El Anhelo: salir de un mundo y entrar en otro. Salir y entrar en ti mismo. Descubrir, explorar, abarcar, percibir y sentir. Formar parte de lo que no es la realidad y olvidar ésta, porque es falsa. Huir de las palabras y de quienes son por ellas.
El Recorrido: liso y áspero, seco y chorreante, descansado y agotador. Ora corto y liviano, ora interminable y fastidioso.
El Cuerpo: acaba magullado pero curtido, abrasado por sus límites y sediento. Implora por unas gotas de agua, rezando por fuentes imaginarias. Igual calmado que excitado, indispuesto pero decidido a todo.
La mente: deseosa y frustrada, encorsetada por lo uno y liberada por lo otro. Agresiva e ingenua, permisiva e intolerante.
La meta: idealizada desde la distancia, en verdad no la había, o todo era una meta por sí mismo. ¿Había entre nosotros una competición, una carrera, también? Siempre tras la mejor idea, el mejor pensamiento, las palabras más grandilocuentes, con el afán de ser el mejor, y demostrarlo. Discusión, rabia, furia, a veces con razón, otras imputando cargos inventados.
El Fin: llegó el final, y se le deseó. La necrológica estaba ya en la lápida; "el viajante muere cuando quiere regresar al lugar del que partió". Nada (o todo) transcurrió según lo esperado: ni el trayecto, ni la aventura, ni el aliado, ni uno mismo. Así debe ser toda verdadera andanza por el mundo, es cierto. Partimos en la seguridad, avanzamos con tiento, temerosos, y a la postre nos extraviamos, completamente.
Voilà, eso es vivir la aventura. Así se forjan las hazañas, sencillas e individuales, de los trotamundos, cuyo sino es el camino a los pies y esa gavota de astros sobre suyo. El clan de los andariegos con petate al hombro y sandalias de goma, que observan los kilómetros para gozar a cada paso. Solitarios montaraces del sendero, que maman los fluidos que el mundo expele.
¿Alguien quiere una crónica del viaje? Sencillo. Coged un saco de dormir, unas almendras y partid. Estad allí;
sed allí. Y, a vuestra vuelta, tratad de narrar con palabras vuestras vivencias, si podéis. A cada noche, dormir junto a la tierra, rozando su aroma y humedad. A cada día, marchar sobre ella, estimándola. Rocas, hierbas, árboles, montes, cielos y espíritus. Jamás nadie pudo describir todo ello como merece, pues el discurso humano no alcanza a representarlo. Se halla más allá de toda palabra, lengua o imagen.
Uno ve, mientras está allí, cómo palpita la vida en la Tierra, y cómo se aviva ésta también en ti. Que el viaje apenas ha comenzado, y que cada día se inicia otro nuevo, siempre a la espera de ser saciado. Vivir es viajar, viajar es vivir.