29 de mayo de 2006

Punto (y aparte)



Tras el largo periodo de exámenes - los cuales han ido bien (o así lo presiento) y, por lo tanto, permiten que se haga realidad uno de mis sueños veinteañeros -, ahora toca cambio de tercio. Por supuesto, todo cambio implica aventura; en este caso es seguir el mismo camino pero un sendero distinto, lo cual tiene su parte interesante. Dejo los estudios convencionales para adentrarme, por segunda vez menos de un año, en el asqueroso y putrefacto mundo laboral: pero es una incursión superficial y temporal, de tal suerte que ese mundo podrido no conseguirá arrastrarme ni hacerme suyo. Son sólo unos meses, un pequeño espacio temporal, necesarios para hacer realidad un sueño (otro) que llevo en las venas casi desde que tengo uso de razón.

Odio trabajar. Supongo que a muchos les sucederá lo mismo, si están en el caso de trabajar en algo que no les motiva, estimula o agrada. El mayor regalo que una persona puede hacerse a sí misma es luchar por vivir de acuerdo a su modo, a su filosofía, alcanzando ese bienestar de saber que día a día te levantas para mejorar, y que aportas tu grano de arena al conjunto de la Humanidad; trabajando en aquello que te gusta, por lo que sientes pasión, una persona asciende de entre la mediocridad para ser el mejor en su labor. No hay mejor estímulo a la hora de ser creativo y eficiente en el trabajo que desarrollar una actividad allá donde te sientes a gusto, en lo que te hace sentirte vivo, y ello es imposible si tu faena consiste en algo que está lejos de tus aspiraciones o preferencias.

Naturalmente, mi futuro trabajo tampoco representa mis aspiraciones: éstas sólo encierran montañas de libros, un ordenador frente a mí y pasarme horas y horas tecleando, divagando o arrancando el alma a cada pulsación. Da igual que escriba artículos de divulgación, libros, relatos, poemas (peripatéticos, en todo caso...), diarios, críticas, etc. Sea lo que sea, siempre me estimula, siempre me llena de energía y felicidad desgranar palabras, hacer físico y palpable algo que horas o minutos antes sólo estaba presente en la masa gris. El problema, el mismo a lo largo y ancho de la eternidad, es que la recompensa por hacerlo es inexistente: recompensa económica, se entiende. Si uno anhela vivir así, sin trabajar excepto en aquello que te haga persona y ser integral, la sociedad te lo pone dificil. Más bien, casi te lo impide.

Pero hay que proponérselo. Con tiempo, paciencia y constancia, quizá el regalo venga, tal vez se materialice algún día. Es posible que hoy tengamos que sacrificarnos, un poquito al menos, trabajando en lo que no nos gusta para que mañana podamos disfrutar de lo que significa la vida plena, la existencia digna, el éxtasis total que implica hacer aquello para lo que has nacido y sientes amor. Cuando uno trabaja en lo que quiere no trabaja, se divierte. Todo acto de trabajo debería constituir un acto de diversión, de placer. Sino, el trabajo adquiere la forma de un demonio tiranizante y destructor que, con el tiempo, te encierra en su guarida y absorbe lo que de humanos libres tenemos. No es exagerar, es consecuencia de lo que veo a mi alrededor, de la transformación que sufren las gentes ante el martirio que para algunos supone el trabajo no deseado.

No dejemos que el monstruo nos alcance.

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