13 de junio de 2009
Bifurcación y disyuntiva
Todos lo hacemos a diario: mientras conducimos, cuando cerramos los ojos, al despertar, tras abrazar a quienes amamos... La elección, ya sea doméstica, mundana o espiritual, determina, sin darnos cuenta, lo que vamos a ser (o lo que va a ser de nosotros). Nuestras resoluciones marcan un rumbo, un destino, una meta... el éxito y el fracaso. Las hay fáciles (y suelen ser las importantes), que se toman siguiendo más un instinto que una reflexión. Otras, sin embargo, requieren de dilatados y obtusos (y, muchas veces, completamente vanos) pensamientos sobre sus ventajas e inconvenientes.
Estoy decidido a decidirme. A punto para moverme, girar y echar a andar. Creo que sé hacia dónde debo ir. Rectifico: estoy seguro de ello. No me cabe la más mínima duda. Ya no. El pasado trajo titubeos, la incertidumbre propia del novato, que arranca miedoso el motor mirando de reojo al examinador, antes de meter la primera marcha. Ahora sólo hay firme convencimiento. Desde luego, uno puede acabar estrellándose al fondo del barranco; es lo que tiene el arriesgarse. Si no nos ponemos frente al volante nosotros solos, si no tratamos de vencer la desconfianza, siempre tendremos la certeza de la cena caliente, del plato de sopa y el vaso de leche. Pero la carretera no aguardará eternamente. Y la noche acaba pronto.
El sendero está abierto, dividido. Sus tres ramales parecen diverger hasta el infinito, y sin embargo, nacen en un mismo punto. Difieren, aunque sean hermanos. Semejan, al principio, ser idénticos, pero pronto modulan su forma, y vierten en su trayecto distintas nociones de vida. Adelantamos un pie. Nos detenemos. Volvemos atrás. ¿Hacia dónde vamos? Tal vez para responder a esta cuestión necesitemos contestar antes a la de "¿De dónde venimos?". O quién sabe si será al revés...
Pero toda respuesta y toda pregunta ante una disyuntiva vienen a ser como el maquillaje excesivo de una mujer; sólo le resta la belleza que ya posee. La terna de posibilidades no se nos presenta para la elucidación filosófica o la meditación personal; está ahí para correr riesgos, para pervertir la cómoda disposición de nuestras existencias. La seguridad sólo se mata con la indecisión, pero ésta genera a su vez aquella, si somos osados y lo permitimos. Echemos, pues, una rápida mirada a lo que se nos ofrece.
En mi caso (si se me permite exponerlo), la tríada muestra un abanico plural y antagónico. En uno de los ramales veo infinidad de huellas frescas. Muchos han transitado por allí, y hace bien poco. Es el sendero del trabajo de nueve a tres, fines de semana libres; contempla coches recién comprados, hipotecas a pagar durante décadas y pisos propios (es decir, de los señores bancos); best-sellers sobre la mesita de noche, cenas y vacaciones en la playa en agosto, y ... (ponga usted aquí lo que quiera). Quien lo desee, ése es su camino. Lo entiendo, aunque quizá ellos no entiendan que no, que, por nada del mundo, es el mío.
Entonces, ¿cuál es el mío? Quizá lo tenga justo delante. Tal vez es ése que presenta matorrales y malas, malísimas hierbas, cuyo desdibujado trazado apenas permite entrever hacia dónde dirige su materia. Hace mil años que nadie holla su terreno; alguien pisoteó sus flores un día lejano, mas hoy ningún alma se atreve a adentrarse en el páramo sin compañía, sin su 'gps', sin todo lo demás. ¿Es el camino del solitario, del anacoreta con harapos y petate a la espalda, del ermitaño gruñón, del cascarrabias del pueblo? Quizá. Pero tampoco por él debo yo penetrar (o tal vez ya lo haya hecho y no lo he percibido... siniestra posibilidad).
Bien, no queda más que una alternativa. Es fácil, en consecuencia, la elección. No obstante, no percibo nada. Veo el camino en mi mente, pero no existe en la realidad. Carece de sustancia, de entidad. Únicamente distingo la entrada; el resto está en nieblas. ¿Será porque, como la falsa democracia que se cierra en torno a un sucio bipartidismo, la tríada no permite más que dos opciones, aunque señale con fingida franqueza su diversidad?
Yo no lo sé, pero la decisión es inevitable. Ni el camino de nadie, ni el de muchos. Ni el sendero de lo ya sabido, ni el del absoluto desconocimiento. Ni blanco ni negro, dulce o amargo. Ni el de la vida o la muerte. Sólo un camino, el mío. Sólo un hombre. Avanzo un paso. "¿Qué habrá más allá de esa espesa niebla?", me pregunto. Y, claro, no tengo más que una forma de averiguarlo.
Volveremos a vernos. Supongo...
(Imagen: Steward Watt)
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3 comentarios:
¿Qué habrá detrás de la niebla? posiblemente dolor.¿Por qué?tal vez porque nuestros primeros recuedos empiezan ahí.Primero se gravan a fuego los instantes dolorosos; así comienza la memoria. Luego, acaso para no morir en el intento vienen las alegrías...pero ¡son tan efímeras!
Te he conocido por el perfil.
Un saludo
Buenas:
llegó el momento? te vas a lanzar?
Quizá lo más importante en esta vida sea la libertad, la cual identifico con tener posibilidades de elección.
El futuro siempre se nos muestra entre nieblas (aunque en alguno de los caminos creamos, ingenuamente, conocer lo que habrá más allá).
Espero que disfrutes del trayecto...
Voveremos a vernos.
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Besos
Gracias a ambas.
Sarah, bienvenida. Dolor y dicha viven juntos. No abrazar uno de ellos es perderse lo bueno del existir.
Tequila, en efecto, me lanzo. Y con todo el equipo. Si sale mal, a volver a empezar desde cero. Pero, ¿y si sale bien? Ni me imagino que puede salir de ahí... ya veremos.
Repito, gracias.
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