28 de marzo de 2006

El océano de Isaac Newton

No sé que puedo haberle parecido al mundo, pero personalmente me he visto simplemente como un niño jugando en la playa, junto al mar, y que de vez en cuando se divierte al encontrar una piedrecita más pulida que otra, o una concha más hermosa que las demás, mientras el gran océano de la verdad yace ante mí, completamente ignoto.

Isaac Newton (1647-1727)

Me pregunto qué tendrán los verdaderos genios que, como Newton, antes de vanagloriarse de sus enormes logros prefieren considerarse personas sencillas y humildes. ¿Por qué los arrogantes y engreídos son, casi siempre, los mediocres? ¿Por qué los genios humanos auténticos gustan situarse en un segundo plano, casi escondidos, entre la maraña de sabelotodos?

Quizá sea porque comprenden que, pese a saber tanto, en realidad no saben nada, mientras que los otros se creen que han llegado a la sabiduría, cuando de hecho permanecen en la más oscura ignorancia. No hablo de verdades fácilmente delimitables por el saber científico (como por qué motivo la lechuga es verde o el Sol saldrá cerca del este mañana), sino de las grandes preguntas, de las cuestiones últimas, en definitiva, de la verdadera sabiduría. Ya lo decía un tal Sócrates, hará cosa de 2.500 años: "Sólo sé que no sé nada". Ante esta máxima los mediocres abuchean; los genios, aplauden.

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