20 de diciembre de 2020

"El abeto" (relato)

 El abeto


Era un frío día de diciembre. El acerado viento lastimaba las calles y del cielo caían

ligeros copos de nieve, acumulándose lentamente sobre el pavimento. Los vehículos

también permanecían silenciosos, y se podría decir que el mismo mundo exterior estaba

paralizado o en hibernación. Todo trataba de refugiarse bajo techo.


Estaban reunidos en la gran casa, la cual había visto crecer a muchos de los allí

congregados. La comida navideña, preparada por la abuela y servida por hijos y nueras,

fue todo un acontecimiento; y siempre era la excusa perfecta para juntarse la familia

otra vez, después de un tiempo separada a causa del trabajo o las tareas de crianza.


Tras la comida, y también una vez se disfrutó de los postres caseros, los niños se

agruparon en torno al fuego, al lado del abuelo. El árbol sintético, que acompañaba a la

chimenea a cierta distancia, estaba bellamente adornado, y en la cúspide destacaba una

estrella ligeramente imperfecta, realizada como manualidad por uno de los pequeños en

la escuela.


El abuelo, mirando el luminoso árbol, les dijo:


―¿Sabéis, niños? Cuando el abuelo era como vosotros fue, una vez hace ya mucho

tiempo, al bosque a talar un abeto para Navidad. Iba con mis buenos amigos de siempre.

Tiritábamos, porque la tarde era tormentosa y la montaña estaba helada, como si no nos

quisiera allí; quizá porque sabía qué estábamos tramando.


«En el bosque había muchos abetos, pero uno pequeño en particular nos gustó a

todos. Echamos a suertes quién se lo llevaría a casa, y yo fui el afortunado. Nos

acercamos y acordamos que lo haríamos entre todos. Un amigo sacó su hacha de mano,

descargó con fuerza y el tronco se estremeció. Siguieron unos golpes más y, cuando ya

quedaba poco para rematarlo, cayó un rayo justo a nuestro lado; el resplandor nos cegó

y el trueno nos ensordeció. Gritamos, asustados, y durante unos momentos

permanecimos todos aturdidos y confusos. Cuando nos recuperamos, mi amigo quiso

apresurarse y cortar el abeto, pero del cielo bajó otro rayo y su reventón nos impulsó a

huir ladera abajo, corriendo sin parar hasta casa.


―¿Y no talasteis ningún “ábrol”? ―preguntó, incorrectamente, uno de los niños.

―No, hijito; tuvimos bastante con el Belén, unas bolas y espumillón, que es

horrible, pero bueno... ―se oyeron unas risitas. Luego, el anciano agregó―. En fin, id a

jugar, id, pequeños, que la abuela dentro de poco os sacará la merienda.


Y el abuelo quedó solo, mientras recordaba al torcido y viejo abeto, en cuyo tronco,

mucho más tarde, había tallado el nombre de una muchacha que, ahora, miraba a sus

nietos con una sonrisa.


Alguien atizó el fuego y, por un instante, los ojos verdes del abuelo recuperaron el

fulgor y la viveza de sus años de juventud.

4 comentarios:

elpedrete dijo...

Jesús, un cuento muy tierno y navideño, me ha gustado.

Suerte en el concurso de Zenda, yo también participo con mi cuento:
https://www.humoryalgomas.com/2020/12/zenda-cuento-de-navidad-2020.html

elHermitaño dijo...

Hola!

Muchas gracias por tus palabras y tus deseos, compañero.

Igualmente espero para ti, que tengas muchas suerte.

Un abrazo grande, cuídate!

Anónimo dijo...

Linda narración, Jesús. Llevas a tus lectores a vivir la experiencia de los personajes y entregas un mensaje muy importante 👍

elHermitaño dijo...

Muchas gracias, Bela, por tu bello comentario. Me alegra que te haya gustado. Un beso grande!