Siempre me he sentido a gusto en esta tierra. Forma parte ya de mí, y es algo más que simple apego; se trata de identificar como propios ciertos paisajes, ciertos aromas, y notar lo pisado como si fuera una extensión de tí mismo. Percibes que formas un todo con lo que te rodea, porque lo conoces, porque lo estimas y quieres conservarlo.
Pero en los últimos tiempos noto algo de desasosiego; necesito ir más allá de esta frontera tan cercana, abrir el espacio de nuevas tierras y desconocidos amaneceres. Suena cursi, pero es lo que siento: ansia de escapar, de huir de lo que te ha rodeado hasta ahora, no porque te canse o no tenga algo que ofrecer, sino por el hecho simple de avanzar hacia lo lejos. En un tiempo en el que amigos próximos hacen realidad sus sueños, en el que se inician grandes viajes, se descubren culturas y comienzan aventuras extraordinarias, yo siento que no podré estar por mucho más anclado en esta luminosa y cálida comarca.
La pena es que han arruinado la única manera plausible y asequible que tenía para huir. Y lo han hecho los de siempre, los que marcan las normas, los que, como decía en el post previo, no quieren sino su parte del pastel. Con todo, uno debe seguir en la lucha. A la vuelta del tiempo, quizá, lo que ahora es inalcanzable se torne factible.
Y, así, sólo queda soñar, eternizar esos instantes de gozo que se supone están por llegar, y estar dispuesto a hacerlos realidad aunque suponga, de nuevo, por enésima vez, el sacrificio. La expiación será necesaria tras el infortunio; la dolorosa privación, también. Así es la vida, cruel sí, que desagarra el espíritu, pero asimismo siempre dispuesta a ofrecer otra oportunidad.
Sólo queda, por lo tanto, soñar con el tiempo que permita huir, escapar de esta especie de cárcel disfrazada de paraíso en que mi tierra se ha convertido. La adoro y la quiero, pero aún deseo más la que me es desconocida, aquella que aguarda, impaciente ya, en el confín visible, como a años luz.
No es momento de volver a errar. No cabe la espera. Habrá que hacerlo ya.
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