20 de septiembre de 2009

La pureza está en la cumbre (subida al Montdúver)

Fue ayer uno de esos días en los que la luz y el color (redundancia tonta, dado que la primera abarca la totalidad del segundo...) se abrazan y componen en una atmósfera de transparencia total, azules virginales y visibilidad sin límites. Uno de esos días que abruman tanto por su belleza que, si permaneces oculto en tu casa, a gusto pero sin participar y palpar lo sublime del entorno, te sientes disgustado, enojado contigo mismo por no aprovechar la ocasión, el repertorio de formas, tonos y luminosidades que el mundo natural ofrece.



La Drova

Así que abandoné la gruta, puse manos al volante y espíritu en la imagen del pico, de la cima, y partí. Temía hallar, allá arriba, una cierta masificación, dado el momento (sábado matinal) y el ambiente, plácido para las caminatas y el disfrute de la vista. Pero no. Al contrario; un universo repleto de perspectivas, de sensaciones y gozos, experimentables tan sólo en la cumbre, en esa cumbre, ciudadela desde la que divisar (y divisarse) todo y a todos, y sin embargo, yo era el único que sacaba partido de ello. Excepto el vigilante, refugiado en su caseta de observación, nada ni nadie más. Triste hecho; incluso me apenó, la vacuidad del lugar. Demasiada grandeza para la satisfacción de una alma exclusiva y solitaria...



Tossal de la Caldereta, Pla de Lloret, Circ de la Safor

La subida fue agradable, rodeado como estaba de picos, serranías, caminos rurales, bosques de pinos, así como gracias a la compañía de abejas, con sus danzas oscilantes, y el sonoro frotamiento de las partes traseras de grillos, que amenizaban el ascenso. Al igual que ellos, buscando pareja en la maraña de flora arbustiva, yo también ansiaba la vista de una ninfa perdida por la floresta; mas no acudió ninguna exhuberante náyade surgida de los riachuelos o los brotes de agua. O yo no la vi, quién sabe...



Les Foies, Serra de les Agulles, Serra del Cavall

Lo espléndido del Montdúver es su panorámica amplitud, su visión magnífica, a 360º, de sierras, poblaciones, playas y llanos que nutren y perfilan el rostro de las comarcas centrales valencianas. Es un faro desde el que poder admirar València, que aparece al norte como una mancha blanca (ver imagen siguiente), hasta Dénia, al sur. Casi un centenar de kilómetros, de cabo a cabo. Y, si el tiempo es sereno en la horizontal, puede vislumbrarse igualmente la isla de Ibiza. Entremedias, sierras como las de la Safor, el Benicadell, etc.



Cullera y la Platja de Tavernes de la Valldigna. Muy al fondo, a la izquierda, aparece València

Dirigiendo la vista al este aparecen las playas. Cuando los edificios ceden su paso, lo que sucede en muy contados lugares, se abre la contemplación del litoral, con una fina línea dorada extendida a todo lo largo del espacio costero. Más allá se derrama el azul, tan profundo como el situado sobre él, del Mediterráneo. Desde la atalaya picuda, no sé cuál de los dos resulta más atrayente, si el ondulado y líquido, o el firme y etéreo.



Pic del Montdúver (843 m.)

La cumbre está deteriorada y mancillada por innumerables antenas y postes de telefonía y televisión, ruidosos generadores y, de noche, luces para la navegación, necesarias pero terriblemente molestas. Por suerte, un pequeño sendero supera la cima y continúa unos metros más hacia adelante, dejando atrás el deterioro de aquella y proporcionando el acceso a bloques rocosos que, a modo de pantallas, bloquean el avance sonoro de los retumbantes artefactos instalados. Desde allí tomé las tres imágenes que muestro a continuación, la primera hacia el sur, la segunda hacia el oeste, y la tercera hacia el este.



Platja de Gandía, Gandía y, al fondo, Montgó de Dénia



Serra Falconera (izq.), Marxuquera Alta y Plà de Lloret (centro) y Serra de la Safor (fondo)



Platja de Xeraco y Xeraco (izq.), Xeresa (centro) y Platja de Gandía (dcha.). Entre ambas playas, un edén aún sin urbanizar, la última zona prístina, ajena al ladrillo y al ruido, que permanece en estas latitudes.

Después de dar cuenta de mi frugal refrigerio (compuesto por unas empanadas y un plátano) dejé reposar el cuerpo y eché un vistazo, uno más entre miles, hacia esa infinidad verde, marrón y negra. Luego, hacia la lejana agua indómita, y más tarde, hacia arriba, el universo azul, limpio, puro e inocente, como nosotros nada más nacer. Lo repetiré hasta mi muerte, lo escribiré hasta caer rendido, y lo proclamaré hasta el agotamiento: mar, montañas y firmamento. Añadamos una (o dos, como mucho) personas a nuestro lado, un escueto lecho, y algunos papeles y víveres básicos. Y a vivir, que son dos días, y dos días muy cortos.

Bajé, volví a la gruta, y me imbuí en el espíritu casero. Me calcé mis alpargatas, saludé al Montdúver desde la distancia, y seguí soñando. Abrí un libro, acaricié a mi gata (que hace una semana parió a sus tres retoños bajo la lluvia, felinos preciosos y abiertos a toda una vida de goces y pesares), y me enfrasqué en la lectura. Pero, en ocasiones, levantaba la vista del papiro y lo dirigía hacia arriba, hacia aquel puntiagudo apéndice de la tierra. Vivo por él, y por los demás que hay allende sus límites. Soy un hombre de cumbres, aunque el camino hasta ellas sea, igualmente, lo mejor de toda aventura.

Allá arriba no hay sino vida. Mayúscula, hercúlea, magna. Adiós al plano. Yo seguiré en las alturas.

(Foto: el Hermitaño)

3 comentarios:

Carlos dijo...

Hola,
Bienvenido a la "vida"; ya veo que no pierdes el tiempo y empiezas a disfrutarla ;-)
Hace tiempo que no subo al Montdúver; no recuerdo los generadores en la cima, pero ya digo que hace tiempo, puede que aún no estuvieran (o que mi memoria haya borrado estos artefactos fuera de lugar).
Cuando mi niña crezca un poquillo más (tiene 4 años), me hace bastante ilusión llevarla allí (y a otros sitios que recuerdo de alguna "antigua" visita; ahora me acuerdo del trazado del tren que bordea el Serpis, por ejemplo, que hace tiempo que tampoco voy). De momento, aún la veo pequeñita para este paseillo (un poco largo para ella, la verdad).
Saludos.
Por cierto, bonitas fotos.

M. Domínguez Senra dijo...

Se le ensancha a una el corazón y la vista ante las vistas que ofreces y ese color tan extraño siempre, el azul. Las ninfas creo que las hay donde hay agua dulce, pero no me hagas caso porque tengo estos temas muy olvidados.
Un abrazo, Hermitaño.

elHermitaño dijo...

Carlos, seguro que a tu hija, el día que suba contigo hasta allí (o a cualquier otra cima), el panorama le resulta fascinante y digno de ser contemplado de nuevo.
Celebro que quieras habituarla a las alturas cuando lo creas adecuado; hay muchas personas plenamente adultas que nunca han subido a una cumbre y han perdido la oportunidad de tener esa perspectiva y esa mirada alrededor de ti mismo y de lo que te rodea.
Todo a su tiempo, desde luego, pero qué buena tu idea... :)

Marta, precisamente en medio de aguas dulces trataba yo de hacerme con alguna náyade, en los riachuelos, puntos húmedos (esto no lo digo con segundas...) y charcas varias que suele presentar el Montdúver. Pero no hubo suerte...:) Otro día será.

Saludos a los dos y mil gracias por vuestras palabras.