20 de diciembre de 2020

"El abeto" (relato)

 El abeto


Era un frío día de diciembre. El acerado viento lastimaba las calles y del cielo caían

ligeros copos de nieve, acumulándose lentamente sobre el pavimento. Los vehículos

también permanecían silenciosos, y se podría decir que el mismo mundo exterior estaba

paralizado o en hibernación. Todo trataba de refugiarse bajo techo.


Estaban reunidos en la gran casa, la cual había visto crecer a muchos de los allí

congregados. La comida navideña, preparada por la abuela y servida por hijos y nueras,

fue todo un acontecimiento; y siempre era la excusa perfecta para juntarse la familia

otra vez, después de un tiempo separada a causa del trabajo o las tareas de crianza.


Tras la comida, y también una vez se disfrutó de los postres caseros, los niños se

agruparon en torno al fuego, al lado del abuelo. El árbol sintético, que acompañaba a la

chimenea a cierta distancia, estaba bellamente adornado, y en la cúspide destacaba una

estrella ligeramente imperfecta, realizada como manualidad por uno de los pequeños en

la escuela.


El abuelo, mirando el luminoso árbol, les dijo:


―¿Sabéis, niños? Cuando el abuelo era como vosotros fue, una vez hace ya mucho

tiempo, al bosque a talar un abeto para Navidad. Iba con mis buenos amigos de siempre.

Tiritábamos, porque la tarde era tormentosa y la montaña estaba helada, como si no nos

quisiera allí; quizá porque sabía qué estábamos tramando.


«En el bosque había muchos abetos, pero uno pequeño en particular nos gustó a

todos. Echamos a suertes quién se lo llevaría a casa, y yo fui el afortunado. Nos

acercamos y acordamos que lo haríamos entre todos. Un amigo sacó su hacha de mano,

descargó con fuerza y el tronco se estremeció. Siguieron unos golpes más y, cuando ya

quedaba poco para rematarlo, cayó un rayo justo a nuestro lado; el resplandor nos cegó

y el trueno nos ensordeció. Gritamos, asustados, y durante unos momentos

permanecimos todos aturdidos y confusos. Cuando nos recuperamos, mi amigo quiso

apresurarse y cortar el abeto, pero del cielo bajó otro rayo y su reventón nos impulsó a

huir ladera abajo, corriendo sin parar hasta casa.


―¿Y no talasteis ningún “ábrol”? ―preguntó, incorrectamente, uno de los niños.

―No, hijito; tuvimos bastante con el Belén, unas bolas y espumillón, que es

horrible, pero bueno... ―se oyeron unas risitas. Luego, el anciano agregó―. En fin, id a

jugar, id, pequeños, que la abuela dentro de poco os sacará la merienda.


Y el abuelo quedó solo, mientras recordaba al torcido y viejo abeto, en cuyo tronco,

mucho más tarde, había tallado el nombre de una muchacha que, ahora, miraba a sus

nietos con una sonrisa.


Alguien atizó el fuego y, por un instante, los ojos verdes del abuelo recuperaron el

fulgor y la viveza de sus años de juventud.

21 de enero de 2018

'Pequeñas alegrías', el sustrato de una vida



Unos años atrás la suerte me sonrió. Se ve que el negocio no funcionaba según lo esperado y una casa de compra-venta de artilugios de segunda mano estaba a punto de cerrar. Ya habían desmantelado media tienda pero me apresuré a echar un último vistazo a la sección de libros (de dónde ya había retirado unos cuantos... bueno, más de trescientos, en los últimos tiempos).

Había cuatro o cinco que me llamaron la atención, y estaban casi pegados los unos a los otros. En tapas duras, editados hace mucho (años setenta del siglo pasado) y algunos con la sobrecubierta rasgada, eran obritas peculiares. Tomé un par de Simone de Beauvoir, otra de Thomas Mann y con una "pequeña alegría", me topé con el nombre de un escritor que siempre me evoca profundidad, elegancia, una prosa que es puro gozo y que trasmite un amor y esmero por su oficio incomparables.

'Conocí' a Hermann Hesse hacia los 20 años. Leí primero "El lobo estepario", como es casi habitual, que me impactó y cautivó. Luego han seguido otros muchos, como también es menester, pero hoy quisiera hablar de ese singular volumen que hallé casi sin querer en la tienda de compra-venta. Un libro que no recoge novelas, ni relatos ni ensayos extensos, sino un compendio de pequeños textos escritos por Hesse desde 1899 a 1960, poco antes de fallecer.

Son "pequeños" en extensión, mas no en lirismo ni capacidad de deleitar a través de las palabras. Son breves reflexiones, apuntes de viajes, momentáneos escritos que expresan las percepciones, sensaciones y sentimientos de un Hesse que va evolucionando, cuyas ideas y posturas se ven cambiantes y en constante crecimiento. Hay instantes de placer estético, de amargura, de dicha por vivir. Se transcriben también hechos curiosos, estampas de naturaleza, relatos de libros leídos, apuntes de otros continentes, obituarios de personas cercanas al escritor, incluso textos sobre máquinas de escribir, acerca del ocio, de mariposas, etc. No faltan, tampoco, las reseñas médicas o los recuerdos de la infancia de Hesse, entre muchas otras cosas.

El primer fragmento, escrito cuando Hermann tenía sólo 22 años y que da título al volumen, ya revela su gusto por observar la situación social de cada momento, percibiendo las carencias y virtudes (emocionales, artísticas, espirituales) de su tiempo y tratando de ofrecer, desde el respeto y la tolerancia, siempre una "alternativa" para crecer y mejorar (aunque él mismo, en su humildad, afirma: "sé tan poco como cualquier de una receta universal para paliar estos inconvenientes"). A veces acertada, otras no tanto, pero brindada con el ánimo de hacer más noble a la sociedad, ímpetu loable en todo caso.

Las "pequeñas alegrías" de que habla Hesse en ese primer fragmento tienen que ver con la prisa, el correr de la vida, el incesante trotar de los tiempos que nos arrastra con ellos y nos impide detenernos, mirar, escuchar y contemplar(nos), y apreciar "la jovialidad, el amor, la poesía" que nos rodea. Hesse escribía en 1899, pero casi 120 años después estamos en el mismo punto (en realidad, mucho peor), por lo que es fácil comprenderle y trasladar sus ejemplos a la actualidad de este recién abierto 2018.

Hesse incluye también, en ese cajón de los que no hemos aprendido aún a discernir las "pequeñas alegrías", a todos aquellos cultos, cultivados e intelectuales que pueden llegar a sentir cierta angustia si no están "a la última", si no acuden a ver el postrer estreno teatral, si no han adquirido la última novedad editorial o aún no han pisado esa exposición recién inaugurada o, incluso, si prescinden por un día de la lectura del periódico. Todo ello es conveniente en cierta medida, pero en otra pasa a ser muy perjudicial, porque impide apreciar un cuadro (hay muchos que ver...), una novela (está saliendo ya otra en el mercado, hay tantas en la biblioteca...), etc.

Las "pequeñas alegrías son tan insignificantes y han sido sembradas con tal profusión en la vida diaria que el sentido embotado de incontables hombres de trabajo no ha sido tocado por ellas. ¡No llaman la atención, no son alabadas, no cuestan dinero!", afirma el escritor.

Entre ellas descuellan las alegrías producto del contacto con la naturaleza. En las calles, en el incesante ir y venir, echemos un vistazo al cielo, podemos ver un árbol, un gorrión, o un pedazo de firmamento azul: "acostumbraos a mirar el cielo durante un rato todas las mañanas y de pronto percibiréis el aire a vuestro alrededor, el hálito de la frescura matutina". Y prosigue: "Un pedazo de cielo, una tapia tapìzada de verdes enredaderas, un buen caballo, un lindo perro, un grupo de niños, una bella cabeza de mujer... no nos dejemos robar todo esto".

Paisajes, instantes, rostros, voces, sonidos, vahos, olores, músicas, caminatas... Hay mil y una "pequeñas alegrías" a la vuelta de la esquina, frente a nosotros y que nos llaman, a poco que podamos y sepamos atenderlas. Experimentar cada día tantas como sea posible "es lo que quisiera aconsejar a todos quienes padecen de falta de tiempo y desgana", concluye Hesse.

El libro me costó apenas un euro, una miserable moneda, el precio de un café. A cambio, no sólo obtuve muchas "pequeñas alegrías" sino un montón de delicados, sutiles y hermosos tesoros hechos con palabras.

En 2017 se cumplieron 130 años del nacimiento de Hermann Hesse. Inmejorable excusa para volver a adentrarnos en el universo insuperable de un genio que, más allá de sus "grandes textos", es en sus más escuetos escritos donde se nos revela su proximidad, su íntima presencia, su visión humana y el modo como percibió y entendió qué es vivir, y cómo quizá deberíamos hacerlo, para beneficio de todos.

(Imagen: El Hermitaño)

5 de enero de 2018

La estrella de la Navidad


Presente en multitud de representaciones e icono "astronómico" de las fiestas navideñas, la estrella de los Reyes Magos (o estrella de Belén) siempre ha sido fuente de diversas interpretaciones para intentar saber qué fue, realmente. Si es que, de hecho, es algo más que un mito. Se supone que la "estrella" fue un astro que indicó a los Magos hacia dónde debían dirigirse, para luego "detenerse" en el lugar donde Jesús había nacido.

Si suponemos que Cristo nació entre el 6 y 7 antes de Cristo (perdón por la contradicción...), que es la fecha más probable, 'algo' hubo de verse entonces que guiara a los Reyes Magos hacia Palestina, para poder encontrar al nuevo Mesías. El problema es saber de qué se trata.

Hay quienes sospechan que se trató de un OVNI, es decir, de algún aparato, nave o artilugio extraterrestre que se acercó hasta los Reyes Magos y les condujo hasta el lugar donde iba a nacer Jesucristo. Puede que existan estas naves, y estos seres, pero no tenemos el menor indicio de que algo así viniera a nuestro mundo esa época. ¿Por qué iba a venir una raza extraterrestre a "alumbrar" el camino de un Dios que, en el mejor de los casos, sólo representa a una parte de la Humanidad? Antropocentrismo puro y duro...

En las obras de la Edad Media (como la de arriba, realizada por Giotto a principios del siglo XIV) suele aparecer en forma de cometa, pero no hay registro de cometas en torno a los años 6-7 a. de C. A veces, en los árboles navideños que colocamos en nuestros salones, la imagen corresponde a una estrella, que bien podría suponer la presencia en el cielo de una nova o una supernova, pero tampoco hay menciones al respecto en las crónicas occidentales, chinas o coreanas.

Tampoco puede ser Venus, que es un astro extremadamente brillante (el de mayor brillo, después del Sol y la Luna), puesto que los antiguos conocían muy bien su presencia matutina/vespertina y no hay modo de que cometieran tamaño error.

¿Un bólido muy brillante? Tampoco, dado que es un fenómeno luminoso pero que apenas dura unos segundos.

¿Entonces? Parece ser que la mejor opción es la situación especial de dos planetas en el cielo, en particular Júpiter y Saturno, que hacia el año 7 antes de Cristo estaban muy cerca en el firmamento. Los Magos, probablemente, eran astrólogos, con lo que harían una interpretación astrológica de este suceso astronómico. Júpiter sería visto como un gran rey (recordemos que Júpiter era Zeus, el rey de los dioses, en la mitología griega que luego re-adoptaría el Imperio Romano). Saturno, por su parte, era el dios romano del tiempo y la justicia. Por tanto: "Nuevo rey de justicia".

Sumado a todo ello, ambos planetas estaban en la constelación de Piscis, un signo de agua. La constelación se asociaba a Moisés (claramente involucrado en temas de agua: se le rescató de las aguas, abrió el mar Rojo, convirtió el agua en sangre, etc.) y de él hasta su pueblo, Palestina. Por este motivo, los Reyes se digirieron hacia allí. 

La importancia de una conjunción tal entre Saturno y Saturno la refuerza le hecho de que dos tablillas de arcilla de Babilonia, halladas en Siphar, hacen referencia a tal fenómeno con entusiasmo. Por lo tanto, era un suceso que ya se conocía que iba a acontecer y que, por tanto, tenía cierta relevancia para los estudiosos del cielo.




Aspecto del cielo cerca de Babilonia, el lugar supuesto del que partieron los Reyes Magos, en una reconstrucción del cielo vespertino del día 29 de noviembre del año 7 antes de Cristo. He colocado el círculo rojo para señalar la conjunción de Júpiter y Saturno, prácticamente fundidos en el cielo, un hecho inusual y de fuerte carga simbólica desde el punto de vista astrológico.

¿Fue en verdad nuestra "Estrella de Belén" esta conjunción planetaria? No lo sabemos con certeza, pero es plausible. Quizá se trate de otra cosa, que hoy desconocemos, o puede que sea un mero invento literario. En todo caso, el interrogante seguirá abierto, posiblemente durante mucho tiempo...

La próxima vez que veáis un belén o una estrella en la cúspide de un árbol de Navidad, pensad lo que podría ser en realidad ese astro. Cometa, supernova, conjunción planetaria... o quizá algo totalmente inesperado y sorprendente.

24 de diciembre de 2017

'Sol sistere'


Ahondando en el tema, y dadas las fechas, recordemos un poco qué significa la palabra que designa la posición de nuestra estrella madre en estos días de frío, mantas y gorros de lana (y de calores, playas y bikinis para nuestros hermanos sureños).

La palabra "solsticio" procede del latín solstitium, que está formado por sol (sol, estrella) y sistere (detenerse, pararse). Esto es, viene a decir que el "Sol está parado, detenido".

Pero, ¿detenido, en qué sentido? Pues porque cuando el Sol alcanza el punto más bajo (o más alto) la duración de los días previos y posteriores es casi idéntica, y a los antiguos les costaba mucho trabajo determinar en qué día estaba más bajo (alto) el astro, y a causa de esta confusión o dificultad les parecía que el Sol se estabilizaba en el cielo, que se paraba, deteniéndose, de ahí lo de sistere.

Por este motivo, también, a veces el solsticio se celebraba el 25 de diciembre. A partir de este momento, la estrella parecía ganarle terreno a la oscuridad, y los antiguos romanos y celtas lo atribuían a una victoria del Sol sobre las tinieblas. 

Y, con ello, la luz volvería a triunfar.

(Imagen: Crepúsculo en Zamora, Mayo de 2011; El Hermitaño)

20 de diciembre de 2017

Luz baja (solsticio)



A punto de penetrar en el solsticio invernal, un tiempo lleno de narices lloriqueantes y manos entumecidas, solemos mirar hacia atrás para ver cómo ha sido el año. Ya se sabe: un análisis del "¿qué tal el 2o17?". Facebook nos ametralla con resúmenes estupendos y llenos de vistosidad, pero su repetición en cada muro resulta, al fin, un poco cansino. Además, si se nos ocurre realizar un autoexamen propio, en pocas ocasiones seremos sinceros, en muchas condescendientes, en otras parciales y las habrá, también, en que no podremos evitar ser claramente interesados. Por tanto, sospechamos que no posee demasiado valor.

Nosotros no vamos a realizar ese ejercicio tan poco original, como tampoco su opuesto, es decir, imaginar por qué derroteros irá el 2018; si precisamente lo bueno es la ignorancia del "qué vendrá", esto es, no poder ni concebir qué sucederá en esos 365 días llenitos de vacío, 365 entradas de la agenda totalmente blancas e impolutas. Que el porvenir las llene, a su tiempo y según su gusto.

Aquí nos limitaremos a formular otra pregunta. Sencilla y directa: "¿Os gusta el solsticio?". Es decir, ese momento en el que el Sol, como un niño tímido y circunspecto, decide bajar casi hasta el horizonte, como queriendo desaparecer. Es un instante (de semanas, pero instante a fin y al cabo...) bello, ese intervalo en el que la estrella arroja las mayores sombras, apenas caldea la tibia atmósfera y su faz parece debilitarse.

Contemplemos los árboles desnudos (algunos, claro; los perennes son unos aguafiestas), los líquenes y musgos que aparecen en veredas húmedas, la (gloriosa) huida de los mosquitos, la llegada de las nieves a zonas altas, el retorno de las humildes hormigas a sus territorios bajo suelo... veamos, también, como emergen del cielo astros nuevos, grupitos de estrellas que titilan con fuerza, constelaciones que abrazan el frío y resplandecen como con luz congelada.

El frío no debe ser impedimento para recrearse en el espectáculo. Aunque a muchos no nos agrade, en realidad el Sol nos está haciendo un favor, con su corto recorrido por el cielo. Porque anuncia que está presto a empezar otro ciclo, que pronto sus rayos volverán a calentar, que su efigie de hidrógeno a 6.000ºC exhalará poderosos chorros de luz y energía (redundancia tonta; son lo mismo). 

Vayamos algo más allá de los resfriados, las bufandas y los tés con tomillo o las sopitas reconfortantes. Pensemos un segundo cómo el Sol, ese astro al que apenas prestamos atención, marca, dirige y guía nuestro estado de emoción, de vitalidad y (casi diría) de salud o enfermedad.

Y brindemos por el solsticio, por cómo las sombras se ensanchan, la luz se atenúa y el disco amarillo alcanza raudo el oeste, para decirnos adiós. Y esperemos que quiera volver a lo alto, lenta pero decididamente, como lleva haciendo los últimos cinco mil millones de años.

Antaño, casi todas las culturas de la Tierra festejaban el solsticio invernal, rogando y realizando ofrendas para que la estrella volviera por encima del horizonte. No eran homenajes frívolos ni faltos de sentido: vivimos gracias a ella. Estamos en deuda con ella. Es más, somos ella (en sentido totalmente literal).

Es una madre, en realidad. Brillante, poderosa y humilde, que ilumina a sus hijos, a todos por igual, sin distinción de raza, cartera, color de piel ni estatus social.

Qué hijos tan ingratos seríamos si, como nuestra madre que es, no le prestáramos la atención que merece, ¿verdad?


(Imagen: Ocaso en tierras de Salamanca, Octubre de 2005; El Hermitaño)

Un regreso


A veces las cosas parecen suceder por mero azar; en otras, en cambio, es como si fueran algo inevitable, algo que estaba destinado a ocurrir como si, por ejemplo, un terreno tuviera una propiedad mágica que hiciera germinar las semillas forzosamente, sin necesidad de regarlas ni cuidarlas. A veces todo depende de nosotros; otras, de los demás.

El abandono de este blog, por espacio de casi tres años, obedeció no a un cambio de intereses, sino a una hartura temporal. Ya no había nada que contar; no había motivo para seguir narrando ni explicando nada. Una existencia -la propia- cuya vivencia no encaja(ba) con el espíritu de esta página no merecía ser recogida. ¿Para qué? Sería excederme, forzar, tratar de mantener algo que ya había muerto.

Así que en el blog penetró el silencio, ése del que tanto hemos hablado en estas notas, e hizo enmudecer las palabras. Y lo hizo bien.

Hoy regresamos, empero. ¿Por qué? ¿Hemos vuelto a ser aquel que vivía medio aislado, sin contacto, sin compartir nada, gustosamente extraviado, cuya vida eran libros, gatos y la soledad? No, en absoluto. ¿Entonces?

Porque, en ocasiones, el azar, siempre inesperado (dichoso azar si no lo fuera), golpea y de improviso se abren conductos, puertas, sendas pequeñas cuya espesura no deja ver adónde llevan, pero que son tentadoras. Y encuentras a alguien que te anima a seguirlas, alguien que te dice: "ponte las botas y empieza a caminar". Tú no estás muy seguro (nunca lo estuviste), pero algo hay en su seguridad que te contagia; y ese ánimo se adentra en ti, te conmueve y habla ("hazlo", ordena) de un modo que no puedes ignorar.

Por ello estamos aquí. Por ello regresamos. Trataremos de recuperar, en lo medida de lo posible, lo mejor de los años previos (años que han pasado raudos y que nos han hecho cambiar, pero que creemos aún conservan pequeñas briznas de valor), y le iremos añadiendo todo lo nuevo que sintamos/pensemos/vivamos. Iremos creciendo, mejorando y veremos hacia dónde nos encaminamos...

A todos los que alguna vez por aquí vinieron, gracias. Y a los nuevos, que ojalá los haya, ¡bienvenidos!.


(Imagen: Cielo crepuscular, Gandía, Noviembre 2017; El Hermitaño)

26 de abril de 2015

Benditas


Es lindo regresar con ellas del huerto, en una gran bolsa; sentarte, pelarlas mientras escuchas un poco de música y, después, con algo de cebolla y patatas y el sencillo arroz, preparar una "cassoleta d´arròs al forn" puramente vegano, sabiendo que nadie tuvo que matar a nadie para ello...

Y, además, es más lindo aún saber que las habas, como buenas leguminosas, pillan el nitrógeno del aire y lo fijan en la tierra, por lo que la enriquecen por ellas mismas.

Por tanto, más allá de su valor nutritivo y su sabor, son útiles y colaboran en la riqueza de la tierra. ¿Qué más se les puede pedir?

Las adoro!!

(Imagen: El Hermitaño)

24 de abril de 2015

En(clave) oscuro


Si bien hay quien se va a Escandinavia a disfrutar de paisajes bellos (y yo también quisiera hacerlo, si tuviera suficientes monedas...), a veces lo cercano es igualmente hermoso. Y no necesitamos recorrer 7.000 kilómetros sino que, en una simple carretera comarcal (la magnífica CV-590, en este caso, entre Enguera y Ayora), junto a unos pinos y en un ambiente tranquilo, podemos hallar paz y serenidad (aunque, lo reconozco, Led Zeppelin y Pink Floyd aullaron también sus largas horas a través de los altavoces...).

Y, por la noche, aún queda lo mejor; eso que tanto (me) agrada: oscuridad, silencio y soledad. A algunos les puede intimidar estos elementos (el mínimo ruido extraño, una sombra real o imaginada, no vislumbrar apenas luces de hogares, como si estuvieras extraviado en algún lugar lejano...); pero, con el tiempo, se convierten en tus amigos. E irte a ensoñar cobijado por ese gran cuenco negro cubierto de estrellas es... como refugiarse dentro de un hogar caldeado y acogedor, que respira cariño.


Y, de vuelta a la costa ruidosa, te sientes lleno de energía y de agradecimiento. Y recuerdas ese olor a pinos, el viento suave y... también, la mirada de aquel niño montado en bicicleta que, junto a su familia, pasó a tu lado y se volvió, sonriendo. Ese niño que, quizá, desea poder estar algún día en un sitio así, con el caracol y esa misma soledad, esa libertad y ese mismo silencio...

Tu tiempo llegará, amigo mío.

(Imágenes: El Hermitaño)

'Piedad postrera', de Pío Baroja (ha. 1902)


“Fue el tiempo de una terrible exaltación de la piedad. El mundo había encontrado nuevamente la luz, y la oscuridad ya no existía.

Porque la Humanidad había sentido en su alma la conciencia del infinito, y el horizonte de la vida era cada vez más grande y cada vez más azul.

El hombre ya no podía soportar el espectáculo del sufrimiento ajeno, y se desvivía por los demás. El rico había comenzado por desprenderse de lo superfluo y quería compartir con sus semejantes lo necesario, y el pobre se resistía a tomarlo, y ambos eran felices.

Pero al corazón generoso del hombre esto no le bastaba, y trató también de llevar la felicidad a los animales, y a las plantas, y a todo lo que vive, y a todo lo que siente.

Porque en todo está la idea y todo es la idea, y la idea es Dios.

Y el hombre recordó que Jehová había dicho : “No matarás”, y se abstuvo de derramar sangre de hombre.

Y recordó que en el “Ecclesiastés” estaba escrito: “ Porque el suceso de los hijos de los hombres y el suceso del animal, el mismo suceso es; como mueren los unos así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos.”

Y se abstuvo de derramar sangre de animal.

En una inmensa pradera bañada por el sol, celebraron en el mundo la fiesta de la emancipación de los vivos.

Y por delante del hombre desfilaron los animales, llenos de inmenso agradecimiento: los caballos y los asnos, las vacas, los perros, los elefantes, los leones y las serpientes, y todos miraban al hombre con amor, porque había dejado de ser su verdugo para ser su verdadero amigo.“


Relato breve incluido en la recopilación “ Cuentos”, de Pío Baroja, publicado por Alianza Editorial (1984).

Da gran satisfacción encontrar un texto así, tan empático, tan delicioso... Y aún es más estimulante y reconfortante saber que fue escrito hace ya más de un siglo, por un escritor de renombre, a quien el maltrato animal y su muerte innecesaria lo asqueaban (no hay más que ver el episodio de la visita a la plaza de toros en 'La Busca', una de sus más conocidas novelas).

Bravo por Pío, por ir contracorriente, y por pensar acerca del sufrimiento ajeno, tanto humano como animal.

Ojalá muchos hubieran sido (y fueran) como él.

13 de febrero de 2015

Amor en espera

CUANDO EL AMOR LLEGA DE FORMA NATURAL

"Hay personas que tienen pareja pero se sienten tan solas y vacías como si no las tuvieran.

Hay otras que por no esperar deciden caminar al lado de alguien equivocado y en su egoísmo, no permiten que ese alguien se aleje aún sabiendo que no le hace feliz.

Hay personas que sostienen matrimonios o noviazgos ya destruidos, por el simple hecho de pensar que estar solos es difícil e inaceptable.

Hay personas que deciden ocupar un segundo lugar tratando de llegar al primero, pero ese viaje es duro, incómodo y nos llena de dolor y abandono.

Pero hay otras personas que están solas y viven y brillan y se entregan a la vida de la mejor manera. Personas que no se apagan, al contrario, cada día se encienden más y más. Personas que aprenden a disfrutar de la soledad porque las ayuda a acercarse a si mismas, a crecer y a fortalecer su interior.

Esas personas son las que un día sin saber el momento exacto ni el por qué se encuentran al lado del que las ama con verdadero amor y se enamoran de una forma maravillosa".

Santa Teresa de Calcuta

12 de enero de 2015

Noche extraviada



Maravillosa noche la que disfruté este pasado jueves, no lejos de Dos Aguas.

Hacía un frío que congelaba hasta... bueno. Tras la cena salí a gozar de las estrellas, que se veían en muchos centenares, menos en dirección a Valencia, donde había un horrible hongo de luz. Estaba solo en medio de esa carretera (en la foto se ve el pico 'Ave', de unos 950 metros de altura... y al que en otra ocasión querría subir), por la cual apenas pasaban ya vehículos. Todo silencio, y arriba, la oscuridad.

Se veía a simple vista el cometa 'Lovejoy'... al este de Orión, como una manchita nebulosa. Fantástico.

Me avergüenza reconocerlo... pero, en un momento dado, como un poco idiotizado por el espectáculo, me puse a bailar bajo las estrellas (yo, que tengo dos pies izquierdos y debí perder el ritmo allá por en la primera comunión, o antes...). Me tranquiliza que nadie me viera; la oscuridad fue mi aliada.

Después, me metí en casa, escuché a Pink Floyd de nuevo (mi banda sonora estas últimas semanas...), cerré la puerta con pestillo, puse la calefacción en marcha, y a dormir.

Mágico...

(Imagen: El Hermitaño)

La vida (casi) dormida


Sin abono que lo potencie, sin ningún tipo de aditivo ni complemento que le brinde energía extra, sin apenas nada más allá que lo que lo propia tierra posee, ni pesticidas, ni plaguicidas...; en definitiva, con nada más que luz solar, agua y un poco de estiércol, cada plantita va creciendo poco a poco, esforzada, trabajosamente... No lo tienen sencillo, en esas condiciones, pero ellas son buenas, generosas, y lentamente van subiendo, adquiriendo tamaño y robustez.

Y es reconfortante ver que, aunque se abata el frío o las heladas encima de ellas, prosiguen su ritmo... Las alcachofas se queman por el termómetro bajo cero, pero incluso así las pequeñitas pugnan por no dejarse vencer, y las ves brotar, ansiosas por desarrollarse, pese a estar malheridas. Bonito, ver las ganas que, pese a todo, tiene la vida de vivir...

Y, dentro de pocas semanas... la primavera. Se iniciará otro ciclo, uno más, y la rueda empezará a dar vueltas de nuevo, sin fatiga, sin fin. Hay que arrancar la maleza, trabajar la tierra, preparar los caballones y los lechos, estercolar... Y, para cuando el sol pille el equinoccio, hurgar con la mano, dejar caer las semillas y aguardar.

Mantener ocupadas las manos, la mente y el corazón. Y descansar; y compartir. Y hacer que los que te rodean vivan mejor.

Con eso me basta.

(Imagen: El Hermitaño)