4 de marzo de 2012

Carretera y manta



El péndulo, que nunca cesa de oscilar, ha alcanzado el otro extremo del arco iris. Vuelve a indicarme la necesidad, la urgencia, de pisotear el asfalto fresco. Y nada de una escapada, una salida corta, una breve incursión; señala varias semanas, un mes, puede que más aún. Quizá un viaje sin regreso, pues nunca se sabe.

De hecho, un viaje así siempre supone la muerte de tu yo anterior. Regresas cambiado; el rostro, el ánimo, el corazón, la mente y el espíritu, no son ya los mismos. Mudan, crecen, adquieren una consistencia distinta. Lo sabes, y se te nota.

El garbeo, tras las maravillas vistas y vividas en Castilla y León y las de la escabrosa Castelló, se dirigirá en este caso, creo, hacia la vecina Murcia, tierra ignota de la que nada conozco, y cuya llamada produce una mezcla de inseguridad y deseo.

La canana está llena (aunque puede que no por mucho tiempo...); la nevera repleta de viandas y repostería caseras; mi casa (y la de todos los que así la sientan...) aguarda, impaciente también ella, la partida; el asiento del acompañante permanecerá vacío, el tiempo que quiera él estarlo; y el entusiasmo, lejos de desfallecer, no deja de crecer...

Y, además, sé qué me espera a la vuelta: un terreno de media hectárea listo para ser cultivado, desarrollado, enriquecido. Nada conozco, del arte, pero tanto deseo tengo de la aventura en la carretera como de aprender a zurcir la tierra y que, tras unas maniobras casi mágicas y un tiempo prudencial, algo surja de ella; ...algo, si es posible, comestible.

Con ese trabajo de disfrute en perspectiva, marcho. Me espera un mes de andanzas insospechadas.

Pues venga, al pavimento...

Ea!

(Imagen: El Hermitaño)

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