11 de noviembre de 2005

Dinero y Cosmos en África

Hace pocos días se inaguró un telescopio gigante en Sudáfrica; tiene un tamaño espectacular: su espejo mide 13 metros de diámetro. El costo total se acerca a los 30 millones de dólares (alrededor de 26 millones de euros).

Ese país es uno de los mejores lugares del continente africano para observar el cielo. Las zonas yermas y secas del suroeste aseguran pocas lluvias y gran cantidad de noches despejadas. El telescopio, dado su tamaño y configuración, está llamado a ser uno de los instrumentos de referencia, no sólo en África, sino en todo el mundo.



Como siempre, habrá quien proponga que esos 30 millones de euros serían mucho más útiles si se destinaran a acciones sociales; por ejemplo, podrían dedicarse a la contratación y formación de policías, tan necesarios en una ciudad como Johannesburgo, quizá la ciudad con más atracos, robos y violaciones de todo el planeta. O, por supuesto, tendrían una enorme trascendencia si pudieran emplearse para fabricar escuelas rurales, farmacias o mejorar la infraestructura de los poblados.

Y hay que estar de acuerdo. Es obvio que lo primordial, antes que estudiar el Cosmos, es proporcionar a cada ser humano una vida digna, y con esos 30 millones de dólares son muchas las cosas buenas que pueden hacerse. El problema no es, sin embargo, que el gobierno de ese país (y lo mismo sucede en gran parte del continente) sea estúpido y prefiera construir un telescopio a salvar vidas humanas. Sudáfrica es el primer productor de oro y diamantes, el segundo de manganeso y el octavo de carbón; Sudáfrica no es un país pobre. Tiene dinero y recursos, sólo resta focalizarlos para atender las necesidades de la población.



Y eso no está sucediendo. En Sudáfrica, casi el 50% de las medicinas y drogras que llegan al país para uso hospitalario son robadas; la corrupción de los agentes del orden es una evidencia a todas luces; la corrupción de los jefes de gobierno es tan obvia que la población ya lo tiene asumido. Hay muchos casos, no sólo en Sudáfrica; el ejemplo clamoroso es Joseph Mobutu de Zaire, que robó casi 8.000 millones de dólares (!) de los fondos públicos y ayudas internacionales. Con gobernantes así, la pobreza no va a terminar jamás en África, aunque nunca más se construyan telescopios de 30 millones de euros.

Por lo tanto, no es lícito criticar la puesta en marcha de este ojo gigante, que rastreará el Cosmos lejanos en busca de nuevas revelaciones en forma de galaxias primigenias, para así conocer más del origen del Universo. Es mucho más lícito reprochar, sancionar y manifestar la rabia por el dinero mal empleado cuando Sudáfrica hace oídos sordos al altísimo índice de criminalidad, a la falta de agua potable, a la pobreza extrema o a la corrupción y, en cambio, dedica los fondos de que dispone a la mejora de su arsenal armamentístico. Un ejemplo terrorífico: en 1999 este país acordó adquirir diverso armamento, como fragatas, submarinos, aviones y helicópteros, a Alemania, Francia, Suecia y Reino Unido, con un coste de 6.000 millones de dólares. Con ese dinero, imagináos cuántas escuelas, cuántas mejoras de infraestructuras (comunicaciones para distribuir alimentos, agua potable, agricultura, etc.) y cuánta hambre podría erradicarse para siempre. 6.000 millones de dólares... perdidos por la soberbia, la arrogancia y la falta de escrúpulos y sentido común de los poderosos.

Un telescopio se dirige al cielo; observa el pasado, detecta luz de antaño y obtiene conocimiento y saber para toda la humanidad. Una granada de mano, por pequeña, insignificante y barata que sea, no sirve más que para destruir, mutilar y matar. Ahí es cuándo tiene que oírse nuestra protesta, cuando se destina siquiera un euro al negocio de la muerte. Ahí es cuando necesitamos unir nuestras voces, la rabia conjunta, el dolor por la injusticia, y no sólo cuando intentamos perforar los límites del tiempo y el espacio en busca de los orígenes de la vida.

La Ciencia es cara, pero la ciencia de la Muerte lo es mucho más.

http://www.elcato.org/publicaciones/articulos/art-2004-02-06.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2005/11/10/ciencia/1131638762.html)

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