RELATO CORTO
La lluvia me calaba hasta los huesos. Apenas notaba mis pies sobre el húmedo pavimento, levitando entre las ondulantes cortinas de agua.
La noche, cerrada y oscura, atenazaba mi ánimo, infringiéndole el sentimiento de pavor que corresponde a una búsqueda que rozaba la locura y cuya recompensa, en el mejor de los casos, no era más que un sueño.
Conocía mi ciudad como la palma de la mano, pero a través de la lluvia apenas era posible distinguir los contornos de los edificios, vaporosos y desdibujados. Estaba por donde antaño la seguía, en mis días de colegial. Hacía casi dos décadas que inicié mi persecución de una niña rubia con los ojos más azules que jamás he visto. Al salir de clase, arropado entre árboles y padres buscando a sus hijos, mi mirada se centraba en ella; iba casi siempre con su amiga del alma, más alta y más guapa, pero repleta de arrogancia. Ella era sencilla, agradable, tierna y dueña de una sonrisa que era capaz de enloquecer, siempre que la contemplases con los ojos del amor.
En las tinieblas, buscaba esa sonrisa, o al menos el rostro maduro que ya ha dejado atrás los años de la infancia y la adolescencia. La lluvia impedía ver con claridad, pero en mi mente la imagen de ella estaba nítida, resplandeciente, y anhelaba volver a encontrarla en la realidad.
Sabía, por un amigo, que volvía tarde a casa los sábados, quizá debido a su trabajo, o quizá por encuentros con hombres que la deseaban una milésima parte de lo que yo la había amado en silencio durante veinte años. Hice guardia alrededor de su casa, supurando agua y vapor, notando las frías gotas penetrar la ropa y alcanzar la caliente piel. No tardaría, pensé; en unos minutos la espera de años se haría añicos y su rostro aparecería ante mí, radiante y joven. Aguardé, paciente, el momento.
Supe que era ella porque su figura conservaba toda la sensualidad que se adivinaba ya hacía tanto tiempo; la silueta evidenciaba un cuerpo bien cuidado, sugerente y de una vitalidad increíble. No llevaba paragüas, incomprensiblemente, y tampoco corría. No huía de la lluvia, como era de esperar, más bien la lluvia se apartaba cuando ella pasaba, y de algún modo se mantenía seca, ajena al chaparrón que ya empezaba a encharcar aceras y a ahogar respiraderos.
Me dirigí hacia ella, a paso firme, y aunque mis pasos eran seguros mi corazón vacilaba. No sabía qué podía decirle, ni cómo empezar, ni si ella me recordaría, aún asegurándole que yo era aquel niño espigado y de ojos verdes, ingenuo e ignorante, que una vez intentó besarla antes de entrar a clase de plástica.
A escasos metros de ella, se detuvo un coche. La silueta femenina se acercó a la ventanilla, dijo algunas palabras apenas audibles a través del dosel de agua, y entró en el vehículo. No pude distinguir si subía o era arrastrada, si forcejeaba o si, dispuesta, penetraba en el coche de buena gana. Me quedé petrificado por unos instantes; alguien se me había adelantado, había destrozado mi sueño, aniquilado mi anhelo de encuentro. Cuando mis piernas perdieron su rigidez y me obedecieron de nuevo, ya era tarde, por supuesto.
Vi el coche perderse entre lágrimas, alejándose en la distancia. La lluvia arreciaba, si ello era posible. Decidí esperar; ella volvería, estaba seguro. Y si no lo hacía, no importaba. Continuaría mi búsqueda, hasta más allá del infinito, si era necesario. Una oportunidad malgastada, quizá debido a la lluvia, quizá por la aparición inoportuna, quizá por mi falta de determinación, pero no sería la última. Mientras exista el futuro, hay esperanza.
Rodeé una farola, me calé mi sombrero y aguardé. Su casa, delante de mí, me desafiaba. Pero pese a las dificultades, más tarde o más temprano, sé que la encontraré. Ojos azules, profundos y etéreos. Sí, la encontraré.
(Escrito en 49 minutos con ocho voces vociferantes a mi alrededor; desventajas de la vida en família... .)
3 comentarios:
Me ha parecido una historia de amor preciosa.
Es cierto, se puede seguir amando a través de los años y como bien dices, el futuro está ahí, las oportunidades continuan en la vida, no se puede tirar la toalla a la primera.
Escribes muy bien, en realidad no sé si la historia es autobiográfica o inventada, pero es simplemente muy bonita, me gustaría saber algún día como terminó.
un saludo!!
Bienvenida, Poderosa!
No sé cuánto escribiste el comentario, pero como no suelo revistar los posts me ha pasado desapercibido hasta ahora.
El relato es fruto de la imaginación, pero en gran parte de la imaginación del subconsciente. Me explico; lo soñé. Tuve un sueño en el que seguía la pista de una muchacha de la que me enamoré de niño. Y así nació este pequeño relato, sin más.
Gracias por tu amabilidad, amiga, pero me temo que ella subió al coche, desapareció y, hasta donde yo sé, nunca la he vuelto a ver... :(
Un abrazo y gracias por la visita.
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