra se nos ha quedado pequeña; la tecnología permite ya a varios de nosotros (los ricos muy ricos...) abandonar la Tierra por un tiempo, a modo de astronautas aficionados. Es una experiencia que puede cambiar, a su vez, toda nuestra vida. Viajar hasta más allá queda limitado al futuro, quizá lejano. Acercarnos a las estrellas es un deseo comprensible pero muy complejo. Si queremos llegar a las orillas de otros mundos extrasolares, deberemos superar muchas barreras que, hoy por hoy, son insalvables.

El Sol marca el primer límite de nuestro espacio cercano; escapar de su influencia es el paso imprescindible para emanciparnos de su luz y energía. Me imagino a aquellos que, dentro de un tiempo indefinido, echen un vistazo hacia atrás y contemplen los últimos resplandores del Sol, perdido entre un mar de estrellas y vacío; roto el lazo, por fin, quedamos libres para ir en busca del infinito.

17 de diciembre de 2005

Buenos silencios



Hará un par de años vivía justo en el piso superior al mío una vecina realmente encantadora; aplastaba el silencio diurno y nocturno con sus infinitos tacones y movía los muebles con una irritación que jamás he visto en otro ser humano. Prácticamente los cambiaba de lugar en cada ocasión: mesas, sillas, estanterías., etc.

Mis padres se deprimían cada vez que la oíamos entrar en casa; sabíamos que íbamos a soportar un par de horas de ruidos continuos, destructivos, histéricos e idiotizantes. Le dijimos en varias ocasiones, a veces en broma y a veces en serio, que intentara suavizar un poco su enemistad con el silencio, que trarara de quitarse los zapatos más pronto, que aislara el suelo, que se mudara o que se disolviera en aire, para beneficio nuestro y de la Humanidad. No hubo manera.

A mí no me molestaba el ruido que hacía hasta que cumplí los 21 o 22 años. Hasta entonces oía el ruido, pero lo ignoraba. A partir de ese momento mi vida cambió; apenas podía dormir (a veces la vecina llegaba a las dos de la madrugada y tardaba una hora en descalzarse; no se oía nada más que el fuerte repiqueteo de sus tacones), no era capaz de estudiar, incluso algo tan sencillo como leer un libro era un suplicio porque estaba acompañado de varios "nick", "nack", "bum", "cabum" y otras lindezas sonoras por el estilo.

Estuve a punto de sugerirle que cambiáramos de piso durante algunos días; yo me mudaba al suyo y viceversa, y haría el mismo ruido que ella, por la noche incluido, a ver si de esa manera adquiría el hábito de la empatía. Pero, de la noche a la mañana, vi un par de camiones de mudanza absorber los trastos del piso de arriba y ya nunca más supe de esa tipeja. Creo que ahora vive en un primer piso, menos mal.

Como buen hermitaño que soy, valoro el silencio como algo sagrado. Entiendo que en la sociedad actual el silencio no está de moda porque te permite parar y pensar, y eso hoy en día es malo. Así que, por unos motivos u otros, no hay silencio, sólo existe cuando le dejan vivir, casi siempre en cortos intervalos durante la noche, entre la danza de coche y coche. Lo cual es terrible, porque es más lógico en una sociedad humanizante que lo raro, lo extraño, sea el ruido. Si sucede exactamente lo contrario es debido a que desconocemos el silencio, a que jamás lo hemos probado en realidad, a que nos mueven, quienquiera que sea, hacia su opuesto porque así somos gentuza manipulable y sodomizable.

No es que se desprecie un volumen alto, un grito o una maraña de voces cantando villancicos, nada más lejos de la realidad. Es que el silencio nos permite elevarnos por sobre la mediocridad que nos rodea, ver más allá y anhelar con llegar allí. Vivir únicamente enmedio de ruidos aniquila el alma, emprobece el intelecto y, como dije hará unas semanas no deja a uno vivir realmente.

Así que oigamos el silencio, y crezcamos.

14 de diciembre de 2005

Giros



Aquí todo se mueve: los humanos, con sus quehaceres y sus problemas; las estrellas, hacia donde les lleve su camino; las galaxias, obligadas por la gravedad a rotar sobre sí mismas; el Universo en sí mismo, seguro, también se mueve.

Nada parece estático, nada es para siempre. Un segundo después de nuestro paso por un lugar del espacio ya estamos a millones de kilómetros de allí; un segundo también es capaz de trastocar (o finalizar) una vida humana.

Una galaxia como la de la foto, M 51, que no es más que un gran racimo de estrellas, gas y polvo, gira y gira sin parar ondeando sus brazos espirales al ritmo de vientos cósmicos invisibles.

Nosotros también seguimos girando. A veces lo hacemos demasiado rápido y nos mareamos, perdiendo el norte. Otras lo hacemos tan lentamente que parecemos tontos, bobos en medio de un orden y una creación inefables e inalcanzables.

Los giros mueven el Cosmos, lo mantienen ágil y en forma. M 51 continuará girando, removiendo su gas nebuloso hasta dentro de tanto tiempo que el tiempo mismo ya no existirá. Nosotros también debemos seguir girando; en ello consiste, a fin de cuentas, esto que se llama vida.

11 de diciembre de 2005

Preguntas



Me pregunto quién habrá ahí fuera.
Me preguntó cómo serán.
Me pregunto cuál será su origen.
Me pregunto si reirán.
Me pregunto por qué no han llegado aún.
Me pregunto si sabrán amar.
Me pregunto desde cuándo saben que estamos aquí.
Me pregunto cómo nacerán.
Me pregunto si tienen recuerdos.
Me pregunto si morirán.
Me pregunto si comprenderán el por qué.

Y también me pregunto si, por fin, algún día nos conoceremos.

9 de diciembre de 2005

Ir allí



Si quisiéramos viajar hasta esta pequeña mancha borrosa, la Pequeña Nube de Magallanes, a una distancia de 190.000 años luz, ¿cómo lo podríamos hacer?

Primero, veamos hacia donde hay que ir: salimos de la Tierra, continuamos de frente hasta dejar atrás el Sistema Solar, nos acercamos y superamos a miles de estrellas en nuestro camino, recorremos los límites de los brazos espirales de la Vía Láctea, nos elevamos, dejando el plano de la galaxia y, siempre con el ojo en la Pequeña Nube, nos disponemos a darle alcance, tras nuestro agotador y oscuro viaje.

¿Cuánto tardaríamos en llegar allí? Mínimo, si Einstein está en lo cierto, 190.000 años. Pero eso en caso de ir a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo), una velocidad que es superior en 60.000 veces la que hemos alcanzado jamás (sonda Voyager 2), y únicamente mediante ingenios no tripulados. Para ser tan rápidos (o casi) como la luz, necesitamos mucha energía; demasiada. Los problemas para encontrar una fuente viable de energía que nos permita alcanzar dicha velocidad son grandiosos; también hay que tener en cuenta el tamaño de la nave, la forma de entretener a los astronautas, las radiaciones cósmicas, la falta de ayuda directa, etc., etc.

Y además está el hecho de la dilatación del tiempo: si viajo a velocidades relativistas, mi tiempo transcurre más despacio que el de los demás en la Tierra, de modo que en el caso de realizar un trayecto intergaláctico y regresar a casa, en lugar de nuestros hijos los que nos recibirían serían los nietos de nuestros nietos... o incluso nadie en absoluto, si el viaje ha sido lo suficientemente largo. Para nosotros serían unos pocos meses, pero puede a que nuestra vuelta la Humanidad entera hubiese desaparecido por completo.

Es desasosegante pensar en esto; ¿quién querrá ir hacia las estrellas (y no necesariamente fuera de la Vía Láctea, para recorrer distancias interestelares, del orden de cientos de años luz tan sólo, se nos presenta el mismo problema), si no encontrará a nadie conocido ni querido a su vuelta? Saber que tu familia directa, tus amigos, todo lo que en su día significó algo para tí quedará totalmente aniquilado, que los sistemas sociales, políticos e incluso las normas morales han cambiado, que te sientes como un forastero en tierra extraña. Todo ello puede hacer que los viajes por las estrellas, siempre sean tecnológicamente viables en el futuro, carezcan del atractivo suficiente para ser llevados a cabo.

Claro que siempre habrá intrépidos, gente sin nadie a su lado y dispuesta a dejarlo todo por una estancia espacial que mutará por completo el mundo y la gente que conocías. Seguro que hoy en día ya hay gente así por alguna parte de este mundo. A la mayoría, sin embargo, nos une un vínculo con la Tierra, la sentimos, notamos su influencia y su cariño; nos resistimos a salir de ella. Es comprensible, porque es nuestra madre.

Tal vez dentro de miles de años, viviendo en una sociedad absoluta y radicalmente distinta a la actual, algunos hombres y mujeres inicien un viaje entre las estrellas, e incluso entre las galaxias, para regresar en un futuro distante, más allá del tiempo. No hallarán nada familiar, salvo la Tierra misma (o quizá ni siquiera esto). Pero habrán dado sus vidas por el saber, la exploración y el avance humano respetuso y sabio. Se habrán convertido en verdaderos cosmopolitas.

Por supuesto, los envidio.

6 de diciembre de 2005

Cielos y tierras



Las estrellas mueren, igual que nosotros. Quizá nos espere "algo" más allá de la muerte física, tal vez nuestra alma se libere y viva durante incontables eones entre, en y fuera de el Cosmos, quién sabe. Lo extraño es que el "alma" de las estrellas, la esencia que las forma, sí prosigue su viaje una vez fuera de las envolturas de gas que la cobijaron. Los elementos pesados que se desarrollaron el el núcleo de estrellas viejas se dispersa y difumina entre la galaxia a consecuencia de su estallido final, ya sea en forma drástica, como en las supernovas, o más lentamente, como sucederá con nuestro Sol. Esos elementos químicos vagarán durante algún tiempo en terreno de nadie, pero seguramente habrá un momento que se aproximarán a una nube de gas (la Vía Láctea está llena de ellas). El resultado será una curiosa asimilación cósmica: la nebulosa adoptará los nuevos elementos y se enriquecerá químicamente.

Estos elementos son los responsables de la formación futura de otros planetas (la Tierra, por ejemplo, está formada por elementos químicos que la nebulosa solar "adoptó" hará algunos miles de millones de años); de no haberse enriquecido la nebulosa originaria con ingredientes externos, lo más probable es que sólo hubiese habido en el Sistema Solar planetas como Júpiter, que son en esencia grandes esferas de hidrógeno y helio. Los mundos como el nuestro necesitan materiales más consistentes (silicio y hierro, por ejemplo), que sólo son formados en condiciones especiales.

Y aún resulta más extraño pensar que la vida esta aquí, en nosotros mismos, gracias a la muerte de estrellas grandes y viejas. El oxígeno, el carbono, el calcio, gran parte de lo que constituye nuestros preciados cuerpos proviene de astros de antaño. Sin la presencia de elementos químicos foráneos la vida seguramente no hubiera arraigado en la Tierra, y por supuesto toda la evolución posterior, que ha dado sus frutos más bellos (y terribles) en nosotros, no habría tenido lugar.

Soy pesado al respecto, pero me sigue fascinando esa profunda conexión entre la vida, los mundos y las estrellas. Todo procede de unos cuantos átomos de materia estelar expulsados por moribundas estrellas, absorbidos por una jóven nebulosa y puestos al servicio de la biología y de la inteligencia. Maravilloso.

1 de diciembre de 2005

Savia nueva



El ave fénix renace de sus cenizas; así me encuentro hoy. Tras dos meses en los que he sido más un zombie que una persona, hastiado de lo que me tocaba hacer, por ser mucho y muy pesado, ahora renazco, aun sin ser primavera, porque pese a que todo continue externamente igual, he mudado de piel. Cuando ví por primera vez las dificultades por las que tenía que pasar, me atrofié, me hice pequeño, reprimido, asustado. No podía imaginarme la de obligaciones que tenía que cumplir, y todo por una simple cuestión de mala suerte. Un giro del destino y ¡zás!, la vida que habías llevado hasta entonces queda hecha pedazos.

Pero en este tiempo he visto lo bueno, lo saludable, hasta lo maravilloso que puede suponer que las cosas se tuerzan hasta donde no creías posible. Se me han abierto los ojos en muchos sentidos y ahora, pese a continuar sin tiempo, pese a las obligaciones, pese a las ocasionales malas caras, pese a todo lo que supone no poder vivir tu vida como te gustaría hacerlo, estoy feliz. Tal vez el día haya influido; no había visto un cielo como el de hoy en mucho tiempo, de un azul inmaculado y penetrante (soy de los que se queda embobado viendo el paso de una nube o esplayándome ante la presencia de Ra). Pero, en cualquier caso, rezumo optimismo: no sólo porque mi madre mejore, porque vuelva a tener mis ratos de 'ocio' (que nunca son tales, en realidad) y porque note que lo que hay a mi alrededor me sonríe, sino porque comprendo lo bien que estoy, lo fascinante que es la vida en sí misma (fregonas y cacerolas incluídas...) y lo sencillo que es sentirse a gusto con uno mismo y con el mundo.

Antes ya conocía todo eso, obviamente, pero a veces uno necesita una buena zurra para captar su verdadera importancia.

28 de noviembre de 2005

Término



Adiós, estrella. Resplandeces con los últimos rayos de tu luz mortecina y solitaria. Acabas tu vida, finalizas el camino, sientes que has llegado al término. Rebotas sobre tí misma, te inmolas para deshacer la materia que has robado de otros lugares, y la expulsas en una orgía de gas. Nutrirás el vacío allá por donde pases, en tu postrera expansión, y los embriones estelares agradecerán tu aportación. Sales al exterior, declinas toda invitación, sabes que se acerca el clímax, anhelas el momento de expirar.

Has concluido el recorrido que te marcaste; te sientes orgullosa, feliz, por haber cumplido contigo misma. Has sorteado dificultades y enfermedades, has dejado escapar lágrimas de vapor, pero en tu juventud nada fue capaz de pararte. Fogosa, rebelde, enérgica y descarada, iluminaste la oscuridad con relámpagos y centellas. Había muchos otras a tu alrededor, pero no brillaban; y las que hacían, carecían de la chispa, la marca que señala a las que tienen algo especial. Tú tenías esa marca, y la lucías como nadie.

Ahora te apagas, te marchitas y te desvaneces; pero el tiempo siempre ha llegado lento hasta tí, como adormecido, y apenas te ha afectado. Aún resta media eternidad para tu adiós. En el tránsito hacia el ocaso perenne, mutarás por fin y arrojarás tu ser a la inmensidad. Otras recogerán tu semilla, aunque tu fruto era único en toda la Creación. Rodeando astros, esquivando cometas de largas cabelleras, absorbiendo guijarros interplanetarios, escaparás para siempre, y tu esencia, la que nos hizo enloquecer, se confundirá con los pársecs y los eones, para escindir este mundo en dos y partir hacia el infinito.

Nos veremos allá lejos, donde nada tiene nombre y donde todo es idea, sentimiento y verdad.

26 de noviembre de 2005

A finales de noviembre, silencio



Nací para madurar con el silencio. Lo amé como quien quiere a una madre, siempre ayudándote y con la sensación de que te haría compañía hasta el fin. En ocasiones el silencio se rompía, pero era bueno. Otras, al entrar en juego sonidos o notas, repudiaba la vida. Poco hay hoy de ese silencio primigenio entre las ruidosas calles de las ciudades; de hecho, tenemos que esperar hasta la noche, cuando la vida doméstica sueña, para apreciarlo de nuevo. Coches, músicas de ritmos idiotizantes, pelones con la voz partida, maricas de marca, toda la legión de imberberes roba-silencios, a los que de vez en cuando me gustaría cargar.

Tal vez ellos huyan del silencio, con la creencia de que éste les guarda algo malo, insano, perverso. Hablan y hablan sin cesar, chillan a veces, gritan casi siempre. Suben la pseudo-música de sus reproductores, para que los/las veas pasar a tu lado, raudos e ignorantes, cabalgando hacia la autodestrucción. Pobres, es la única forma que tienen de que les prestemos atención.

De modo que, cuando reniego de la ciudad y me embarco en mis botas viejas, me alejo del bullicio para volver a las raíces. Por suerte, no tengo que ir muy lejos para hallar de nuevo la paz. A escasos dos kilómetros, un paso nada más, me encuentro con él, el amado, pese a las detonaciones sonoras de los autos de la autopista próxima. Allá, junto a las montañas, el silencio reina otra vez. Yo, goloso y fiel, quedo sumiso a sus pies. Quizá me acompañe una amigo, con el que hablaremos de mil y una correrías, compartiendo deseos, anhelos y saberes. El Sol nos bañará de luz y energía, en un día azul profundo, brillante como recién nacido. Comeremos algo, contemplaremos la escena y oiremos, más fuerte que nunca, el silencio en nuestro interior. Volveremos pronto, de eso no cabe duda. Quizá traigamos músicas, libros, páginas en blanco o simplemente, un poco de agua y unas piezas de fruta. Pasaremos otro día rodeados de gatos cariñosos, inmiscuidos en el silencio, con la meta de seguir viviendo para disfrutarlo, tenerlo presente y hacerlo nuestro.

La algarabía es sana, indispensable, pero sin silencio uno no vive, no sabe lo que es vivir. Sin silencio, uno se muere.

24 de noviembre de 2005

Infancia



Mi casa da al patio de la escuela donde crecí. Antaño pasaba largas horas viendo corretear a los niños, persiguiéndose, cazándose, y siendo testigo de como ellos, a su vez, crecían. Añoré esos días de mi infancia, donde los problemas no existían, donde papá y mamá estaban siempre para solucionar todo, y donde me encontraba seguro.

Ahora el mundo ha cambiado; ya no me siento seguro, mamá y papá no pueden ayudarme y, además, hay muchos problemas. Hacer frente a las dificultades, superar las adversidades y ayudarnos unos a otros, ésos deberían ser los motivos que nos hicieran saltar cada día de nuestra cama, como hace veinte años lo eran jugar con los amigos, correr por el patio y aprender unas cuántas cosas. Pero esta sociedad no está por esa labor. Lo que cuenta es el enfrentamiento, comprar cada vez más, odiar al vecino, aguárle la fiesta siempre que se pueda, y despertarse con la sensación de que hay que comerse al mundo o si no será él quien nos engulla.

Los niños siguen a lo suyo; abrirán sus legañosos ojos dispuestos a vivir otro día, con los suyos, y no verán más lejos. Ni puñetera falta que hace. A veces, quizá la gran mayoría de ellas, es bueno ser ciego.

22 de noviembre de 2005

Paul Feyerabend; lindando con la herejía

Por lo tanto, la ciencia está más cerca de la mitología de lo que la filosofía de la ciencia estaría dispuesta a admitir. Es solamente una de las muchas formas de pensamiento desarrolladas por el hombre, y ni siquiera necesariamente la mejor. Es conspicua, ruidosa e impúdica, y además sólo es intrínsecamente superior para aquellos que se han decidido previamente a favor de cierta ideología, o que la han aceptado sin antes examinar sus ventajas y sus límites. Y como la aceptación o el rechazo de ideologías debe ser un asunto individual, la separación del Estado y la Iglesia debe suplementarse con la separación del Estado y la ciencia, que es la institución religiosa más reciente, más agresiva y más dogmática.

Feyerabend, filósofo estadounidense de origen austríaco (1924-1994), llega aquí a un momento cumbre de toda su aportación sobre la teoría del conocimiento humano: debemos considerar como válidas, o al menos darles una oportunidad, a otras disciplinas de saber humano que hasta ahora se han visto ahogadas por el peso de la Ciencia. La Ciencia parece ergirse como la panacea del conocimiento total, verídico y objetivo, pero no hay que dejarse engañar; puede ser útil en ciertos campos, incluso hasta el mejor método posible, pero no es, en absoluto, la única forma de conocimiento. Quienes desprecian el saber logrado por otros caminos, por absurdos e ilógicos que parezcan, están cegados ante el estamento y el método cientifico, ante el racionalismo a ultranza.

Claro que aunque esté en esto de acuerdo con Feyerabend, también disiento ampliamento con él cuando afirma que hay que darle el mismo respeto y consideración a la ciencia que, por ejemplo, a la astrología. Ésta tiene su función, resulta útil e interesante para algunos, representa incluso cierta filosofía de vida, pero no está capacitada para informar verídicamente a cerca de la influencia entre los astros y nuestra existencia por la sencilla razón de que emplea métodos, conocimientos y procedimientos matemáticos de miles de años de antigüedad. No es que el saber milenario esté equivocado, sino que dotar de aureola científica a la Astrología, como muchos han hecho, es errar de plano en lo que implica la propia Ciencia y desconocer cuál es el procedimiento que esta emplea para conseguir conocimientos.

Una opinión de los límites de la Ciencia como la que poseía Feyerabend, con su estilo directo y agresivo, poniendo en tela de juicio la verdadera utilidad de la Ciencia como método único y totalizador del saber humano, rayaba en la herejía. En su día no fue comprendido por muchos, pero sus enseñanzas están bien claras: no debemos creer que en la racionalidad está todo el conocimiento. El arte, la mística, la literatura, incluso ciertas disciplinas y prácticas mal vistas hoy día por la comunidad científica (como la famosa homeopatía o el vudú), pueden representar verdaderos focos de saber, tan válidos y útiles como puedan serlo las enseñanzas de la ciencia convencional.

Siempre se trata de lo mismo; hay que expandir y englobar nuestra visión del Universo y de nosotros mismos. Con la Ciencia tenemos una parte de esa visión, en efecto, y es muy interesante lo que con ella podemos llegar a descubrir. Pero aumentemos la perspectiva, adoptemos más posturas, captemos nuevas ideas, abramos mentes y corazos hacia los lados del saber empírico y racional y quizá llegemos a poseer un conocimiento que ahora tan sólo soñamos. Así es, expandámonos, abarcando cada vez más, dispuestos a aprender sin límites, sin dogmas, sin las ataduras de lo que consideramos lógico o correcto.

No desechemos la Ciencia, porque ello es un gran error, pero no desechemos tampoco lo que esté más allá (o más acá) de ella, porque entonces estamos cometiendo un error aún mayor.

20 de noviembre de 2005

Mundos por descubrir



Hay toda una legión de nuevas Tierras entre el espacio relativamente cercano. Es algo que sólo la observación nos niega, de momento, pero que la razón (y también el corazón) nos dicta como lógico y perfectamente natural. No hay ningún motivo por el que existan grandes planetas como Júpiter y Saturno y no como nuestro mundo. Es cuestión de tiempo encontrar esos planetas similares a la Tierra. Quizá sea cuestión de muy poco tiempo.

Desde 1995, hace justo una década, se han identificado más de 120 nuevos planetas; en algunos casos hemos visto varios cuerpos orbitando otros soles, es decir, hemos descubierto otros sistemas planetarios, tal y como lo es nuestro Sistema Solar. La lástima es que nuestros métodos de detección carecen aún de la suficiente precisión y resolución para captar la evidencia de mundos tan pequeños como la Tierra. Gigantes de gas como Júpiter son muy comunes, y es de suponer que, entre esos grandiosos planetas, sea también habitual encontrar otros mundos más pequeños, rocosos, algunos con atmósfera y, quizá, con formas de vida primitivas e inconcebibles. Tal vez, aunque sea rizar mucho el rizo, esa vida primitiva haya evolucionado y haya alcanzado un estadio de mayor desarrollo; quién sabe si, entre las nubes y el agua, entre las rocas y las ventiscas de ese planeta incógnito aún para nosotros, reside la huella de la inteligencia.



Sabemos que únicamente en torno nuestro, en la región de la Vía Láctea más próxima a nuestra situación cósmica, hay una gran cantidad de planetas. Extrapolando eso a la Galaxia entera, quizá haya millones de mundos como la Tierra entre el gas y polvo de los brazos espirales, perdidos entre la inmensidad y deseosos de ser explorados. Millones de planetas para explorar implica mucho tiempo disponible. La Humanidad, si es sabia, lo posee, y nada parece indicar que los problemas tecnológicos y de energía que ahora hay para saltar a las estrellas sean un obstáculo dentro de mil años, o incluso antes. Pero hay que sobrevivir, y hay mucho malestar entre los diferentes pueblos que moran en la Tierra. ¿No sería terrible, estúpido e inconcebible por nuestra parte dejar escapar todo lo que el Universo nos reserva sólo por una cuestión de orgullo patriótico, avaricia y rivalidad? Ahí fuera nos esperan nuevos mundos y el ser humano está ávido por descubrir, por ampliar sus horizontes. ¿Vamos a permitir que unos pocos mercenarios, los ejecutores de la voluntad de los poderosos, esos por quienes la Humanidad puede estar condenada, sean quienes decidan si vamos o no alcanzar las estrellas?

Hay que expandirse, pero es necesario un cambio. No podemos trasladar los procedimientos y formas que hemos usado en la Tierra cuando salgamos al exterior. Debemos mejorar; debemos respeto al Cosmos. Aquí, en este planeta, hemos fallado estrepitosamente, hemos hecho muy mal las cosas, y seguimos siendo incapaces, por desidia y por inercia, de mejorar. Pero el Universo es enorme, frío y hostil, y no nos protegerá de las inclemencias como lo ha hecho nuestra querida Tierra. Sabemos que debemos ir allá, hacia afuera, pero hay que respetar, cuidar y conservar. Entre la legión de mundos que esperan nuestra visita, el ser humano tiene la complicada tarea de mantener en ellos la llama de la vida y de la conciencia interplanetaria.

Hay que amar, como algo natural, al Cosmos. Es nuestro mejor Dios.

18 de noviembre de 2005

Tejiendo sueños (y esperando milagros)

Todo ser humano anhela algo a lo largo de su vida. Unos quieren ser ricos, otros desean encontrar una pareja para toda la vida, o un trabajo agradable y en el que encontrarse a gusto. Los hay que prefieren una existencia más radical, e inician una peregrinación a ninguna parte, yendo de un sitio a otro, con la casa a cuestas, despertándose quizá cada día en un paraje distinto, sin saber adónde te llevará hoy la vida. Son los trotamundos, y hoy en día los hay muy diversos.

Por ejemplo; unos deciden hacerse a la mar, navegando entre mares de soledad y durmiendo con el rumor de las corrientes. Atraviesan enormes extensiones de agua, con escasa compañía, para encontrar quién sabe qué, o quizá para encontrarse. A veces sufren accidentes, y desisten. Otras veces encuentran maravillas y deciden hacer de ese modo de vida itinerante una perpetua exploración de este mundo, azul por antonomasia. De puerto en puerto, pescando aquí, capturando allá, viven, serenos y estables, entre la frénetica y constante marea de la vida.

Hay otros que se suben al primer carro que encuentran; un coche destartalado, un autobús barato, o una camioneta de las de antaño, vieja y ruidosa. Les llevará a un lugar ignoto, desconocido por completo. Simplemente siguen el camino, que queda marcado; ellos permanecerán fieles, y cuando lleguen a su destino lo sabrán, de manera rotunda e inequívoca. Entonces extenderán sus mantas, expondiendo a los ojos de los demás sus fantasías, sus obras más preciadas. Pintarán, tocarán música, cantarán, harán piruetas, ingresarán en definitiva en la legión de trabajadores de lo bello, de lo auténtico, viviendo sin trabajar, porque la vida es para disfrutar. Quizá les falte el euro, quizá tengan que pasar hambre. No importa, ellos son fieles a la vida, al ser, y tal vez mañana, cuando interpreten ese cuarteto de cuerda, cuando plasmen ese bello rostro femenino, o cuando canten a los cuatro vientos esa canción que antes no recordaban, tal vez entonces reciban lo que necesitan para mantener el ánimo y el espíritu en acción.

Y quedan unos otros, tan audaces como los anteriores e igualmente inconformistas, sutiles en sus deseos y anhelantes de libertad, que deciden hacerse a la carretera, para no regresar jamás al punto de partida. Han tardado más en conseguir hacer realidad su sueño, porque es caro, pero llegan al fin, en cualquier caso. Ahorran, piden dinero prestado, hacen cuentas, y cuando tienen en la mano lo necesario, dicen adiós a mamá y a papá y desaparecen, en busca de lo que está por descubrir y amar. Están hartos de vivir en mil superfluas comodidades; necesitan riesgos, necesitan salir al espacio exterior, el que está más allá de la protección urbana. Son trotamundos caravaneros, viajantes de la Tierra, caminantes al son del ocaso mientras dure la gasolina, mientras haya sentimiento. Son aquellos que deciden ponerse al volante, con la casa a sus espaldas, con el sol frente a su rostro y un deseo de saber qué hay allende el horizonte.

He conocido a una persona así. Va a realizar su sueño. No sabe cómo saldrá la experiencia, si será para bien o para mal, si tendrá mil encontronazos o todó será pan comido. Ha decidido dejar el nido, volar libre, y sentir que no hay imposibles. Es mucha la envidia sana que me invade; él lo ha conseguido, tras muchos planteamientos, tras devaneos entre sí y el no. Seguro de mí mismo, amontonó dinero y pertenencias, y se hace a la carretera. El destino le aguarda, sólo tiene que pisar el acelerador.

Ése es el sueño que persigo desde hace cinco años; es recurrente, me invade un día sí y otro también. Me obsesiona, me llama para que lo haga realidad. Tendré que esperar aún un poco más, porque no está la vida poniéndomelo fácil, pero sé que no es una utopía. He de ser paciente, amontonar dinero y más dinero, y sólo entonces podré sonreír, satisfecho. Es el precio a pagar por la libertad, por la indepedencia y por la facultad de ser uno mismo.

Tarde o temprano, pagaré el precio. Y volaré.

15 de noviembre de 2005

Color en Marte



Con una paleta cromática dificil de igualar por cualquier pintor que se precie, esta toma en falso color de las dunas de Marte nos demuestra la utilidad que tiene el color para ofrecer rápida información sobre algunas características del planeta. En este caso, los colores nos indican las temperaturas de la noche a la mañana en la superficie marciana: los tonos azules sugieren áreas frías y los rojos zonas más calientes.

Cierto es que en Marte no existen realmente estos colores; todo lo más podríamos disfrutar, caso de estar sobre su fría superficie, de una gama de rojos, anaranjados y ocres. Eso durante un día corriente; el ocaso marciano ya es otra historia, al igual que el nuestro. Gracias a la presencia de atmósfera, cuando vayamos a Marte podremos seguir contemplando una bonita puesta de Sol, aunque con un Sol bastante más pequeño... son los inconvenientes de las grandes distancias interplanetarias.

13 de noviembre de 2005

Llega el invierno



Es lo que decía hará unos días; el otoño prácticamente no existe en esta región del mediterráneo. A finales de octubre íbamos todos en manga corta, incluso en ocasiones se echaban en falta las bermudas... . Desde hace una semana, llueve, hiela y enfría sin parar. Los abrigos hacen su aparición, recordamos a los paraguas, por fin, y empiezan las maniobras consumistas de la Navidad.

Claro que la práctica inexistencia del otoño también tiene su lado bueno; nos acurrucamos en casa, salimos de tanto en cuanto (preferentemente cuando el Sol se pasea por encima nuestro), hacemos más vida hogareña y nos arrellanamos en el sofá a leer (unos pocos), a mirar algo cuadrangular y estúpido (los más) o a susurrar viejas historias a los hijos (quienes los tengan), a las novias (quienes las tengan) o, simplemente, a aquella persona que tengamos al lado.

Y si nos armamos de valor y decidimos salir de noche al exterior, entre constante moquitera y narices congeladas, quizá seamos tan osados de mirar hacia arriba, desafiando las ventiscas y las tentadoras y calientes habitaciones cercanas. Veremos algo grandioso, algo que apenas se distingue pero que nuestra percepción distingue como real. Está allí; sólo hay que mirar y la encontraremos.

Hablo de M 42, la nebulosa por definición, la madre de todas las nebulosas para muchos. Se descuelga del Cinturón de Oríón, aún bajo en el horizonte por estos días si es noche temprana, como una nube pequeñita y lechosa rodeada de estrellas. Para hallarla hay que saber dónde para Orión, obviamente. Pero es una de las constelaciones más fáciles de encontrar, porque posee estrellas brillantes que delimitan a la perfección su forma. Además, el Cinturón es inequívoco; tres estrellas bastante luminosas en línea recta. Orión es, sencillamente, inconfundible.

Para conseguir una vista como la de arriba nuestros ojos no son suficientes; más bien, sólo astrónomos experimentados consiguen fotografías tan extraordinarias, con equipos sofisticados (y caros), y años de experiencia. Además, es necesario un cielo estable y manejar con precisión programas de retoque fotográfico que expriman al máximo los fotones de luz que han viajado desde hace 1.500 años, en el caso de M 42, y que han alcanzado la Tierra. El resultado de todo ese trabajo laborioso es una satisfactoria recompensa: una imagen del Cosmos de belleza sin igual.

En este caso, el fotógrafo es Robert Gendler, cuya web es un lugar sensacional para encontrar vistas de verdaderas maravillas del cielo. Un regalo para nuestros sentidos. Visitádla y hallaréis todo un mundo de belleza cósmica.

11 de noviembre de 2005

Dinero y Cosmos en África

Hace pocos días se inaguró un telescopio gigante en Sudáfrica; tiene un tamaño espectacular: su espejo mide 13 metros de diámetro. El costo total se acerca a los 30 millones de dólares (alrededor de 26 millones de euros).

Ese país es uno de los mejores lugares del continente africano para observar el cielo. Las zonas yermas y secas del suroeste aseguran pocas lluvias y gran cantidad de noches despejadas. El telescopio, dado su tamaño y configuración, está llamado a ser uno de los instrumentos de referencia, no sólo en África, sino en todo el mundo.



Como siempre, habrá quien proponga que esos 30 millones de euros serían mucho más útiles si se destinaran a acciones sociales; por ejemplo, podrían dedicarse a la contratación y formación de policías, tan necesarios en una ciudad como Johannesburgo, quizá la ciudad con más atracos, robos y violaciones de todo el planeta. O, por supuesto, tendrían una enorme trascendencia si pudieran emplearse para fabricar escuelas rurales, farmacias o mejorar la infraestructura de los poblados.

Y hay que estar de acuerdo. Es obvio que lo primordial, antes que estudiar el Cosmos, es proporcionar a cada ser humano una vida digna, y con esos 30 millones de dólares son muchas las cosas buenas que pueden hacerse. El problema no es, sin embargo, que el gobierno de ese país (y lo mismo sucede en gran parte del continente) sea estúpido y prefiera construir un telescopio a salvar vidas humanas. Sudáfrica es el primer productor de oro y diamantes, el segundo de manganeso y el octavo de carbón; Sudáfrica no es un país pobre. Tiene dinero y recursos, sólo resta focalizarlos para atender las necesidades de la población.



Y eso no está sucediendo. En Sudáfrica, casi el 50% de las medicinas y drogras que llegan al país para uso hospitalario son robadas; la corrupción de los agentes del orden es una evidencia a todas luces; la corrupción de los jefes de gobierno es tan obvia que la población ya lo tiene asumido. Hay muchos casos, no sólo en Sudáfrica; el ejemplo clamoroso es Joseph Mobutu de Zaire, que robó casi 8.000 millones de dólares (!) de los fondos públicos y ayudas internacionales. Con gobernantes así, la pobreza no va a terminar jamás en África, aunque nunca más se construyan telescopios de 30 millones de euros.

Por lo tanto, no es lícito criticar la puesta en marcha de este ojo gigante, que rastreará el Cosmos lejanos en busca de nuevas revelaciones en forma de galaxias primigenias, para así conocer más del origen del Universo. Es mucho más lícito reprochar, sancionar y manifestar la rabia por el dinero mal empleado cuando Sudáfrica hace oídos sordos al altísimo índice de criminalidad, a la falta de agua potable, a la pobreza extrema o a la corrupción y, en cambio, dedica los fondos de que dispone a la mejora de su arsenal armamentístico. Un ejemplo terrorífico: en 1999 este país acordó adquirir diverso armamento, como fragatas, submarinos, aviones y helicópteros, a Alemania, Francia, Suecia y Reino Unido, con un coste de 6.000 millones de dólares. Con ese dinero, imagináos cuántas escuelas, cuántas mejoras de infraestructuras (comunicaciones para distribuir alimentos, agua potable, agricultura, etc.) y cuánta hambre podría erradicarse para siempre. 6.000 millones de dólares... perdidos por la soberbia, la arrogancia y la falta de escrúpulos y sentido común de los poderosos.

Un telescopio se dirige al cielo; observa el pasado, detecta luz de antaño y obtiene conocimiento y saber para toda la humanidad. Una granada de mano, por pequeña, insignificante y barata que sea, no sirve más que para destruir, mutilar y matar. Ahí es cuándo tiene que oírse nuestra protesta, cuando se destina siquiera un euro al negocio de la muerte. Ahí es cuando necesitamos unir nuestras voces, la rabia conjunta, el dolor por la injusticia, y no sólo cuando intentamos perforar los límites del tiempo y el espacio en busca de los orígenes de la vida.

La Ciencia es cara, pero la ciencia de la Muerte lo es mucho más.

http://www.elcato.org/publicaciones/articulos/art-2004-02-06.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2005/11/10/ciencia/1131638762.html)

10 de noviembre de 2005

Nieblas



Amaga su luz el día mientras me replanteo cómo estoy viviendo. Hace poco más de un mes que vivo de una forma totalmente nueva, extraña y acongojante. No estaba acostumbrado a esto. Vivía y vivía entre un mar de libertad, de posibilidades, en la mayor de las perspectivas imaginables. No había límites, porque tenía, para mí y desde que me levantaba hasta que me acostaba, esa cosa llamada tiempo.

Ahora el tiempo me pasa, sigue existiendo, sigue su camino, pero yo no lo siento. O mejor dicho, siento que no es mío, que no es para mí. La dedicación a otros que implica esta vida mía presente hace que el tiempo sufra un aceleramiento, una contracción, que pase más raudo y que pese a la actividad constante y agotadora, uno se sienta inútil, vacío y solo, realmente solo.

Porque antaño uno estaba consigo mismo, lo sabía y los disfrutaba, y eso significaba que aunque no tuvieses a nadie cerca siempre te tenías a tí. Pero ahora es distinto; no puedo estar apenas conmigo porque no hay tiempo, y cuando estoy con los otros tampoco siento compañía, porque no estoy haciendo ni lo que quiero ni lo que necesito.

De modo que he entrado en nieblas, en brumas de vida, en vahos que se deshacen a mi paso. Falla algo. Falta algo. Y no sé hacia donde tirar.

Aun así, seguiremos.

7 de noviembre de 2005

Vientos de furia



Como una gigantesca burbuja en suspensión entre nubes de gas y vientos huracanados, esta extraña formación cósmica, llamada prescisamente Nebulosa Burbuja (NGC 7635, en Casiopea), nos indica que, a miles de años luz, está teniendo lugar un enfrentamiento galáctico: la nebulosa en forma de burbuja poco a poco se disuelve en el espacio como consecuencia de los fuertes vientos estelares que proceden de una estrella gigantes cercana. La radiación que emite la estrella es tan potente, de hecho, que en un abrir y cerrar de ojos la concha de gas se difuminará como una acuarela en un estanque.

Son frecuentes estos vientos tan violentos. A veces, en zonas de formación de nuevos planetas, las estrellas jóvenes fogosas generan unos vientos estelares de tal magnitud que destrozan el caparazón gaseoso y de polvo que protege a los planetas embrionarios, situados en otros sistemas estelares más modestos, de modo que quedan, desnudos, a merced de las intensas radiaciones. El resultado es la disgregación de la materia y la imposibilidad de crear nuevos mundos.

En el caso del Sol parece ser que no tuvimos cerca uno de estos gigantes, porque la evidencia de nueve planetas (ahora ya diez, aunque sería mejor decir ocho...) así lo atestigua. Además, la presencia de vida en uno de ellos es también un indicio de que, en todo el tiempo de existencia de este Sistema Solar, no ha sufrido grandes cataclismos. En caso contrario, quizá no estaríamos discutiendo esto... ., aunque esto es un 'argumento' en pro del Principio Antrópico.

De él hablaré en otro momento. Es un tema realmente curioso.

4 de noviembre de 2005

Otoño efímero



Aquí, en el Mediterráneo más levantino, el otoño tiende a durar poco. Los calores estivales se prolongan hasta bien entrado octubre (o más tarde, incluso; hoy, 4 de noviembre, hay 24ºC y viento de poniente) y a finales de diciembre, o antes, llegan los fríos (relativos, claro, porque el clima es beningo en ese sentido). De modo que el otoño, esa estación intermedia, de transición hacia las duras jornadas invernales, pasa como corriendo, y sin hacer ruido.

Y lo siento, porque a mí el otoño me encanta. No sólo por el ocre de los árboles, la melancolía de las hojas en los suelos y ese aroma que desprende la naturaleza, que se encoje y repliega, sino porque emana algo especial; me llena de vida, de entusiasmo, me enloquece y abruma, porque implica el inicio de un nuevo ciclo, que terminará pronto. Y de esa ligera hibernación de la vida, de la consciencia, nace otro periodo de exultante vitalidad.

Otoño de posibilidades, de recuerdos y vaguedades. El otoño destila futuro, y maravilla por su presente. Con el permiso primaveral, el otoño es la reina de las estaciones. Lástima que por estos lares su fragancia sea tan fugaz. Pero quizá en su brevedad está precisamente su misterio.

Otoño... puro espectáculo.

3 de noviembre de 2005

El ocaso, la disputa y el cambio



Barrunto a veces si el ocaso del mundo civilizado, tal y como conocemos a Occidente, está listo para convertirse en realidad. Veo muchos problemas en todas partes, muchas diferencias, muchos encontronazos, demasiadas disputas. En ocasiones, lo que me extraña es que aún no haya saltado todo en pedazos, que sigamos aquí, todos juntos, yendo hacia un destino ignoto y, quizá, terrible. Como decía Ana María Matute, lo raro es vivir.

El caso, cercano y evidente, del Estatut catalán es otro más. Cómo una simple propuesta de cambio puede revolucionar y amargar, y encima crear desavenencias, entre partidos políticos (lo cual es casi necesario) y, lo que es peor, entre la misma población. He oído decir que había boicot a productos catalanes por parte del resto del estado como medida de protesta. ¿Protesta hacia qué? ¿No es lícito que se intente mejorar económica y socialmente?. Ahora, hoy, el Estatut ha sido aprobado, y al parecer todos aquellos que decían que violaba la Constitución y denigraba a otras comunidades autonómicas ahora deben callar. Quizá también deberían haberlo hecho antes, pues el Estatut fue aprobado por el 90% del Parlamento catalán. El 90%, no es poco. No creo que el PP, el partido que sostuvo el 10% restante, sea él mismo el solidario y el generoso para con las demás comunidades autónomas y la gran mayoría de los catalanes busquen sólo lo mejor para ellos mismos. En cualquier caso, resta bastante para la puesta en práctica del Estatut, y es probable que haya cambios sustanciales que lo modifiquen considerablemente.

Esto viene como ejemplo de disputas rancias, porque traen cola de antaño y el Estatut no ha sido más que una excusa para continuarlas. No hay nada mejor, para el partido en la oposición, que una España dividida, reaccionaria y molesta. Seguro que, de ser la oposición quien ahora gobierna, haría exactamente lo mismo.

La pólvora está lista, destinada a alimentar la chulería y arrogancia de unos y la rabia contenida, por perder cuando lo tenían ganado, de otros. No hay buenos ni malos en esta comedia, carecemos de héroes, todos son villanos. Pero hay que unir, intentar integrar a los de uno y otro bando, y al parecer no lo están haciendo nada bien. Desean guerra, confrontación, lucha y contínuos roces, que si no cuidan pueden escapárseles de las manos. Ni los catalanes deben imponer su visión, ni el resto de los españoles cerrar los ojos ante la demanda de mejora y de una mayor libertad. Nadie ha hablado de independencia, aunque sobrevuele la palabra en el ambiente político, sólo de un deseo de prosperidad y evolución. Los demás pueden hacer lo mismo, es hora de iniciar cambios (pese a que sean de índole superficial), pero no desechemos una idea por el sólo hecho de proceder de quien procede.

Un Estatut vivo es aquel que no deja indiferente a nadie, para bien o para mal. Un Estatut muerto es el que no levanta ampollas, el que no enciende discusiones (de buen tono, por supuesto), el que es aprobado como si nunca hubiese existido, porque nadie ha hablado de él. Y esto va por el ya olvidado Estatut valenciano, del que no sabemos nada, porque así lo han querido algunos. Aprobado y punto. ¿Se hizo para quedar bien, para destacar la solidaridad (ficticia e hipócrita) de esta Comunidad, para ser los primeros o porque era hora de engañar y desinformar a la población?

Hay muchos problemas en esta tierra de la abundancia. Es fácil, al menos, solucionar algunos de ellos. No hagamos las cosas dificiles; discutamos y debatamos, confrontemos puntos de vista y analicemos lo que dicen los demás, pero no despreciemos al rival, no mostremos las fauces nada más empezar. De sabios es intercambiar opiniones y sacar conclusiones tras hacerlo. No saquemos conclusiones antes de hablar siquiera.

Con lo sencillo que es hablar y escuchar.

1 de noviembre de 2005

Recuerdos, anhelos y sentimientos



Quiero volver allí. Volver a ser. Regresar a ese mundo y perderme dentro de él.

Necesito volver. Entrar en aquellas tierras de ensueño, silenciosas y profundas.

Anhelo encontrarme de nuevo conmigo mismo. Allí podré hacerlo. He de ir.

Iré.

Tarántula



Arropada por miles de estrellas y decenas de racimos estelares próximos, la nebulosa de la Tarántula, en la Gran Nube de Magallanes, ilumina los cielos australes y nos brinda el placer de observar una de las más maravillosas creaciones de la materia. En sus cercanías explotó una estrella masiva hace 160.000 años, aunque nosotros captamos su luz sólo en 1987. La Tarántula es sede de creación, lenta y paciente, de nuevas estrellas, como tantas otras nebulosas. Su forma nos recuerda que el Cosmos a veces juguetea con el gas y la materia y moldea extrañas y carnales figuras de luz.

Perdida en la inmensidad del tiempo y del espacio, las llaves que dan acceso a la comprensión del Universo, la Tarántula será la futura madre de astros vigorosos que harán su aparición dentro de poco. Después, se retirará, evaporándose y difuminando todo su ser, integrándose en el espacio y recorriendo el Cosmos en pos de nuevas experiencias, como ser de gas enrarecido.

Nebulosa, nebulosa, nebulosa... .

30 de octubre de 2005

Opus 100: Cambios de hora

Esta pasada noche los relojes de buena parte de Europa han sido retrasados una hora, como medida para ahorrar energía. Supongo que todos estamos al corriente.

Desde hace un par de años he ido preguntando en varios foros y portales de Internet la razón de este cambio horario (en 100cia y (en astrored), y la verdad es que sigo ignorante e inseguro. ¿Es útil? ¿Realmente ahorramos electricidad a lo largo de un año mediante estos dos cambios horarios, el de hoy y el del mes de marzo?

Si leemos elmundo.es, nos dice que esta medida "está avalada por las conclusiones de un estudio sobre sus efectos. Así, tras analizar exhaustivamente las repercusiones de la medida, abarcando aspectos que van desde ahorro, salud, condiciones de trabajo, modos de vida etcétera, el estudio concluye con un balance positivo, tanto en lo que se refiere al ahorro de energía como a las industrias del ocio, turismo y salud pública, en cuanto a que los largos atardeceres fomentan el deporte y otras actividades al aire libre".

¿De qué largos atardeceres habla? Supongo que se está refiriendo al cambio de hora en marzo, que nos regala una hora de más, ya que en invierno poco deporte y pocas actividades al aire libre podemos hacer por la tarde si a las seis ya es noche cerrada. El tema es complejo y hay mucho que discutir, pero veamos un ejemplo sencillo para aclararnos un poco al respecto.

Imaginemos el mes de marzo; cambiamos la hora y tenemos una más de luz. En este caso el ahorro energético es evidente: como el ocaso tiene lugar más tarde, las luces domésticas permanecen apagadas hasta una hora después de lo habitual, por ejemplo. Entonces sí que son más adecuadas las actividades al aire libre, evidentemente, de modo que este aumento del número de horas de luz repercute en una mejor calidad de vida. Claro que, por otra parte, al tener una hora más de calor en verano empleamos más el aire acondicionado... .

Cuando llegamos a hoy, la situación se invierte: perdemos una hora de luz, de tal suerte que necesitamos encender una hora antes las luces y el frío nocturno invernal nos acecha antes, también, poniendo en marcha antes la calefacción.

Esta es lo que sucede a nivel doméstico y muy simplificado. A otros niveles, también pasa lo mismo: los comercios y tiendas, bares, etc. abren con una hora menos de luz, lo que se traduce en mayor gasto energético (iluminación y calefacción). Las fábricas y el sector industrial en general, no aprovechan, me parece, esta medida en absoluto, ya que casi todas tienen una actividad diurna, o incluso de ciclo completo, por lo que en invierno aunque amanezca más temprano (y por tanto ahorran una hora de luz), al anochecer pierden lo que han ahorrado.

Además, estos cambios afectan también a nuestra psique: muchas personas mayores y niños sufren los efectos de esta radical "pérdida" de luz, e incluso los niños a veces, en las altas latitudes, necesitan tomar baños de radiación ultravioleta para crecer fuertes y sanos.

Mi opinión personal al respecto de este tema (que he bosquejado a grandes rasgos aquí... por supuesto estoy abierto a cualquier otro punto de vista que me aclare un poco mis posibles errores de interpretación), es que no debería haber nunca un cambio de hora. De hecho, esta medida sólo tiene 30 años, en 1972 nunca se modificaba la hora en España. Sería más adecuado y menos traumático para todos establecer un sistema horario fijo, ya que según creo el posible ahorro que tenemos por la mayor cantidad de horas de luz en verano desaparece tras el invierno.

Creo que ir siempre con una hora de adelanto respecto al Sol (es decir, tal y como sucede a partir de hoy) es la mejor alternativa a estos cambios bruscos, y quizá innecesarios, de hora.

Tal vez alguien pueda explicarme lo equivocado de mi postura y hacerme ver que el cambio de hora es realmente útil, provechoso para la economía y beneficioso para nuestras psiques.

Lo espero con impaciencia.

27 de octubre de 2005

¿Calentamiento global?

Ya que en el blog de chusbg se está hablando en estos días del calentamiento global, voy a dar mi versión (reducida) del tema, teniendo en cuenta lo poco que sé al respecto.

Según me comprobado en varias fuentes (ésta es una de las mejores), la Tierra ha tenido altibajos de temperatura durante toda su existencia, y también a lo largo de los últimos tiempos (calores, fríos, y de nuevo calores...):



Si ahora estamos sufriendo un calentamiento global, que se traduce en un aumento de las temperaturas a escala planetaria (aunque haya diferencias entre distintos lugares), lo tendríamos que ver en los datos. Pero según ellos, en los últimos 15 años no ha habido un significativo calentamiento; de hecho, es casi nulo, y no ha habido ninguna tendencia general hacia tal calentamiento:



Mirando hacia el siglo pasado, no vemos más que un aumento de, como máximo, 0,7ºC, desde principios de 1900. Sin embargo, hay un hecho muy curioso: no hay aumento de temperatura alguno hasta prácticamente 1980. Si el calentamiento global es debido a la emisión de dióxido de carbono en grandes cantidades, como nos han recordado millones de voces, ¿cómo es que en 1978 no subía la temperatura global de la Tierra, y en cambio era casi idéntica a la de principios de siglo? ¿Acaso en 1978 no quemábamos carbón y petróleo?:



Esto me hace dudar seriamente de que, primero, la Tierra se esté realmente calentando, o mejor dicho, que el calentamiento sea rápido y terrible; ni es tan acusado, ni por asomo es de gran importancia (0,7 grados en un siglo es una oscilación casi "normal"). Y segundo, si la Tierra en verdad se calienta, es muy dudoso que los responsables sean el petróleo y el carbón. Sí es verdad que, debido a que los gases que provoca su combustión son termoactivos, van a jugar algún papel en la dinámica climática, pero otra cuestión muy diferente es acusarlos de ser los culpables de que la Tierra se caliente. Y esto, radicalmente, NO tiene nada que ver con intereses de empresas petrolíferas o puntos de vista sesgados: es, simple y llanamente, cuestión de observar los datos y comprobar lo que sucedía en el pasado.

No obstante, por otra parte, hay que restringir las emisiones contaminantes. Es de cajón. Si podemos optar entre ciudades polucionadas y ahogadas por el smog y ciudades con una mayor calidad de vida, donde poder salir a pasear sin riesgo a contraer una infección, la elección es clara. Pero Kyoto, en el mejor de los casos, sólo es una tapadera, una ficción empresarial, una excusa con carácter ecológico que no va a cambiar nada. Si se cumpliera a rajatabla, estaríamos hablando de reducir SÓLO el 5% de lo que se contaminaba hace 15 años. Sólo el 5%, es decir, prácticamente nada. Con eso no vamos a ninguna parte.

Si el cambio climático está en camino y todos aquellos que lo auspician y creen firmemente en su existencia están en lo cierto, Kyoto no salvará a la Tierra de ese cambio. Son necesarias iniciativas mucho más valientes, y los países ricos no están dispuestos a ello.

Los agoreros del cambio climático, asegurando dramáticos aumentos de temperatura de 6 o 7 grados en los próximos 50 años, pueden tener o no razón, pero una cosa es clara; saldrán en todos los medios de comunicación. Anunciar que quizá el cambio climático no existe, que no hay calentamiento global (o que es de poca importancia) y que el clima, pese a sus altibajos y momentos raros, puede mantenerse estable dentro del próximo años, indiferentemente a si es cierto o no, no vende. Hacen falta catástrofes, datos aterradores y futuros desesperantes. Esto le gusta a la gente, a la masa, ávida de noticias con morbo y previsiones alarmistas.

Los datos no nos indican claramente que haya un calentamiento global (y mucho menos un cambio climático), al menos personalmente no me lo parece. Creer o no en este calentamiento y en ese cambio es, curiosamente, una cuestión de fe más que de ciencia.

Quizá, en el futuro próximo, el clima nos dé una sorpresa. Resta saber si será para congelarnos o para abrasarnos. O quizá será para que todo continúe más o menos igual.

Quién sabe.

25 de octubre de 2005

Luces de vida y muerte



Estos extraños filamentos de gas violáceo son los últimos restos físicos de una estrella, que explotó hace 160.000 años en las cercanías de la Gran Nube de Magallanes, una galaxia enana satélite de nuestra Vía Láctea.

Esparcidos por el espacio desde la explosión, estos restos atestiguan una muerte estelar espectacular; la estrella que antaño mantenía estos filamentos de gas en su ardiente interior era mucho más masiva que el Sol.

Murió porque fue incapaz de sostenerse a sí misma por más tiempo; era demasiado gigantesca, demasiado descomunal, y los gigantes de gas del Cosmos, aunque espectaculares, viven poco, porque requieren mucha energía, y las despensas se agotan pronto. El Sol, aunque más modesta, está destinada a vivir miles de millones de años más, hasta una vida total de casi 10.000 millones de años.

Sin embargo, esta materia expulsada al espacio, como el postrero signo de la existencia de una estrella masiva, será de nuevo útil en el Universo; servirá para otros astros, que adherirán el gas en expansión, rico en elementos pesados (los que permiten la formación de planetas y vida), a su propia creación, con el resultado de una constante perpetuación de la materia, entre puentes temporales de millones de años. Una estrella muere y el reciclaje cósmico se pone en marcha; con el tiempo, nuevas estrellas heredarán esos mismos materiales, prolongando la vida del Universo y permitiendo, entre otras muchas cosas, la presencia de este mundo azul y las innumerables especies animales y vegetales que lo pueblan.

(P.D.: Por cierto, con este hacen 100 posts publicados desde que este blog existe. Gracias a todos los que, por una razón u otra, habéis ido a parar en algún momento a estas páginas y muchas gracias también a los que habéis 'perdido' parte de vuestro precioso tiempo intercambiando conmigo vuestras opiniones. Gracias, de verdad:)

24 de octubre de 2005

Sin tiempo

En las últimas semanas no veo el tiempo, no lo siento, se me escapa. Ando ocupado en millones de cosas a la vez, y al fin nunca tengo suficiente, de tiempo. Fue volver de mi periplo caravanero y la gran tranquilidad que hasta esos momentos dominaba mi vida saltó en pedazos; ahora no paro, no puedo estudiar lo suficiente, no salgo a dar mis paseos, carezco de mis noches astronómicas (últimamente tampoco eran demasiado pródigas, en cualquier caso), me veo superado por todo, y estoy tan agobiado que apenas noto el paso de los días.

Necesito tiempo, necesito parar, que se detenga el mundo, y comenzar de nuevo. Las malas noticias que recibí cuando volví, de tipo accidente doméstico de un familiar próximo, han revolucionado toda mi vida. Quizá exagerado, pues hasta ayer vivía plácidamente, en una tranquila existencia, preocupándome tan sólo de mis cosas, pero noto demasiado ajetreo en mi interior, algo insólito y nada agradable.



Intentaré aclararme en los días venideros, apaciguar mi ánimo y controlar un poco mejor mis horas, de forma que pueda hacer de todo un poco y no atiborrar mi mente de cosas por hacer, sitios adonde ir, y ayudas que prestar.

Paz, serenidad y vuelta al ruedo. Mi hora llegará.

20 de octubre de 2005

Luz



Potente como un faro, Merope, una de las estrellas de las Pléyades nos saluda en estas noches otoñales. Todavía sigue envuelta en el pañal de su infancia, esos rastrojos de gas, pero en breve abandonará la seguridad del nido estelar para iniciar su viaje, de miles de años luz de distancia, entre las poblaciones de astros de la Vía Láctea.

Toda estrella sigue su camino, como nosotros recorremos el nuestro. Otro más de los innumerables paralelismos entre el Cosmos y el ser humano.

19 de octubre de 2005

Sentir el infinito



Cuando contemplamos el cielo, vemos el pasado. Es algo que me deja perplejo: es posible ver lo que sucedió hace miles, millones y miles de millones de años, sólo tenemos que observar el Cosmos. Cuando vemos la estrella Polar, estamos en realidad mirando el Universo tal y como era hace 320 años, pues esa es la distancia en años luz que nos separa de la Polar; alguien, en un planeta que orbitara esa estrella, vería la Tierra hace también 320 años, cuando los barcos de vela y los carruajes estaban de moda.

Yendo más lejos, mirando por ejemplo a la Galaxia de Andrómeda, nos remontamos a tiempos inmemoriables; 2 millones de años. Por aquel entonces no había humanos en este mundo, y si alguien en esa galaxia tuviera un telescopio potentísimo no vería un alma humana en todo el planeta; sólo simios vagando de árbol en árbol.

Y cuando nos lanzamos a las profundidades, al abismo negro del infinito, a las mayores distancias conocidas, estamos explorando el Cosmos en su infancia, cuando ni el Sol ni la misma Tierra existían. Si pudiéramos viajar instantáneamente hasta las galaxias más lejanas y mirar hacia nuestra dirección, no habría nada en la Vía Láctea que nos resultara familiar. Sin estrella, sin planeta, sin ningún atisbo de vida reconocible en miles de años luz a la redonda, nos sentiríamos solos, aislados, y desprotegidos.

De modo que mirar el espacio es mirar el ayer, no el hoy. El presente, en realidad, no existe en el Universo; la luz nos informa de lo que aconteció en el pasado; incluso mirando la Luna no la vemos al instante: si explotara ahora mismo, algo bastante improbable, lo sabríamos al cabo de casi 2 segundos. Si el Sol dejara de brillar, no lo percibiríamos hasta después de 8 minutos. Cuando acontece un suceso en el Cosmos, como la explosión de una supernova, la luz, quien nos aporta la información en forma de ondas luminosas, tarda en llegar dependiendo de la distancia a la que se halla el suceso. A más distancia, más tiempo transcurre hasta que sabemos lo que ha sucedido.

El Universo, sutilmente, nos engaña: creemos que todo ocurre en directo, pero las leyes físicas marcan ciertos límites, e incluso la luz tiene que cumplirlos. No importa demasiado, porque ¿qué mas dá si sabemos el ocaso de un astro con miles de años de retraso? Lo importante es ser conscientes de la grandeza de este Cosmos, de su inimaginable antigüedad, de sus fantásticas y sobrecogedoras maravillas, y de que, por mucho daño que podamos hacer, por muy mal que hagamos las cosas, el Universo seguirá ahí, omnipotente, omnipresente, infinito y magnífico, para humillar la arrogancia humana y hacernos ver, de nuevo, que no somos más que una mota de polvo en el cielo de la mañana... .

17 de octubre de 2005

Crepúsculos









Son instantes breves, de ensoñación, dignos de favores divinos, los que nos regalan los atardeceres. Resulta increíble que toda la paleta de colores, tonos y paisajes que los crepúsculos nos ofrecen sean el resultado de la luz solar y de ocasionales nubes. Elementos tan sencillos pueden, no obstante, ser más ricos y variados que la imaginación del pintor más prestigioso. Nunca me cansaré de contemplar una puesta de sol, soy un enamorado de los crepúsculos casi tanto como del cielo.

Creo que ya lo he comentado alguna vez, pero no me importa: cuánto bien nos haría si cada día nos parásemos, entre nuestros ajetreados quehaceres y la incesante vida doméstica, a disfrutar de un crepúsculo. Quizá veríamos los problemas menos trágicos, las dificultades más fácilmente superables, y quizá sería el primer paso hacia una reconciliación, una tregua, o una paz.

Creo que el cuadro más bello y más versátil que jamás hayamos visto lo tenemos día tras días ante nuestros ojos. Contemplémoslo.

16 de octubre de 2005

La encontraré

RELATO CORTO

La lluvia me calaba hasta los huesos. Apenas notaba mis pies sobre el húmedo pavimento, levitando entre las ondulantes cortinas de agua.

La noche, cerrada y oscura, atenazaba mi ánimo, infringiéndole el sentimiento de pavor que corresponde a una búsqueda que rozaba la locura y cuya recompensa, en el mejor de los casos, no era más que un sueño.

Conocía mi ciudad como la palma de la mano, pero a través de la lluvia apenas era posible distinguir los contornos de los edificios, vaporosos y desdibujados. Estaba por donde antaño la seguía, en mis días de colegial. Hacía casi dos décadas que inicié mi persecución de una niña rubia con los ojos más azules que jamás he visto. Al salir de clase, arropado entre árboles y padres buscando a sus hijos, mi mirada se centraba en ella; iba casi siempre con su amiga del alma, más alta y más guapa, pero repleta de arrogancia. Ella era sencilla, agradable, tierna y dueña de una sonrisa que era capaz de enloquecer, siempre que la contemplases con los ojos del amor.

En las tinieblas, buscaba esa sonrisa, o al menos el rostro maduro que ya ha dejado atrás los años de la infancia y la adolescencia. La lluvia impedía ver con claridad, pero en mi mente la imagen de ella estaba nítida, resplandeciente, y anhelaba volver a encontrarla en la realidad.

Sabía, por un amigo, que volvía tarde a casa los sábados, quizá debido a su trabajo, o quizá por encuentros con hombres que la deseaban una milésima parte de lo que yo la había amado en silencio durante veinte años. Hice guardia alrededor de su casa, supurando agua y vapor, notando las frías gotas penetrar la ropa y alcanzar la caliente piel. No tardaría, pensé; en unos minutos la espera de años se haría añicos y su rostro aparecería ante mí, radiante y joven. Aguardé, paciente, el momento.

Supe que era ella porque su figura conservaba toda la sensualidad que se adivinaba ya hacía tanto tiempo; la silueta evidenciaba un cuerpo bien cuidado, sugerente y de una vitalidad increíble. No llevaba paragüas, incomprensiblemente, y tampoco corría. No huía de la lluvia, como era de esperar, más bien la lluvia se apartaba cuando ella pasaba, y de algún modo se mantenía seca, ajena al chaparrón que ya empezaba a encharcar aceras y a ahogar respiraderos.

Me dirigí hacia ella, a paso firme, y aunque mis pasos eran seguros mi corazón vacilaba. No sabía qué podía decirle, ni cómo empezar, ni si ella me recordaría, aún asegurándole que yo era aquel niño espigado y de ojos verdes, ingenuo e ignorante, que una vez intentó besarla antes de entrar a clase de plástica.

A escasos metros de ella, se detuvo un coche. La silueta femenina se acercó a la ventanilla, dijo algunas palabras apenas audibles a través del dosel de agua, y entró en el vehículo. No pude distinguir si subía o era arrastrada, si forcejeaba o si, dispuesta, penetraba en el coche de buena gana. Me quedé petrificado por unos instantes; alguien se me había adelantado, había destrozado mi sueño, aniquilado mi anhelo de encuentro. Cuando mis piernas perdieron su rigidez y me obedecieron de nuevo, ya era tarde, por supuesto.

Vi el coche perderse entre lágrimas, alejándose en la distancia. La lluvia arreciaba, si ello era posible. Decidí esperar; ella volvería, estaba seguro. Y si no lo hacía, no importaba. Continuaría mi búsqueda, hasta más allá del infinito, si era necesario. Una oportunidad malgastada, quizá debido a la lluvia, quizá por la aparición inoportuna, quizá por mi falta de determinación, pero no sería la última. Mientras exista el futuro, hay esperanza.

Rodeé una farola, me calé mi sombrero y aguardé. Su casa, delante de mí, me desafiaba. Pero pese a las dificultades, más tarde o más temprano, sé que la encontraré. Ojos azules, profundos y etéreos. Sí, la encontraré.

(Escrito en 49 minutos con ocho voces vociferantes a mi alrededor; desventajas de la vida en família... .)

14 de octubre de 2005

Una maravilla de mundo



Cada día me gusta más el mundo donde vivo. Sus montañas, sus bosques, la frescura del amanecer, el colorido del ocaso, esa percepción de que es eterno, inmutable, que aunque sus moradores más perversos desaparezcamos él seguirá existiendo, ajeno a toda guerra, peste, problema o desafío. La Naturaleza, la Madre, se mantiene viva pese a nuestros intentos de mancillarla, violarla y extraer de ella todo su fruto, al precio que sea.

El mundo es precioso, pero no lo es la gente que él mora. Al menos, no toda la gente lo es. No respetan, no cuidan, no miman a este mundo frágil y delicado, no lo llenan de besos y de abrazos, como debería ser. En cambio, se dedican a devorarlo, a arrancarle su esencia, su ser, y casi siempre acaban satisfechos cuando lo consiguen. Han hecho bien su trabajo.



Pero este mundo es un don, un regalo de Dios; no digo esto por mi inclinación religiosa, de la que carezco por completo, sino tras contemplar los otros mundos cercanos; tienen su propia belleza, por supuesto, pero están lejos de la variedad de color, texturas y ambientes de que disfruta la Tierra. Me repito, pero es un hecho: nada hay en el Sistema Solar, y es un espacio muy ancho, que se asemeje ni remotamente a la belleza de nuestro mundo; ni Marte, ni la Luna, ni los planetas gigantes, ni un cometa, ni por supuesto las rocas vagabundas que son los asteriodes.

Así que este planeta debería ser cuidado con esmero, respetado con ahínco, y sobretodo, amado con devoción; no se trata de un simple cuerpo rocoso formado por agua y piedras, es nuestra morada, el lugar que ha dado cobijo, alimento, y sueños para todo ser humano que en ella ha vivido. Debemos a la Tierra nuestro ser, y se merece un esfuerzo por parte de quienes más daño le están haciendo. Amemos a la Tierra, porque por muy rápido que avancemos en la carrera espacial, va a seguir siendo nuestro hogar. Y un hogar que no se ama es un hogar destinado a desaparecer.

He aquí un pequeño pedazo de este mundo; el lugar donde vive este hermitaño:

12 de octubre de 2005

Bueno..., estoy de vuelta

Estas palabras són las últimas de Sam 'Sagaz' Gamyi, al regresar por fin a la Comarca tras su periplo por la Tierra Media. Son, también, las que cierran "El señor de los Anillos", libro de viajes por antonomasia, aunque quizá más de viajes interiores que de los necesitados de mochila y botas de montaña.

En mi caso, también estoy de vuelta. Cierto que mis cinco días por la Península a los mandos de una casa rodante no es exactamente la cruzada de los hobbits para derrocar al Señor Oscuro, pero un viaje, sea cual sea su finalidad y destino, es un viaje, y al regresar algo en tí ha cambiado; no ves el mundo de la misma manera, notas las sensaciones de una forma especial, todo parece nuevo, reluciente... aunque malas noticias puedan debilitar o difuminar esas sensaciones.

Al volver me han dado malas noticias, desgracias de familia. No es algo esencialmente grave, pero que cambiará mi modo de vida durante los próximos meses porque voy a verme obligado a currar mucho más de lo habitual. Pero no hay mal que por bien no venga, según el buen refranero, y para mí este cambio va a permitirme ser más independiente, aumentar mi autonomía y, pese a que me restará tiempo para quehaceres intelectuales peripatéticos, sin duda repercutirá a mejor por cuanto disfrutaré al máximo las pocas horas libres que tenga.

El viaje, de ida y vuelta (me ha tentado la idea de no volver, he de reconocerlo... vivir en una autocaravana es el sueño de los trotamundos bohemios... y yo soy uno de esos), me ha dejado mucho; paisajes, cansacio, disfute, humanidad, rabia, irritación y, como siempre, ese extraño "feeling" de que algo ha nacido en tí, que algo nuevo ha despertado. Amo más al mundo tras 2.000 kilómetros al volante. ¿Por qué? Pues ni idea, pero esa es alguna de las consecuencias de viajar.

El viaje, de una forma u otra, prosigue, porque a veces no hace falta ir a ningún sitio para recorrer un mundo. Sólo necesitamos sentir que ese mundo existe y que, sin duda, vive en nuestro interior.

6 de octubre de 2005

Me voy...

Tras más de un año en blanco, en el que he vivido austeramente, ajeno a cualquier consumismo y gasto innecesario, a partir de mañana tiro la casa por la ventana y me regalo cinco días de viaje por España.

Además, voy a viajar de un modo peculiar; recorreré la Península subido a una casa con ruedas: una autocaravana. Lo curioso del caso es que para mí la autocaravana es la casa ideal, en la que, de hecho, espero vivir antes de poder pagar el lujo que representa un piso. Una autocaravana, con todo lo necesario para vivir y disfrutar durante meses, puede valer una fracción de un piso cualquiera. Mientras, la idea es ahorrar poco a poco hasta tener cierta cantidad que te permita acceder a hogares fijos y estables.

Esto es, dado mi escasa estima por el dinero y el trabajo convencional, casi una utopía, pero conozco casos de gente que ya están a punto de hacerlo realidad: sólo es necesario valor, unos pocos euros, y ganas de vivir en libertad. Yo, al menos durante los próximos cinco días, también lo haré (aunque cabe la posibilidad de que huya a Francia y me establezca en el Pic du Midi si la cosa me engancha, quién sabe...:)).

En algo parecido a esto viviré mis próximos días.



Así que nos vemos pronto, amigos, vivid todo lo bien que podáis y no dejéis nunca de mirar hacia arriba.

El hermitaño abandona la choza... pero regresará en breve;).

5 de octubre de 2005

Un hogar de maravillas


La Vía Láctea

Vivimos en una espiral galáctica en constante fecundación. Las estrellas que la forman, como las personas, nacen, viven y mueren. Por doquier vemos la intensa actividad cósmica en los criaderos de estrellas, esas regiones enormes de gas y polvo en las que sin cesar se forman los nuevos astros. Vemos también la extensa maraña de estrellas maduras, que jalonan nuestros cielos, y podemos ver asimismo el ocaso de la población estelar, a veces en colosales explosiones y otras en conchas de gas en expansión. Toda la vida de las estrellas es visible ante nuestros ojos en la ventana que la Vía Láctea abre para nosotros cada día.

La Vía Láctea, la morada de esa peculiar especie que llamamos humana (y seguramente de otras muchas más, inteligentes o no), pierde en otoño parte de su fuerza luminosa; regresará hacia finales del mes próximo con toda su energía, gracias a constelaciones como Orión.

Si no somos tan estúpidos como parece y podemos sobrevivir a nuestros propios miedos y conflictos (y creo sinceramente que no lo somos), la Vía Láctea nos espera, nos llama, nos tienta con su luz maravillosa.

Sólo tenemos que ir a su encuentro.

3 de octubre de 2005

3 de octubre de 2005; un día para el recuerdo















Al final tuvimos suerte. A las siete de la mañana todo presagiaba malos augurios; nubarrones densos cubrían el cielo, y apenas se vislumbraban pedacitos de cielo azul. A medida que el Sol subía por el horizonte las nubes se disiparon, y para cuando estábamos en el lugar escogido, un manto azul profundo se expandía por todos lados.

Durante el eclipse hacía un frío de muerte, la verdad, aun sin nubes. Hemos podido comprobar cómo la temperatura bajaba considerablemente, cómo las sombras se difuminaban y cómo algunos perros en la distancia empezaban a ladrar tímidamente en el instante de la centralidad.

Es decir, hemos sido testigos de lo que sucede generalmente en estos acontecimientos, y con el ánimo encendido, jubilosos y llenos de extraña alegría, el Sol ha recuperado su total protagonismo, mientras la Luna se retiraba, quizá ya satisfecha tras este largo y sugestivo beso entre nuestros dos astros más emblemáticos.

Junto a otros tantos millones de personas, he sentido hoy esa singular sensación de maravillosa conexión con los cielos, de nexo común entre lo que acontece aquí abajo y lo que sucede por allá arriba. Este regalo de la Providencia nos sugiere que, quizá, "alguien" ha querido brindarnos la oportunidad de saborear este momento tan mágico por alguna razón desconocida. No sabemos si Dios existe o no (yo, al menos, no lo sé aún...), pero sucesos como este me invita a creer que, en efecto, hay una inteligencia superior la cual nos ofrece estos fenómenos para que "sepamos" que está "ahí". Es una coincidencia demasiado grande, y las implicaciones que de ella se derivan son demasiado importantes, para suponer que todo es sólo cuestión de azar.

En cualquier caso, felicito a todos aquellos que, durante el trabajo, el recreo, la pasión matinal, el paseo tranquilo o el interés radical, han dedicado unos minutos a observar y disfrutar del eclipse anular de este año. Quizá no signifique mucho para ellos (no a todo el mundo le deben importar los fenómenos cósmicos), pero al menos recordarán este día como aquel extraño momento en que la valiente Luna besó al Sol.

Y si, de entre todas aquellas explicaciones que hemos visto, oído o leído en tantos medios, algunas vagas y otras más claras, conservamos el deseo de repetir la experiencia, de ir en busca de otros desafíos que la naturaleza nos tiene reservados, entonces todo el esfuerzo de los divulgadores, prensa, organizaciones, asociaciones y demás habrá servido de mucho. Porque la finalidad de esto es extremadamente sencilla: hacer partícipes a las personas de las maravillas que suceden en los cielos y sembrar en ellas la semilla de la curiosidad y el deseo de saber más.

Hoy, estoy convencido, el cielo os agradece vuestro interés. Yo también.

(Imágenes de cabecera: por primera vez, y aunque los resultados no han sido demasiado "profesionales" que digamos, he hecho unas pocas fotos del fenómeno con una cámara digital y un filtro. Para el siguiente eclipse de estas características, allá por el 2026, espero haber aprendido algo más y poder realizar tomas más bellas:). Sé que estas fotos no son de una calidad demasiado buena pero, en fin, las "tomas 'realmente' bellas" las guardo en mi memoria y en mi corazón:))

2 de octubre de 2005

Buenas previsiones... para algunos



Tan sólo faltan unas pocas horas para el eclipse anular... seguro que más de uno estará hasta los mismísimos de que se hable tanto de el Sol, la Luna, sombras y gafas protectoras, y no se dedique más tiempo al Madrid, a las carreras de motos o a la reforma del Estatut catalán. Todo llegará, tranquilos, dejad a la Astronomía su día de gloria... .

Las previsiones para la zona de totalidad son bastante optimistas: grandes claros en todo el territorio, excepto en el sudeeste (es decir, por aquí... cachis), donde pueden verse algunas nubes compactas, que en el peor de los casos podrían llegar a tapar el cielo completamente. Sin embargo, después de todo el día presente nuboso, hacia la tarde se ha despejado, y el cielo ha crepusculado fascinantemente, sin apenas nubes en el horizonte.

Ruego a los hados del mal tiempo que se alejen de estas tierras mediterráneas durante las próximas horas, al menos hasta las doce del mediodía de mañana. A partir entonces que diluvie si le viene en gana a la Providencia, pero no antes. Antes, imploro, dejen a este pobre hermitaño y a todos sus allegados disfrutar de un acontecimiento tan inhabitual y fascinante como lo es este eclipse anular.

Mañana cuento el resto (... y espero que los que estéis por ahí también). Despejados cielos para todos. Buena suerte.

Defender la filosofía

En nuestros días la filosofía parece haber perdido un poco su sitio; la ciencia la ha superado en el saber material, y la política ha conseguido poner en práctica lo que la filosofía sólo podía teorizar. Además, hay quienes piensan que hoy en día la filosofía no pinta nada en nuestra vida diaria porque en ella se tratan temas, ideas y cuestiones, o bien ya conocidas y demostradas (o desechadas), o que no tienen ninguna relevancia para la sociedad actual. ¿Alguien recuerda el nombre de algún filósofo español de renombre (no vale el ejemplo de Fernando Savater, más ligado últimamente a la política que a quehaceres puramente reflexivos...)? Seguro que podéis hacerlo con algún científico o político.

Y, sin embargo, la filosofía no está en su decadencia. En absoluto; más bien, todo lo contrario, estamos a las puertas de la aparición de una nueva filosofía, más auténtica, más integradora, capaz de transformar el mundo moderno en que vivimos, que da más pena que gloria, en una nueva frontera de la existencia humana.

De esta futura filosofía hablaré en otra ocasión, pero ahora dejo que sea un tal Giovanni Pico de la Mirandola (sí, nombre curioso), quien diga las últimas palabras, precisamente en defensa de la filosofía, que tanta falta nos hace en la actualidad:

"Pues todo esto que es filosofar (tal es la desgracia de nuestro tiempo) tira más a desprecio e injuria que a honor y gloria. Hasta este grado penetró ya en la mente de casi todos esta nefasta y monstruosa creencia de que en modo alguno hay que filosofar, o sólo por pocos, como si en el explorar hasta lo último y hacerse familiar las causas de las cosas, los usos de la naturaleza, el sentido del Universo, los designios de Dios, los misterios de los cielos y de la Tierra, no hubiera más que el interés de granjearse algún favor o de proporcionarse algún lucro.

Se ha llegado (¡oh dolor!) hasta no tenerse por sabios sino a los que convierten en mercenario el cultivo de la sabiduría [...]. Pues, si toda su vida [la de los filósofos] está puesta en la ganancia o en la ambición, claro es que no abrazan el conocimiento de la verdad por sí misma. No me avergonzaré de alabarme por no haberme puesto a filosofar por otra causa sino por el filosofar mismo, ni esperar o buscar de mis estudios y de mis lucubraciones otras recompensas o fruto que el cultivo del espíritu y el conocimiento de la verdad, siempre y en alto grado deseada [...]. Me enseñó la propia filosofía a depender de mi propio sentir más que de los juicios de los otros y a cuidar, no tanto de no andar en las lenguas maldicientes, cuanto no decir ni hacer yo mismo algo vil."


Palabras del siglo XV, hace casi 600 años. Parecen escritas ayer... .

30 de septiembre de 2005

Donde nacerán los gigantes



Gas y polvo cósmico se unen en IC 1396, nebulosa de emisión en la constelación de Cefeo, para formar posiblemente astros masivos que nacerán dentro de algunos millones de años.

Esta nebulosa es dificil de ver porque es bastante extensa y su brillo queda difuminado, pero en lugares oscuros, donde la polución atmosférica es menor, cabe la posibilidad incluso de poder verse con prismáticos.

El color rojo intenso es debido al brillo del gas hidrógeno excitado, y la imagen abarca 20 años luz de extremo a extremo. IC 1396, a 2.000 años luz de distancia, es conocida como "nebulosa Granate", por motivos bastante evidentes. Las columnas de gas, a modo de manchas de tinta, quizá conserven en su interior protoestrellas, aún bebés estelares, que poco a poco irán desplazándose de un lugar a otro del Cosmos, inciando así su recorrido por el espacio interestelar. Hace 5.000 millones de años, quizá nuestro Sol se forjó en nubes de gas similares.

Es decir, quizá entre esos jirones de gas haya la semilla de una futura civilización inteligente. Y todo nace por una simple combinación de materia gaseosa. ¿Alguien se ha parado a pensar en la grandeza de este hecho?

29 de septiembre de 2005

Plutón y un místico llamado Holst

Gustav Holst nació en 1874 en Inglaterra, y desde joven sintió fascinación por lo oculto, el folklore inglés, y el misticismo. En 1917 se estrenó una suite que iba a hacerle famoso y cuya trascendencia supera el mundo de la música: "Los planetas".

Dado que en 1917 sólo se conocían la existencia de ocho planetas en el sistema solar (de Mercurio a Neptuno), Holst compuso un movimiento para cada uno de ellos (exceptuando la Tierra). Esta suite es una de las obras de música clásica que más tempranamente escuché, y de ella guardo un recuerdo especial. En este caso me llamó la atención que un artista decidiera dar música al Cosmos, dotarlo de sonoridad, experimentar, aunque fuera de manera personal y subjetiva, cuál debería ser la música que emergiera de esos lejanos mundos. El resultado es sorprendente, extraordinario, y pese a que quizá los críticos y expertos musicales puedan ponerle trabas y objecciones, para mí es una de las obras más conseguidas de todos los tiempos. Dada mi pasión por la astronomía, quizá no soy del todo imparcial.

El caso es que en 1930, el 18 de febrero exactamente (justo 50 años después nacía un servidor, casualidades de la vida...) se descubrió el noveno planeta del Sistema Solar, Plutón. Los astrónomos de aquella época reconocieron características extrañas en este nuevo mundo: era muy pequeño, rocoso, tenía una órbita muy irregular y, además, había un enorme satélite que daba vueltas a su alrededor, como un hijo en torno a su padre. Nada así había en el espacio cercano conocido, pero Plutón se mantuvo como planeta, pese a sus manifiestas excentricidades.



Pero a finales del siglo XX surgieron problemas; comenzó una búsqueda exhaustiva de cuerpos parecidos a Plutón en las afueras del Sistema Solar, y en poco más de una década hemos asistido al hallazgo de mundos cada vez mayores en tamaño, hasta que sólo unos meses atrás por fin se ha detectado el primer cuerpo lejano mayor que Plutón, y se cree que pueden existir varios más aún mayores. O sea, que Plutón deja de ser un planeta, porque sus características lo sitúan más bien como planetoide, o como un cometa gigantesco aún hibernando, quién sabe, pero lo que está muy claro es que no podemos darle el nombre de planeta a cada cuerpo nuevo parecido a Plutón que se descubra a partir de ahora. Cierto que los límites y la definición de planeta es más que discutible, pero es necesario rebajar a Plutón, no queda alternativa. Había presiones por parte del cierto sector estadounidense, que pedía mantener el status planetario de Plutón a toda costa, dado que ha sido el único planeta descubierto por un estadounidense (Clyde Tombaugh (1906-1999)). Pero esto es una soberana tontería; el patriotismo, cuando hablamos de temas cósmicos, es igual de ridículo que comunicarnos con el lenguaje de signos con un murciélago.

Hubo un compositor que añadió el movimiento "Plutón" a la suite de Holst, obviamente después de haber sido descubierto el planeta (quiero decir, el planetoide...). La historia ha querido, paradójicamente, y en el 75 aniversario del hallazgo de Plutón, que no sea necesario este superfluo suplemento musical. La suite original de Holst, sin Plutón, es efectivamente la música que nos transporta a todos los verdaderos planetas del Sistema Solar, ni uno más ni uno menos. ¿Sabría el ocultista Holst esto y por tal motivo compuso su obra con sólo siete movimientos? ¿O es sólo una casualidad?

En cualquier caso, lo que vale en esta historia es aquello que perdura; ahí tenéis los 55 minutos de "Los planetas" para dejar volar la imaginación mientras os adentráis en las tenebrosas y profundas aguas del espacio interplanetario. Buen viaje!.