Echo a andar apenas lo permite el tiempo y mis escasas obligaciones (la única, realmente obligada, vivir y saber cómo). En estos días suelo hacerlo más aún, y no sólo de cara a preparar el cuerpo para una próxima aventura andariega, sino porque la ciudad empieza a verse invadida por lo que parece un sempiterno estallido de cohetes, petardos y demás fauna explosiva, que acaba por aquejar al alma en cada calle o esquina. Es la locura habitual en tierras valencianas, la cultura ruidosa, una forma estridente de existir, para así no escucharse a uno mismo. Ante tal ambiente urbano los pies deciden ir en dirección contraria, saliendo (y, a veces, sin querer regresar) de la infestada -e infectada- metrópoli.
Pero no camino por estos motivos. El acto de andar, de pasear, merodeando por recovecos y senderos desconocidos o pisados miles de ocasiones, es una condición necesaria para conservarnos con buena salud. Se camina, o por lo menos a mí me sucede así, no por deporte, ni por motivos estéticos o de disfrute de la naturaleza, sino para lograr un estado mental y espiritual único. En eso consiste, a mi juicio, estar sano.He transitado por un mismo camino miles de veces, y cada día es diferente, él y yo. Él, porque cambia siempre la luz, el color, la temperatura o las condiciones, aunque el aspecto sea el mismo por mucho que pase el tiempo. Yo, porque mi estado de ánimo muda también día a día, porque mi yo de ayer guarda, tan sólo, alguna similitud con mi yo de hoy, y me permite apreciar lo que hace unas horas, en el mismo sitio, no distinguí ni supe valorar.
Y ese estado mental especial al que se llega caminando parte de una premisa, el antecedente fundamental de todo paseo o caminata verdadero: el ansia de experimentar, de aventura, de descubrir o reencontrarse con lo conocido. Allí fuera está la vida, y el proceso de andar nos acerca a ella. El descubrimiento de una senda ignota, un riachuelo serpenteante entre moles de roca, un tajo enorme a tus pies o la cabaña medio derruida de un ermitaño perdida en el bosque, todo esto proporciona una especial felicidad, engrandecida por la ausencia de prisas debido a la huida que sufre el tiempo.
Y está, además, la cuestión del riesgo: a veces, un paso en falso implica caer por un barranco, golpearte y magullarte en la dura piedra o en zarzas hirientes. O quizá, ese paso en falso signifique tu muerte. No la buscamos, pero al igual que la vida, también está ahí. No hay que olvidar lo bien que te hace sentir esa perspectiva de exponerte a todo peligro que el mundo ofrezca.
Pero no todos pueden llegar a apreciar el camino de esta forma. En muchas ocasiones veo a gente mayor (la juventud no camina, sólo hace deporte en pos de un cuerpo repugnante e impuesto) que marcha a la par que habla de política, platos culinarios, o ropa para el fin de semana. Eso no es caminar; es sólo trasladarse de un lugar a otro, sin ser consciente de lo que medra a tu alrededor. No perciben nada, porque su mente está fija en pensar, en hablar y discutir. Caminar es experimentar, no reflexionar; eso vendrá después, si acaso. De ahí que Thoreau, genio y figura de los nómadas, crea que para ser capaz de vivir el arte del Caminante no baste con desearlo. En su relato Pasear, afirma:
"No hay dinero que pueda comprar el imperativo tiempo libre, la independencia y la libertad, el capital de esta profesión de andariego. Sólo la gracia de Dios lo proporciona. Para convertirse en un caminante hace falta una dispensa directa del Cielo. Hay que nacer en la familia de los Caminantes. 'Ambulator nascitur, non fit' ("Caminante se nace, no se hace")" .
Desconozco si pertenezco a tal familia (me he visto huérfano demasiadas veces en esta vida para creer que tengo una), pero presiento una consanguinidad con sus miembros. El lejano eco de hermanos y hermanas que me reclaman.
2 comentarios:
Hola Hermitaño, me he llevado una gran alegría con el atinado comentario que dejaste en el blog, es tanta la gente que uno ha encontrado en este periplo bloguero que muchas veces el tiempo falta para poder estar en todos los sitios que uno quisiera. Veo que vuelves por tus fueros de buen narrador y veo que sigues con tus particulares puntos de vista de las cosas que a mi siempre me gustó tanto.
Lo que refieres de tus paseos verdaderos me hubiese gustado que se me hubiese ocurrido a mi, pues me sucede eso precisamente, todo cambia, aunque el paseo sea el mismo. En el metafórico pues también pienso lo mismo y como tú tengo dudas de si seré o no seré, pero oye, lo mejor es tener dudas, es el principio de aprendizaje de todo, la duda, yo como Serrat pienso eso de: "Bienaventurados los que lo ven todo muy claro pues de ellos es el reino de los ciegos".
Un saludo muy cordial y espero seguir leyéndote.
Saludos de nuevo, viejo compañero.
También yo me alegro de volver a saber de ti.
Una abrazo y hasta pronto.
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