12 de octubre de 2006

De natura



Hoy, como tantos otros días, he ido a las montañas; el cielo y el ambiente parecían pedirlo a gritos: colores y luz por doquier. Era uno de esos días en que sientes la vida mires adonde mires, que notas la energía brotando de cualquier lugar.

Pero al llegar allí he visto algunas cosas que no me han gustado. Y no guardaban relacíón con la propia naturaleza, sino con las gentes que a ella trataban. He visto, en un parque cercano, multitud de familias y grupos de personas preparando grandes comilonas; he visto mucha basura fuera de su sitio, mucho ruido y mucha indiferencia ante lo que el mundo ofrecía. Parecía como si todos estuvieran allí por puro hábito, por sistema, porque se trataba de un día de fiesta nacional y era buena idea salir al campo. Pero, ¿y dónde vive el sentimiento, dónde campa la sensación de vivir conectado a la tierra, de formar parte de ella y ser ella misma? Esas gentes, ¿qué hacían allí, en realidad? Huyen del mundo doméstico y urbano para, por unas horas, desfogarse en medio de la naturaleza, pero no la sienten, no la absorben, son incapaces de explorarla o de profundizar en su esencia.

Sentí pena por esas gentes; la mayoría no son más que currantes, adiestrados y encauzados trabajadores de lunes a viernes, formales, superficiales (no lo digo por prejuicio, reconocí a varios de ellos que conozco), autómatas esclavos de la sociedad. Uno, incluso, había cometido la locura de investigar caminos de tierra próximos con su lujoso coche, como si sus piernas no existieran, como si necesitase de la compañía del rumor del motor porque él mismo no es nada en sí mismo. De esa forma tan estúpida, se ha perdido los colores, los aromas, el viento y la luz del sol sobre su rostro; ha ido en busca de la naturaleza, pero no la ha hallado en ninguna parte, porque se ha visto aún anclado a la visión urbana del mundo.

No hay que huir de la ciudad para encontrar la naturaleza; ésta la siente uno en su interior. Además, la naturaleza lo abarca todo, y aunque te rodee un mar de asfalto, coches y polución, no hay más que mirar hacia arriba; ahí también está la naturaleza, más inmensa que nunca. Pero es triste que huyan de la ciudad en busca de la 'novedad' que supone la naturaleza, del entretenimiento que supone estar en contacto con ella. Volverán mañana, esas gentes, a vestirse con sus trajes y sus zapatos caros, a sumergirse en la parodia de vida que viven, a mantener su existencia dentro de unos márgenes estrechos y vulgares. Y volverán, también, a desear huir de todo ello, pero se verán incapaces, inermes, hasta que el siguiente fin de semana (que no tardará en llegar) les permita abandonar por un día o dos esa boca de lobo que es la ciudad.

Quien sabe de verdad qué es la naturaleza y lo que aporta a quien sabe apreciarla no huye del mundo para entrar en ella, porque, en realidad, no hay más mundo que la misma naturaleza. Para mí, más allá de ella no existe nada.

No hay comentarios: