Indudablemente, con la viabilidad de un viaje a través de las estrellas estaríamos a las puertas de un cambio tan radical que es muy difícil hacer una valoración equilibrada. Ante todo, y no como aspecto menos importante, está el hecho de abandonar la región del espacio conocido y penetrar en el espacio exterior; este acontecimiento marcará, no cabe duda, el futuro humano lejos del seno de la Tierra y de la familia solar. Una vez podamos dejar atrás el sistema que vio nacer la especie humana, seremos capaces de abarcar y explorar con el afán que nos caracteriza una extensión de espacio interestelar casi infinito. Cuando tengamos a punto la tecnología necesaria para hacerlo, no puedo ni siquiera imaginarme el placer que este sentimiento provocará en los primeros seres humanos destinados en misiones de reconocimiento de nuestros vecinos estelares. Personalmente, el encanto de ese instante ya merecería todos los esfuerzos.
Hay que tener en cuenta el marcado anhelo humano de este tipo de viajes por las estrellas; no hay cultura en nuestro planeta que no haya deseado poder explorar los otros soles que llenan en cielo durante la noche, todos tenemos un arraigado deseo de emancipación terrestre. Ese es, a mi parecer, otra de las claves de nuestra inteligencia y nuestro sello de especie prometedora; no nos conformamos con la bella Tierra, necesitamos llegar más lejos.
Me imagino cuál será la concepción que tendrán de sí mismos aquellos que vivan en directo la exploración de otro sistema solar, dentro de miles de años, posiblemente. Ser testigo de excepción del instante en que una nave interestelar humana, tras un largo viaje, sobrevuele nuevos mundos prometedores y deseosos de ser estudiados. Ser consciente de la maravilla que implica tal hazaña podría cambiar el devenir de la Humanidad, ser el principio de una transformación global de nuestro pensamiento y nuestras acciones para con nuestros hermanos en la Tierra. Porque, si al adentrarnos en el reino de las estrellas, nos percatamos de su enormidad y de las muchas diferencias que puede haber entre sus habitantes y nosotros, las propias diferencias humanas serán tan insignificantes que nadie las tendrá en cuenta. Los nacionalismos perderán todo su sentido, los chauvinismos propios de aquellos que sólo se contemplan a sí mismos desde una perspectiva local y se consideran distintos serán inadecuados y carentes de lógica en una humanidad que esté examinando otros mundos en busca de vida, tal vez inteligente, cuya esencia puede ser radicalmente extraña a la del hombre.
Otro aspecto positivo a tener en cuenta será, casi con total seguridad, que un viaje de tales características no podrá ser llevado a cabo por una sola nación. La cooperación internacional será obligada en este caso dada la magnitud de la empresa y los elevados costes que supondrá; nadie podrá, por tanto, aducir que será una odisea norteamericana, europea o japonesa. Muchos países aportarán su grano de arena, y por tanto estaremos ante una misión multinacional, arropada y estimulada por las ideas globales de la humanidad.
Los primeros viajes interestelares constituirán la base sobre la cual mejorar su eficiencia y su rentabilidad; hay que suponer que las primeras tentativas en este sentido no serán más que una prueba, una forma de coger experiencia para sucesivos vuelos espaciales más intrépidos y audaces. Estos viajes primerizos pueden servir para no cometer grandes errores, que puedan ser fatales, durante el transcurso de una misión tan larga.
Lo que podremos encontrar en una misión de este calibre está más allá de las especulaciones que ahora podamos hacer; recordemos que hablamos de centenares de años a partir de ahora, tal vez en el siglo XXIV o XXV. Pero si dentro de trescientos años hacemos realidad el viaje a Alfa Centauri, por ejemplo, es lógico pensar que primero analizaremos ese sistema en conjunto: número de componentes estelares, número de planetas, tipos, satélites, cinturones de asteroides, etc., y que sólo más tarde podremos intentar buscar vida en alguno de los mundos más satisfactorios, a priori. Quizá no tengamos suerte, y el sistema sea estéril, o posiblemente encontremos varios lugares en donde la vida ya se halla desarrollado. Quién sabe.
La búsqueda de vida fuera de nuestro Sistema Solar lleva oculto, sólo a medias, el anhelo más intenso aún de hallar otras civilizaciones como la nuestra. No es probable que Alfa Centauri albergue en alguno de sus planetas una inteligencia similar a la humana, pero no es descabellado pensar que tal vez sí las haya más allá. Alfa Centauri, por lógica, será uno de los primeros sistemas solares a explorar, pero pronto se le sumarán muchos otros. La expansión humana por el espacio interestelar será lenta aunque continua, y no cabe duda de que el ansiado momento del contacto con otra civilización, el hito más importante de la historia de nuestra especie, llegará tarde o temprano.
Con el tiempo, la Humanidad se convertirá en una nación galáctica, colonizará nuevos mundos y entrará a formar parte del conjunto de culturas cósmicas repartidas por los brazos espirales de la Vía Láctea. En sus ya avanzados sistemas de exploración, los viajes de estrella en estrella serán corrientes y tendrán un carácter doméstico; iremos de un sistema solar a otro con la misma facilidad y rapidez que ahora nos desplazamos entre dos ciudades importantes de nuestro país. Los contactos con otras civilizaciones nos aportarán la necesaria humildad para respetar a cualquier forma de vida, inteligente o no, que encontremos en los mundos que exploremos, porque para entonces seremos conscientes del escaso valor de nuestra propia especie en el contexto cósmico. Tal vez aprendamos de otras culturas nuevas formas, más rápidas y seguras aún, de viajar por el gas y polvo de la Vía Láctea, y pasado un tiempo (quizá millones de años), estaremos en condiciones de escapar de sus límites (figura 3). Es posible que las demás galaxias constituyan el siguiente paso exploratorio, otro reto aún más apasionante para nuestra especie.
En este panorama, la Humanidad estará tan difuminada por la Galaxia que nadie podrá considerarse realmente humano. Las influencias que habrá recibido, tanto culturales como biológicas, diversificarán la especie que tuvo su cuna en la Tierra de tal manera que excede a nuestra imaginación. Y entonces, posiblemente, como escribía Isaac Asimov en uno de sus libros de la serie Fundación, alguien empiece la búsqueda del planeta originario de la Humanidad, para encontrar a quienes sean los descendientes directos de aquellos que, millones de años atrás, decidieron entrar en contacto con el Universo y formar parte, tras unos titubeantes inicios, de los verdaderos habitantes del Cosmos.
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