Anoche la red eléctrica nos hizo un regalo inesperado; un cortocircuito privó a casi todo el pueblo de luz y energía, devolviéndonos a épocas de antaño cuyo protagonismo nocturno correspondía a velas y candelas y a la oscuridad que invadía calles y avenidas, dejando a las estrellas titilar en un cielo negro de verdad.
Excepto los pocos faroles solitarios que destilaban una llama apagada, en la contigua tierra de los adinerados, y los molestos faros de buceantes vehículos en un mar de negrura informe, poco más se vislumbraba desde los miradores exteriores de nuestras lóbregas viviendas. Corrí entonces al patio interior, que brinda una perspectiva en círculo de los bloques de hormigón adyacentes; apenas nada, también. Tan sólo, entre las ventanas, algunos reflejos de linternas alocadas y oscilantes destellos de viejos cirios de cuya existencia nos olvidamos hasta que los necesitamos. En la distancia se hicieron algunas tentativas de arreglo, seguramente esforzados técnicos que movían cables, conexiones y demás parafernalia, pero el silencio, la oscuridad y la inactividad seguían gobernando el mundo.
Internet había desaparecido; el teléfono, mudo e inerte, era un artefacto inútil y penoso; las televisiones, a su vez calladas y sin función alguna que ofrecer, quedaron ignoradas. Ni siquiera pudimos cocinar nada, y parecía que los refrigeradores empezaban a desprender hielo fundido. Nos miramos, entre divertidos y preocupados, como esperando el regreso de un ser querido, como si necesitáramos, en realidad, todo aquello que entonces moría.
Fue, naturalmente, una lección: por un parte, la de que sufrimos hoy una dependencia quizá excesiva hacia un modo de vida que, aunque ventajoso y conveniente en muchas circunstancias, no siempre concede aquello que anhelamos. Y, por otra parte, también nos recuerda que, en nuestro afán de una sociedad cómodamente aburguesada, que haga disfrutar a las gentes dándoles seguridad, confort, entretenimiento y adoctrinamiento, con el tiempo pueden perderse ciertos valores del pasado que cabría recuperar. Y éstos únicamente, o en buena parte, sólo pueden reemerger dando paso de nuevo a la oscuridad, y al momentáneo silencio de algunos electrodomésticos y aparatos (¿esencialmente inútiles?). Tal vez sea provechoso, en ocasiones, no esperar a eventuales defectos o fallos del sistema de distribución eléctrica: causemos nosotros mismos la sobrecarga, el cortocircuito, hagamos saltar por los aires la moderna estabilidad de nuestros hogares sobrecuidados y protegidos... No es tan sólo una forma de volver al pasado, sino posiblemente de mejorar el futuro que está llegando ya.
Desde luego, la magia terminó. Los 'manitas' acabaron con el "problema" (con la bendición, quise decir...). Mis padres, tras dos horas angustiados, lo celebraron. Yo, que había cenado unos minutos antes a la luz de una dorada vela antediluviana, me alegré muy a duras penas; ellos lo precisan, de acuerdo, mas no yo. Así que cogí esa vela que supuraba cera y la llevé a mi cuarto; abrí mis libros, escribí unas notas en el diario y comencé a leer, como si nada hubiese cambiado. En efecto, porque allí, recluido entre cuatro paredes estrechas y con la sola compañía de sombras danzantes, nada lo había hecho.
4 comentarios:
A pesar de que uso cepillo de dientes a pilas cuando estoy en casa, en mi cocina sólo hay un frigorífico y una lavadora, además del transistor. Tengo una linterna, reproductor de CDs (desde el año 1990), una máquina depiladora y un ordenador portátil. También tengo un aspirador que sólo uso cuando se me rompe algo y el taladro. Nada más. Se puede decir, comparado con el resto de mis vecinos, por ejemplo, que vivo "unplugged".
Aún me puedo acordar de mi niñez, cuando la noche era más rotunda y las farolas no emitían la luz uniforme y amarillenta de las de ahora, que parece que estás en una sala de revelado o en una autopista de videojuego.
Un saludo desde la penumbra de esta tarde de noviembre en que la noche cae y apenas nadie se detiene a sobrecogerse.
Gracias, como siempre, por tus palabras, buena amiga. Creo que pese a todo estás bastante "desconectada", en efecto...
Un abrazo.
buenas:
pues tienes mucha razón... no nos damos cuenta de lo que nuestras vidas dependen de la electricidad. Nos creemos "mas evolucionados??" que nuestros antepasados,pero si hubiera un gran apagón de varios días ( no digo meses o permanente) sería un caos y nuestra sociedad caería aplastada.
En fin, me hiciste pensar ( me gusta)... en mi caso me confieso enganchá... te diría que como penitencia hoy sobrevivo sin electricidad, pero con el frío que hace sin calefacción muero congelada fijo.
A mi tb me gustaba Dr en Alaska (no es frikismo)
Besos Hermitaño
Saludos, Tequila.
Quizá no sirva de mucho, pero un par de buenos batines (o mantas, si pintan tan mal las cosas) pueden hacer las veces de "calefacción", más incómoda, sí, pero al menos mucho más económica...
Espero que el frío no te impida seguir por aquí... :)Gracias por la visita, un abrazo fuerte.
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