17 de junio de 2006

Vistas al futuro



Veinte días después de iniciar mi segundo periplo laboral en un año (todo un logro), uno de mis más preciados anhelos está (un poco) más cerca de convertirse en realidad. Es necesario que dé la lata con el tema porque supone una manera de autoestimular mi estancia en el trabajo; a fin de cuentas, trabajo precisamente para hacer realidad esa ilusión personal, no hay ningún otro motivo.

Uno debe marcarse una meta, un objetivo a alcanzar, y lanzarse a por él cual tiburón hambriento. La vida no es más que una sucesión de ideales mentales y el posterior trabajo realizado para alcanzarlos. Hoy imaginamos que podemos llegar hasta aquí; mañana quizá logremos ir hasta allá, y pasado incluso es razonable situarnos en ese horizonte que ahora es sólo una imagen borrosa. Lo que era inalcanzable ayer se convierte en algo real hoy.

Así, paso a paso, uno construye su camino, lleno de obstáculos muchas veces (necesarios y saludables), hasta que por fin llega a su meta, meta temporal y transitoria en cualquier caso. Una meta no es ningún fin, sino el enlace que une propósitos pasados con deseos futuros. Llegar a la meta sólo implica la satisfacción del sueño cumplido y la promesa de nuevos retos. El camino a veces se tuerce, a veces es pedregoso, pero si uno quiere mejorar, tiene que recorrerlo.

Poco a poco, sin prisa, disfrutando de las cosas que el camino te ofrece (frutas, paisajes, gentes, momentos), avanzas sin darte cuenta. Aún queda camino por recorrer, mucho, casi todo. No importa. Con el tiempo todo llega, y tras el pateo, tras la caminata, a veces dolorosa, a veces maravillosa, llegará la recompensa. E incluso, si no la hay, el paseo habrá valido la pena.

Un tiburón, si para de nadar, muere. Nunca paremos de nadar.

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