28 de noviembre de 2005

Término



Adiós, estrella. Resplandeces con los últimos rayos de tu luz mortecina y solitaria. Acabas tu vida, finalizas el camino, sientes que has llegado al término. Rebotas sobre tí misma, te inmolas para deshacer la materia que has robado de otros lugares, y la expulsas en una orgía de gas. Nutrirás el vacío allá por donde pases, en tu postrera expansión, y los embriones estelares agradecerán tu aportación. Sales al exterior, declinas toda invitación, sabes que se acerca el clímax, anhelas el momento de expirar.

Has concluido el recorrido que te marcaste; te sientes orgullosa, feliz, por haber cumplido contigo misma. Has sorteado dificultades y enfermedades, has dejado escapar lágrimas de vapor, pero en tu juventud nada fue capaz de pararte. Fogosa, rebelde, enérgica y descarada, iluminaste la oscuridad con relámpagos y centellas. Había muchos otras a tu alrededor, pero no brillaban; y las que hacían, carecían de la chispa, la marca que señala a las que tienen algo especial. Tú tenías esa marca, y la lucías como nadie.

Ahora te apagas, te marchitas y te desvaneces; pero el tiempo siempre ha llegado lento hasta tí, como adormecido, y apenas te ha afectado. Aún resta media eternidad para tu adiós. En el tránsito hacia el ocaso perenne, mutarás por fin y arrojarás tu ser a la inmensidad. Otras recogerán tu semilla, aunque tu fruto era único en toda la Creación. Rodeando astros, esquivando cometas de largas cabelleras, absorbiendo guijarros interplanetarios, escaparás para siempre, y tu esencia, la que nos hizo enloquecer, se confundirá con los pársecs y los eones, para escindir este mundo en dos y partir hacia el infinito.

Nos veremos allá lejos, donde nada tiene nombre y donde todo es idea, sentimiento y verdad.

26 de noviembre de 2005

A finales de noviembre, silencio



Nací para madurar con el silencio. Lo amé como quien quiere a una madre, siempre ayudándote y con la sensación de que te haría compañía hasta el fin. En ocasiones el silencio se rompía, pero era bueno. Otras, al entrar en juego sonidos o notas, repudiaba la vida. Poco hay hoy de ese silencio primigenio entre las ruidosas calles de las ciudades; de hecho, tenemos que esperar hasta la noche, cuando la vida doméstica sueña, para apreciarlo de nuevo. Coches, músicas de ritmos idiotizantes, pelones con la voz partida, maricas de marca, toda la legión de imberberes roba-silencios, a los que de vez en cuando me gustaría cargar.

Tal vez ellos huyan del silencio, con la creencia de que éste les guarda algo malo, insano, perverso. Hablan y hablan sin cesar, chillan a veces, gritan casi siempre. Suben la pseudo-música de sus reproductores, para que los/las veas pasar a tu lado, raudos e ignorantes, cabalgando hacia la autodestrucción. Pobres, es la única forma que tienen de que les prestemos atención.

De modo que, cuando reniego de la ciudad y me embarco en mis botas viejas, me alejo del bullicio para volver a las raíces. Por suerte, no tengo que ir muy lejos para hallar de nuevo la paz. A escasos dos kilómetros, un paso nada más, me encuentro con él, el amado, pese a las detonaciones sonoras de los autos de la autopista próxima. Allá, junto a las montañas, el silencio reina otra vez. Yo, goloso y fiel, quedo sumiso a sus pies. Quizá me acompañe una amigo, con el que hablaremos de mil y una correrías, compartiendo deseos, anhelos y saberes. El Sol nos bañará de luz y energía, en un día azul profundo, brillante como recién nacido. Comeremos algo, contemplaremos la escena y oiremos, más fuerte que nunca, el silencio en nuestro interior. Volveremos pronto, de eso no cabe duda. Quizá traigamos músicas, libros, páginas en blanco o simplemente, un poco de agua y unas piezas de fruta. Pasaremos otro día rodeados de gatos cariñosos, inmiscuidos en el silencio, con la meta de seguir viviendo para disfrutarlo, tenerlo presente y hacerlo nuestro.

La algarabía es sana, indispensable, pero sin silencio uno no vive, no sabe lo que es vivir. Sin silencio, uno se muere.

24 de noviembre de 2005

Infancia



Mi casa da al patio de la escuela donde crecí. Antaño pasaba largas horas viendo corretear a los niños, persiguiéndose, cazándose, y siendo testigo de como ellos, a su vez, crecían. Añoré esos días de mi infancia, donde los problemas no existían, donde papá y mamá estaban siempre para solucionar todo, y donde me encontraba seguro.

Ahora el mundo ha cambiado; ya no me siento seguro, mamá y papá no pueden ayudarme y, además, hay muchos problemas. Hacer frente a las dificultades, superar las adversidades y ayudarnos unos a otros, ésos deberían ser los motivos que nos hicieran saltar cada día de nuestra cama, como hace veinte años lo eran jugar con los amigos, correr por el patio y aprender unas cuántas cosas. Pero esta sociedad no está por esa labor. Lo que cuenta es el enfrentamiento, comprar cada vez más, odiar al vecino, aguárle la fiesta siempre que se pueda, y despertarse con la sensación de que hay que comerse al mundo o si no será él quien nos engulla.

Los niños siguen a lo suyo; abrirán sus legañosos ojos dispuestos a vivir otro día, con los suyos, y no verán más lejos. Ni puñetera falta que hace. A veces, quizá la gran mayoría de ellas, es bueno ser ciego.

22 de noviembre de 2005

Paul Feyerabend; lindando con la herejía

Por lo tanto, la ciencia está más cerca de la mitología de lo que la filosofía de la ciencia estaría dispuesta a admitir. Es solamente una de las muchas formas de pensamiento desarrolladas por el hombre, y ni siquiera necesariamente la mejor. Es conspicua, ruidosa e impúdica, y además sólo es intrínsecamente superior para aquellos que se han decidido previamente a favor de cierta ideología, o que la han aceptado sin antes examinar sus ventajas y sus límites. Y como la aceptación o el rechazo de ideologías debe ser un asunto individual, la separación del Estado y la Iglesia debe suplementarse con la separación del Estado y la ciencia, que es la institución religiosa más reciente, más agresiva y más dogmática.

Feyerabend, filósofo estadounidense de origen austríaco (1924-1994), llega aquí a un momento cumbre de toda su aportación sobre la teoría del conocimiento humano: debemos considerar como válidas, o al menos darles una oportunidad, a otras disciplinas de saber humano que hasta ahora se han visto ahogadas por el peso de la Ciencia. La Ciencia parece ergirse como la panacea del conocimiento total, verídico y objetivo, pero no hay que dejarse engañar; puede ser útil en ciertos campos, incluso hasta el mejor método posible, pero no es, en absoluto, la única forma de conocimiento. Quienes desprecian el saber logrado por otros caminos, por absurdos e ilógicos que parezcan, están cegados ante el estamento y el método cientifico, ante el racionalismo a ultranza.

Claro que aunque esté en esto de acuerdo con Feyerabend, también disiento ampliamento con él cuando afirma que hay que darle el mismo respeto y consideración a la ciencia que, por ejemplo, a la astrología. Ésta tiene su función, resulta útil e interesante para algunos, representa incluso cierta filosofía de vida, pero no está capacitada para informar verídicamente a cerca de la influencia entre los astros y nuestra existencia por la sencilla razón de que emplea métodos, conocimientos y procedimientos matemáticos de miles de años de antigüedad. No es que el saber milenario esté equivocado, sino que dotar de aureola científica a la Astrología, como muchos han hecho, es errar de plano en lo que implica la propia Ciencia y desconocer cuál es el procedimiento que esta emplea para conseguir conocimientos.

Una opinión de los límites de la Ciencia como la que poseía Feyerabend, con su estilo directo y agresivo, poniendo en tela de juicio la verdadera utilidad de la Ciencia como método único y totalizador del saber humano, rayaba en la herejía. En su día no fue comprendido por muchos, pero sus enseñanzas están bien claras: no debemos creer que en la racionalidad está todo el conocimiento. El arte, la mística, la literatura, incluso ciertas disciplinas y prácticas mal vistas hoy día por la comunidad científica (como la famosa homeopatía o el vudú), pueden representar verdaderos focos de saber, tan válidos y útiles como puedan serlo las enseñanzas de la ciencia convencional.

Siempre se trata de lo mismo; hay que expandir y englobar nuestra visión del Universo y de nosotros mismos. Con la Ciencia tenemos una parte de esa visión, en efecto, y es muy interesante lo que con ella podemos llegar a descubrir. Pero aumentemos la perspectiva, adoptemos más posturas, captemos nuevas ideas, abramos mentes y corazos hacia los lados del saber empírico y racional y quizá llegemos a poseer un conocimiento que ahora tan sólo soñamos. Así es, expandámonos, abarcando cada vez más, dispuestos a aprender sin límites, sin dogmas, sin las ataduras de lo que consideramos lógico o correcto.

No desechemos la Ciencia, porque ello es un gran error, pero no desechemos tampoco lo que esté más allá (o más acá) de ella, porque entonces estamos cometiendo un error aún mayor.

20 de noviembre de 2005

Mundos por descubrir



Hay toda una legión de nuevas Tierras entre el espacio relativamente cercano. Es algo que sólo la observación nos niega, de momento, pero que la razón (y también el corazón) nos dicta como lógico y perfectamente natural. No hay ningún motivo por el que existan grandes planetas como Júpiter y Saturno y no como nuestro mundo. Es cuestión de tiempo encontrar esos planetas similares a la Tierra. Quizá sea cuestión de muy poco tiempo.

Desde 1995, hace justo una década, se han identificado más de 120 nuevos planetas; en algunos casos hemos visto varios cuerpos orbitando otros soles, es decir, hemos descubierto otros sistemas planetarios, tal y como lo es nuestro Sistema Solar. La lástima es que nuestros métodos de detección carecen aún de la suficiente precisión y resolución para captar la evidencia de mundos tan pequeños como la Tierra. Gigantes de gas como Júpiter son muy comunes, y es de suponer que, entre esos grandiosos planetas, sea también habitual encontrar otros mundos más pequeños, rocosos, algunos con atmósfera y, quizá, con formas de vida primitivas e inconcebibles. Tal vez, aunque sea rizar mucho el rizo, esa vida primitiva haya evolucionado y haya alcanzado un estadio de mayor desarrollo; quién sabe si, entre las nubes y el agua, entre las rocas y las ventiscas de ese planeta incógnito aún para nosotros, reside la huella de la inteligencia.



Sabemos que únicamente en torno nuestro, en la región de la Vía Láctea más próxima a nuestra situación cósmica, hay una gran cantidad de planetas. Extrapolando eso a la Galaxia entera, quizá haya millones de mundos como la Tierra entre el gas y polvo de los brazos espirales, perdidos entre la inmensidad y deseosos de ser explorados. Millones de planetas para explorar implica mucho tiempo disponible. La Humanidad, si es sabia, lo posee, y nada parece indicar que los problemas tecnológicos y de energía que ahora hay para saltar a las estrellas sean un obstáculo dentro de mil años, o incluso antes. Pero hay que sobrevivir, y hay mucho malestar entre los diferentes pueblos que moran en la Tierra. ¿No sería terrible, estúpido e inconcebible por nuestra parte dejar escapar todo lo que el Universo nos reserva sólo por una cuestión de orgullo patriótico, avaricia y rivalidad? Ahí fuera nos esperan nuevos mundos y el ser humano está ávido por descubrir, por ampliar sus horizontes. ¿Vamos a permitir que unos pocos mercenarios, los ejecutores de la voluntad de los poderosos, esos por quienes la Humanidad puede estar condenada, sean quienes decidan si vamos o no alcanzar las estrellas?

Hay que expandirse, pero es necesario un cambio. No podemos trasladar los procedimientos y formas que hemos usado en la Tierra cuando salgamos al exterior. Debemos mejorar; debemos respeto al Cosmos. Aquí, en este planeta, hemos fallado estrepitosamente, hemos hecho muy mal las cosas, y seguimos siendo incapaces, por desidia y por inercia, de mejorar. Pero el Universo es enorme, frío y hostil, y no nos protegerá de las inclemencias como lo ha hecho nuestra querida Tierra. Sabemos que debemos ir allá, hacia afuera, pero hay que respetar, cuidar y conservar. Entre la legión de mundos que esperan nuestra visita, el ser humano tiene la complicada tarea de mantener en ellos la llama de la vida y de la conciencia interplanetaria.

Hay que amar, como algo natural, al Cosmos. Es nuestro mejor Dios.

18 de noviembre de 2005

Tejiendo sueños (y esperando milagros)

Todo ser humano anhela algo a lo largo de su vida. Unos quieren ser ricos, otros desean encontrar una pareja para toda la vida, o un trabajo agradable y en el que encontrarse a gusto. Los hay que prefieren una existencia más radical, e inician una peregrinación a ninguna parte, yendo de un sitio a otro, con la casa a cuestas, despertándose quizá cada día en un paraje distinto, sin saber adónde te llevará hoy la vida. Son los trotamundos, y hoy en día los hay muy diversos.

Por ejemplo; unos deciden hacerse a la mar, navegando entre mares de soledad y durmiendo con el rumor de las corrientes. Atraviesan enormes extensiones de agua, con escasa compañía, para encontrar quién sabe qué, o quizá para encontrarse. A veces sufren accidentes, y desisten. Otras veces encuentran maravillas y deciden hacer de ese modo de vida itinerante una perpetua exploración de este mundo, azul por antonomasia. De puerto en puerto, pescando aquí, capturando allá, viven, serenos y estables, entre la frénetica y constante marea de la vida.

Hay otros que se suben al primer carro que encuentran; un coche destartalado, un autobús barato, o una camioneta de las de antaño, vieja y ruidosa. Les llevará a un lugar ignoto, desconocido por completo. Simplemente siguen el camino, que queda marcado; ellos permanecerán fieles, y cuando lleguen a su destino lo sabrán, de manera rotunda e inequívoca. Entonces extenderán sus mantas, expondiendo a los ojos de los demás sus fantasías, sus obras más preciadas. Pintarán, tocarán música, cantarán, harán piruetas, ingresarán en definitiva en la legión de trabajadores de lo bello, de lo auténtico, viviendo sin trabajar, porque la vida es para disfrutar. Quizá les falte el euro, quizá tengan que pasar hambre. No importa, ellos son fieles a la vida, al ser, y tal vez mañana, cuando interpreten ese cuarteto de cuerda, cuando plasmen ese bello rostro femenino, o cuando canten a los cuatro vientos esa canción que antes no recordaban, tal vez entonces reciban lo que necesitan para mantener el ánimo y el espíritu en acción.

Y quedan unos otros, tan audaces como los anteriores e igualmente inconformistas, sutiles en sus deseos y anhelantes de libertad, que deciden hacerse a la carretera, para no regresar jamás al punto de partida. Han tardado más en conseguir hacer realidad su sueño, porque es caro, pero llegan al fin, en cualquier caso. Ahorran, piden dinero prestado, hacen cuentas, y cuando tienen en la mano lo necesario, dicen adiós a mamá y a papá y desaparecen, en busca de lo que está por descubrir y amar. Están hartos de vivir en mil superfluas comodidades; necesitan riesgos, necesitan salir al espacio exterior, el que está más allá de la protección urbana. Son trotamundos caravaneros, viajantes de la Tierra, caminantes al son del ocaso mientras dure la gasolina, mientras haya sentimiento. Son aquellos que deciden ponerse al volante, con la casa a sus espaldas, con el sol frente a su rostro y un deseo de saber qué hay allende el horizonte.

He conocido a una persona así. Va a realizar su sueño. No sabe cómo saldrá la experiencia, si será para bien o para mal, si tendrá mil encontronazos o todó será pan comido. Ha decidido dejar el nido, volar libre, y sentir que no hay imposibles. Es mucha la envidia sana que me invade; él lo ha conseguido, tras muchos planteamientos, tras devaneos entre sí y el no. Seguro de mí mismo, amontonó dinero y pertenencias, y se hace a la carretera. El destino le aguarda, sólo tiene que pisar el acelerador.

Ése es el sueño que persigo desde hace cinco años; es recurrente, me invade un día sí y otro también. Me obsesiona, me llama para que lo haga realidad. Tendré que esperar aún un poco más, porque no está la vida poniéndomelo fácil, pero sé que no es una utopía. He de ser paciente, amontonar dinero y más dinero, y sólo entonces podré sonreír, satisfecho. Es el precio a pagar por la libertad, por la indepedencia y por la facultad de ser uno mismo.

Tarde o temprano, pagaré el precio. Y volaré.

15 de noviembre de 2005

Color en Marte



Con una paleta cromática dificil de igualar por cualquier pintor que se precie, esta toma en falso color de las dunas de Marte nos demuestra la utilidad que tiene el color para ofrecer rápida información sobre algunas características del planeta. En este caso, los colores nos indican las temperaturas de la noche a la mañana en la superficie marciana: los tonos azules sugieren áreas frías y los rojos zonas más calientes.

Cierto es que en Marte no existen realmente estos colores; todo lo más podríamos disfrutar, caso de estar sobre su fría superficie, de una gama de rojos, anaranjados y ocres. Eso durante un día corriente; el ocaso marciano ya es otra historia, al igual que el nuestro. Gracias a la presencia de atmósfera, cuando vayamos a Marte podremos seguir contemplando una bonita puesta de Sol, aunque con un Sol bastante más pequeño... son los inconvenientes de las grandes distancias interplanetarias.

13 de noviembre de 2005

Llega el invierno



Es lo que decía hará unos días; el otoño prácticamente no existe en esta región del mediterráneo. A finales de octubre íbamos todos en manga corta, incluso en ocasiones se echaban en falta las bermudas... . Desde hace una semana, llueve, hiela y enfría sin parar. Los abrigos hacen su aparición, recordamos a los paraguas, por fin, y empiezan las maniobras consumistas de la Navidad.

Claro que la práctica inexistencia del otoño también tiene su lado bueno; nos acurrucamos en casa, salimos de tanto en cuanto (preferentemente cuando el Sol se pasea por encima nuestro), hacemos más vida hogareña y nos arrellanamos en el sofá a leer (unos pocos), a mirar algo cuadrangular y estúpido (los más) o a susurrar viejas historias a los hijos (quienes los tengan), a las novias (quienes las tengan) o, simplemente, a aquella persona que tengamos al lado.

Y si nos armamos de valor y decidimos salir de noche al exterior, entre constante moquitera y narices congeladas, quizá seamos tan osados de mirar hacia arriba, desafiando las ventiscas y las tentadoras y calientes habitaciones cercanas. Veremos algo grandioso, algo que apenas se distingue pero que nuestra percepción distingue como real. Está allí; sólo hay que mirar y la encontraremos.

Hablo de M 42, la nebulosa por definición, la madre de todas las nebulosas para muchos. Se descuelga del Cinturón de Oríón, aún bajo en el horizonte por estos días si es noche temprana, como una nube pequeñita y lechosa rodeada de estrellas. Para hallarla hay que saber dónde para Orión, obviamente. Pero es una de las constelaciones más fáciles de encontrar, porque posee estrellas brillantes que delimitan a la perfección su forma. Además, el Cinturón es inequívoco; tres estrellas bastante luminosas en línea recta. Orión es, sencillamente, inconfundible.

Para conseguir una vista como la de arriba nuestros ojos no son suficientes; más bien, sólo astrónomos experimentados consiguen fotografías tan extraordinarias, con equipos sofisticados (y caros), y años de experiencia. Además, es necesario un cielo estable y manejar con precisión programas de retoque fotográfico que expriman al máximo los fotones de luz que han viajado desde hace 1.500 años, en el caso de M 42, y que han alcanzado la Tierra. El resultado de todo ese trabajo laborioso es una satisfactoria recompensa: una imagen del Cosmos de belleza sin igual.

En este caso, el fotógrafo es Robert Gendler, cuya web es un lugar sensacional para encontrar vistas de verdaderas maravillas del cielo. Un regalo para nuestros sentidos. Visitádla y hallaréis todo un mundo de belleza cósmica.

11 de noviembre de 2005

Dinero y Cosmos en África

Hace pocos días se inaguró un telescopio gigante en Sudáfrica; tiene un tamaño espectacular: su espejo mide 13 metros de diámetro. El costo total se acerca a los 30 millones de dólares (alrededor de 26 millones de euros).

Ese país es uno de los mejores lugares del continente africano para observar el cielo. Las zonas yermas y secas del suroeste aseguran pocas lluvias y gran cantidad de noches despejadas. El telescopio, dado su tamaño y configuración, está llamado a ser uno de los instrumentos de referencia, no sólo en África, sino en todo el mundo.



Como siempre, habrá quien proponga que esos 30 millones de euros serían mucho más útiles si se destinaran a acciones sociales; por ejemplo, podrían dedicarse a la contratación y formación de policías, tan necesarios en una ciudad como Johannesburgo, quizá la ciudad con más atracos, robos y violaciones de todo el planeta. O, por supuesto, tendrían una enorme trascendencia si pudieran emplearse para fabricar escuelas rurales, farmacias o mejorar la infraestructura de los poblados.

Y hay que estar de acuerdo. Es obvio que lo primordial, antes que estudiar el Cosmos, es proporcionar a cada ser humano una vida digna, y con esos 30 millones de dólares son muchas las cosas buenas que pueden hacerse. El problema no es, sin embargo, que el gobierno de ese país (y lo mismo sucede en gran parte del continente) sea estúpido y prefiera construir un telescopio a salvar vidas humanas. Sudáfrica es el primer productor de oro y diamantes, el segundo de manganeso y el octavo de carbón; Sudáfrica no es un país pobre. Tiene dinero y recursos, sólo resta focalizarlos para atender las necesidades de la población.



Y eso no está sucediendo. En Sudáfrica, casi el 50% de las medicinas y drogras que llegan al país para uso hospitalario son robadas; la corrupción de los agentes del orden es una evidencia a todas luces; la corrupción de los jefes de gobierno es tan obvia que la población ya lo tiene asumido. Hay muchos casos, no sólo en Sudáfrica; el ejemplo clamoroso es Joseph Mobutu de Zaire, que robó casi 8.000 millones de dólares (!) de los fondos públicos y ayudas internacionales. Con gobernantes así, la pobreza no va a terminar jamás en África, aunque nunca más se construyan telescopios de 30 millones de euros.

Por lo tanto, no es lícito criticar la puesta en marcha de este ojo gigante, que rastreará el Cosmos lejanos en busca de nuevas revelaciones en forma de galaxias primigenias, para así conocer más del origen del Universo. Es mucho más lícito reprochar, sancionar y manifestar la rabia por el dinero mal empleado cuando Sudáfrica hace oídos sordos al altísimo índice de criminalidad, a la falta de agua potable, a la pobreza extrema o a la corrupción y, en cambio, dedica los fondos de que dispone a la mejora de su arsenal armamentístico. Un ejemplo terrorífico: en 1999 este país acordó adquirir diverso armamento, como fragatas, submarinos, aviones y helicópteros, a Alemania, Francia, Suecia y Reino Unido, con un coste de 6.000 millones de dólares. Con ese dinero, imagináos cuántas escuelas, cuántas mejoras de infraestructuras (comunicaciones para distribuir alimentos, agua potable, agricultura, etc.) y cuánta hambre podría erradicarse para siempre. 6.000 millones de dólares... perdidos por la soberbia, la arrogancia y la falta de escrúpulos y sentido común de los poderosos.

Un telescopio se dirige al cielo; observa el pasado, detecta luz de antaño y obtiene conocimiento y saber para toda la humanidad. Una granada de mano, por pequeña, insignificante y barata que sea, no sirve más que para destruir, mutilar y matar. Ahí es cuándo tiene que oírse nuestra protesta, cuando se destina siquiera un euro al negocio de la muerte. Ahí es cuando necesitamos unir nuestras voces, la rabia conjunta, el dolor por la injusticia, y no sólo cuando intentamos perforar los límites del tiempo y el espacio en busca de los orígenes de la vida.

La Ciencia es cara, pero la ciencia de la Muerte lo es mucho más.

http://www.elcato.org/publicaciones/articulos/art-2004-02-06.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2005/11/10/ciencia/1131638762.html)

10 de noviembre de 2005

Nieblas



Amaga su luz el día mientras me replanteo cómo estoy viviendo. Hace poco más de un mes que vivo de una forma totalmente nueva, extraña y acongojante. No estaba acostumbrado a esto. Vivía y vivía entre un mar de libertad, de posibilidades, en la mayor de las perspectivas imaginables. No había límites, porque tenía, para mí y desde que me levantaba hasta que me acostaba, esa cosa llamada tiempo.

Ahora el tiempo me pasa, sigue existiendo, sigue su camino, pero yo no lo siento. O mejor dicho, siento que no es mío, que no es para mí. La dedicación a otros que implica esta vida mía presente hace que el tiempo sufra un aceleramiento, una contracción, que pase más raudo y que pese a la actividad constante y agotadora, uno se sienta inútil, vacío y solo, realmente solo.

Porque antaño uno estaba consigo mismo, lo sabía y los disfrutaba, y eso significaba que aunque no tuvieses a nadie cerca siempre te tenías a tí. Pero ahora es distinto; no puedo estar apenas conmigo porque no hay tiempo, y cuando estoy con los otros tampoco siento compañía, porque no estoy haciendo ni lo que quiero ni lo que necesito.

De modo que he entrado en nieblas, en brumas de vida, en vahos que se deshacen a mi paso. Falla algo. Falta algo. Y no sé hacia donde tirar.

Aun así, seguiremos.

7 de noviembre de 2005

Vientos de furia



Como una gigantesca burbuja en suspensión entre nubes de gas y vientos huracanados, esta extraña formación cósmica, llamada prescisamente Nebulosa Burbuja (NGC 7635, en Casiopea), nos indica que, a miles de años luz, está teniendo lugar un enfrentamiento galáctico: la nebulosa en forma de burbuja poco a poco se disuelve en el espacio como consecuencia de los fuertes vientos estelares que proceden de una estrella gigantes cercana. La radiación que emite la estrella es tan potente, de hecho, que en un abrir y cerrar de ojos la concha de gas se difuminará como una acuarela en un estanque.

Son frecuentes estos vientos tan violentos. A veces, en zonas de formación de nuevos planetas, las estrellas jóvenes fogosas generan unos vientos estelares de tal magnitud que destrozan el caparazón gaseoso y de polvo que protege a los planetas embrionarios, situados en otros sistemas estelares más modestos, de modo que quedan, desnudos, a merced de las intensas radiaciones. El resultado es la disgregación de la materia y la imposibilidad de crear nuevos mundos.

En el caso del Sol parece ser que no tuvimos cerca uno de estos gigantes, porque la evidencia de nueve planetas (ahora ya diez, aunque sería mejor decir ocho...) así lo atestigua. Además, la presencia de vida en uno de ellos es también un indicio de que, en todo el tiempo de existencia de este Sistema Solar, no ha sufrido grandes cataclismos. En caso contrario, quizá no estaríamos discutiendo esto... ., aunque esto es un 'argumento' en pro del Principio Antrópico.

De él hablaré en otro momento. Es un tema realmente curioso.

4 de noviembre de 2005

Otoño efímero



Aquí, en el Mediterráneo más levantino, el otoño tiende a durar poco. Los calores estivales se prolongan hasta bien entrado octubre (o más tarde, incluso; hoy, 4 de noviembre, hay 24ºC y viento de poniente) y a finales de diciembre, o antes, llegan los fríos (relativos, claro, porque el clima es beningo en ese sentido). De modo que el otoño, esa estación intermedia, de transición hacia las duras jornadas invernales, pasa como corriendo, y sin hacer ruido.

Y lo siento, porque a mí el otoño me encanta. No sólo por el ocre de los árboles, la melancolía de las hojas en los suelos y ese aroma que desprende la naturaleza, que se encoje y repliega, sino porque emana algo especial; me llena de vida, de entusiasmo, me enloquece y abruma, porque implica el inicio de un nuevo ciclo, que terminará pronto. Y de esa ligera hibernación de la vida, de la consciencia, nace otro periodo de exultante vitalidad.

Otoño de posibilidades, de recuerdos y vaguedades. El otoño destila futuro, y maravilla por su presente. Con el permiso primaveral, el otoño es la reina de las estaciones. Lástima que por estos lares su fragancia sea tan fugaz. Pero quizá en su brevedad está precisamente su misterio.

Otoño... puro espectáculo.

3 de noviembre de 2005

El ocaso, la disputa y el cambio



Barrunto a veces si el ocaso del mundo civilizado, tal y como conocemos a Occidente, está listo para convertirse en realidad. Veo muchos problemas en todas partes, muchas diferencias, muchos encontronazos, demasiadas disputas. En ocasiones, lo que me extraña es que aún no haya saltado todo en pedazos, que sigamos aquí, todos juntos, yendo hacia un destino ignoto y, quizá, terrible. Como decía Ana María Matute, lo raro es vivir.

El caso, cercano y evidente, del Estatut catalán es otro más. Cómo una simple propuesta de cambio puede revolucionar y amargar, y encima crear desavenencias, entre partidos políticos (lo cual es casi necesario) y, lo que es peor, entre la misma población. He oído decir que había boicot a productos catalanes por parte del resto del estado como medida de protesta. ¿Protesta hacia qué? ¿No es lícito que se intente mejorar económica y socialmente?. Ahora, hoy, el Estatut ha sido aprobado, y al parecer todos aquellos que decían que violaba la Constitución y denigraba a otras comunidades autonómicas ahora deben callar. Quizá también deberían haberlo hecho antes, pues el Estatut fue aprobado por el 90% del Parlamento catalán. El 90%, no es poco. No creo que el PP, el partido que sostuvo el 10% restante, sea él mismo el solidario y el generoso para con las demás comunidades autónomas y la gran mayoría de los catalanes busquen sólo lo mejor para ellos mismos. En cualquier caso, resta bastante para la puesta en práctica del Estatut, y es probable que haya cambios sustanciales que lo modifiquen considerablemente.

Esto viene como ejemplo de disputas rancias, porque traen cola de antaño y el Estatut no ha sido más que una excusa para continuarlas. No hay nada mejor, para el partido en la oposición, que una España dividida, reaccionaria y molesta. Seguro que, de ser la oposición quien ahora gobierna, haría exactamente lo mismo.

La pólvora está lista, destinada a alimentar la chulería y arrogancia de unos y la rabia contenida, por perder cuando lo tenían ganado, de otros. No hay buenos ni malos en esta comedia, carecemos de héroes, todos son villanos. Pero hay que unir, intentar integrar a los de uno y otro bando, y al parecer no lo están haciendo nada bien. Desean guerra, confrontación, lucha y contínuos roces, que si no cuidan pueden escapárseles de las manos. Ni los catalanes deben imponer su visión, ni el resto de los españoles cerrar los ojos ante la demanda de mejora y de una mayor libertad. Nadie ha hablado de independencia, aunque sobrevuele la palabra en el ambiente político, sólo de un deseo de prosperidad y evolución. Los demás pueden hacer lo mismo, es hora de iniciar cambios (pese a que sean de índole superficial), pero no desechemos una idea por el sólo hecho de proceder de quien procede.

Un Estatut vivo es aquel que no deja indiferente a nadie, para bien o para mal. Un Estatut muerto es el que no levanta ampollas, el que no enciende discusiones (de buen tono, por supuesto), el que es aprobado como si nunca hubiese existido, porque nadie ha hablado de él. Y esto va por el ya olvidado Estatut valenciano, del que no sabemos nada, porque así lo han querido algunos. Aprobado y punto. ¿Se hizo para quedar bien, para destacar la solidaridad (ficticia e hipócrita) de esta Comunidad, para ser los primeros o porque era hora de engañar y desinformar a la población?

Hay muchos problemas en esta tierra de la abundancia. Es fácil, al menos, solucionar algunos de ellos. No hagamos las cosas dificiles; discutamos y debatamos, confrontemos puntos de vista y analicemos lo que dicen los demás, pero no despreciemos al rival, no mostremos las fauces nada más empezar. De sabios es intercambiar opiniones y sacar conclusiones tras hacerlo. No saquemos conclusiones antes de hablar siquiera.

Con lo sencillo que es hablar y escuchar.

1 de noviembre de 2005

Recuerdos, anhelos y sentimientos



Quiero volver allí. Volver a ser. Regresar a ese mundo y perderme dentro de él.

Necesito volver. Entrar en aquellas tierras de ensueño, silenciosas y profundas.

Anhelo encontrarme de nuevo conmigo mismo. Allí podré hacerlo. He de ir.

Iré.

Tarántula



Arropada por miles de estrellas y decenas de racimos estelares próximos, la nebulosa de la Tarántula, en la Gran Nube de Magallanes, ilumina los cielos australes y nos brinda el placer de observar una de las más maravillosas creaciones de la materia. En sus cercanías explotó una estrella masiva hace 160.000 años, aunque nosotros captamos su luz sólo en 1987. La Tarántula es sede de creación, lenta y paciente, de nuevas estrellas, como tantas otras nebulosas. Su forma nos recuerda que el Cosmos a veces juguetea con el gas y la materia y moldea extrañas y carnales figuras de luz.

Perdida en la inmensidad del tiempo y del espacio, las llaves que dan acceso a la comprensión del Universo, la Tarántula será la futura madre de astros vigorosos que harán su aparición dentro de poco. Después, se retirará, evaporándose y difuminando todo su ser, integrándose en el espacio y recorriendo el Cosmos en pos de nuevas experiencias, como ser de gas enrarecido.

Nebulosa, nebulosa, nebulosa... .