15 de agosto de 2006

Noches de esperanzas



Regreso al mundo tras un largo mes de meditado silencio. Antaño mediaba una semana entre post y post, pero las hostilidades del trabajo me han capturado como jamás lo había imaginado, y el resultado ha sido ese continuo mustismo tentado por el cansancio, las prisas y el ansia de retiro. No obstante, todo tiene un fin, y aunque sigo anclado en los tejemanejes laborales me era necesario señalar la continuidad de este blog, eso sí, con grandes dificultades y escupiendo sangre sobre el teclado. Pero, como digo, los vientos giran, y ahora empiezan a hacerlo a mi favor.

Ha pasado un mes desde el último y lastimero escrito. Un mes en el que hemos vivido una guerra entre hermanos, unos fuegos azotando reinos vecinos con inusitada violencia, unas Lágrimas de San Lorenzo secas y escasas, entre otras gracias. En el plano personal (el que inunda el blog desde hace meses...), el mes ha sido para llorar, para bajarse del planeta y ponerse de rodillas, cara al Sol, pidiendo perdón. Qué vácuo, qué insulso, qué alejado de mis propósitos y qué poco recompensante. Sólo se salvan las tardes de lectura y sosiego rodeado de gatos juguetones y el levante, los baños y la imposición de no dejarse llevar.

Ha sido duro, e incluso he tenido momentos de no querer seguir, de enviar a la mierda a los turistas, a la gentuza que da guerra y miente por unos putos euros y a toda la pasmosa masa de confusa, estéril e idiota juventud. A punto he estado de hacerlo, de pasar por encima de ellos y volar hasta lo que me llamaba, más allá del horizonte y las montañas. Pero el sueño me ha cautivado; el sueño era más fuerte que mi voluntad, y no he podido más que asentir con la cabeza y dejar pasar los días, y aún sigo haciéndolo. Es normal, el sueño es potente, abriga esperanzas, dichas y días de gloria. Me llevará más lejos de lo que conozco, más alto de lo que alcanzo y más profundo de lo que escarbo. Lo sé, lo siento. Por ese motivo, vale la pena tal sodomización. Pero sólo lo haré por esta vez. Nunca más. Sí, en efecto, se acabó por esta vida.

Así que seguimos, mantenemos la bandera en alto y las fuerzas, mermadas pero aún briosas, nos ofrecen el estímulo para caminar un poco más, hasta la siguiente colina. Ya queda poco, a la vuelta de la esquina está el descanso y la muerte del trabajo. Respiro hondo, cojo impulso y me lanzo a la última curva, veloz y dispuesto a todo.

Nos aproximamos, nos estamos acercando. Amigo visitante, ¿oyes el grito, el rugido, o, como dijo John London, la llamada de lo salvaje?.

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