Antes de que naciera la agricultura, España era un mundo lleno de árboles. Los bosques inundaban la península, y a excepción de las zonas que tradicionalmente han sido áridas (es decir las regiones de Alacant, Murcia y Almería, fundamentalmente) o cuya fisonomía dificultaba la presencia de bosques (como las zonas de alta montaña), se puede afirmar que España, y buena parte de la Europa mediterránea, estaba hasta los topes de bosques verdes, refrescantes y magníficos.
¿Qué ha pasado? ¿Cuáles son las causas de su paulatina desaparición? Como en muchos otros aspectos, los culpables somos, en parte, nosotros. Y el responsable, en todos los casos, son los incendios forestales. De una estadística a escala mundial, una tercera parte de los incendios son debidos a causas desconocidas. Una décima parte es debida a rayos y otros fenómenos naturales. Y más de la mitad (es decir, muchísimos) son consecuencia de, o bien neglicencias humanas o bien acciones intencionadas.
Entre estas últimas encontramos: quema de bosques para obtener suelo de pastoreo, quema agrícola, caza, acciones de pirómanos y otras causas aún por determinar. Los incendios que aparecen en la TV son casi todos ellos intencionados por pirómanos o debidos a descuidos (el incendio que arrasó el Montdúver y zonas cercanas hace pocas semanas fue debido, según nos han contado, a un fuego que se produjo cuando un individuo arrojó a un contenedor de basuras cartas de amor ardiendo...).
Los incendios por neglicencia son los incendios más estúpidos y absurdos que uno puede encontrar. Al menos, cuando un pirómano incendia un bosque entendemos sus motivos; es una enfermedad mental, y como tal hay que comprenderlo. Pero cuando uno lanza un cigarrillo mal apagado a unos arbustos, cuando uno juega con petardos en un bosque, o cuando uno arroja cartas de amor ardiendo en un contendor sabe lo que puede suceder. Aunque sea incosciente de su acción, comprende (porque lo ha visto en anuncios, lo ha oido en la radio, leído en prensa, etc.), que un descuido así puede destruir una zona cuya belleza ha tardado décadas en arraigar. En el lapso de tiempo de una décima de segundo su estupidez puede llevar a borrar del mapa un lugar de especial interés ecológico o faunístico.
'Puede pasarnos a todos', dirán algunos. No si cuando uno va o vive en un lugar repleto de árboles entiende que acciones que impliquen crear fuego son sinónimo de peligro. Es como si yo me plantara delante de una Falla y lanzase, mientras hablo con mi amigo o leo el periódico, mi colilla a los pies del monumento. Sería, no ya una neglicencia, sino una rutilante estupidez por mi parte, porque he de saber el peligro que entraña para una Falla un fuego cercano. Lo mismo sucede con el bosque.
Hoy en día queda alrededor de un 45% de los bosques primitivos españoles. A partir de la llegada de romanos y árabes, este país perdió una parte considerable de su superficie boscosa. En la Edad Media la tala se aceleró aún más consecuencia del avance de la agricultura, además de que los árboles servían para obtener carbón vegetal y construir navíos. Cuando empezaron a reforestar los bosques, en el siglo XVIII, se optó por los pinos, ya que crecían rápidamente (unos 20 años de promedio), al contrario que robles o encinas, cuyo desarrollo completo superaba el centenar de años. De este modo España perdió diversidad forestal, y hoy en día el pino domina, por ejemplo, grandes regiones de nuestro territorio.
Como decía, los incendios debidos a otras causas (es decir, provocados pero con finalidades humanas como pasturas, quema agrícola, etc), nunca aparecen en los noticiarios o en la prensa. Esto se debe a que es estética (y políticamente) incorrecto mostrar incendios intencionados, pero con finalidades prácticas, que arrasan miles, decenas de miles de hectáreas o incluso más. No recuerdo haber visto jamás en un telediario (cierto, no es un buen argumento, no miro demasiado la televisión...) las imágenes de los incendios gigantescos en la sabana africana, en el desierto australiano, en Sudamérica o en las llanuras estadounidenses.
Estos incendios son "necesarios", dado que la agricultura de roza y quema es aún el modo de subsistencia de mucha gente en zonas pobres. Por lo tanto, y a ello viene todo este cuento, es que los incendios no siempre son dañiños, no siempre privan, eliminan o destruyen, sino que, a veces, son útiles, positivos e imprescindibles para multitud de familias que buscan sobrevivir en este mundo.
Al mismo tiempo, debemos saber que un monte de pinos no necesariamente ha estado ahí siempre, no es el símbolo de nuestro territorio. Es más probable que determinadas zonas fueran antaño sumideros de alcornocales, encinas, robles o cualquier otro tipo de árbol, y que hoy en día esa variedad haya desaparecido en virtud de la facilidad y rapidez del crecimiento del pino. Nuestro chauvinismo por los bosques de pinos no debe hacernos creer que si desaparecen es una tragedia de valor incalculable. La verdadera tragedia, en realidad, es que no hayamos sido capaces de recuperar (y aún menos de conservar), la variedad y riqueza de los bosques originales españoles.
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