Tuvo lugar anteayer un eclipse parcial de Sol; yo no lo vi, de hecho, ni siquiera me acordé de que había uno. A la hora en que la Luna empezaba a moder es brillante disco de la estrella me encontraba en la habitación de un hospital, a la espera del quirófano. Aunque no era yo el malhadado, se trataba de mi madre, lo cual casi viene a ser lo mismo: la pobre ha vuelto a ir, tras seis meses, y el horror que pasó fue tal que hasta los propios médicos se santigüaron al verla salir de allí. Por suerte, ahora regresa la tranquilidad, y con ella, quizá recupere parte del tiempo perdido.
Pese a mi adoración constante por todo lo que sucede allá arriba, en el negro tapiz del Cosmos, el miércoles el eclipse fue eclipsado por las prioridades familiares. Ese día el cielo tuvo para mí un protagonismo muy secundario, pese a lo trascendente del fenómeno (no volverá a verse por estas tierras hasta el 2011).
En otro orden de cosas, mi conexión a la red vuelve a renquear. Hace unos días viajaba raudo por las autopistas de la información; ahora parezco un caracol viejo y demacrado. Apenas puedo entrar en el blog, tengo tiempo de dormir un par de horas entre página y página y los antivirus no me localizan el problema. Además, sigo sin poder ilustrar el blog como me gustaría y, en ocasiones, los posts desaparecen sin dejar rastro... .
Mientras, espero terminar de revisar mi libro de Astronomía, que alguna editorial benevolente lo publique y, así, eliminar durante un tiempo la angustia de ver a cero la cuenta corriente. Son problemas mundanos, menores, casi baladíes, pero que a uno le atenazan el corazón y la mente.
Maldito dinero, maldito.
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