5 de abril de 2012

Final de travesía... (asfalto, soledad y asombro)



Concluido mi periplo viajero a través de Murcia y este de Almería y Granada (estas dos últimas regiones añadidas sobre el terreno...) me hallo de vuelta añorando, ya, aquellas tierras tan heterogéneas y asombrosas. Nunca me había quedado tantas veces anonadado, con la boca abierta, en tan pequeño espacio geográfico.

Albergaba dudas de si merecería la pena el esfuerzo económico y de tiempo, de si quizá no sería más conveniente ahorrar dinero adicional y realizar una aventura a otro lugar más "interesante", con más "historia", con más "belleza"...; de regreso, no sólo se desvanecieron los recelos, sino que tomé conciencia de la estupidez de los mismos: no sólo porque cada pedazo de aquella tierra es un símbolo de grandeza histórica, de hermosura estética y de atractivo emocional, sino sobretodo porque no hay "otro" lugar mejor que aquel en donde estás en cada momento; por tanto, cada sitio, paraje, es único, insuperable e irrepetible.

Comencé en la Platja de l´Albir, bajo la sombra de la Serra Gelada; estuve en la remota y sorprendente Elx y me pateé las Salinas de la Mata, en Torrevieja; continué por ese idílico terrón de arena entre el Mar y el Mediterráneo que llaman La Manga, me las vi con Asdrúbal en Cartagena, pisé la Sierra de las Moreras en Bolnuevo, recé a los dioses paganos en el Santuario de Santa Eulalia, y ascendí por rutas peligrosas en Sierra Espuña; divisé estrellas lejanas y me embobé por su inaudito brillo en la oscura, preciosa y afortunada Calabardina, recordé a Pink Floyd y sus llamadas en Vera y padecí aterido un frío de mil demonios en Serón; después, subí hasta un enclave de ensueño, el Observatorio Hispano-Alemán de Calar Alto, lugar en donde me hubiese gustado trabajar algún día...; en Baza admiré su casco monumental y lamenté que no sepan cuidar su Alcazaba como se merece; en Vélez-Rubio saludé a otros viajeros itinerantes y me hice con panes preciosos y sabrosos, y al lado, en la Ermita de la Virgen de la Cabeza, pasé dos días a los pies de la Sierra María pronunciando la oración y divisando tierras divinas en la lejanía; me pilló la nieve, la ventisca, y la ira de los demonios en la Puebla de Don Fadrique, en Cehegín ví la lluvia caer con estrépito y en Caravaca me comí las avellanas admirando una majestuosa panorámica desde la barroca Basílica de la Vera Cruz; estuve dos días perdido y agradecido en Moratalla, enclave místico y digno de los eremitas, absorbí el aroma de los arrozales de Calasparra desde el mirador, y me metí bajo las rocas en la negra y profunda iglesia de Nuestra Señora de la Esperanza; descansé un poco en Mula, recorrí casi veinte kilómetros a pie dentro de la breve, bonita y singular capital murciana, casi me comí los balcones de una calle en Ulea (aunque lo compensé disfrutando en el mirador del Corazón de Jesús) y me dormí junto a los muertos y la Luna en el cementerio de Ricote; por último, rocé con mis dedos la roca volcánica del Pitón en Cancarix, divisé una tierra de posibilidades desde el Castillo de Jumilla, y despedí la aventura en Yecla, urbe que se preparaba para la Semana Santa a ritmo de tambores.

Por último, quizá para no olvidar de dónde partí, hice un último día, de descanso, recuerdo y estimación por lo vivido, en el Plà Lloret, a escasos cinco kilómetros de casa (la otra, la fija, la que no puede llevarte a ninguna parte...). Me topé con una preciosa muchacha que sacaba a pasear su
pastor alemán, hablé del tiempo y de viajes con un habitante de la zona empleando mi otra lengua, y a la mañana siguiente hice acopio de fuerzas para volver al punto de partida.

No fue fácil. El día invitaba a recoger viandas, algún billete más, y volver a marchar. Sentí pena por dejar, sola, sin nadie que la cuidara, a la que había sido mi casa durante un mes. Pero tanto ella como yo sabemos que la separación es temporal, y muy corta.

La siguiente aventura está en marcha; aunque la cuenta ya sea exigua, el coste de los carburantes quiera romper todas las barreras imaginables y te rodee la miseria, el gasto superfluo o el lujo postizo; siempre hemos vivido al margen de todo ello. Y lo seguiremos haciendo. Para bien o para mal.

Ya lo sabes, amigo mío, amiga mía: marchamos dentro de poco, de muy poco.

¿Te vienes...?

(Imagen: El Hermitaño)

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