Llego de la Feria del Libro de Valencia con una sensación extraña.
Una vez en la Feria, acompañado por otro hermitaño de antaño, he comprobado la gran cantidad de papel publicado en forma de novelas, ensayos, cómics, incunables y demás, todo para el servicio del conocimiento humano. Pero ¿es cierto eso, o es simplemente cultura lucrativa? La gente de las librerías, los escritores y los editores se hacen ricos por ofrecer sus productos, mientras nosotros debemos desembolsar grandes cantidades por un simple librito de doscientas páginas. ¿No debería ser todo ello gratuito? Sí y no.
Sí porque la cultura no tiene precio, no es algo a lo que puedas ponerle una etiqueta y venderlo en un establecimiento o en una tienda. No tiene sentido, de modo que lo normal sería ofrecer gratis los libros, que a la postre son uno de los elementos culturales más importantes (o el más importante, de hecho). Pero, tal vez para ello ya existen las bibliotecas, en las que aunque no te quedes las obras que cojas al menos tiene la satisfacción de saber que ya han pasado por unas cuantas manos deseosas de leer, diveritirse, aprender o descubrir. Y ello también tiene, a su manera, cierto valor.
Y no porque todo el mundo tiene que conseguir dinero, todos quieren su trozo del pastel, y eso también es comprensible. Además, prefiero dar un billete por un libro que por un pack de cervezas o por un cartón de tabaco; así participo, de una manera indirecta, en todo en el entramado cultural que supone la venta de un libro. Desde que un escritor, anónimo por momentos, se pone delante de la máquina o del ordenador (pocos cogen la pluma hoy en día, lástima...) y saca de sus entrañas las preciosas palabras hasta que hueles ese aroma especial del papel recién impreso, todo el proceso es una maravilla, y a mí me da gusto poder mantenerlo activo.
Tal vez esté siendo un poco frívolo, porque a los de las editoriales, o a los propios hacedores de libros, les importa una mierda el proceso si no hay ganancias, si no perciben su parte del pastel, como decía. El dinero mueve a mucha gente hacia la cultura, qué irónico; algo que es imponderable como el conocimiento y el placer de leer está motivado en gran parte por el deseo de fortuna económica. Pero así son las cosas, hay que aceptarlo.
Y vagando, como siempre, entre la marabunda de gente y casetas repletas hasta los topes de libros (uno a veces se pregunta si no hay riesgo de desplome, dada la estructura tan endeble de muchas de ellas y el gran peso que la cultura supone...), este hermitaño encuentra una librera como nunca la ha visto. Cierta cosa se engrandece, anhela volar y flotar hacia ella, como un cohete hacia su destino, rompiendo taparrabos y pantalones vaqueros, y un servidor se pregunta, incrédulo, si la cultura alguna vez ha tenido que ver con el cachondeo físico, si hay alguna conexión ignorada, inexplorada, porque de repente noto que los libros dejan de importarme, la cultura se va de paseo, el conocimiento se olvida de mí y yo de él, y sólo soy ojos, mente y carne en elevación infinita.
Pues eso, por mucha cultura que tenga alrededor, por maravillosos y estupendos libros que me hagan soñar y sean los responsables de miles de estímulos que noto en mi interior, nada se asemeja a la visión, efímera pero potente como un vendaval, de una librera que, con su figura y su rostro vuelto hacia mí, me desconcierta y me sume en la más absoluta locura de desesperación.
Xé, que no tinc remei.
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