12 de diciembre de 2006

Disidentes en un mundo extraño

El mundo actual, tal y como lo conocemos, está destinado a desaparecer. No puede moverse de la forma en que lo hace y nosotros, los mortales que en él moramos, adecuarnos todo el tiempo a sus aceleraciones. Pero no me refiero al mundo natural, del que partimos todos, sino el mundo artificial, el creado en occidente, el que marca nuestras vidas. Debe estar destinado a desaparecer, porque es un mundo de locos.

Pienso en este momento en la gran mierda, en la enorme mentira creada en Navidad para satisfacer bolsillos de ricos y hacernos creer que el mundo es un maravilloso paraíso de bondad, solidaridad y armonía entre los hombres y mujeres de la Tierra. Es el colmo de la hipocresía, de la falsedad cubierta por sonrisas falsas y vestidos de diseñador. A la gente le pasa algo grave si sólo piensa en compras, en halajes, en billetes y en esos horteras Santa Claus colgando del balcón, el colmo de la cursilería y el mal gusto. Debo ser el único que aborrece ir a un centro comercial, cargarse de bolsas y creer que soy por ello más feliz. Las posesiones acaban por poseernos. Curioso, y trágico.

En otro orden de cosas, el otro día comentaba con un hermano, más él que yo, lo hostil e incomprensivo que se ha vuelto el mundo (no quiero creer que siempre ha sido así) con los disidentes, los distintos, aquellos que no prosiguen por el camino marcado. Parece que tengas que hablar, comportarte y ser como los demás para que éstos no crean que estás tarado o que los consideras inferiores a ti. A veces, un silencio ante una persona se interpreta como un signo de que no merece ser hablada, cuando en realidad el 'ser silencioso' está a miles de kilómetros de allí, en realidad, en otro mundo, en otro Cosmos. Es decir, quienes no entienden nada, lo malinterpretan todo. Ante esto, uno quiere huir, volar hasta donde puedas ser tú mismo sin tener que dar explicaciones continuamente. Mi hermano se sentía hastiado de su situación, y yo le comprendía, porque en cierto manera yo siento lo mismo; al mismo tiempo, intentaba comprender por qué la gente es tan necia, tan escasa de luces ante lo diferente, ante lo que no respira como ella. ¿No pueden comprender acaso que hay otras formas, otros caminos, esencias distintas que buscan su lugar? ¿Por qué tienen que intentar cambiar a los que no son como ellos?

A raíz de estos pensamientos y tras las conversaciones con este hermano de armas, que han dado lugar a otras reflexiones sobre el tema, en las que uno se siente más extraño que nunca en este mundo que llamamos civilizado e ilustrado, he compuesto un pequeño relato, que se publica en un post aparte. No vale mucho, es cierto, y lo escribí de un tirón en media hora sin cambiar nada, y además tiene un final demasiado bonito, lo reconozco, pero pese a sus limitaciones y carencias, espero que sirva, por una parte, para poner de manifiesto que, siendo todos nosotros iguales, en nuestras esencias hay un poso muy distinto; de anhelo, de búsqueda, de inconformismo, de lo que uno quiera. Por otra parte, también puede servir para mostrar que los diferentes, los que se alejan de la corriente en masa, a veces tienden a verse a sí mismos como seres especiales, y que si de hecho lo son es, más que por sus propios méritos, por la mediocridad y uniformidad de todos aquellos que le rodean.

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