8 de junio de 2006

Comunicaciones

Oí anoche que en España había más teléfonos móviles que personas. El negocio debe ser redondo. Pero, para mí, hay un problema, y es saber qué estamos comunicando en realidad, cuál es el valor que damos a las palabras y, sobre todo, si realmente transmitimos algo que vale la pena escuchar o leer.

Yo no tengo móvil. Nunca lo he tenido. No es necesario en mi vida, y seguramente me daría más incordios que otra cosa. Debo ser de los pocos jóvenes con veintitantos años que no andan como sonámbulos por la calle, pegados a la pantalla de crístal líquido durante todo el día. Me hace gracia ver a los adolescentes (y a gente, en principio, madura) absortos con esos aparatejos, ignorantes e indiferentes ante el mundo: sólo parecen existir esos símbolos digitales, todo lo demás es intrascendente. Me he tropezado con más de uno de esos sonámbulos, que no vio por dónde iba y fue a chocar conmigo, absorto yo, a mi vez, en mis devaneos mentales, mirando al cielo o rascándome la cabeza. Y siempre me pregunto: ¿qué estarán leyendo, qué escribirán?, ¿poemas de amor, citas famosas, textos memorables para la Humanidad? Obviamente, en general no.

Supongo que a diario habrá miles (seguramente millones) de mensajes transmitidos por móviles que no supondrán más que saludos, despedidas, aclaraciones, sensaciones o deseos de encuentros. De igual manera, las conversaciones irán por senderos similares. Eso está bien; para ello han nacido los móviles, para comunicar. Pero creo, y es algo que tan vez también sucede con Internet, que en realidad, aunque estemos en la época de las comunicaciones, nos hallamos también en la época de la incomunicación, no sólo porque tendemos a la comunicación indirecta, sino sobre todo porque no escuchamos.

Comunicar es compartir, absorber lo dicho por otros, hacerlo tuyo, incluso, y saborearlo. Pero esto está más allá del hoy y el ahora; en la actualidad prima la premura, la palabra fácil, es hola y el adiós, instantáneo. Y en esto los móviles son los mejores aliados. Una consecuencia de todo ello es que supone más caché hablar con muchos y mal que con pocos y bien. Muchos jóvenes (aunque no todos) apenas saben escribir sin fallos ortográficos y tienen importantes carencias léxicas y gramaticales y, además, leen muy poco (nada, prácticamente, más allá de las obligaciones escolares y los diarios deportivos).

La imagen que dan los móviles es de una comunicación constante, de un mar de palabras enviados en una y otra dirección. Se ve que nos comunicamos mucho, anhelamos entrar en contacto con otras personas, pero a mi entender es una comunicación, en la mayoría de los casos, vacía y superficial, que nada aporta y que disculpa la tan necesaria comunicación directa, cara a cara. No se trata de despreciar los móviles, sino de entender que su uso tal vez sea exagerado, superfluo en ocasiones y de cara a la galería, en otras muchas.

44 millones de móviles en España. Hay mucho bueno que decir. Hagámoslo.

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