19 de octubre de 2005
Sentir el infinito
Cuando contemplamos el cielo, vemos el pasado. Es algo que me deja perplejo: es posible ver lo que sucedió hace miles, millones y miles de millones de años, sólo tenemos que observar el Cosmos. Cuando vemos la estrella Polar, estamos en realidad mirando el Universo tal y como era hace 320 años, pues esa es la distancia en años luz que nos separa de la Polar; alguien, en un planeta que orbitara esa estrella, vería la Tierra hace también 320 años, cuando los barcos de vela y los carruajes estaban de moda.
Yendo más lejos, mirando por ejemplo a la Galaxia de Andrómeda, nos remontamos a tiempos inmemoriables; 2 millones de años. Por aquel entonces no había humanos en este mundo, y si alguien en esa galaxia tuviera un telescopio potentísimo no vería un alma humana en todo el planeta; sólo simios vagando de árbol en árbol.
Y cuando nos lanzamos a las profundidades, al abismo negro del infinito, a las mayores distancias conocidas, estamos explorando el Cosmos en su infancia, cuando ni el Sol ni la misma Tierra existían. Si pudiéramos viajar instantáneamente hasta las galaxias más lejanas y mirar hacia nuestra dirección, no habría nada en la Vía Láctea que nos resultara familiar. Sin estrella, sin planeta, sin ningún atisbo de vida reconocible en miles de años luz a la redonda, nos sentiríamos solos, aislados, y desprotegidos.
De modo que mirar el espacio es mirar el ayer, no el hoy. El presente, en realidad, no existe en el Universo; la luz nos informa de lo que aconteció en el pasado; incluso mirando la Luna no la vemos al instante: si explotara ahora mismo, algo bastante improbable, lo sabríamos al cabo de casi 2 segundos. Si el Sol dejara de brillar, no lo percibiríamos hasta después de 8 minutos. Cuando acontece un suceso en el Cosmos, como la explosión de una supernova, la luz, quien nos aporta la información en forma de ondas luminosas, tarda en llegar dependiendo de la distancia a la que se halla el suceso. A más distancia, más tiempo transcurre hasta que sabemos lo que ha sucedido.
El Universo, sutilmente, nos engaña: creemos que todo ocurre en directo, pero las leyes físicas marcan ciertos límites, e incluso la luz tiene que cumplirlos. No importa demasiado, porque ¿qué mas dá si sabemos el ocaso de un astro con miles de años de retraso? Lo importante es ser conscientes de la grandeza de este Cosmos, de su inimaginable antigüedad, de sus fantásticas y sobrecogedoras maravillas, y de que, por mucho daño que podamos hacer, por muy mal que hagamos las cosas, el Universo seguirá ahí, omnipotente, omnipresente, infinito y magnífico, para humillar la arrogancia humana y hacernos ver, de nuevo, que no somos más que una mota de polvo en el cielo de la mañana... .
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