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4 de febrero de 2008

El examen

"Tratando de resolver un examen. Eso es lo que, en este momento, debería hacer. En efecto, se supone que debería enfrentarme, con alforjas llenas de sapiencia, a la metafísica aristotélica entendida como filosofía primera, o al fenomenismo y escepticismo de Hume, según rezan las cuestiones del enunciado.

Pero no, no puedo. Mientras un mar de testas se devana los sesos a mi alrededor, suspirando por una nota que colme sus aspiraciones, o en su defecto un "superado", me dedico a escupir estas palabras inconexas. El principal motivo de ello es, por supuesto, una extraña (por inhabitual, aunque esperada) carencia del conocimiento que, en teoría, debía poseer; pese a dedicar algunos días -no muchos, ciertamente- a la materia, no he logrado aprender nada, no he experimentado ningún estímulo o sensación especial. Es como si el tiempo transcurrido detrás de los libros jamás hubiese existido, o fuera un tiempo estéril, sin fruto y recordado hoy amargamente con el agravio de su pérdida.

La razón es bien sencilla. Soy incapaz de estudiar. Siempre he sido un fracaso escolar, y siempre lo seré. Lo primordial, en todo tiempo y lugar, es para mí aprender, arrancar a pedazos el saber, paso a paso, y abrirlo en todas direcciones. Un estudio que no sea provechoso en este sentido es completamente inútil; hasta ahora, sin embargo, unos resultados aceptables habían solapado esta carencia, y la poca voluntad por ese discurrir programado de contenidos a memorizar quedaba compensado por el éxito del cómputo global. Pero esto se debió a la novedad, al hecho de empezar ciclo; una vez se instala la rutina, las ganas menguan, el tiempo vuela, y mis recursos académicos se desvanecen. Sí, no tengo recursos para aprobar. Sólo, y a mi manera, para aprender.

En este tiempo vertido para la comprensión epistemológica debería haber alcanzado, se le suponía, una cierta cota de sapiencia, el grado suficiente de conocimiento para defenderme de los ataques de los amargados profesores y sus obtusas preguntas. Y, sin embargo, repito, nada, un cero a la izquierda, el vacío mental más absoluto. Y todo porque mi seso vagaba mientras estudiaba la aplicación cosmológica de la teoría platónica de las ideas, porque buceaba en pajas mentales sin prestar atención a las antinomias de Kant. Y ahora, pasmaos, si esta noche cojo el mismo libro y lo abro por las mismas páginas, sin imposición, sin obligación alguna, todo fluye desde el papel hasta mi cerebro como las aguas de un rápido. Lo absorbo, lo disfruto, y queda para siempre en el desván del saber.

'Menudo gilipollas', dirá alguien, porque esta actitud quizá sea vista por algunos como irresponsabilidad, cobardía, o una muestra de lo tarugo que uno puede llegar a ser, si se lo propone. Me importa una mierda, sólo sé lo que experimento, lo que siento, y así son las cosas. Admiro, por lo menos algo, a aquellos que siguen diligentemente un estudio marcado por otros, y encima, lo hacen con gusto. Por otra parte, tal vez haya quien si no es así, obligándole, no cogería un libro en su vida, de ahí el sistema, impuesto para evitar la proliferación -inevitable, en cualquier caso- de asnos estúpidos.

Parece que termina el tiempo para este 'exámen', momento por lo tanto de concluir este deslavazado exabrupto. Veo gentes cabizbajas que abandonan la sala con rostros de preocupación; otros lucen sonrisas arrogantes, satisfechos, oh sí, en sus ridículas aportaciones... .

Creo que es mi turno, también. Me levantaré, entregaré la hoja en blanco y volveré en tren hasta mi posada temporal. Veo el cielo a través de las ventanas del claustro; es bello, sereno y silencioso. Habrá un crepúsculo digno de contemplación, estoy seguro".

14 de agosto de 2007

Sabidurías

El conocimiento habita
en mentes repletas de los pensamientos de otros;
la sabiduría, en mentes atentas a los suyos.

John Keats, poeta inglés (1795-1821)

14 de junio de 2006

Perspectivas



Perspectivas; puntos de vista; posiciones; encuadres... da igual como lo llamemos, el hecho es que dependiendo de nuestra situación, del lado desde el que vemos la realidad, el mundo es percibido de una forma u otra. El ojo es engañado, la mente intenta agarrarse a lo conocido, a lo visto en otra parte. Sin un contexto adecuado en el que situar aquello que vemos o sentimos, la naturaleza nos puede dar gato por liebre.

Un ejemplo es esta foto. ¿Qué demonios representa? Quien sepa Astronomía lo sabrá (o, al menos, lo intuirá), pero para quien ve un objeto así por vez primera, es posible que ande perdido un buen rato.

Tiene cierto parecido a un cometa, por su forma alargada y brillo elevado, aunque esa franja negra que lo atraviesa es un poco desconcertante. Es un cometa raro. No, lo más seguro es que no lo sea. Olvidémoslo.
¿Una nebulosa? Puede, pero esa disposición del gas, tan plana y delimitada en un espacio fuertemente definido, también crea inseguridad. Las nebulosas, zonas donde nacen las estrellas, tienden a formarse como figuras algodonadas, por los intensos vientos estelares que les rodean, expulsados por esos recién nacidos astros. Una forma tan estilizada no concuerda con casi ninguna de las nebulosas convencionales.
Tal vez se trate de algún objeto exótico, inhabitual en el casi infinito tapiz del espacio-tiempo. ¿Una especie de ráfaga de gas y polvo en movimiento, como una afiliada lanza gaseosa que atraviesa el Universo, hacia una dirección desconocida? No, demasiado imaginativo, demasiado improbable.

La solución la tenemos cuando pensamos, primero, en cómo ha sido tomado la fotografía: la ha obtenido el telescopio Espacial Hubble. Primera pista. Además, representa un objeto extragaláctico (pero situado en las cercanías: 44 millones de años luz). Segunda pista. Y, tercera, se halla inmersa en un enorme y disperso cúmulo de galaxias en la constelación de Dragón.

Es decir, que es una galaxia. Pero, ¿cómo puede ser, cómo es posible que veamos así una galaxia? Pues gracias a la perspectiva, es decir, a la posición de esta galaxia (NGC 5866) en relación con nuestra línea de visión. Hemos tenido la suerte de observar este torbellino galáctico mostrándonos su perfil, su plano, su cuerpo repleto de estrellas y extremadamente delgado. En la mayoría de otros casos, las galaxias se observan con un ángulo de visión más abierto, que permite apreciar mejor su forma y sus brazos espirales (caso de tenerlos). Cuando vemos el brazo de gas que traza nuestra Vía Láctea en las noches de verano, también vemos una galaxia (la nuestra) de perfil, sólo que como estamos inmersos en ella se nos revela mucho más grande y con una forma más indefinida.

Todo es cuestión de perspectiva. En todos los ámbitos: en la vida diaria, en nuestro interior y allá arriba, más allá de la atmósfera de nuestro planeta azul.

11 de junio de 2006

Testigos de dogmas, creyentes de lo absurdo



Hoy, apenas nacidas las nueve de la mañana, un par de simpáticos viejetes han hecho acto de presencia en mi lugar de trabajo (y disfrute, al menos por el momento, dado que dispongo de tiempo libre, tanto que he leído tres libros en cinco días...). Estos yayos en cuestión (de quienes ya he hablado, aquí, hace casi diez meses), pulcramente vestidos y documentados hasta las cejas, me ofrecían amablemente unos folletos acerca de las actividades de los Testigos de Jehová, folletos a los que suelo echar una (brevísima) ojeada. Me hace gracia -y siento cierta curiosidad, también- sobre lo expuesto en ellos: el tufo a verdades reveladas, irrefutables, dictadas por los grandes héroes de la religión, acompañadas por una inevitable y curiosa alusión constante a la moral, a lo aceptable y a lo bueno (todo es una misma cosa, por supuesto).

Al mismo tiempo, logro reconocer que tienen algo de positivo: muestran, más allá de paparruchas teológicas y pestilencias éticas, el deseo de un mundo mejor, de un intento por evolucionar y dar al traste con la sociedad que nos rodea, podrida y manifiestamente perniciosa para el bienestar humano libre e integrador. Lo triste es todo el rollo acerca del Armagedón y el posterior paraíso en que se convertirá la Tierra, habitado por los siervos de Dios, dóciles como la manada de borregos y felices en sus mediocres y organizadas vidas.

Ahí es donde encuentro la basura, el olor a podrido, a nociones humanas trasnochadas y directrices religiosas decadentes. Y ahí es donde paro de leer esos panfletos y vuelvo a la filosofía, a la literatura y al ensayo. Vuelvo, por lo tanto, a la libertad de pensamiento, al océano de independencia que proporciona el hallar nuevos mundos por descubrir; ya sea empleando el raciocinio, la imaginación o la inspiración, pero nunca los dogmas ofrecidos como respuesta a todo.

Las grandes verdades no fueron reveladas a gentes de hace más de dos mil años: se nos revelan cada día (y de forma distinta) a cada uno de nosotros, tras cada amanecer o crepúsculo. Las verdades de Verdad surgen de nosotros mismos, no vienen de fuera, y nos sirven para ser más libres, para abarcar más perspectivas, para expandir el sentimiento que tenemos de la vida, de los hombres y mujeres y del Universo en el que vivimos.

Los simpáticos abueletes domingueros, carpeta en mano y respuesta divina en mente, seguirán su viaje en pos de nuevos miembros a los que afiliar; tal vez se hayan hecho muchas preguntas en su vida, pero seguramente no se habrán cuestionado acerca de por qué motivo dejan que sean otros los que decidan y respondan por ellos, por qué permiten que otros les revelen las verdades (sean verdaderas o no) y por qué razón han abandonado todo espíritu crítico ante lo dicho por las autoridades religiosas. Ésas son las preguntas que deberían hacerse, más que las relacionadas con Adán y Eva y la manzana, el Armagedón o qué plegarias realizar antes de irnos a dormir.

Pero, por supuesto, toda especulación intelectual en torno a la religión es perniciosa para los propios creyentes. Las reflexiones filosóficas o científicas representan un peligro, ya que conducen a la herejía o causan incertidumbre entre aquellos que profesan una fe pura y ciega; así, no hay que reflexionar, no hay que razonar, no hay que cuestionar los preceptos y los dogmas. Y eso es lo que hacen los dos viejecitos que me han visitado hoy, amables y considerados hasta el aburrimiento. Y es lo que harán hasta que mueran, llevando consigo la felicidad de una existencia dirigida y orientada por otros, manipulada y mancillada por los intereses de unos pocos.

Es la mácula de todas las religiones, la peste de la Humanidad. Pero ahí siguen ellas, infectando, carcomiendo y matando.

2 de junio de 2006

¿Por qué?



Nunca sabremos por qué se creó el Cosmos. Nunca entenderemos los motivos, las razones, si es que las hay, que llevaron a algo o a alguien decidir construir todo lo que existe, desde la briza de hierba del jardín hasta las galaxias espirales. Así opina mucha gente; y si no podremos saberlo no será consecuencia de que seamos tontos, que carezcamos de luces, o tengamos un bloqueo mental permanente: no lo sabremos jamás porque, si lo hiciéramos, seríamos Dios.

No hay motivo, tampoco, para devanarnos los sesos en el intento; el Cosmos existe, y punto. Hay que adentrarse en sus dominios, interesarse por sus secretos, sus enigmas, los fenómenos que alberga y la relación que mantiene toda esa gigantesca estructura de materia y vida con nosotros. Y con ello es más que suficiente; querer dar pasos más allá, penetrar en la mente del Creador, es quizá demasiado arriesgado. Quizá ni siquiera tengamos la capacidad neuronal suficiente.

Ahora bien, la pregunta nos tienta, es estimulante, agranda el horizonte del saber y, al menos, ayuda a los hombres y mujeres a entenderse mejor a sí mismos; el intentar comprender por qué motivo existe todo la maquinaria cósmica tal vez sepamos por qué existimos nosotros. Puede caber la posibilidad, incluso, de que no sea imposible saber la respuesta a tal pregunta. ¿Y si Dios no fuera más que un invento, una patraña, una falacia creada por los temerosos y apocados humanos que buscaron en un ser divino y omnipotente la mano capaz de dar forma, color y vida al Universo?. Entonces sí estaríamos en condiciones de conocer el por qué. Pero, ¿hay un por qué?. Si nada movió las leyes naturales, si nada impulsó la Creación, es posible que nos encontremos ante un Universo azaroso y formado a consecuencia de una casualidad, un cúmulo accidental de condiciones físicas y biológicas que han permitido la aparición de la materia y la vida. Así, el Universo es sólo una cuestión de buena suerte.

¿Es suficiente con ello, con quedamos satisfechos con esa 'respuesta'? No, en absoluto, de modo que estamos como al principio: no sabemos por qué existe el Cosmos. Es una de las preguntas que hemos ido haciéndonos desde miles de años atrás, y seguimos en la más absoluta de las ignorancias. Podemos olvidarnos de ella, arrinconarla y pasar a otras cosas, más sencillas o menos comprometidas. Podemos, como hacen unos, dejarla en manos de los textos religiosos, de papa y curas, o podemos, como hacen otros, suponer que no hay respuesta a tal pregunta. En ninguno de los casos llegaremos a ninguna parte.

La opción intermedia es más vaga, más insegura, pero mucho más valiente. Puede que haya un motivo, una razón, una explicación que nos aclare el por qué; si existe, y es asequible para nuestras limitadas mentes humanas, entonces hay que ir tras ella, no por qué nos haga mejores, no porque consigamos un premio o logremos eliminar nuestros problemas, sino simplemente porque, como dijo Friedrich Nietzsche , "quien conoce un por qué puede vivir cualquier como".

28 de marzo de 2006

El océano de Isaac Newton

No sé que puedo haberle parecido al mundo, pero personalmente me he visto simplemente como un niño jugando en la playa, junto al mar, y que de vez en cuando se divierte al encontrar una piedrecita más pulida que otra, o una concha más hermosa que las demás, mientras el gran océano de la verdad yace ante mí, completamente ignoto.

Isaac Newton (1647-1727)

Me pregunto qué tendrán los verdaderos genios que, como Newton, antes de vanagloriarse de sus enormes logros prefieren considerarse personas sencillas y humildes. ¿Por qué los arrogantes y engreídos son, casi siempre, los mediocres? ¿Por qué los genios humanos auténticos gustan situarse en un segundo plano, casi escondidos, entre la maraña de sabelotodos?

Quizá sea porque comprenden que, pese a saber tanto, en realidad no saben nada, mientras que los otros se creen que han llegado a la sabiduría, cuando de hecho permanecen en la más oscura ignorancia. No hablo de verdades fácilmente delimitables por el saber científico (como por qué motivo la lechuga es verde o el Sol saldrá cerca del este mañana), sino de las grandes preguntas, de las cuestiones últimas, en definitiva, de la verdadera sabiduría. Ya lo decía un tal Sócrates, hará cosa de 2.500 años: "Sólo sé que no sé nada". Ante esta máxima los mediocres abuchean; los genios, aplauden.

15 de febrero de 2006

El saber de la fe y la razón

¿Cómo, en efecto, podrá caminar por el recto sendero que a la verdad conduce, aquel que se satisfaga con la ciega sumisión a los textos revelados y rehuya el empleo de los métodos de investigación y razonamiento? ¿Ignora, por ventura, que la ley revelada no tiene más fundamento que la palabra del Profeta y que la veracidad de éste no puede ser conocida sino por las pruebas apodícticas de la razón? ¿Ni, como atinará tampoco en el recto camino de la verdad aquel que al dictamen escueto de la razón se atenga y se limite, sin dejarse alumbrar por la luz de la revelación?.

Porque, vengamos a cuentas: ¿cómo buscar refugio en la razón contra la ignorancia, si adolece de ceguera y limitación? ¿Ignórase, acaso, que la capacidad del intelecto humano es más bien exigua y que su esfera de acción es estrecha y reducida? ¡Ah, y cómo fracasa cuando busca la certeza infalible y como tropieza a cada paso en las falaces huellas del error todo el que no concilia estas divergencias mediante la armonía entre la razón y la revelación! Porque el entendimiento humano es como la vista sana, exenta de defectos y dolencias, y el Alcorán es como el sol que derrama por doquier los rayos de su luz.

Y por eso, al que busca el camino recto de la verdad prescindiendo de uno de estos dos luminares, has de encontrarlo siempre formando parte de la turba de ignorantes, pues si rehuye el empleo de la razón y se satisface con la sola luz del Alcorán es como aquel que se pone frente al sol, pero con los ojos cerrados, que en nada se diferencia de los ciegos; y pues la razón, junto con la revelación, es luz sobre luz, el que con el ojo tuerto dirige su mirada a una de esas dos luces exclusivamente, queda sumido en las tinieblas del extravío.

ALGAZEL, místico y filósofo musulmán (1058-1111)

12 de febrero de 2006

La libertad, el fundamentalismo y la visión cósmica

Estos días se viven momentos de furia, sed de sangre y enfrentamiento. Todo nace de una afrenta desafortunada, quizá ingenua y seguramente evitable. Pero la reacción aún ha sido más desafortunada; ya han muerto diez personas en Afganistán, el Líbano y Somalia.

Desde Occidente se habla de libertad de expresión, y desde Oriente responden que en temas sagrados hay que respetar y limitar el poder de la palabra y la imagen. También responden de maneras más violentas e incomprensibles, auspiciados y exaltados por líderes religiosos, destrozando lo que encuentran a su paso, incediando y, al parecer, a partir de ahora, boicoteando los productos que lleguen a su país desde Escandinavia.

¿Ha nacido, si es que no lo había hecho ya, el gérmen de la eterna incomprensión entre ambos hemisferios? Unos, tontamente, publican unas caricaturas de un Dios incaricaturizable, y los otros amenazan con bombas, terrores y venganzas. Unos piden libertad y otros respeto. Ni nosotros los entendemos a ellos ni ellos a nosotros, y en ese ambiente es fácil que surjan las disputas. El problema feo, grave, complejo, viene de la evolución de unos y otros; Occidente ha podido evolucionar social, económica, científica y, aunque menos, también religiosamente. Oriente, y en particular el mundo musulmán, no. Les falta el aliento del aperturismo intelectual y social que Europa ha vivido en los últimos cuatro siglos. Mientras predomine tan férreamente la visión teológica, las doctrinas religiosas y las enseñanzas esclavizantes, será dificil que entiendan el significado de unas viñetas en un periódico. Tal vez, una religión más abierta ignoraría representaciones gráficas blasfemas de su líder espiritual, porque entendería que lo importante es el sentimiento de fe, no un trozo de papel que se quema o destroza con facilidad. Pero, quizá, esa religión aún no existe.

También corroe que Occidente hable ahora de libertad, justo cuando las libertades indivuales y colectivas están más maniatadas que nunca. Hablan en nombre de la libertad de expresión como sus adalides modernos, y en cambio huyen de ella y la rechazan siempre que pueden en los momentos que les interesan. La hipocresía y la falta de coherencia sigue siendo, por supuesto, uno de los baluartes del sistema occidental.

Y, entretanto, la visión cósmica como mejor medicina, la comprensión de nuestra pequeñez, la idiotez de las diferencias que nos separan. Hay que ver que el mundo es uno, entender la unidad de la Tierra, y aunque los problemas deben existir para nuestra evolución, tenemos el reto de impedir que esos problemas nos superen. Descubriendo el Cosmos uno se da cuenta de que no hay imagen, ni palabra ni Dios que sea capaz de romper la realidad; la realidad de un precioso e insignificante mundo azul entre un sinfín de estrellas, y la realidad de una Humanidad que, pese a los esfuerzos de despreciables fundamentalistas y torpes periodistas, está condenada a entenderse.

13 de septiembre de 2005

Saber menos y mejor

El domingo cenaba pronto, y como llevo varios días a solas puse un momento la tv. Entre la maraña de programas futboleros encontré por ahí (me parece que era 'Espejo Público', de Antena 3, pero tampoco lo sé seguro) un reportaje sobre padres y madres que no llevan a sus hijos a la escuela y, en cambio, les enseñan de todo desde su propia casa, dándoles toda la atención que se merecen (claro que esto sólo es posible si tu profesión es liberal y tienes el suficiente tiempo libre).

Y la cosa es que me sentí celoso de esos niños; porque quizá tendrán acceso a menos saberes, pero serán capaces de disfrutarlos más y absorberlos mejor. Una frase de Machado que mencionaban al final del reportaje me llegó al corazón: "El erudito aprendió tanto que no le quedó tiempo para pensar en ello". Eso es exactamente lo que les sucede a nuestros niños (y lo que me sucedió a mí): se atiborran de datos, inútiles y fútiles, y para cuando han "aprendido" (mejor dicho, memorizado, o cuando menos leído) uno ya están persiguiendo el siguiente. No razonan, reflexionan o discuten sobre lo aprendido porque no hay tiempo material para ello.

Los padres de estos niños no escolarizados se dedican, entre un amplio espectro de materias, a enseñarlas cada día una cosa distinta; quizá sean ellos mismos los que elijan aquello que quieren aprender (aquí está la clave para el saber auténtico), y si no tienen ideas, sus padres les dan diversas posibilidades. ¿De qué narices sirve dar una lección sobre ecuaciones de primer grado si el chico o la chica lo que desea es leer un cuento, aprender porqué las flores tienen esos colores tan chillones o cómo se hizo aquella estrella que brilla tanto por la noche?

La curiosidad y la mente abierta son el sello distintivo de los niños; a medida que el tiempo avanza, tanto una cosa como la otra se pierde, y en la gran mayoría de casos el resultado es un adulto aburrido, cansado y torpe, ignorante de todo lo que hay alrededor e incapaz de aprender nada porque ha tragado ya toda la mierda que le embutieron unos profesorzuelos del tres al cuarto.

Los nuevos métodos de enseñanza creados para que los adultos del mañana lleguen a tales con la mente sedienta de saber y sus recursos mentales intactos van a constituir, lo creo firmemente, el pilar fundamental de la nueva sociedad, la que aparecerá después de que la actual fracase y colapse sobre sí misma. Será una sociedad que valore el saber, la cultura, el humanismo y la introspección, la ciencia y el arte, la tecnología y la poesía, que abrace cualquier estímulo intelectual que el ser humano desarrolle para su felicidad y bienestar. Algo así sólo es posible con un aprendizaje voluntario y libre, aislado de estructuraciones y cursos, al márgen de mecanismos pedagógicos y notas académicas. El saber del futuro, y el futuro mismo, vendrán de la mano de estos chicos y chicas que aprenden junto a sus padres y unos pocos amigos, que evolucionan día a día, que a cada amanecer saborean el gusto de descubrir otra más de las maravillas que este mundo y sus moradores reservan para nosotros.

Aprender es un camino personal, y como tal, se rige por nuestro deseo, o no, de avanzar en una dirección determinada. Que otros sean quienes determinen por dónde caminaremos hoy es otra muestra más de la estúpida, arcaica e inhumana sociedad en la que nos ha tocado vivir.

19 de mayo de 2005

¿Cómo responderemos a las 'verdaderas' preguntas?

He tenido durante estos últimos días una larga discusión, interesante y bastante ardua, con un compañero en el blog de Magonia acerca del conocimiento humano y las formas que puede haber para alcanzarlo (si a alguien le interesa, aquí están los comentarios http://www.haloscan.com/comments/lagamez/111524745657833316)

Todo el rollo ha sido consecuencia, simplemente, de una idea: ¿no puede un científico tener una concepción del universo que abarque al unísono ciencia y espiritualidad? ¿O sea, una cosmovisión racionalista pero que contuviera como ciertos tanto las revelaciones de la ciencia como la de la instrospección?

El insistía en que eso era absurdo, o al menos, que no tenía sentido si uno no quería salir de la esfera racionalista. Es decir, esa cosmovisión para él era irracional por aceptar como válida a la espiritualidad como un "método" válido para el conocimiento. Él piensa que esto entra dentro de la categoría de pensamiento "mágico", sin base y carente de aportación informativa real alguna.

Yo argumentaba que un científico así (y por extensión, cualquier persona) no es alguien irracional en absoluto. Se trata de alguien que aplica la ciencia a su ámbito adecuado (el mundo físico). La ciencia responderá rápida y ágilmente a las preguntas acerca de la estructura, la composición, posiblemente el origen, los componentes, etc., del Universo, pero al intentar encontrar una respuesta a las preguntas fundamentales (por ejemplo, por qué el Universo es tal y como es, por qué ha sido creado, quién o qué lo ha hecho, con qué finalidad, etc.) fracasará, porque estará fuera de su ámbito. Entonces, sugería yo, será necesario cambiar de táctica, y tal vez la espiritualidad, la instrospección, o meditación o como se quiera llamar, podría jugar algún papel a la hora de intentar responder, o al menos guiar hacia la respuesta, a estas importantes preguntas.

El debate ha concluido, más que nada porque empezaba a repetirme como un maestro de escuela aburrido y pesado, y al final cada uno ha seguido su camino. Es realmente dificil, ahora me doy cuenta, intentar hacer ver a los demás algo que para tí es relativamente obvio, sobretodo si esos otros son gente con ideas ya prestablecidas. Yo nunca negaré el papel fundamental de la ciencia en la sociedad y su enorme utilidad, más allá de sus aplicaciones prácticas. El conocimiento que, gracias a la ciencia, ha alcanzado la Humanidad es grandioso. Pero deberíamos plantearnos, dentro de la esfera de los diversos saberes (ciencia, filosofía, arte, etc.) si una mejor comprensión de nosotros mismos a nivel espiritual no podría, eventualmente, añadir nuevos conocimientos al bagaje cultural humano, a través de algo tan sencillo como es quedarse uno 'sentado' junto a su espíritu e intentar sonsacarle algunas respuestas que, por otros medios, son escurridizas.

En este blog humilde hasta los tuétanos, he mostrado algunas maravillas que la ciencia ha descubierto en el Cosmos para todos nosotros. Lo seguiré haciendo, por supuesto pero, estoy convencido, nunca podré exponer aquí el momento grandioso en el que la ciencia explique el por qué de todo, el instante feliz e irrepetible de enseñarnos dónde está la esencia del cosmos y por qué motivo éste existe. Me entristece pensar que no llegará el momento. Sin embargo, tengo fe en que por otros medios, sí podamos tal vez llegar a saberlo. Y uno de ellos, quizá, sea conociéndonos mejor e intentando, más allá de los sentidos, aprehender al Cosmos en toda su grandeza.

Científicos de prestigio lo han hecho, hombres de ciencia respetados y glorificados por sus aportaciones al saber del mundo físico (de ello hablaré seguramente en otro artículo). Entonces, ¿por qué no puede ser ser posible para nosotros?

Veo, por tanto, bastante claro el camino para una mejor comprensión del Universo. Y, sorprendentemente, creo no serán necesarios instrumentos de medida, batas blancas, pizarras o ecuaciones. Sólo uno mismo. Qué curioso es el mundo... .