17 de diciembre de 2006

A orillas de grandes sueños



La vida es puro sueño. Desde el nacimiento hasta la muerte nos movemos en aguas turbulentas, de ensueño, de irrealidad: a veces parece que vivamos en un mundo onírico, completamente ajeno a algo que podemos llamar "realidad". En ocasiones, esta realidad es evidente, palpable, en otras parece desaparecer, volcando la existencia en un mar ilusorio.

Lo que importa de todo esto es que, sea la vida realidad o no, debemos llenarla de sueños, de metas, de aspiraciones totales y totalizantes, que nos realicen, que nos hagan felices. Algunos de esos sueños serán imposibles de alcanzar, otros resultarán más asequibles, y otros tomarán forma sin que nos lo propongamos conscientemente. Sabemos que la vida no es perfecta; a veces nos hiere cuando creemos que estamos en la cima, cuando estamos alcanzando la cúspide, como para hacernos ver lo frágiles e insignificantes que somos, y lo intrascendente de nuestras ambiciones. Pero los deseos permanecen, tercos, en nuestras mentes. No hay forma de alejarlos de nosotros, porque sin ellos, en realidad, no habría vida. Son la sustancia que da sentido a nuestra existencia, aunque tras décadas de esfuerzos acaben por disolverse en el aire de lo imposible. No obstante, síguen ahí, latentes, para siempre.

A punto de que el 2006 llegue a su ocaso, algunos de esos grandes sueños que antaño parecían lejanos, como en otro mundo, y dignos de la mayor utopía, por modos de vida y circunstancias personales, ahora, tras unos pocos meses, empiezan a tomar forma. Al mismo tiempo, un sueño repentino, increíble, que atraviesa la vida y la tienta, como salido de la nada, ha estado a punto de acabar, al menos temporalmente, con aquellos otros anhelos largamente esperados. Como una sacudida intensísima y poderosa, la llamada ha alcanzado el espíritu de un hermano de armas, quien se ha visto absorbido de inmediato y, decidido, emprende al parecer el Gran Viaje. Pero los sueños residentes desde hace lustros son aun más poderosos, y llevan mucho tiempo a la espera; zahieren el ser y no dejan lugar para otros, por novedosos y electrizantes que sean. Así que, de momento, me cobijaré aquí por unos meses, alejado del camino que aún me espera, viviendo como sé, vivificando y robusteciendo mi ansia de libertad, independencia y evolución.

Mientras otros cruzan ríos en parajes extraños y miran cielos distintos, yo moraré en tierras conocidas y firmamentos ya sabidos, pero no por mucho tiempo. Mi sueño, mis sueños, guardan esencia de movimiento, de exploración, de salida y no se sabe si de vuelta. No hay que desesperar. Cada cosa a su tiempo, sin prisa, porque ya llegará el momento.

Paso a paso, y, al fin, el camino se abrirá por fin a tus pies.

12 de diciembre de 2006

Disidentes en un mundo extraño

El mundo actual, tal y como lo conocemos, está destinado a desaparecer. No puede moverse de la forma en que lo hace y nosotros, los mortales que en él moramos, adecuarnos todo el tiempo a sus aceleraciones. Pero no me refiero al mundo natural, del que partimos todos, sino el mundo artificial, el creado en occidente, el que marca nuestras vidas. Debe estar destinado a desaparecer, porque es un mundo de locos.

Pienso en este momento en la gran mierda, en la enorme mentira creada en Navidad para satisfacer bolsillos de ricos y hacernos creer que el mundo es un maravilloso paraíso de bondad, solidaridad y armonía entre los hombres y mujeres de la Tierra. Es el colmo de la hipocresía, de la falsedad cubierta por sonrisas falsas y vestidos de diseñador. A la gente le pasa algo grave si sólo piensa en compras, en halajes, en billetes y en esos horteras Santa Claus colgando del balcón, el colmo de la cursilería y el mal gusto. Debo ser el único que aborrece ir a un centro comercial, cargarse de bolsas y creer que soy por ello más feliz. Las posesiones acaban por poseernos. Curioso, y trágico.

En otro orden de cosas, el otro día comentaba con un hermano, más él que yo, lo hostil e incomprensivo que se ha vuelto el mundo (no quiero creer que siempre ha sido así) con los disidentes, los distintos, aquellos que no prosiguen por el camino marcado. Parece que tengas que hablar, comportarte y ser como los demás para que éstos no crean que estás tarado o que los consideras inferiores a ti. A veces, un silencio ante una persona se interpreta como un signo de que no merece ser hablada, cuando en realidad el 'ser silencioso' está a miles de kilómetros de allí, en realidad, en otro mundo, en otro Cosmos. Es decir, quienes no entienden nada, lo malinterpretan todo. Ante esto, uno quiere huir, volar hasta donde puedas ser tú mismo sin tener que dar explicaciones continuamente. Mi hermano se sentía hastiado de su situación, y yo le comprendía, porque en cierto manera yo siento lo mismo; al mismo tiempo, intentaba comprender por qué la gente es tan necia, tan escasa de luces ante lo diferente, ante lo que no respira como ella. ¿No pueden comprender acaso que hay otras formas, otros caminos, esencias distintas que buscan su lugar? ¿Por qué tienen que intentar cambiar a los que no son como ellos?

A raíz de estos pensamientos y tras las conversaciones con este hermano de armas, que han dado lugar a otras reflexiones sobre el tema, en las que uno se siente más extraño que nunca en este mundo que llamamos civilizado e ilustrado, he compuesto un pequeño relato, que se publica en un post aparte. No vale mucho, es cierto, y lo escribí de un tirón en media hora sin cambiar nada, y además tiene un final demasiado bonito, lo reconozco, pero pese a sus limitaciones y carencias, espero que sirva, por una parte, para poner de manifiesto que, siendo todos nosotros iguales, en nuestras esencias hay un poso muy distinto; de anhelo, de búsqueda, de inconformismo, de lo que uno quiera. Por otra parte, también puede servir para mostrar que los diferentes, los que se alejan de la corriente en masa, a veces tienden a verse a sí mismos como seres especiales, y que si de hecho lo son es, más que por sus propios méritos, por la mediocridad y uniformidad de todos aquellos que le rodean.

El sueño del pájaro libre

Había una vez un hermoso pájaro encerrado en una celda de metal; su cárcel era ancha, espaciosa, y era compartida por otros semejantes a él, pero el pájaro no se sentía a gusto con ellos. En el fondo no quería, intentaba evitarlo con todas sus fuerzas, pero los odiaba. Por su ceguera, por no ver que estaban encerrados, por su apatía e indiferencia ante lo que les rodeaba. Tenía a su lado a muchos que parecían ser como él, pero siempre se veía solo.

A veces intentaba hacerles ver cómo era, por qué, a diferencia de los otros, sufría cada día en su compañía, pero como no quería hacerles daño, nunca les hablaba directamente. Hubiese sido demasiado duro para ellos. De qué serviría, pensaba, decirles la verdad, si no la comprenderían, o la malinterpretarían, como hacían siempre. Sus silencios les confundían, sus cantos eran extraños, solemnes y llenos de amargura; los de sus compañeros, en cambio, sostenían siempre la vivacidad y la armonía, pero eran sosos y estúpidos, pensaba el bello pájaro. Podían trinar sin parar, horas enteras, y sin embargo, no llegaban sus melodías a ninguna parte. Eran como sonidos vacíos destinados al olvido inmediato.

Él era distinto, sin duda; amaba la vida y el amplio mundo a su alrededor; necesitaba salir de la celda, ir a buscar a otros pájaros, hermanos reales suyos, y guarnecerse de las apatías e indiferencias de los demás compañeros de cautiverio. La celda, no obstante, era firme, y sus barrotes, finos, carecían de intersticios lo suficientemente anchos. El pájaro, siempre solo, siempre ignorado, permaneció en silencio durante mucho tiempo.

Hubo un instante en que, tras anhelar con tanta fuerza su liberación, se vio a sí mismo desatado al fin, los grilletes abiertos y el mundo exterior a la espera de ser descubierto. Sin entenderlo, pero feliz por su huida de la insensibilidad y el oprobio, marchó al aire limpio y nuevo; no viciado ni contaminado, el ambiente era de una pureza tal que apenas se elevó perdió el equilibrio y fue a caer a la entrada de la caverna donde había vivido hasta entonces. Quiso emprender el vuelo de nuevo, más sus miembros no le respondían. No era insólito, pensó, entristecido, pues jamás había aprendido a volar.

Echó entonces la vista atrás y distinguió, como a mucha distancia, la celda de sus semejantes, que según él no eran tales. Seguían allí, en su mundo estrecho, en su limitada esfera de vida, y se compadeció de ellos. No le miraban, si siquiera sabían que había huido, y seguramente tampoco les importaba. La compasión pronto se convirtió en odio, y en poco tiempo el bello pájaro del color del fuego sentía una hostilidad creciente hacia ellos. "Míralos", se decía, "no saben ni entienden nada, recluidos en la celda, en la prisión de sus vidas". "Yo, en cambio, soy ahora libre, y haré y viviré cosas que ellos jamás sospecharán", se dijo, orgulloso, el pájaro dorado. Pero, ¡ay!, sus alas rechazaban cualquier intento de elevar su armonioso cuerpo hacia las estrellas. Las movía frenéticamente, con furia, con energía desmedida, mas todo lo que abandonaba el suelo eran unas cuántas motas de polvo.

Irritado, al pájaro de oro empezó a cantar una melodía cacofónica y estridente, la cual llegó hasta sus compañeros, quienes dirigieron sus miradas hacia el origen de aquella tonada inarmónica y cruel. Buscando quien hería sus oídos, reconocieron al pájaro de bellas plumas doradas. Entonces, mientras éste aullaba de rabia, los otros pájaros vieron que enfrente suyo había un gato enorme, profundamente dormido sobre un montón de paja. Sin embargo, el cántico del pájaro de oro era demasiado ruidoso, y el gato parecía ir despertándose. Alarmados, los pájaros de la celda iniciaron sus propios trinos con la esperanza de avisar a su compañero que quizá, pensaron, se había extraviado de la celda por algún motivo que ellos no comprendían. Sin embargo, sus trinos eran muy agudos, y terminaban ahogados por el potente canto del pájaro dorado. Uno de los pájaros esclavos, viendo que al parecer su amigo tenía intención de volar, sintió una pena infinita por él, dado que sus alas no estaban hechas con esa finalidad. Pero, como último recurso, propuso a sus hermanos tratar de ayudarle ofreciéndole unas alas nuevas. Así, cada uno de ellos aportó una pluma, y confeccionaron en un tiempo récord un par de membranas flexibles y ágiles, que tal les fueran útiles al apenado pájaro dorado.

En ese momento el gato se despertó, pero no vio al pájaro dorado; en su lugar, se dirigió con aire somnoliento al tazón de comida, donde dio un par de bocados a los restos de la comida de ayer. El pájaro dorado, agotado, había concluido su lamentación en forma de indignado gorjeo, y fue entonces cuando vio al gato. Atemorizado, el pájaro de fuego quiso volar para huir de él, pero de nuevo fue incapaz. Fue entonces cuando oyó el canto cadencioso de sus otrora compañeros de celda, y su mirada descubrió que, ante ellos, había un par de plumas extrañas, con distintas tonalidades. Entendió que tal vez con aquellas plumas pudiese por fin iniciar el vuelo y huir de aquel horrible gato, de modo que se dirigió con dificultad hasta la base de la celda, donde les esperaban sus antiguos camaradas. Una vez allí, les pidió el par de alas que ellos poseían.
– ¿No puedes regresar a la celda, verdad? – le preguntó uno de los pájaros encerrados, mientras le tendía las alas por entre los barrotes.
– No, lo que quiero es simplemente volar más allá de ella –explicó el pájaro dorado. – De todas formas, no lo entenderías, así que gracias a todos por vuestra ayuda.– Se colocó las alas sobre las suyas y, de forma milagrosa, encajaron a la perfección. Las batió para probar e, impresionado, vio que eran muy ligeras, pero que le elevaban del suelo sin apenas esfuerzo.
El gato vio movimiento por el rabillo de su ojo derecho y de inmediato se giró hacia allí; vio entonces al pájaro dorado intentando volar, de forma torpe aún, y se lanzó hacia él. Raudo, llegó hasta donde el pájaro se encontraba y, de un zarpazo, lo echó al suelo, frustrando todas sus intenciones de huir. Justo cuando el gran gato negro abría sus fauces oscuras para engullírselo, el pájaro dorado abrió sus ojos y el sueño inquietante desapareció.

Allí estaba él, aún dentro de la gran celda, acompañado por todos aquellos compañeros suyos, quienes proseguían sus cánticos insulsos y parecían no reparar en su presencia. Todo había sido, en efecto, un sueño. En el sueño ellos le ayudaban a él, aunque la culpa de no escapar fue sólo suya: de no haber perdido el tiempo en estúpidas lamentaciones, en sus rabias absurdas, hubiese abandonado para siempre aquella cárcel de acero. Había, no obstante, algo en el sueño que parecía hacerlo real; “¿y si el sueño no fuera tal, simplemente? ¿Y si fuese una premonición de lo que está por venir?”, se preguntaba el pájaro dorado. “Si mis compañeros son quienes me ayudan a escapar, incluso alejándome de ellos mismos, ¿no debería yo?, si... , ¿no debería ... ?”.

Tras unos momentos de reflexión, el pájaro dorado se dirigió hacia donde estaban sus compañeros. Al principio hubo una clara nota discordante en el grupo de pájaros trinantes, pero pronto esa nota, sin desaparecer por completo, se perdió entre la belleza y la sencillez de una melodía alegre y feliz, la melodía de una reunión largo tiempo anhelada.

3 de diciembre de 2006

Abriendo una senda



La Naturaleza siempre está dispuesta a dar a veces algunas sorpresas. Olisqueando el ambiente, brumoso y opaco, del día de ayer, marché a las montañas, mis montañas (entendidas no como posesión, sino como parte de ti mismo). Enfilé un camino muy bien señalizado, de interés ecológico, y de una cierta importancia para los andariegos que se pierden en la espesura del bosque sin más motivo que el existencial. Yo mismo lo había trillado antaño, como parte de un programa (impensado e inconcluso) para paterame todos los rincones de mi querida y cada vez más devastada comarca. Casi nunca tengo un plan para adentrarme en las montañas: simplemente el vehículo me acerca hasta ellas, y luego todo es cuestión de un giro rápido de volante o una decisión espontánea.

Una vez penetro en el tapiz de rocas, árboles y flora arbustiva, el mundo cambia. Sólo unos metros más atrás hay cierto jaleo de perros ladrando, gentes con motosierras, y los signos de civilización. Tras avanzar unos pasos, a uno le invade la selva. El valle se encajona, el cielo parece oprimirte, y el silencio nace de repente. Es una sensación agradable, hechizante. Del gris y brumoso firmamento aparecen aves en las alturas, algún conejo surge del suelo fangoso, y todo lo que hay a tu alrdededor se reduce a lo que la Naturaleza ha creado. Vida, silencio, y espacio.

La verdad es que en ese momento he tenido la impresión que era la primera persona en mucho tiempo que se arrastraba por allí. Parecía que nadie hollaba esas tierras... casi desde la creación del propio Universo. Unos pasos más y la propia tierra me lo confirma: las zarzas y arbustos que, de ordinario, se limitan a los márgenes adyacentes del camino, descansan ahora sobre el trazo del mismo. Quizá, un par de años antes, cuando visité el lugar por última vez, fui en realidad el postrero visitante... . No obstante, y pese a los daños que otras veces las zarzas ocasionan, no he amilano y sigo adelante. Con las manos, los brazos, los pies, la mochila, a veces con la nariz, voy quitando las hierbas y me abro paso, no sin dificultad. Las zarzas hieren un poco, las botas se llenan de fango y agua, el corazón se acelera y sudas para avanzar un par de metros.

Una sensación maravillosa y terrible, al unísono, es la de saber que en la mochila, mi única compañera, no descansa ningún móvil, el aparatejo más enojoso y, al tiempo, salvador que uno pueda imaginar. Yendo entre desmontes, con tajos enormes a uno y otro lado, la cosa más sencilla del mundo es despeñarte y acabar hecho puré en el fondo de un barranco anónimo. Pero ahí reside, en efecto, la aventura, el riesgo, la conmoción que supone estar solo en medio de toda esa enormidad y sin nadie que pueda echarte una mano. No se trata de despreciar la vida, más bien al contrario; de la soledad (verdadera) surge la estima hacia tu existencia, y ello te hace asirla con fuerza, para darle la mayor significación posible. Y esto sólo es realizable si eres consciente de que puedes perderla al menor descuido.

Hay muchas maneras de abrir una senda. Uno puede ir a la montaña y a manotazos abrirse camino por entre la maraña; pero también puede hacerlo en la vida "corriente". Es más, quizá deba hacerlo, porque quien no lucha, quien no siente deseos de arrancar la pobredumbre que infecta a raudales este mundo no me parece humano. Como el sendero por el que apenas pude avanzar ayer, hay caminos dificiles en esta miserable y espléndida vida; pedregososos, fangosos, llenos de peligros y solitarios, que sólo recorren unos pocos. Los hay, también, tan limpios de zarzas como las grandes autopistas, por las que circulan casi todos: vías seguras, iluminadas, que nos llevan fácil de un lugar a otro.

En función del carácter de cada cual, nos movemos por unas sendas u otras. En función de lo que para nosotros representa la vida, decidimos lo fácil o lo dificil, lo limpio o lo sucio, lo usado o lo inmaculado. En función de cómo somos, penetramos en el sendero lleno de zarzas, o nos limitamos a regresar a casa donde, calentitos y bien abrigados, al amparo de un mundo domesticado, continuamos nuestros quehaceres en la civilización. A salvo de peligros incontrolables y barrancos escarpados, sólo con los riesgos creados por el hombre en su pompa artificial, nos limitamos al consumo y a la concurrencia.

Y, ahí, ése es el mundo en el que nos hallamos, impersonal, frío, distante para todos nosotros. Entro en Internet, abro el blog, empiezo a escribir estas líneas. Y miro hacia afuera, a las montañas, a la Madre. Quizá deba ir, quizá deba volver a penetrarla, y hacerme suyo. Tal vez, sí, deba volver a abrir una senda.

24 de noviembre de 2006

Otoños



Raudos como el viento que baja de las montañas, los otoños son casi más una transición que una estación en esencia propia. Breves, momentáneos y casi sin sustancia, apenas llegan se van, no han siquiera calado en nosotros abandonan toda compañía y marchar hacia el adiós. Ya hablé, hará cosa de un año, sobre lo efímero del otoño. Hoy quisiera destacar su fragilidad. Quizá la brevedad y la fragilidad vayan de la mano, o sean las dos caras de una misma moneda.

El caso es que esta tarde me he acercado a mi refugio próximo a las montañas, y allí he visto cómo un árbol que otrora estaba lleno de frutas y dotado de un plumaje verde intenso apenas conserva ya la presencia de unas cuántas hojas color sangre; una de ellas es la que ilustra este post. El viento hacía que el macizo árbol perdiese, al alimón, un buen puñado de su follaje, como alguien aquejado de alopecia ve cómo a cada paso de cepillo una parte de su cabello desaparece de su lugar natural.

Para algunos el otoño es un momento triste, como si representara el ocaso, término de todo lo vivo. A mi me pasa justo al contrario; veo en el otoño, en ese languidecer de los atardeceres, en la coloración de los bosques y en esa pérdida de materia biológica, la sustancia sobre lo que nacerá otro nuevo ciclo de existencia. El otoño es un momento ideal para percibir cómo la naturaleza necesita un pequeño instante de quietud, posterior a los bríos de la primavera y el verano y previo a la dureza del invierno (aquí, en el mediterráneo, dureza bastante relativa...). Y contemplar tal fenómeno no debe causar abatimiento, aflicción o desánimo alguno, porque de ahí brotarán nuevas semillas, savia nueva, una nueva piel para la naturaleza y los seres que en ella moran.

Para mí el otoño es un regalo mágico, el periodo más especial del año, junto con esa energía pura que es la naturaleza. En él puedes sentir, lejos de oscuras tinieblas, el guiño del mundo que dice adiós para reaparecer de nuevo en el futuro. Marcando el paso, seguro e inevitable, el otoño apunta hacia el porvenir, hacia la esperanza de que esa semilla nonata traiga a todos la paz y la concordia que tanto necesitamos en estos tiempos de sangre, ira y violencias; que parecen, al contrario que el árbol del que cayó esa bella hoja, no ser caducos.

19 de noviembre de 2006

Soledades

Hoy sólo quiero recordar grandes voces y pensamientos sobre esa amiga tan mal conocida y tan poco apreciada como es la soledad. Con ella he pasado algunos de los mejores momentos de mi vida, pero siento que en la actualidad está muy infravalorada. Nadie parece estar contento en soledad, nadie parece crecer en soledad, seguramente porque no entienden lo que significa en realidad ni lo que les puede aportar. No es aislamiento, no es estar solo, no es sentirse vacío o aburrido. Es algo completamente distinto, una compañía, una presencia con nosotros mismos... aunque no sé qué intento explicar, porque nadie (o casi nadie) lo va a comprender. Hay que vivir la soledad, la real y total, y entonces entender. Si no, es como explicar una amor o una experiencia inefable. Pero, quizá, a través de los grandes, que en verdad supieron lo que significaba, cabe la posibilidad de que sepamos, aunque sea en la superficie, lo que se esconde tras la verdadera soledad.

Sólo los solitarios pueden sentirse solidarios, José Bergamín

Cada uno de nosotros está solo y cuanto antes un hombre lo comprenda mejor para él, Jerzy Kosinski

A mis soledades voy/ de mis soledades vengo,/porque para andar conmigo/me bastan mis pensamientos, Lope de Vega

La civilización ha convertido la soledad en uno de los bienes más delicados que el alma humana puede desear, Gregorio Marañón

Soledad, noche a noche, yo te construyo, Emilio Prados

Nunca estoy solo. Siempre estoy conmigo, Claudio Solari

Aprenda a ser feliz estando solo. Si uno no disfruta de su propia compañía, ¿por qué imponérselas a los demás?, Mary Stanhope

Sólo en soledad se siente la sed de verdad, María Zambrano

17 de noviembre de 2006

El cielo llora (Leónidas 2006)

Hoy día 17 de noviembre (hacia las 20:50 horas, aproximadamente) empieza la lluvia de las Leónidas (he puesto algunos links que ofrecen información más detallada en el blog de Astronomía). Hace siete años, en un rincón apartado de La Safor, nos reunimos un grupo de observadores, curiosos y principiantes de la Agrupación Astronómica de la Safor (AAS) para dar cuenta de lo que se preveía sería una tormenta de meteoros en toda regla. Resultó que así, en efecto, sucedió, pero a una intensidad que casi ninguno de los que allí podíamos imaginar.

Nadie esperó una cosa así. Quien ha visto alguna vez las Perseidas entre el 12 y 13 de Agosto (o Lágrimas de San Lorenzo), no puede, en absoluto, hacerse una idea cabal de lo que se pudo contemplar el 17 de noviembre de 1999. Una ráfaga contínua y anonadante de meteoros, sin pausa, sin tiempo para verlos todos, danzaban sobre nuestras frías cabezas desde el radiante de Leo. Dispersándose en todas direcciones, los meteoros nos volvieron locos, yendo las abrigadas calvas desde un lugar a otro en pos de todos ellos. El paroxismo de la noche aconteció hacia las 2 de la madrugada, más o menos (no lo recuerdo exactamente... ¡hace siete años!), cuando en un momento dado la actividad se elevó hasta los 20.000 meteoros por hora (es decir, ¡entre 5 y 6 meteoros por segundo!). Entre las 2:50 y las 3:00 de la madrugada del día 18 la actividad alcanzó los 6.000 meteoros por hora,, una cifra jamás alcanzada por ninguna otra lluvia de meteoros. Fue un instante de locura, de completa confusión (gente gritando, brazos señalando el cielo, algunos sonidos extraños en la lejanía...) y el cielo que parecía querer caer sobre nosotros. Los que allí estuvimos hasta el final (hubo gente que se marchó desencantada porque hasta entonces apenas se había visto nada especial) vivimos una experiencia extraordinaria, cortesía del Cosmos.

En el 2006 las cosas no serán para tanto, la verdad, pero siempre es útil observar el cielo, además de relajante, y podría haber alguna agradable sorpresa, en forma de estallido esporádico. Hoy día 17 la actividad será baja (15-20 meteoros a la hora), pero el domingo tal vez lleguen a registrarse hasta 150 meteoros o más, lo cual nos da una media de 2 (o 3, si hay suerte) por minuto. Aunque el cielo llore poco en estos días, seguro que quienes decidan echar un vistazo por la madrugada (el máximo del día 19 tendrá lugar hacia las 5:45) no quedarán defraudados. Por cierto, habrá que mirar hacia el sureste.

Hay mucha información sobre el tema en blogs y en páginas específicas. Pero no olvidéis que una lluvia de estrellas como las Leónidas puede pasar factura (por frío, aburrimiento si la cosa no va bien [aunque en el cielo siempre hay algo que observar, o por cansancio). Así pues, si se puede, lo mejor será ir acompañados, abrigados, alimentados y dispuestos a pasar un buen rato a la espera de lo que firmamento pueda ofrecernos, que es mucho, muy variado y siempre verdaderamente interesante.

Suerte a todos.

5 de noviembre de 2006

Lluvia y cielos negros

La lluvia, escasa y esporádica, ha roto la monotonía otoñal que hasta ahora reinaba en el Mediterráneo. Uno agradece estos repentinos agüaceros, desafiantes y estimulantes, porque limpian la insalubridad de las calles y la sensación de sequedad. No hay nada más vigoroso que patearse los campos tras un buen chaparrón: ese olor, los efluvios naturales, la luz que todo lo baña, uno siente que la materia y la vida se enlazan después de un tiempo casi infinito de marchitamientos y aridez extrema. Uno se siente, con ello, vivo de nuevo.

Más allá de la lluvia, en la lejanía del cielo encapotado, nubes de un tono negro sombrío acechan, a la espera. Pero no hay guerra, nada hay que temer. Son nubes hermanas, de oscuridad transitoria y difusa, y sólo se prestan a fusionarse con los mechones blancos de una madre tierna y receptora.

Incluso aún más lejos, donde la tierra se une a la gavota de jirones nubosos, aparece un parche azul, luminoso, como recién nacido. Señal de un cambio, engullirá vapor de agua y, de aquí a pocas horas, volverá a sentarse en el trono ese astro de oro, rey de los vivos y la materia, que da espíritu y motor a los terrícolas, que guarnece de sabor y saber a la Humanidad.

Ra, héroe y señor de cuanto existe, volverá para traernos paz, muerte y esperanza.

19 de octubre de 2006

'Apuntes de Filosofía' y 'Rostros del Cosmos'

1) Apuntes de Filosofía.

Hoy nace un nuevo blog, "Apuntes de Filosofía", el cual tratará, como indica su nombre, de una serie de notas y textos acerca de la Filosofía y los filósofos. No pretende ser un lugar de alta erudición filosófica, sino simplemente un espacio en el que dar a conocer esta disciplina y algunos de sus cultivadores. Huelga decir que será un sitio personal en el que aparecerán aquellos pensadores o temas que, a mi juicio, sean más interesantes o reveladores; muchos filósofos y aspectos de la Filosofía quedarán sin tratar... .

Así que, a los pocos errantes que por aquí navegan, les emplazo a que, con el tiempo, podamos discutir o simplemente compartir, como digo en la presentación, "algunos retazos de la sabiduría y conocimiento (que no verdades) adquiridos por nuestra cultura humana desde los albores de su propio nacimiento."

Allí (y aquí) os espero.

2) Rostros del Cosmos.

Y también nace hoy otro blog, Rostros del Cosmos, éste de temática astronómica en general. En él irán apareciendo algunos de los textos y posts sobre la materia que han sido ya publicados en este mismo blog; además, poco a poco se publicarán también nuevos escritos y enlaces a otros artículos del autor, que han aparecido en otros medios, como la revista 'Huygens' o el portal de Astronomía 'Espacial.org'. Todo ello con la única finalidad de acercar un poco más los cielos (y los objetos y misterios que contiene) a quienes tengan algún interés en entrar en contacto con el Cosmos y saber algo más de él.

Hasta pronto.

15 de octubre de 2006

Frágil Tierra



Vista así, desde 900 millones de kilómetros de distancia por la cámara de la sonda espacial Cassini (en estos momentos orbitando el sistema de Saturno), nuestra Tierra parece más frágil que nunca. La maltratamos continuamente, esquilmamos su superficie y sus recursos en busca de nuestra mayor comodidad o, simplemente, a raíz de nuestros avariciosos y despreciables negocios. Le debemos la vida y la de todos los que nos importan, y sin embargo, continuamos macerando su rostro, su esencia, y levantamos los hombros en señal de indiferencia al finalizar el trabajo.

Estamos despreciando nuestros orígenes, pero nos importa poco: sólo cuenta el ahora, el beneficio inmediato. El mañana o el futuro son entes difusos, de modo que aprovechemos la ocasión y ganemos hoy rápido, aunque ello suponga violar la tierra cósmica, creada de material de supernovas hace miles de millones de años. Nos importa un cuerno saber todo esto: las ideas no alimentan el cuerpo, y no nos ofrecen rentabilidad y ganancias netas; tan sólo sirven para incubar rabia e impotencia. En el fondo, es casi mejor dejarse llevar y llenar la mente de sucios seriales y maniatados informativos: lo esencial, el daño a nuestra madre, sigue estando en el anonimato, a nadie le importa, nadie hace nada.

Hay quienes creen que el cambio climático, creado por el hombre tecnológico, es el responsable de que nuestra Tierra sufra; señores, el cambio climático difundido a través de los grandes medios es pura invención, una tapadera para evitar que alguien saque a relucir las formas vergonzantes y cafres de los promotores inmobiliarios, una forma de desviar la atención, de echar una culpa generalizada a las grandes potencias cuando, en realidad, los responsables de la masacre a nuestro mundo radican en simples despachos y oficinas, viendo planos de arquitectos y decidiendo el futuro de una comarca, de un pueblo o de toda una cultura. Se ha creado un fantasma para rehusar culpar a quienes más daño real han hecho: lo peor no es que se haya llevado a cabo esto, sino que mucha gente se lo cree.

Puede que exista tal cambio climático, puede que el clima haya realizado una pirueta en las últimas décadas e inicie un periodo de calentamiento (aunque los datos "objetivos" no apuntan sólo en este sentido), pero no se trata de eso: lo que importa es la información que se ofrece, esa insistencia asquerosa en el tema como si todo fuese causa de un aumento de temperatura. Hace falta gente que diga qué es verdad y qué no, brindando a la población datos reales y no manipulados, porque se trata de un tema que va más allá de la pura trascendencia climática.

Hay que cuidar a la Tierra, esa mancha de luz vista a través de la sonda Cassini desde una distancia inimaginable, pero también debemos mantenernos inflexivos delante del sensacionalismo de ecologistas y de cierto sector científico: hay que examinarlo todo con espíritu crítico. No nos dejemos embaucar por la propaganda, porque sino, quizá estemos haciendo un daño aún mayor a nuestro precioso y frágil planeta.

12 de octubre de 2006

De natura



Hoy, como tantos otros días, he ido a las montañas; el cielo y el ambiente parecían pedirlo a gritos: colores y luz por doquier. Era uno de esos días en que sientes la vida mires adonde mires, que notas la energía brotando de cualquier lugar.

Pero al llegar allí he visto algunas cosas que no me han gustado. Y no guardaban relacíón con la propia naturaleza, sino con las gentes que a ella trataban. He visto, en un parque cercano, multitud de familias y grupos de personas preparando grandes comilonas; he visto mucha basura fuera de su sitio, mucho ruido y mucha indiferencia ante lo que el mundo ofrecía. Parecía como si todos estuvieran allí por puro hábito, por sistema, porque se trataba de un día de fiesta nacional y era buena idea salir al campo. Pero, ¿y dónde vive el sentimiento, dónde campa la sensación de vivir conectado a la tierra, de formar parte de ella y ser ella misma? Esas gentes, ¿qué hacían allí, en realidad? Huyen del mundo doméstico y urbano para, por unas horas, desfogarse en medio de la naturaleza, pero no la sienten, no la absorben, son incapaces de explorarla o de profundizar en su esencia.

Sentí pena por esas gentes; la mayoría no son más que currantes, adiestrados y encauzados trabajadores de lunes a viernes, formales, superficiales (no lo digo por prejuicio, reconocí a varios de ellos que conozco), autómatas esclavos de la sociedad. Uno, incluso, había cometido la locura de investigar caminos de tierra próximos con su lujoso coche, como si sus piernas no existieran, como si necesitase de la compañía del rumor del motor porque él mismo no es nada en sí mismo. De esa forma tan estúpida, se ha perdido los colores, los aromas, el viento y la luz del sol sobre su rostro; ha ido en busca de la naturaleza, pero no la ha hallado en ninguna parte, porque se ha visto aún anclado a la visión urbana del mundo.

No hay que huir de la ciudad para encontrar la naturaleza; ésta la siente uno en su interior. Además, la naturaleza lo abarca todo, y aunque te rodee un mar de asfalto, coches y polución, no hay más que mirar hacia arriba; ahí también está la naturaleza, más inmensa que nunca. Pero es triste que huyan de la ciudad en busca de la 'novedad' que supone la naturaleza, del entretenimiento que supone estar en contacto con ella. Volverán mañana, esas gentes, a vestirse con sus trajes y sus zapatos caros, a sumergirse en la parodia de vida que viven, a mantener su existencia dentro de unos márgenes estrechos y vulgares. Y volverán, también, a desear huir de todo ello, pero se verán incapaces, inermes, hasta que el siguiente fin de semana (que no tardará en llegar) les permita abandonar por un día o dos esa boca de lobo que es la ciudad.

Quien sabe de verdad qué es la naturaleza y lo que aporta a quien sabe apreciarla no huye del mundo para entrar en ella, porque, en realidad, no hay más mundo que la misma naturaleza. Para mí, más allá de ella no existe nada.

1 de octubre de 2006

Muerte al estudio pueril

En breve empezaré una carrera universitaria; a mis 26 años, casi parecía que mi turno había pasado de largo, pero tras un montón de divagaciones académicas (cursos repetidos, abandonos, regresos, tiempos muertos, etc.) voy por fin a cumplir uno de mis objetivos: aprender Filosofía.

Y digo "aprender" y no "estudiar" porque de eso se trata precisamente: es más, hay que 'aprehender', hacer nuestro aquello que leemos, aquello que nos sugieren los libros y los textos, no con el ánimo de creerlo o de absorberlo sin criba alguna, sino con la intención de adquirirlo, de incorporarlo a nuestro corpus de saberes y conocimientos como otro elemento más, dispuesto a ser criticado o debatido cuando la ocasión lo tercie. Si sólo estudias, ello es imposible, porque la finalidad del estudio es adquirir conocimientos con prontitud, con la rapidez necesaria para tenerlos presentes de cara al exámen, y nada más. Tras las pruebas, los conocimientos adquiridos se evaporan lentamente, gota a gota, y todo lo que queda después son sólo un par de frases hechas y unos pocos datos vacíos, sin sentido. Lo digo porque he tenido esa experiencia, y conmigo coinciden muchos otros.

Mucha gente tiende a seguir una licenciatura con el ánimo puesto en aprobar los exámenes y obtener el título, para poder conseguir un puesto de trabajo que te dé dinero y comodidad. Sé que ser idealista en este mundo no está bien visto, porque el idealismo presupone ilusión (o ingenuidad) y ese entusiasmo es nocivo para nuestra sociedad (cada vez queda menos de todo ello a nuestro alrededor), pero hay que ir un poco más allá, aprender con el ánimo de ser mejores personas, de crecer, y no solamente por el hecho de vanagloriarse de doctorados o excelentes. Esa etapa debe dejar de existir; hay que asesinar al estudio pueril y dotar de vida aquel que nace con el anhelo de hacernos más humanos.

Yo, al menos ahora, no concibo iniciar un periodo de enseñanzas tan extenso como una licenciatura pensando en exámenes, notas y demás estupideces por el estilo; sé que hay que superar esos exámenes (aunque Filosofía sea, quizá, la materia que menos se presta a ellos...), sé que hay una serie de requisitos que cumplir si tienes la idea de ser "licenciado" (en verdad, odio esa expresión...), pero eso es algo que no debe eximir de sacar el verdadero jugo a unos años de aprendizaje tan sensacional como es una carrera universitaria. Hay que sentir el gusto por aprender, por saber aquello desconocido, por abarcar perspectiva y por notar que así mejoras día a día como ser humano.

Así que vale la pena cambiar el enfoque y hacer de tu estudio algo que perviva en tí mismo durante largo tiempo, algo realmente estimulante y que forme parte de tu ser para edificar tu propia humanidad.

Si no, vale, siempre puedes 'estudiar' una carrera.

27 de septiembre de 2006

Tristeza nocturna



¿No es triste saber que, con seguridad, algunas de las estrellas de las que vemos hoy en día ya no existen?

Sabemos que en la Vía Láctea hay astros muy viejos, próximos al término de su vida. Mirando a algunas de estas estrellas, si están lo suficientemente lejos, es posible que en realidad veamos lo que ya ha dejado de ser; esos astros pueden, en el directo del Cosmos, ser residuos nebulosos a la deriva, aunque nosotros, en el ahora de nuestra Tierra, veamos una estrella en plena forma. Incluso más allá, si contemplamos otras galaxias, astros aún no convertidos en gigantes pueden ser nada más que pura ilusión, fantasmas de una era pasada.

Es triste contemplar algo bello pero que, en realidad, ya no es más que un recuerdo. Imagino qué sentiría un alien, situado a miles de años luz pero con poderosos instrumentos astronómicos, que se dedicara a observar la Tierra. En su planeta, vería a la Tierra como un mundo lleno de capacidad tecnológica, fresco y desbordante de inteligencia, pero la verdadera faz del planeta que hollamos podría ser muy diferente; quizá, para entonces, la civilización humana ya no exista y, pese al entusiasmo del alien, la muerte y el olvido sea todo lo que quede allí (aquí). Es decir, el extraterrestre contemplaría vida y actividad, pero el Cosmos le engañaría, porque no sabría qué está sucediendo en verdad.

El saber, el fin y el adiós, la muerte total, siempre llega con retraso en el universo.

24 de septiembre de 2006

Nuestra esencia, en un par de frases

Soy parte del Sol como mi ojo lo es de mí. Mi sangre es parte del mar, y que soy parte de la tierra mis pies lo pueden decir.

Hemos de huir de la jaula estrecha y diminuta de nuestro universo; diminuta, a pesar de las vastas e inimaginables extensiones del espacio astronómico; estrecha, porque es tan sólo una extensión continua, un aburrido ir y venir, sin ningún sentido.

D. H. Lawrence (1885-1930), novelista y poeta inglés.

23 de septiembre de 2006

La lluvia, de regreso



Hoy ha regresado la lluvia, compañera bienvenida, dando la entrada al otoño, que hoy, astronómicamente hablando, comienza. En cuanto he visto esas nubes negras, amenazantes, he huido enseguida a las montañas a mojar el rostro con esa agua bendita que viene del cielo; no hay sensación igual.

Una vez allí oía, en la distancia, a los rugientes truenos, la voz encolerizada de un dios en las alturas. Me he deslizado entre naranjos para recibir gotas de las ramas bajas, absorbiendo ese aroma inconfundible y único de terreno mojado. El cielo era un tapiz oscuro, tenebroso, portador de una luz extraña. Por mucho que he escuchado, nada he oído entre los árboles, ningún pájaro desprevenido, ningún conejo hambriento. En un momento dado, he elevado mis brazos al firmamento dando gracias por ese instante de pureza, de total conexión, de abrumada unión con lo que allí había.

Tras unos minutos mágicos, en cuanto he abandonado los campos buscando el camino de retorno, la suave lluvia se ha convertido en agüacero, que se ha cernido implacable sobre mí; el torrente de agua era intenso, majestuoso, colosal. Apenas he tenido tiempo de subir al coche, calado hasta la médula. Al llegar a casa (es decir, a mi otra casa...), me he quitado la ropa y he contemplado por la ventana los últimos coletazos del fenómeno, un fenómeno, la lluvia intensa, que apenas recordaba ya.

Ahora veo oscurecer con el ánimo encendido, el espíritu anhelante por volver. La lluvia, como decía alguien a quien ya no recuerdo, junto con todas las otras maravillas de la Naturaleza, es el verdadero regalo que viene de Dios. Todo lo demás es una estafa.

20 de septiembre de 2006

Física cuántica y gatos en el limbo

Un día de junio, cuando hacía poco que trabajaba, me gustó la idea de escribir algo acerca de la física cuántica. Como siempre soy bastante vago a la hora de trascribir luego lo que redacto, hasta hoy no he tenido la motivación para subirlo al blog. Lo que sigue, pues, fue escrito mientras recibía y saludaba a turistas de pacotilla, mientras pasaban por mis manos sucios billetes, y mientras mi cuerpo estaba en la playa de Gandía, pero mi mente viajaba al corazón de la materia:

En la mecánica cuántica, la física que estudia el comportamiento de lo muy pequeño (partículas), se dan una serie de curiosidades y paradojas sorprendentes. Una de ellas es, precisamente, la piedra de toque de la propia física cuántica, su axioma fundamental, el llamado "principio de incertidumbre de Heinsenberg", y sugiere que, en los objetos microscópicos, existen pares de magnitudes los valores de las cuales son imposibles de conocer al mismo tiempo.

Por ejemplo, la posición, la energía y el momento angular de las partículas varían con el tiempo de modo tal que no pueden predecirse con exactitud todas ellas al unísono; tan sólo podemos conocer los valores 'probables' de estas magnitudes. Es decir, que si yo quiero medir una característica concreta (la posición) de una partícula, a medida que aumento la precisión de la medición de esta se vuelve "borroso" el valor de otra característica (el momento, etc.). Y, en todo caso, jamás podré conocer con precisión absoluta ninguna de ellas, tan sólo un valor dentro de un conjunto de probabilidades.

Para ser más precisos, cuando hablamos de magnitudes observables o medibles de una partícula deben ser todas ellas agrupadas bajo el concepto de "función de onda", algo así como el DNI de una partícula; toda la información importante de la misma se halla contenida en su función de onda. Pero dado que el principio de incertidumbre de Heisenberg establece lo que hemos comentado, sólo conocemos algunos de esas magnitudes midiendo específicamente algunas de ellas. Es imposible hallar la energía y la posición de una partícula a partir de su función de onda. Si midiéramos precisamente una de esas dos propiedades, la otra aumentaría inmediatamente la incertidumbre de su valor, resultando de ello una amplia gama posible de valores, pero ninguno en concreto. Así, las propiedades físicas de una partícula forman un abanico hasta que un observador las mide; he aquí un hecho fundamental, muy a tener en cuenta: parece ser que la realidad tan sólo es un conjunto de posibilidades, y que toman un aspecto u otro en función de la medición efectuada (estamos hablando, por supuesto, en términos cuánticos...). Cuando medimos un valor específico entre la maraña de posibilidades, se habla de que la función de onda de la partícula ha colapsado hasta un estado definido. De este modo, antes de medir la posición de un electrón es imposible decir que tiene un valor concreto; sólo después, cuando la función de onda colapsa, la situación del electrón es relativamente precisa.

De todo ello deriva la conocida e inquietante "Paradoja del gato de Schrödinger": ponemos a un gato dentro de una caja negra, y de alguna manera ésta se conecta por medio de un cable a un detector de espín (el espín es el movimiento de giro de un electrón; el electrón puede tener el espín hacia arriba o hacia abajo, en función de cómo gire; en el primer caso es distinto a las agujas del reloj, en el segundo es igual al de ellas. Hasta que se mide el espín del electrón se dice que está en 'estado mixto', ni hacia arriba ni hacia abajo). Una vez tenemos a nuestro amigo el gato conectado al detector de espín, enviamos un electrón al interior del detector y medimos su dirección: si resulta que el electrón está girando con su eje hacia arriba, dentro de la caja se activa un control con gas venenoso que mata al instante al gato; en caso que el electrón gire con su eje hacia abajo, no se activa el gas y el gato sobrevive tan tranquilo.

Ahora bien, en realidad, hasta que no medimos el estado del electrón, su espín, somos absolutamente incapaces de saber si el gato está vivo o no. Dado que es imposible saber el espín del electrón de antemano, este permanece, durante el tiempo en el que no lo medimos, en un estado mixto, en parte hacia arriba y en parte hacia abajo, lo que provoca que el gato, a su vez, se encuentre también en un estado mixto, "medio muerto y medio vivo". Es imposible para nosotros conocer el estado vital del gato. Es decir, la vida o la muerte del gato no se convierte en un hecho real a menos que midamos el resultado del experimento (el espín del electrón o abrir la caja). En otras palabras, se necesita que "algo" cause el colapso de la función de onda del electrón y nos diga cuál es su espín, y sólo así sabremos lo que ha sucedido; en nuestro caso, ese "algo" es, precisamente, el observador/experimentador. El pobre gato, pues, permanece en un "limbo cuántico" a la espera del colapso de la función de onda.

Según nuestro conocimiento doméstico, el gato o está vivo o muerto, no puede haber un término medio, puesto que no tiene sentido; pero en el mundo de la física cuántica, por absurdo que parezca, sí lo tiene. Nuestro adorado gato, según los designios cuánticos, se halla en un estado dual, de no vida y no muerte, sino ambas cosas... .

Éste es sólo un ejemplo de lo lejos que está nuestra cotidaneidad de la realidad física, de lo contraria que es ésta a la intuición y de lo emocionante e intrigante que supose acercarse a la física cuántica."


(Recomiendo a todos un vistazo a la página http://www.geocities.com/fisica_que/, que contiene útiles e interesantes explicaciones sobre el tema).

18 de septiembre de 2006

Nuevas luces



Recién recuperado de un duro (durísimo) proceso febril, acompañado por unas diarreas verdaderamente insoportables y de cuya experiencia carecía, hoy, cuando hace justo una semana que el periplo de trabajo ha terminado, me siento en una piel distinta.

Concluyeron los días de rutina, aquellas jornadas estivales previsibles y uniformes. Ahora regresan los momentos de improvisación, de decidir a cada instante qué es lo que se desea hacer, qué estímulo tener y hacia dónde querer ir. Vuelven, por tanto, los días de libertad, en los que sólo yo decido.

Tras los meses de cárcel que supusieron, desde octubre de 2005 hasta febrero de 2006, una atrofia total de mi vida, y los posteriores periodos de exámenes y el prolongado intervalo laboral, en la actualidad disfruto de cada minuto y cada ahora. Porque hay tiempo para ser, para existir, sin agobios, sin obligaciones, sólo en compañía del Sol, los gatos y los adorados libros.

Además, el sueño de una vida parcialmente ligada al trotamundismo, en virtud de la adquisición de una casa rodante, está cada vez más cerca. Puede que aún resten unos meses, pero de lo que no cabe duda es que se hará realidad; a principios de año la utopía parecía total, inalcanzable, más allá de esta vida. Pero todo llega, y hoy casi oigo ya el siseo de los neumáticos sobre el asfalto y mis manos acariciando el timón.

Atrás quedan las penurias interminables, los momentos de desasosiego y frustración, las rabias y las impotencias; nacen ahora nuevas luces, que iluminarán los momentos de gloria y éxtasis que están por llegar.

Seguiremos, paso a paso, en busca del próximo horizonte.

5 de septiembre de 2006

Guerras y hombres, a la luz de Bertrand Russell

La naturaleza, incluso la naturaleza humana, dejará de ser un dato absoluto; cada vez más se convertirá en lo que ha hecho de ella la manipulación científica. La ciencia puede, si quiere, facilitar que nuestros nietos vivan una vida buena, proporcionándoles conocimientos, dominio de sí mismos y caracteres que produzcan armonía en lugar de luchas. En la actualidad enseña a nuestros hijos a matarse entre sí porque muchos hombres de ciencia están dispuestos a sacrificar el futuro de la humanidad a su momentánea prosperidad. Pero esta fase pasará cuando los hombres hayan adquirido el mismo dominio sobre sus pasiones que tienen ya sobre las fuerzas físicas del mundo exterior. Entonces, por fin, habremos conquistado nuestra libertad. "

Bertrand Rusell, Lo que creo (1925)

Releo una y otra vez el párrafo anterior con la sensación de que no puede haber sido escrito en 1925. Porque han pasado más de 80 años, y seguimos padeciendo los mismos problemas. Vivimos en el mundo de la prosperidad material, pero la ciencia no ha aportado la necesaria fuerza para desbancar al terror de la palestra mundial; es más, el horror de las guerras y las muertes de inocentes ha sido una constante desde que Russell escribiera esas anhelantes palabras. Parece claro que la solución definitiva, si es que la hay, no guarda relación directa con la ciencia, porque esta es incapaz de enseñar a los hombres a "dominar sus pasiones".

La ciencia no es más que un modo de conocer el mundo físico que nos rodea, el cual influye en nosotros, por supuesto, pero no posee la facultad de influir en la raíz de los problemas humanos más espinosos. Es más, ¿cómo podría hacerlo? Los hallazgos científicos tienen la posibilidad de cambiar nuestras concepciones internas; ello ha sido demostrado por descubrimientos como la verdadera situación del ser humano en el Cosmos o las implicaciones de la evolución biológica; ambas aportaciones nos han situado en otro marco de existencia distinto (radicalmente distinto) al sostenido hasta entonces. Pero, ¿de qué modo la ciencia podría ser la artífice de un cambio de pensamiento humano, un escenario de vida en el que no exista la guerra? ¿Es siquiera esperable que ello sea posible? ¿Le corresponde a la ciencia tal tarea?

Yo creo que el giro, necesariamente brutal, que debe guiar a la Humanidad en busca de la paz y la armonía entre pueblos obedece más a un sentimiento interno que a una consecuencia externa. No sirve de mucho hablar de que la Humanidad es una, y así lo revela la ciencia, cuando esta misma ciencia es la responsable, por los productos que genera, de la perpetua masacre a la que estamos ya tristemente habituados; son ciertas, y actuales, las palabras de Russell cuando comenta que "muchos hombres de ciencia están dispuestos a sacrificar el futuro de la humanidad a su momentánea prosperidad". Pero no sólo los hombres de ciencia, también políticos, dirigentes de grandes multinacionales y gente en la sombra, dispuesta a matar y a exterminar por el deseo de ver aún mayores sus arcas bancarias. Mientras haya personas así, corruptibles y manipulables, el anhelo de paz será imposible.

La respuesta no vendrá del conocimiento, sino del sentimiento; cierto que ambas facetas se relacionan, pero es mucho más factible suponer que el cambio de paradigma humano acontezca basado en algo que poseemos en nuestro interior que en un hecho o saber adquirido; hemos de ser capaces de solucionar este tipo de conflictos, el más terrible y urgente, y no esperar a que la ciencia nos revolucione con sus hallazgos sorprendentes y trascendentales.

Hacen falta huevos, dicho a las claras, hacen falta cojones para que la Tierra deje de ser el mundo de los pistolas y los misiles, hacen falta personas que estén dispuestas de darlo todo por erradicar de una puñetera vez toda la basura militar y las mentiras que cada día nos cuentan; no hay enemigos, no hay nadie ahí fuera dispuesto a acabar con nosotros; jamás ha habido tal cosa, ni antes ni ahora, era todo puro vacío, falsedad total. Han inventado al enemigo, lo han sacado de la chistera. Es tiempo de meterlo otra vez en ella, para siempre.

Bertrand Russell creyó en 1925 que era posible eliminar de nuestras vidas el horror de las guerras. Hoy en día mantenemos el deseo; pero hacen falta ganas, inconformismo y sed insaciable de paz. Hay que matar, sin sangre, al verdadero enemigo. Y hay que hacerlo ya. El reloj corre en contra nuestra.

1 de septiembre de 2006

Adiós, Plutón



Durante la última semana hemos sido testigos de un cambio radical en la familia del Sol; hemos perdido un planeta. Agosto de 2006 permanecerá en el recuerdo de cuántos amamos el Cosmos como el mes en que quedó más claro el concepto, fundamental y extrañamente vago hasta ahora, de planeta. Y en él (que obvio por estar presente en miles de blogs y portales de Astronomía) no hay lugar para Plutón.

En el año 1930 se descubría Plutón, en unas placas fotográficas obtenidas por el astrónomo Clyde Tombaugh (1906-1997), un punto pálido que se desplazaba sobre el fondo de estrellas; con el tiempo, llegamos a saber que se trataba de un nuevo 'planeta', pero todas sus características, tanto físicas como orbitales, eran tan raras y poco comunes con los restantes planetas que, ya en su día, hubo quienes desconfiaron de catalogar así al nuevo mundo. Hoy, curiosamente cuando se cumplen 100 años del nacimiento de su descubridor, Plutón ya no es un planeta. No debería haberlo sido jamás, si atenemos al hecho de que no encajaba en ninguno de los dos grandes grupos de planetas del Sistema Solar (terrestres y gigantes). El gazapo, por fin, ha quedado enmendado, por mucho que pese a los científicos estadounidenses, los cuales querían mantener el estatus planetario de Plutón a toda costa, ya que es el único planeta hallado por un patriota suyo. Es decir, lo típico de los yanquis.



Hoy en día, los libros de texto y divulgativos deberán modificarse para hacer constar que en nuestra familia planetaria tan sólo existen ocho miembros: de Mercurio a Neptuno. Plutón pasa a ser considerado como un objeto transneptuniano, el primero de la que se espera sea una larga lista de miembros (que ya contiene bastantes descubiertos hasta ahora), aunque también lidera una nueva clase de planetas llamados "enanos" (para evitar el lío de tener a Plutón en dos categorías de objetos distintos simultáneamente, en breve se llevará a cabo un proceso por la UAI para dilucidar qué hacer con los mundos que estén en el límite entre ambas categorías... ). Lo importante de todo este rollo, por lo tanto, es que Plutón queda rebajado, como mucho, a la categoría de planeta enano, una especie de triste consuelo para el mundo más lejano conocido hasta hace algo más de una década.

Así, el Sistema Solar quedaría compuesto de los siguientes clasificaciones y objetos:

Planetas: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno
Planetas 'enanos': Ceres (hasta ahora, el mayor de los asteroides), Plutón y 2003 UB313. Además, cabe incluir en esta categoría a otros objetos del Cinturón de Asteroides y del Cinturón de Kuiper.
Planetas 'enanos transneptunianos': Plutón, 2003 UB313 e hipotéticos cuerpos similares a descubrir en el futuro.
Cuerpos menores del Sistema Solar: Asteroides y cometas ('clásicos') y objetos transneptunianos.

Con el tiempo, esta división quedará más marcada y clara, y es posible también que acabe siendo modificada por nuevos descubrimientos. De hecho, sería lo deseable, dado que tampoco es una clasificación que contenta a todos. En cualquier caso, es mejor de lo que había, y habrá que amoldarse a ella. Hemos dicho adiós a un planeta, pero damos la bienvenida a otros mundos, tan fascinantes e intrigantes como Plutón; y, asimismo, hay que aguardar el hallazgo de otros muchos cuerpos planetarios "enanos" y transneptunianos, que enriquecerán y diversificarán (más, si cabe) la ya prolija y variada familia del Sol.

http://www.infoastro.com/200608/25planetas.html
http://danielmarin.blogspot.com/2006/08/el-da-que-perdimos-plutn.html

27 de agosto de 2006

Constante de Hubble: edad y expansión del Universo



Hace unos días leí una noticia que, a ojos del neófito, no es más que un galimatías. Rezaba más o menos así: "El telescopio Chandra ha obtenido datos que permiten fijar la constante de Hubble en un valor de 77 (km/s)/Mpc". Evidentemente, para comprender este titular hay que entender un poco de cosmología, pero lo importante no es la dificultad de la críptica nota, sino sus implicaciones.

La constante de Hubble es un parámetro fundamental para descubrir dos aspectos trascendentales del Universo en el que vivimos: desvela, primero, la edad del mismo Universo, y, segundo, permite conocer con qué velocidad de expande. Es decir, la constante de Hubble es, casi casi, la piedra Rosseta de la cosmología.

Un valor de 77 (km/s)/Mpc equivale a un Cosmos con una edad de, aproximadamente, 14.000 millones de años. Cuánto más alto es este valor más juventud tiene el Universo, y a la inversa. Hace décadas hubo un intenso debate acerca de cuál era, si 50 (que proponía gente como Alan Sandage) o 100 (hipótesis del francés Gerard de Vaucouleurs). Ahora, Chandra, un telescopio espacial que observa el cielo de los rayos X, ha terminado por aclarar el panorama, y resulta que el intervalo más probable es, paradójicamente, un término medio casi exacto. Anteriormente, otros ingenios espaciales habían obtenido valores similares (aunque ligeramente más bajos), de modo que ahora estamos razonablemente seguros de que el Cosmos, en efecto, tiene una edad de 14.000 millones.

Maravilla saber que tan sólo con un ojo (caro) que mira el tapiz del Universo con gafas especiales podamos descubrir algo tan elemental como la vejez de la estructura cósmica. Esto es un paso enorme en el saber cosmológico: podemos estar seguros que el Cosmos tuvo un principio, un origen, 14.000 millones de años atrás. Es decir, quizá algo movió al Universo a nacer, a existir. No estuvo aquí desde siempre, no es un ente infinito en el tiempo, perenne y constante: si ha nacido, tal vez tenga su muerte, cuando se expanda indefinidamente, y la energía se distribuya entre tanto espacio que se convierta en un lugar frío, sin estrellas, sin galaxias, y sin vida. Ahora que estamos razonablemente confiados en el Universo tiene un inicio en el tiempo, debemos llegar a conocer también si tendrá un final, y cómo será éste.

Poco a poco, sin prisas, nos acercamos al saber verdadero del Cosmos.

26 de agosto de 2006

La vida en pleno giro



A veces, cuando uno se sienta junto a sí mismo, inicia un viaje al pasado para recordar cómo se fue gestando su ser, cómo ha llegado a ser lo que es. Avanza hacia atrás con la esperanza de descubrir por qué ha elegido ese sendero y no otro, por qué motivo no ha decidido ser como los demás. Hoy, viendo a los masificados turistas ir y venir frente a mi sucia ventana, he pensado en el mí de antaño, aquel yo del primer año en el instituto que no supo bien adónde ir hasta que fue rescatado por un hermano de armas.

No carecía de independencia, ni de realización, pero a los catorce años hay muchas opciones donde elegir y me hallaba en una encrucijada de caminos. Uno de ellos, el que más temprano probé, era el mismo que ahoga a la juventud de hoy en día: simple, superficial, estéril y sodomizado. Caté el vino, pero resultó amargo. A los pocos días obvié para siempre esa alternativa, tachándola de basura y puro desperdicio juvenil. Después me uní entonces a mí mismo, evitando a todo intruso, vagando sólo en los recreos y mirando aquí y allá, a ver lo que podía encontrar.

Entonces vi a un desgarbado y melenudo cuatro ojos que también parecía estar en idéntica situación. Fue una conexión total, un sentimiento de unión profunda de almas largo tiempo separadas pero que, en el fondo y pese a las distancias, estaba condenada a quedar enlazada durante eones. Empezamos a faltar a clase, huyendo de la masa acrítica y sentándonos a divagar sobre el mundo y la gente, el por qué de esa forma de vivir y el deseo de buscar otra mucho más vigorosa y estimulante. La gente nos miraba con cierto recelo, no parecíamos dos cualesquiera: nos oían hablar de extraterrestres y de estrellas, de dogones y caballos de troya, de conspiraciones y de constelaciones, de deseos de abandonar el mundo (destruyéndolo)... . Tras el primer contacto, asistíamos al instituto con regularidad, pero parecíamos no estar allí: farfullábamos entre nosotros, discutíamos por lo bajo, y nos separaron durante un tiempo. Otro buen amigo, ahora desaparecido de la escena, dijo de nosotros que parecíamos "un matrimonio mal casado". Dudo que muchos matrimonios hablaran tanto y sobre tanto en tan poco tiempo... .

Una vez tuve la seguridad de poder apoyarme en alguien, mi confianza creció y esa parte casi olvidada, propia y anhelante, volvió a emerger con fuerza. El resultado fue que me dediqué a vivir y sentir como nunca antes lo había conseguido. Primero fue la lectura, a costa de vacíar las arcas de los ahorros, luego la escritura, y unido a todo ello el estudio autodidacta, sin temor de exámenes o notas, el libre aprendizaje endulzado con el gusto por saber algo nuevo. En medio de todo, tiempo y tiempo de pura diversión (lo que yo considero como tal, por supuesto). Iba y venía en largas caminatas, recibía baños de sol constantes, abandonaba los estudios, los volvía a iniciar y trabajaba en fábricas sucias y atontantes... . Todo fue rápido, constante, sin prisa pero sin tiempo perdido. Tenía algo que hacer, algo que ofrecer, aunque no estaba claro el qué.

Y, entonces, otro hermano de armas se cruzó en mi camino, no hace muchos meses. Un ejemplar de iconoclasta intrépido e impulsivo que decidió echarse la casa a cuestas y montar la vida a su alrededor, viendo cada amanecer y cada ocaso desde un lugar distinto de la Tierra. Saber cómo moverse pero no hacia dónde. Me enseñó, si acaso no lo conocía ya, que uno debe superar todas las barerras, hacer estallar los grilletes y liberarse de todo y de todos. Y me hechizó. De modo que, ya apuntalada, mi vida volvió a girar, ahora más radical y radialmente, hasta salirse del esquema diseñado. Yo mismo me sorprendí, pero no había ya vuelta atrás. Y no la hay. Dejé de escribir, dejé de estudiar, dejé de absorber páginas y páginas y me desangré (me desangro) tras 90 días sin parar de trabajar. Todo por el sueño, todo por la libertad, todo por seguir vivo e ir más allá.

Ahora sigo perfilando el futuro, a través del presente. Vivo el hoy y el ahora con ansias del mañana, porque el hoy está esclavizado, aunque sea tan sólo por unos días. Dentro de poco todo volverá a la normalidad, terminará el sacrificio y se iniciará una nueva etapa, dando lugar a un nuevo giro, que tal vez arrolle todo lo supuesto y esperado. El giro puede ser beneficioso o perjudicial, sano o venenoso, alegre o triste, pero el hecho es cambiar, girar y moverse. La estática es una ciencia moribunda; de nosotros depende resucitarla o dejarla bien muerta.

Los que creen en los horóscopos y en la astrología son estáticos muertos, porque quieren saber lo que les sucederá mañana, cuando no hay mayor misterio y mayor maravilla que desconocer lo que acontecerá en la vida, el mundo y el Cosmos durante el próximo parpadeo de nuestros ojos.

A los que viven sin vivir, a los que respiran ahogándose y a los que miran sólo negrura y oyen sólo ruido, hay que pedirles que giren, que roten sobre sí mismos, como un baile indio, y nazcan de nuevo, asombrados y atónitos. Hay que despertar renovados, como si cada día fuera primavera. Aunque cueste, aunque nos lo pongan dificil, aunque quieran hundirnos. Hay que girar, porque quien gira nunca muere; el movimiento es fuerza, y la fuerza es vida.

Por supuesto, yo sigo girando.

15 de agosto de 2006

Noches de esperanzas



Regreso al mundo tras un largo mes de meditado silencio. Antaño mediaba una semana entre post y post, pero las hostilidades del trabajo me han capturado como jamás lo había imaginado, y el resultado ha sido ese continuo mustismo tentado por el cansancio, las prisas y el ansia de retiro. No obstante, todo tiene un fin, y aunque sigo anclado en los tejemanejes laborales me era necesario señalar la continuidad de este blog, eso sí, con grandes dificultades y escupiendo sangre sobre el teclado. Pero, como digo, los vientos giran, y ahora empiezan a hacerlo a mi favor.

Ha pasado un mes desde el último y lastimero escrito. Un mes en el que hemos vivido una guerra entre hermanos, unos fuegos azotando reinos vecinos con inusitada violencia, unas Lágrimas de San Lorenzo secas y escasas, entre otras gracias. En el plano personal (el que inunda el blog desde hace meses...), el mes ha sido para llorar, para bajarse del planeta y ponerse de rodillas, cara al Sol, pidiendo perdón. Qué vácuo, qué insulso, qué alejado de mis propósitos y qué poco recompensante. Sólo se salvan las tardes de lectura y sosiego rodeado de gatos juguetones y el levante, los baños y la imposición de no dejarse llevar.

Ha sido duro, e incluso he tenido momentos de no querer seguir, de enviar a la mierda a los turistas, a la gentuza que da guerra y miente por unos putos euros y a toda la pasmosa masa de confusa, estéril e idiota juventud. A punto he estado de hacerlo, de pasar por encima de ellos y volar hasta lo que me llamaba, más allá del horizonte y las montañas. Pero el sueño me ha cautivado; el sueño era más fuerte que mi voluntad, y no he podido más que asentir con la cabeza y dejar pasar los días, y aún sigo haciéndolo. Es normal, el sueño es potente, abriga esperanzas, dichas y días de gloria. Me llevará más lejos de lo que conozco, más alto de lo que alcanzo y más profundo de lo que escarbo. Lo sé, lo siento. Por ese motivo, vale la pena tal sodomización. Pero sólo lo haré por esta vez. Nunca más. Sí, en efecto, se acabó por esta vida.

Así que seguimos, mantenemos la bandera en alto y las fuerzas, mermadas pero aún briosas, nos ofrecen el estímulo para caminar un poco más, hasta la siguiente colina. Ya queda poco, a la vuelta de la esquina está el descanso y la muerte del trabajo. Respiro hondo, cojo impulso y me lanzo a la última curva, veloz y dispuesto a todo.

Nos aproximamos, nos estamos acercando. Amigo visitante, ¿oyes el grito, el rugido, o, como dijo John London, la llamada de lo salvaje?.

15 de julio de 2006

Horizontes, agobios y desdichas



El blog ha estado dos semanas en blanco, debido a los motivos, siempre comprensibles, del trabajo hostigador y agotador. El verano pasado, cuando inicié el intervalo laboral en el mismo lugar donde estoy hoy, fui capaz de pescar tiempo suficiente para mantener con vida el blog y, además, rescatar mi pasión por la escritura. Pero este año no puedo. Tal vez sea por causa del calor, agobiante, apelmazante, inhibidor de la frescura mental de los meses de antaño, cuando podías teclear horas sin parar y su cerebro no padecía el mínimo síntoma de cansancio.

El caso es que ahora, y ya van unas cuántas semanas, me encuentro huérfano de ideas y falto del espíritu creativo. Incluso llego a temblar cuando tengo intención de ponerme a escribir un artículo o un relato. Tengo miedo a no poder desgranar como en el pasado esas formas de expresión, esas frases divulgativas tan conseguidas o esos párrafos literarios que, sin ser ninguna maravilla, al menos servían para manifestar lo que necesitaba decir. Siento cierta inquietud, aunque sé que es absurda y pasajera, a no alcanzar el nivel (sólo por encima de la mediocridad, por el momento), a no apresar la serenidad y la seguridad que en el pasado disfrutaba.

No obstante, es sólo cuestión de tiempo mi vuelta al ruedo. En el presente 2006, las tareas domésticas primero, los exámenes después y el trabajo en la actualidad, han nublado el horizonte, tan estimulante y fascinador, de la escritura. Pero las nubes no son para siempre; los vientos arrecian con fuerza y tienden a disiparlas, aunque les cueste limpiar el cielo de humedad. Con el paso de los días, a medida que julio deje paso a agosto y nos aproximemos al fin del tórrido verano, los momentos de descando, imprescindibles tras las horas de faena, darán paso a las horas tras el teclado, y con ello se recuperará parte del tiempo perdido (o no tan bien empleado como desearía).

Para entonces, el montón de sucio dinero será mayor, habrá tomado un volumen considerable y estará a disposición, tras unos meses, para dar forma y figura a un sueño de los de antes, que perdura y crece, y que al hacerse realidad sigue existiendo en tu interior. Un sueño que se me escapaba, pero que ahora empieza a acercárseme. Lentamente, es cierto, porque aún restan tramos del camino, los más trabajosos, que hay que recorrer. Pero ya no huye. Está en el horizonte, no más allá de él. Ya se divisa en la lejanía, como un ondulante espejismo, pero es real. Corro hacia él, a su encuentro. Luego, lo que venga.

Quedan 60 días.

30 de junio de 2006

Huellas felinas en el cielo



Soy un gran admirador de los gatos, como creo ya comenté con anterioridad. Me encanta su independencia, su libertad, la casi nula dependencia de los humanos (al contrario que los perros, con eso de lavarlos, sacarlos a pasear, recoger sus 'desechos', etc... .), y esa gracia felina, la elegancia de movimientos típica de los mamíferos de su clase, que es única.

De modo que me llevé una sorpresa cuando encontré que había ciertos "rastros" de la presencia de gatos en el cielo, en los brillantes brazos arremolinados de la Vía Láctea. En particular, hallé esta maravilla gaseosa, sugerentemente similar a una huella felina, llamada NGC 6334. Localizada en la constelación de Scorpius, a unos 5.500 años luz de la Tierra, esta fantástica impresión de una pezuña gatuna es una nebulosa de emisión, cuyos colores son debidos a la presencia de átomos de hidrógeno ionizado en su seno. En su interior pueden entreverse estrellas jóvenes, envueltas con un caparazón nebuloso protector, estrellas varias veces más masivas que nuestro Sol.

En otra ocasión, cuando tenga un respiro y no ande ajetreado con trabajos y lecturas, contaré la historia de un astrónomo que, tan entusiasta de los gatos como yo, quiso brindarles una constelación propia, en el hemisferio sur. La idea no cuajó pero, tal vez en señal de protesta, los gatos acabaron dejando su huella en el Cosmos, huellas como las de NGC 6334, que por estas fechas empieza a ser visible (baja aún) hacia el sur en nuestra latitudes.

Si uno quiere aprender a vivir, que mire a los gatos, porque ellos lo saben todo.

24 de junio de 2006

26 días (lo bueno y malo)

Cerca de un mes de trabajo. Nada para casi todos; un mundo para mí.

26 días tras un viejo mostrador, atendiendo a viajeros (rectifico, turistas... hay un mundo entre unos y otros, ya hablaré en otra ocasión de ellos), que entran y salen en dirección a decrépitos apartamentos o hacia la tórrida arena, en busca de descanso. ¿Descanso? ¿Se supone que descansar, que huir de la rutina, es salir al encuentro de miles de personas más, encorsetarse en una parcela playera de dos por dos metros y dejar que los rayos ultravioletas del Sol te abrasen la piel mientras te das de codazos con tu vecino y miras las tetas de esa chavala a unos metros de ti? ¿Eso es descanso, eso es atrapar el tan ansiado respiro, la tregua entre la vida cotidiana y las obligaciones? ¿Así es como descansa uno, viviendo exactamente de igual manera que cuando estás en la puñetera oficina, trajeado y ocupado en labores burocráticas?. El mundo está para que lo jubilen.

A veces entran gentes que buscan sosiego de verdad, que se recluyen en sus habitaciones y a las que no ves en todo el día. Charlan, hacen vida reposada, te preguntan cuál es el mejor restaurante de la zona (imposible ayudarles, odio esos antros), y pasean arriba y abajo, hacia el encuentro entre ellos mismos, quienes importan de verdad, obviando la muchedumbre a su alrededor. Son parejas inteligentes, que superan la mediocridad circundante con su espíritu individual y autosuficiente. Cogen unos días, no para salir de la cotidianidad, sino para mejorar, para conocer y para amar. Pero, claro, son los menos, casi nunca se detectan. No hacen ruido, no alborotan, saben ser cautos y van a lo suyo. Bravo, oros entre la baraja de bastos.

Otros palidecen a su lado. Acomplejados pelones, pininas de revista, horteras de pacotilla, sumisos bufones de la noche vulgar, se dedican a gritar y a dárselas de listos, de avispados, cuando en realidad hasta el más tonto capta sus intenciones y sus formas. Miran de reojo a aquél con mejores pectorales, o a las de culo más respingón, llenos de odio y rabia al no poder imitarles. Levantan la cabeza y observan a todo aquel que, con sus cacharros motorizados, generan ruidos y humos por entre la calle candente. Aumenta aún más su odio, su desgracia. No les queda mucho camino por recorrer para que su vida se limite a tunnings, fijadores, trabajos de nueve a nueve y fines de semana repletos de alcohol, música atontante y búsquedas de rajas carnosas. Están destinados a servir al Rey, ya han sido absorbidos.

Yo, mientras, observo el ir y venir, la marejada de turistas, las corrientes del movimiento, destinadas a morir pronto. Me acompañanan ahora libros de Poe, de Habermas, de Bradbury y algunas revistas antiguas. Echo una ojeada al exterior, mientras caminan los transeúntes, ávidos de sol y arena. Vuelvo a los libros, entre llamadas telefónicas y saludos a los que, cerca, pasan a mi lado. No, no voy a cometer el error de dejarme arrastrar. No lo han conseguido en 26 años; es imposible que lo logren en 26 días. Las tentativas, antaño poderosas, han perdido todo su encanto. Ahora (desde hace más de una déacada, en realidad) discurro por caminos separados. Ahora ya no pueden pescarme.

Quedan 79 días.

17 de junio de 2006

Vistas al futuro



Veinte días después de iniciar mi segundo periplo laboral en un año (todo un logro), uno de mis más preciados anhelos está (un poco) más cerca de convertirse en realidad. Es necesario que dé la lata con el tema porque supone una manera de autoestimular mi estancia en el trabajo; a fin de cuentas, trabajo precisamente para hacer realidad esa ilusión personal, no hay ningún otro motivo.

Uno debe marcarse una meta, un objetivo a alcanzar, y lanzarse a por él cual tiburón hambriento. La vida no es más que una sucesión de ideales mentales y el posterior trabajo realizado para alcanzarlos. Hoy imaginamos que podemos llegar hasta aquí; mañana quizá logremos ir hasta allá, y pasado incluso es razonable situarnos en ese horizonte que ahora es sólo una imagen borrosa. Lo que era inalcanzable ayer se convierte en algo real hoy.

Así, paso a paso, uno construye su camino, lleno de obstáculos muchas veces (necesarios y saludables), hasta que por fin llega a su meta, meta temporal y transitoria en cualquier caso. Una meta no es ningún fin, sino el enlace que une propósitos pasados con deseos futuros. Llegar a la meta sólo implica la satisfacción del sueño cumplido y la promesa de nuevos retos. El camino a veces se tuerce, a veces es pedregoso, pero si uno quiere mejorar, tiene que recorrerlo.

Poco a poco, sin prisa, disfrutando de las cosas que el camino te ofrece (frutas, paisajes, gentes, momentos), avanzas sin darte cuenta. Aún queda camino por recorrer, mucho, casi todo. No importa. Con el tiempo todo llega, y tras el pateo, tras la caminata, a veces dolorosa, a veces maravillosa, llegará la recompensa. E incluso, si no la hay, el paseo habrá valido la pena.

Un tiburón, si para de nadar, muere. Nunca paremos de nadar.

14 de junio de 2006

Perspectivas



Perspectivas; puntos de vista; posiciones; encuadres... da igual como lo llamemos, el hecho es que dependiendo de nuestra situación, del lado desde el que vemos la realidad, el mundo es percibido de una forma u otra. El ojo es engañado, la mente intenta agarrarse a lo conocido, a lo visto en otra parte. Sin un contexto adecuado en el que situar aquello que vemos o sentimos, la naturaleza nos puede dar gato por liebre.

Un ejemplo es esta foto. ¿Qué demonios representa? Quien sepa Astronomía lo sabrá (o, al menos, lo intuirá), pero para quien ve un objeto así por vez primera, es posible que ande perdido un buen rato.

Tiene cierto parecido a un cometa, por su forma alargada y brillo elevado, aunque esa franja negra que lo atraviesa es un poco desconcertante. Es un cometa raro. No, lo más seguro es que no lo sea. Olvidémoslo.
¿Una nebulosa? Puede, pero esa disposición del gas, tan plana y delimitada en un espacio fuertemente definido, también crea inseguridad. Las nebulosas, zonas donde nacen las estrellas, tienden a formarse como figuras algodonadas, por los intensos vientos estelares que les rodean, expulsados por esos recién nacidos astros. Una forma tan estilizada no concuerda con casi ninguna de las nebulosas convencionales.
Tal vez se trate de algún objeto exótico, inhabitual en el casi infinito tapiz del espacio-tiempo. ¿Una especie de ráfaga de gas y polvo en movimiento, como una afiliada lanza gaseosa que atraviesa el Universo, hacia una dirección desconocida? No, demasiado imaginativo, demasiado improbable.

La solución la tenemos cuando pensamos, primero, en cómo ha sido tomado la fotografía: la ha obtenido el telescopio Espacial Hubble. Primera pista. Además, representa un objeto extragaláctico (pero situado en las cercanías: 44 millones de años luz). Segunda pista. Y, tercera, se halla inmersa en un enorme y disperso cúmulo de galaxias en la constelación de Dragón.

Es decir, que es una galaxia. Pero, ¿cómo puede ser, cómo es posible que veamos así una galaxia? Pues gracias a la perspectiva, es decir, a la posición de esta galaxia (NGC 5866) en relación con nuestra línea de visión. Hemos tenido la suerte de observar este torbellino galáctico mostrándonos su perfil, su plano, su cuerpo repleto de estrellas y extremadamente delgado. En la mayoría de otros casos, las galaxias se observan con un ángulo de visión más abierto, que permite apreciar mejor su forma y sus brazos espirales (caso de tenerlos). Cuando vemos el brazo de gas que traza nuestra Vía Láctea en las noches de verano, también vemos una galaxia (la nuestra) de perfil, sólo que como estamos inmersos en ella se nos revela mucho más grande y con una forma más indefinida.

Todo es cuestión de perspectiva. En todos los ámbitos: en la vida diaria, en nuestro interior y allá arriba, más allá de la atmósfera de nuestro planeta azul.

11 de junio de 2006

Testigos de dogmas, creyentes de lo absurdo



Hoy, apenas nacidas las nueve de la mañana, un par de simpáticos viejetes han hecho acto de presencia en mi lugar de trabajo (y disfrute, al menos por el momento, dado que dispongo de tiempo libre, tanto que he leído tres libros en cinco días...). Estos yayos en cuestión (de quienes ya he hablado, aquí, hace casi diez meses), pulcramente vestidos y documentados hasta las cejas, me ofrecían amablemente unos folletos acerca de las actividades de los Testigos de Jehová, folletos a los que suelo echar una (brevísima) ojeada. Me hace gracia -y siento cierta curiosidad, también- sobre lo expuesto en ellos: el tufo a verdades reveladas, irrefutables, dictadas por los grandes héroes de la religión, acompañadas por una inevitable y curiosa alusión constante a la moral, a lo aceptable y a lo bueno (todo es una misma cosa, por supuesto).

Al mismo tiempo, logro reconocer que tienen algo de positivo: muestran, más allá de paparruchas teológicas y pestilencias éticas, el deseo de un mundo mejor, de un intento por evolucionar y dar al traste con la sociedad que nos rodea, podrida y manifiestamente perniciosa para el bienestar humano libre e integrador. Lo triste es todo el rollo acerca del Armagedón y el posterior paraíso en que se convertirá la Tierra, habitado por los siervos de Dios, dóciles como la manada de borregos y felices en sus mediocres y organizadas vidas.

Ahí es donde encuentro la basura, el olor a podrido, a nociones humanas trasnochadas y directrices religiosas decadentes. Y ahí es donde paro de leer esos panfletos y vuelvo a la filosofía, a la literatura y al ensayo. Vuelvo, por lo tanto, a la libertad de pensamiento, al océano de independencia que proporciona el hallar nuevos mundos por descubrir; ya sea empleando el raciocinio, la imaginación o la inspiración, pero nunca los dogmas ofrecidos como respuesta a todo.

Las grandes verdades no fueron reveladas a gentes de hace más de dos mil años: se nos revelan cada día (y de forma distinta) a cada uno de nosotros, tras cada amanecer o crepúsculo. Las verdades de Verdad surgen de nosotros mismos, no vienen de fuera, y nos sirven para ser más libres, para abarcar más perspectivas, para expandir el sentimiento que tenemos de la vida, de los hombres y mujeres y del Universo en el que vivimos.

Los simpáticos abueletes domingueros, carpeta en mano y respuesta divina en mente, seguirán su viaje en pos de nuevos miembros a los que afiliar; tal vez se hayan hecho muchas preguntas en su vida, pero seguramente no se habrán cuestionado acerca de por qué motivo dejan que sean otros los que decidan y respondan por ellos, por qué permiten que otros les revelen las verdades (sean verdaderas o no) y por qué razón han abandonado todo espíritu crítico ante lo dicho por las autoridades religiosas. Ésas son las preguntas que deberían hacerse, más que las relacionadas con Adán y Eva y la manzana, el Armagedón o qué plegarias realizar antes de irnos a dormir.

Pero, por supuesto, toda especulación intelectual en torno a la religión es perniciosa para los propios creyentes. Las reflexiones filosóficas o científicas representan un peligro, ya que conducen a la herejía o causan incertidumbre entre aquellos que profesan una fe pura y ciega; así, no hay que reflexionar, no hay que razonar, no hay que cuestionar los preceptos y los dogmas. Y eso es lo que hacen los dos viejecitos que me han visitado hoy, amables y considerados hasta el aburrimiento. Y es lo que harán hasta que mueran, llevando consigo la felicidad de una existencia dirigida y orientada por otros, manipulada y mancillada por los intereses de unos pocos.

Es la mácula de todas las religiones, la peste de la Humanidad. Pero ahí siguen ellas, infectando, carcomiendo y matando.

9 de junio de 2006

Bajar a la tierra

Hoy empieza el Mundial de fútbol en Alemania, el gran acontecimiento deportivo del año. Pese a las reticencias por parte de mi conciencia, que me insta a abalanzarme sobre libros y películas sin descanso hasta caer rendido, seguramente perderé un poco de tiempo en algún que otro partido. Reconozco que no entra dentro del esquema clásico de un hermitaño el estar embobado durante noventa minutos tras la televisión, viendo a los grandes ases del balón, pero es lo que hay. Uno no puede dejar de ser humano, de tener sus vicios, sus pasiones, por intrascendentes y poco espirituales o culturales que puedan ser.

Así que mientras absorbo libros de lógica y latín, mientras escarbo en novelas y ensayos en pos de saberes varios y peripatéticos, a la vez que examino espíritus y otros mundos, echaré un vistazo a esos seres que tanta estrella poseen (estrella opaca, en cualquier caso), mientras enlazan jugadas de ensueño e intentan alcanzar ese anhelado trofeo coronado por un balón dorado.

Bajemos a la tierra, de vez en cuando.

8 de junio de 2006

Comunicaciones

Oí anoche que en España había más teléfonos móviles que personas. El negocio debe ser redondo. Pero, para mí, hay un problema, y es saber qué estamos comunicando en realidad, cuál es el valor que damos a las palabras y, sobre todo, si realmente transmitimos algo que vale la pena escuchar o leer.

Yo no tengo móvil. Nunca lo he tenido. No es necesario en mi vida, y seguramente me daría más incordios que otra cosa. Debo ser de los pocos jóvenes con veintitantos años que no andan como sonámbulos por la calle, pegados a la pantalla de crístal líquido durante todo el día. Me hace gracia ver a los adolescentes (y a gente, en principio, madura) absortos con esos aparatejos, ignorantes e indiferentes ante el mundo: sólo parecen existir esos símbolos digitales, todo lo demás es intrascendente. Me he tropezado con más de uno de esos sonámbulos, que no vio por dónde iba y fue a chocar conmigo, absorto yo, a mi vez, en mis devaneos mentales, mirando al cielo o rascándome la cabeza. Y siempre me pregunto: ¿qué estarán leyendo, qué escribirán?, ¿poemas de amor, citas famosas, textos memorables para la Humanidad? Obviamente, en general no.

Supongo que a diario habrá miles (seguramente millones) de mensajes transmitidos por móviles que no supondrán más que saludos, despedidas, aclaraciones, sensaciones o deseos de encuentros. De igual manera, las conversaciones irán por senderos similares. Eso está bien; para ello han nacido los móviles, para comunicar. Pero creo, y es algo que tan vez también sucede con Internet, que en realidad, aunque estemos en la época de las comunicaciones, nos hallamos también en la época de la incomunicación, no sólo porque tendemos a la comunicación indirecta, sino sobre todo porque no escuchamos.

Comunicar es compartir, absorber lo dicho por otros, hacerlo tuyo, incluso, y saborearlo. Pero esto está más allá del hoy y el ahora; en la actualidad prima la premura, la palabra fácil, es hola y el adiós, instantáneo. Y en esto los móviles son los mejores aliados. Una consecuencia de todo ello es que supone más caché hablar con muchos y mal que con pocos y bien. Muchos jóvenes (aunque no todos) apenas saben escribir sin fallos ortográficos y tienen importantes carencias léxicas y gramaticales y, además, leen muy poco (nada, prácticamente, más allá de las obligaciones escolares y los diarios deportivos).

La imagen que dan los móviles es de una comunicación constante, de un mar de palabras enviados en una y otra dirección. Se ve que nos comunicamos mucho, anhelamos entrar en contacto con otras personas, pero a mi entender es una comunicación, en la mayoría de los casos, vacía y superficial, que nada aporta y que disculpa la tan necesaria comunicación directa, cara a cara. No se trata de despreciar los móviles, sino de entender que su uso tal vez sea exagerado, superfluo en ocasiones y de cara a la galería, en otras muchas.

44 millones de móviles en España. Hay mucho bueno que decir. Hagámoslo.

4 de junio de 2006

Novalis, pinceladas de vida

Cuando un poeta canta estamos en sus manos: él es el que sabe despertar en nosotros aquellas fuerzas secretas; sus palabras nos descubren un mundo maravilloso que antes no conocíamos.

El camino misterioso va hacia el interior. Es en nosotros, y no en otra parte, donde se halla la eternidad de los mundos, el pasado y el futuro.

Todo objeto amado es el centro de un paraíso

Cuando veas un gigante, examina antes la posición del Sol; no vaya a ser la sombra de un pigmeo

Lo que ahora no alcanza la perfección, la alcanzará en un intento posterior o reiterado; nada de lo que abrazó la historia es pasajero, y a través de transformaciones innumerables renace de nuevo en formas siempre más ricas.

Es tocar el cielo, poner el dedo sobre un cuerpo humano.

Novalis, poeta y filósofo alemán (1772-1801)

2 de junio de 2006

¿Por qué?



Nunca sabremos por qué se creó el Cosmos. Nunca entenderemos los motivos, las razones, si es que las hay, que llevaron a algo o a alguien decidir construir todo lo que existe, desde la briza de hierba del jardín hasta las galaxias espirales. Así opina mucha gente; y si no podremos saberlo no será consecuencia de que seamos tontos, que carezcamos de luces, o tengamos un bloqueo mental permanente: no lo sabremos jamás porque, si lo hiciéramos, seríamos Dios.

No hay motivo, tampoco, para devanarnos los sesos en el intento; el Cosmos existe, y punto. Hay que adentrarse en sus dominios, interesarse por sus secretos, sus enigmas, los fenómenos que alberga y la relación que mantiene toda esa gigantesca estructura de materia y vida con nosotros. Y con ello es más que suficiente; querer dar pasos más allá, penetrar en la mente del Creador, es quizá demasiado arriesgado. Quizá ni siquiera tengamos la capacidad neuronal suficiente.

Ahora bien, la pregunta nos tienta, es estimulante, agranda el horizonte del saber y, al menos, ayuda a los hombres y mujeres a entenderse mejor a sí mismos; el intentar comprender por qué motivo existe todo la maquinaria cósmica tal vez sepamos por qué existimos nosotros. Puede caber la posibilidad, incluso, de que no sea imposible saber la respuesta a tal pregunta. ¿Y si Dios no fuera más que un invento, una patraña, una falacia creada por los temerosos y apocados humanos que buscaron en un ser divino y omnipotente la mano capaz de dar forma, color y vida al Universo?. Entonces sí estaríamos en condiciones de conocer el por qué. Pero, ¿hay un por qué?. Si nada movió las leyes naturales, si nada impulsó la Creación, es posible que nos encontremos ante un Universo azaroso y formado a consecuencia de una casualidad, un cúmulo accidental de condiciones físicas y biológicas que han permitido la aparición de la materia y la vida. Así, el Universo es sólo una cuestión de buena suerte.

¿Es suficiente con ello, con quedamos satisfechos con esa 'respuesta'? No, en absoluto, de modo que estamos como al principio: no sabemos por qué existe el Cosmos. Es una de las preguntas que hemos ido haciéndonos desde miles de años atrás, y seguimos en la más absoluta de las ignorancias. Podemos olvidarnos de ella, arrinconarla y pasar a otras cosas, más sencillas o menos comprometidas. Podemos, como hacen unos, dejarla en manos de los textos religiosos, de papa y curas, o podemos, como hacen otros, suponer que no hay respuesta a tal pregunta. En ninguno de los casos llegaremos a ninguna parte.

La opción intermedia es más vaga, más insegura, pero mucho más valiente. Puede que haya un motivo, una razón, una explicación que nos aclare el por qué; si existe, y es asequible para nuestras limitadas mentes humanas, entonces hay que ir tras ella, no por qué nos haga mejores, no porque consigamos un premio o logremos eliminar nuestros problemas, sino simplemente porque, como dijo Friedrich Nietzsche , "quien conoce un por qué puede vivir cualquier como".

31 de mayo de 2006

Sociedades verdaderamente humanas

"Nápoles tiene setenta mil habitantes, de los cuales trabajan sólo diez o quince mil, y éstos se debilitan y agotan rápidamente a consecuencia del continuo y permanente esfuerzo. Los restantes se corrompen en la ociosidad, la avaricia, las enfermedades corporales, la lascivia, la usura, etc., y contaminan y pervienten a muchas gentes, manteniéndolas a su servicio en medio de la pobreza y la adulación, y comunicándoles sus propios vicios. Por eso resultan deficientes las funciones públicas y los servicios útiles.
En cambio, como en la Ciudad del Sol las funciones y servicios se distribuyen a todos por igual, ninguno tiene que trabajar más de cuatro horas al día, pudiendo dedicar el resto del tiempo al estudio grato, a la discusión, a la lectura, a la narración, a la escritura, al paseo y a alegres ejercicios mentales y físicos. La comunidad hace hace a todos los hombres ricos y pobres a un tiempo: ricos porque todo lo tienen; pobres porque nada poseen y al mismo tiempo no sirven a las cosas, sino que las cosas les obedecen a ellos."

Tomasso Campanella (1568-1639), La Ciudad del Sol, 1623.

29 de mayo de 2006

Punto (y aparte)



Tras el largo periodo de exámenes - los cuales han ido bien (o así lo presiento) y, por lo tanto, permiten que se haga realidad uno de mis sueños veinteañeros -, ahora toca cambio de tercio. Por supuesto, todo cambio implica aventura; en este caso es seguir el mismo camino pero un sendero distinto, lo cual tiene su parte interesante. Dejo los estudios convencionales para adentrarme, por segunda vez menos de un año, en el asqueroso y putrefacto mundo laboral: pero es una incursión superficial y temporal, de tal suerte que ese mundo podrido no conseguirá arrastrarme ni hacerme suyo. Son sólo unos meses, un pequeño espacio temporal, necesarios para hacer realidad un sueño (otro) que llevo en las venas casi desde que tengo uso de razón.

Odio trabajar. Supongo que a muchos les sucederá lo mismo, si están en el caso de trabajar en algo que no les motiva, estimula o agrada. El mayor regalo que una persona puede hacerse a sí misma es luchar por vivir de acuerdo a su modo, a su filosofía, alcanzando ese bienestar de saber que día a día te levantas para mejorar, y que aportas tu grano de arena al conjunto de la Humanidad; trabajando en aquello que te gusta, por lo que sientes pasión, una persona asciende de entre la mediocridad para ser el mejor en su labor. No hay mejor estímulo a la hora de ser creativo y eficiente en el trabajo que desarrollar una actividad allá donde te sientes a gusto, en lo que te hace sentirte vivo, y ello es imposible si tu faena consiste en algo que está lejos de tus aspiraciones o preferencias.

Naturalmente, mi futuro trabajo tampoco representa mis aspiraciones: éstas sólo encierran montañas de libros, un ordenador frente a mí y pasarme horas y horas tecleando, divagando o arrancando el alma a cada pulsación. Da igual que escriba artículos de divulgación, libros, relatos, poemas (peripatéticos, en todo caso...), diarios, críticas, etc. Sea lo que sea, siempre me estimula, siempre me llena de energía y felicidad desgranar palabras, hacer físico y palpable algo que horas o minutos antes sólo estaba presente en la masa gris. El problema, el mismo a lo largo y ancho de la eternidad, es que la recompensa por hacerlo es inexistente: recompensa económica, se entiende. Si uno anhela vivir así, sin trabajar excepto en aquello que te haga persona y ser integral, la sociedad te lo pone dificil. Más bien, casi te lo impide.

Pero hay que proponérselo. Con tiempo, paciencia y constancia, quizá el regalo venga, tal vez se materialice algún día. Es posible que hoy tengamos que sacrificarnos, un poquito al menos, trabajando en lo que no nos gusta para que mañana podamos disfrutar de lo que significa la vida plena, la existencia digna, el éxtasis total que implica hacer aquello para lo que has nacido y sientes amor. Cuando uno trabaja en lo que quiere no trabaja, se divierte. Todo acto de trabajo debería constituir un acto de diversión, de placer. Sino, el trabajo adquiere la forma de un demonio tiranizante y destructor que, con el tiempo, te encierra en su guarida y absorbe lo que de humanos libres tenemos. No es exagerar, es consecuencia de lo que veo a mi alrededor, de la transformación que sufren las gentes ante el martirio que para algunos supone el trabajo no deseado.

No dejemos que el monstruo nos alcance.