12 de noviembre de 2008
Sígueme...
Oculto entre valles encajonados, que convergen hacia una estrecha línea azul líquida, se halla, recuérdalo, uno de esos parajes inconfundiblemente tuyo, y también mío. Hemos pisado esas rocas, husmeado el aroma a pino y abrazado troncos repletos de trabajadoras hormigas. El Sol nos ha alumbrado el camino de día, flanqueado por zarzas y matorrales, señalando siempre la dirección a seguir; por la noche la Luna y las constelaciones del orbe cósmico han bendecido la acampada y escoltado las provisiones, botas y ropajes que dormían a la par nuestra.
Éramos proclives a dejarnos llevar. Cogíamos un mapa en busca de ese territorio virgen e ignorado, sí, mas al poco lo olvidábamos, relegándolo a la parte trasera del vehículo en cuanto sentíamos que nos guiaba la brújula del corazón. Llegar allí, a aquellas moles pétreas y ya con eones a las espaldas, era una invitación a la aventura. Perseguir uno de esos claros surcos en su piel montañosa -uno cualquiera, porque todos eran igualmente prometedores- tenía la esencia, pensábamos con ingenuidad, de una gran empresa épica de antaño; qué habría más allá de aquella pelada colina, y qué veríamos y descubriríamos de camino, eran preguntas recurrentes en nuestra relación con la madre.
El pampsiquismo era irrefutable en aquellas tierras. Percibías algo más (mucho más) que la materia envolvente; allí había ánimas, incluso psiques, acechando juguetonas aunque amistosas; había daimon por doquiera, esencias que saludaban y emanaban complicidad. Sabían por qué estábamos en su dominio, y nos aceptaban. Era obvio que nos acompañaban; fuerzas que no sabríamos definir o explicar latían por el bosque, protegiendo. Nos sentimos más seguros, auxiliados por esas (¿emanaciones, entes, criaturas, sustancias?) comitivas invisibles, a las que no sabíamos cómo dirigirnos para agradecerles su amabilidad.
Vimos a algunas gentes, perdidas también, entre la maraña boscosa y arbórea; apenas puntos de color en la distancia, aguardaban un golpe de suerte para salir de aquella emboscada vegetal. Oíamos sus voces, sus risas, sus gritos. Lo estaban pasando bien, pese a todo, por supuesto. También divisamos un par de experimentados escaladores, que trepaban, asidos a la roca madre, hacia un punto más alto, indefinido, esquivando aristas apenas limadas por el paso del tiempo. No nos gustó aquello: convertir el sagrado monumento en una especie de carrera deportiva; pero hubimos de rendirnos a la emoción y al riesgo que corrían esos gateadores del aire. Tenían su mérito.
Aquel paraje guarda muchos de nuestros sueños; ha visto compartir y desear con tanto ahínco algunos de ellos que nos pareció que eran una realidad mientras pasábamos por allí; y que el sueño quedaba más abajo, en la ciudad, el territorio demacrado, ajeno por completo a nosotros. Siempre hemos vivido en la realidad, aunque esta fuera un sueño...
Ahora ya lo sabes. Enrolla tu cama, coge unas viandas ligeras, y sígueme. O te sigo yo a ti, allá donde me lleves. El tiempo arrolla a los pasivos, a los de sofá y urbe. El mundo está ahí, listo para ser gozado; aventúrate, hay mucho que ganar.
Venga, sígueme.
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3 comentarios:
El mero contacto con la naturaleza, con el prana o aliento vital, la tierra, la vida, caminar, los sonidos de las hojas de los árboles, nos devuelven a nuestra más auténtica... naturaleza. Nos da nuestra verdadera dimensión física y nuestra verdadera situación en el mundo mundial.
Buena propuesta, sí.
Un abrazo.
suena muy muy bien...
tengo amigos que les gusta escalar(por todo el mundo) y cuando les escuchas sobre lo que sienten, el por qué lo hacen, etc... te entran ganas a tí tb... son nobles, no es competición( por lo menos en su caso)
Nunca he dormido al aire libre... pero tu escrito hizo aflorar mi lado "aventurero"
Besos
Desde ya hace algún tiempo este blog sólo se alimenta con vuestras palabras, Marta y Tequila. No sé qué sería de él si no pudiera compartirlo con vosotras...
Mil gracias a las dos, por vuestros alientos, siempre inteligentes, siempre fieles.
Besos y abrazos a ambas.
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